III

Después de que David Innes hubiese partido hacia Kali, Perry se ocupó en un nuevo proyecto. Estaba decidido a conseguir algo de valía para poder mostrárselo a Innes cuando este regresara. Aún se hallaba deprimido por el fracaso de su aeroplano.

Envió a varios guerreros a que cazasen dinosaurios —los más grandes que pudieran encontrar—, con órdenes de traer consigo únicamente sus peritoneos. Una vez que los guerreros partieron para llevar a cabo su tarea, Perry consiguió taponar un pozo de gas natural que había estado arrojando millones de pies cúbicos de gas al aire de Pellucidar durante… ¿quién sabe cuánto tiempo?

Tenía a muchas mujeres trenzando cuerdas. Otras preparaban una gran cesta de unos cuatro pies de diámetro y tres de altura, la mayor cesta que los saris habían visto jamás.

Las diferentes tareas iban progresando cuando llegó el mensajero de Innes ordenando a Ghak que partiera con sus guerreros. Después de que estos se marcharan no quedaron muchos guerreros en Sari, y los que lo hicieron tuvieron que permanecer de guardia en el poblado, con excepción de los cazadores que eran enviados regularmente a por carne fresca. El poblado se hallaba ocupado prácticamente solo por mujeres, aunque eso no interfería en los planes de Perry. Así estaban las cosas cuando regresaron los guerreros que habían sido enviados a por los peritoneos, trayendo consigo una cantidad más que suficiente.

Los peritoneos fueron estirados, secados y alisados hasta que estuvieron lo suficientemente curados; luego Perry los cortó en extrañas formas, de acuerdo con el modelo que tenía en mente, y las mujeres los cosieron entre sí con finas agujas. Las costuras fueron más tarde selladas con un adhesivo que Perry consideró que no se vería degradado por los componentes del gas natural.

Cuando el trabajo estuvo finalizado, Perry utilizó las cuerdas para atar la gran bolsa que había resultado de su labor a la cesta que las mujeres habían fabricado. También ató una gruesa cuerda, de unos quinientos o seiscientos pies de largo, al fondo de la cesta. Nunca se había visto en Sari una cuerda semejante, pero hacía mucho tiempo que los saris habían dejado de maravillarse ante cualquier cosa que hiciera Abner Perry.

Con pequeñas cuerdas, muchísimas pequeñas cuerdas, Perry aseguró la cesta al suelo gracias a una serie de clavijas clavadas en el terreno, a su alrededor. Finalmente, tendió una tubería de arcilla desde el pozo de gas hasta una abertura existente en el extremo más estrecho de la bolsa. ¡Perry había construido un globo! Para él era el primero de una flota de poderosos dirigibles capaces de transportar toneladas de bombas y de traer la civilización a incontables de aquellos desamparados habitantes de los riscos.

Hodon sonrió; una leve sonrisa que prácticamente se desvaneció nada más nacer. Luego se detuvo ante la pequeña cueva que había en el extremo de la cornisa y saltó hacia arriba. Hodon, al igual que todo Sari, estaba orgulloso de sus piernas. Eran las mejores piernas del Imperio de Pellucidar y eran tan maravillosas corriendo como saltando. Impulsaron con facilidad a Hodon hacia lo alto, permitiendo que sus dedos se aferraran a la cumbre del risco. Era de sólida piedra caliza, como Hodon había comprobado la primera vez que había examinado el risco. Si se hubiera encontrado con tierra suelta en aquella parte de la cima, la cosa no habría resultado tan fácil; habría sido, de hecho, algo imposible de lograr. Pero no la había, y, en consecuencia, la roca no solo no se escurrió entre sus dedos, sino que aguantó magníficamente su peso, cumpliendo su papel en el desbaratamiento de las diabólicas maquinaciones de Fash.

Es cierto que a veces nos vemos incomodados por las estudiadas perversidades de los objetos inanimados, como las que nos deparan los botones del cuello de nuestras camisas o la codorniz que dejamos en el horno. Sin embargo, también debemos recordar que al fin y al cabo algunos de esos objetos pasan por ser los mejores amigos del hombre. El caso de los billetes de dólar es un buen ejemplo. No hace falta seguir. Seguro que vosotros podríais poner tantos ejemplos como yo.

Lo cierto es que Hodon el Ligero trepó hasta la cumbre de los riscos de Kali sin que nadie le descubriera. Al llegar a Kali llevaba un cuchillo de piedra, pero los suvios se lo habían arrebatado y ahora tenía que recorrer más de cuarenta millas de peligroso terreno completamente desarmado. Sin embargo, no sentía ningún temor ante semejante circunstancia. Esto me lleva a pensar que los hombres de la vieja edad de piedra debieron haber sido muy bravos. De hecho, tuvieron que ser muy bravos porque de lo contrario no habrían sido capaces de sobrevivir a su entorno. Los cobardes podrían haberlo hecho durante algún tiempo —el necesario hasta que les llegase la muerte por inanición—, pero se requiere ser hombres muy valientes para salir y enfrentarse a las terroríficas criaturas a las que tuvieron que hacer frente para poderse alimentar a sí mismos y a sus familias.

El único pensamiento de Hodon era alcanzar a David Innes antes de que cayera en la emboscada que estaba seguro le había tendido Fash. Se movió rápidamente, aunque en silencio. Sus sentidos estaban constantemente alerta ante cualquier peligro. Su aguda mirada batía el horizonte; su sensitivo olfato captaba todos los aromas que llevaba hasta él la errante brisa. Se sentía satisfecho de tener que correr contra el viento, pues así podía estar prevenido de los peligros que pudieran encontrarse por delante de él.

De repente percibió un olor que le hizo fruncir el ceño a causa del asombro; un olor que le indicaba que había una mujer delante de él —una mujer sola—, donde no debería haber habido ninguna. Su juicio le decía que al menos debía haber un hombre allí donde había una mujer tan lejos de su poblado, pero, sin embargo, su olfato le indicaba que no había ningún hombre.

Avanzó hacia donde se encontraba la mujer, pues esta se hallaba en la misma dirección que él estaba siguiendo. Ahora marchaba incluso con mayor cautela, si es que ello era posible. Por fin la vio. Se hallaba de espaldas a él. Se movía lentamente, mirando en todas direcciones. Hodon supuso que estaba atemorizada. La muchacha no se enteró de que había alguien a su lado hasta que sintió caer una mano sobre su hombro. Se giró rápidamente con un cuchillo en su mano —un fino cuchillo de basalto laboriosamente trabajado— y, al girarse, lanzó un violento golpe al pecho de Hodon.

Siendo un pellucidaro, había esperado algo por el estilo, puesto que nadie se acerca impunemente a una damisela en la edad de piedra. Ese fue el motivo por el que se hallaba preparado. Cogiéndola por la muñeca, detuvo su mano. Entonces ella intentó morderle.

Hodon sonrió al mirar sus ojos relampagueantes. La muchacha era joven y bonita.

—¿Quién eres? —preguntó—. ¿Qué estás haciendo aquí sola y tan lejos de tu poblado?

—Eso es asunto mío —replicó ella—. ¡Déjame! No puedes retenerme. Si lo haces, te aseguro que te costará la vida.

—No puedo perder el tiempo contigo —dijo Hodon—, aunque eres demasiado joven y hermosa para dejarte aquí y que algún tarag vagabundo te devore. Puedes venir conmigo si lo deseas. Solo disponemos de tu cuchillo, así que yo lo usaré por ti.

—Antes dime quién eres —repuso ella con un tono algo más amistoso.

—Soy Hodon de Sari —respondió él.

—¡Un sari! Los saris son amigos del pueblo de mi padre. Si de verdad eres un sari no me harás ningún daño.

—Quién lo diría. En efecto, soy un sari. Ahora dime, ¿quién eres?

—Me llamo O-aa; soy hija de Oose, el rey de Kali.

—Y te has escapado porque Fash ha conquistado tu poblado, ¿verdad?

Hodon aflojó la presa sobre su muñeca y la joven devolvió el cuchillo a su funda.

—Sí, así es —contestó ella—. Después de que Fash hubiera conquistado Kali, quiso tomarme como compañera; pero conseguí escaparme. Fash tuvo suerte de que lo hiciera, porque si no le hubiera matado. Yo soy la hija de un rey y mi madre era…

—No tengo tiempo para oír como me cuentas la historia de tu familia —repuso Hodon—. ¿Vas a venir conmigo o no?

—¿Adónde vas?

Hodon se lo dijo.

—No me gustan tus maneras. Y posiblemente tampoco me gustes tú —dijo O-aa—, pero iré contigo. Eres mejor que nada. Sin embargo, al ser la hija de un rey, estoy acostumbrada a ser tratada con respeto. Toda la gente del pueblo de mi padre…

—¡Vámonos! Hablas demasiado —dijo Hodon, emprendiendo el camino hacia la costa.

O-aa se situó a su lado.

—Supongo que vas a hacer que me retrase —gruñó Hodon.

—Puedo correr tan rápido como lo hagas tú. El padre de mi madre era el guerrero más veloz de toda su tribu, y mi hermano…

—Tú no eres ni el padre de tu madre ni tu hermano —le interrumpió Hodon—. Solo me interesa lo rápido que corras y la distancia que puedas recorrer. Si no puedes mantener mi paso tendré que dejarte atrás. El destino del emperador es para mí más importante que el tuyo.

—No le estarás llamando a esto correr, ¿verdad? —replicó O-aa burlonamente—. Cuando era una niña ya era capaz de cazar un orthopi a la carrera. Todos estaban maravillados de mi rapidez. Ni siquiera el padre de mi madre ni mi hermano eran capaces de cazar un orthopi corriendo.

—Deja ya de contar mentiras —dijo Hodon incrementando su velocidad.

—Mi hermano probablemente te matará por haberme dicho eso —replicó O-aa—. Es un poderoso guerrero. Él…

Hodon corría tan rápido que O-aa se vio obligada a guardar silencio para poder mantener su ritmo, que era lo que el sari pretendía.

Ghak el Velludo, el rey de Sari, embarcó un millar de guerreros en dos navíos. Se trataba de barcos muchos mayores que el Sari, el cual, al haber sido el primer navío construido por Perry, se había quedado prácticamente obsoleto. Mientras que el Sari solo poseía dos cañones de una libra cada uno —uno en la proa y otro en la popa—, los nuevos navíos disponían de ocho cañones, cuatro a cada lado de la cubierta inferior. Había ocasiones, sin embargo, en que los proyectiles disparados no estallaban. Se suponía que debían hacerlo siempre, pero lo cierto es que eran más las veces que no lo hacían o lo hacían de un modo prematuro. A pesar de todo, los cañones montaban un alboroto considerable entre los enemigos y emitían convincentes nubes de humo negro.

La primera vez en que se probó uno de los cañones de Perry, la bala salió rodando y cayó al suelo, frente al cañón. Innes dijo que aquello tenía sus ventajas ya que así no se desperdiciaba la munición: bastaba con recoger los proyectiles y volverlos a usar de nuevo. Sin embargo, las nuevas piezas de artillería construidas por Perry tenían un alcance superior a una milla. Perry estaba orgulloso de ellas. El único problema era la falta de enemigos contra los que dispararlas. No se conocía ninguna otra flota en Pellucidar excepto la de los korsars, y Korsar se hallaba a más de cinco mil millas por mar de Sari.

Mientras la flota expedicionaria dirigida por Ghak bordeaba la costa en dirección a Kali, David Innes y sus cien guerreros marchaban tierra adentro hacia el poblado. La mitad de los hombres de Innes iban armados con los mosquetes fabricados por Perry, unos fusiles de chispa de estrechos y pulidos cañones. La otra mitad utilizaba arcos y flechas. Todos tenían cuchillos y muchos llevaban la corta lanza que los pellucidaros acostumbran a usar. Colgaban de sus cuellos gracias a unas recias tiras de cuero y se balanceaban a sus espaldas.

Aquellos hombres eran todos veteranos, los cuerpos de elite del ejército pellucidaro. Perry les había bautizado como la Guardia Imperial e Innes había conseguido inculcar algunas nociones de disciplina en sus tempestuosos e individualistas egos. Marchaban en columnas de cuatro y llevaban guerreros en la vanguardia y en sus flancos. A unas cien yardas por delante de la vanguardia, tres guerreros formaban la punta de lanza. Innes no quería correr riesgos de emboscadas.

Habían cubierto aproximadamente la mitad de la distancia que les separaba de Kali cuando la avanzadilla se detuvo en la cima de una pequeña elevación. Uno de los guerreros que la formaban se giró y corrió hacia el cuerpo de la columna, dirigiéndose directamente hacia Innes.

—Se acercan muchos guerreros —informó.

Innes dispuso a sus hombres y avanzó con precaución. Los guerreros armados con mosquetes se hallaban en la primera línea. Generalmente, el ruido y el humo de los fusiles bastaban para aterrorizar a casi todos los enemigos, lo cual era de agradecer pues rara vez alguien resultaba herido. Después de que hubieran disparado, los arqueros avanzaban entre sus filas y pasaban a formar la primera línea mientras los mosquetes recargaban.

Pero nada de esto fue ahora necesario; un nuevo mensajero vino corriendo desde la avanzadilla para informar que los guerreros que se acercaban venían en son de paz: los guerreros de Oose les daban la bienvenida a Kali y se ofrecían para escoltarles hasta el poblado.

Innes se adelantó para informarse personalmente. En la cima de la colina le esperaba un peludo cavernícola. Más allá se veía una larga hilera de guerreros.

—¿Dónde está Oose? —inquirió Innes.

—Oose se encuentra enfermo. Tenía un dolor en su vientre que le ha impedido venir. Me envía a mí para guiaros a Kali.

—¿Por qué has traído tantos guerreros?

—Porque estamos en guerra con Suvi y los guerreros de Fash pueden estar cerca de aquí.

Innes asintió. La explicación parecía razonable.

—Está bien —dijo—. Muéstranos el camino.

Los guerreros del Imperio avanzaron y pronto se encontraron con los de la otra partida, ofreciéndoles estos comida. Parecían ansiosos de trabar amistad con ellos. Se movían tranquilamente entre los guerreros de la Guardia Imperial, entregándoles la comida y gastándoles rudas bromas. Aparentaban un gran interés en los mosquetes, sosteniéndolos entre sus manos y examinándolos con atención. En poco tiempo la mayoría de los mosquetes de la Guardia Imperial se hallaron en manos de aquellos amistosos guerreros, al tiempo que cuatro o cinco de ellos rodeaban a cada uno de los miembros de la Guardia.

Hodon había tomado un atajo. Dejando atrás la selva, O-aa y él ascendieron una pequeña colina. Deteniéndose en su extremo, miraron hacia el valle que se divisaba abajo. En el valle había cientos de guerreros. Hodon descubrió a David Innes entre ellos. Al ver los mosquetes de los guerreros, el sari se quedó desconcertado. Sabía que la mayoría de aquellos guerreros pertenecían a Fash de Suvi, pero no había ninguna batalla. Los hombres parecían estar conversando amistosamente.

—No lo entiendo —dijo pensando en voz alta.

—Yo sí —repuso O-aa.

—¿Lo entiendes? —inquirió Hodon—. Pues explícamelo con pocas palabras, omitiendo cualquier referencia genealógica.

O-aa irguió la cabeza.

—Mi hermano… —empezó.

—¡Oh, deja ya en paz a tu hermano! —exclamó Hodon—. Dime lo que crees que está sucediendo. Puedes contármelo mientras bajamos ahí abajo y nos reunimos con David Innes.

—Seguro que eres lo bastante idiota como para hacer algo así —dijo la muchacha despectivamente.

—¿A qué te refieres?

—Es un ardid de Fash. Espera un poco y lo comprobarás. Si bajas de aquí, dentro de un rato estarás en la cueva prisión… si es que no te matan en el acto; aunque también es cierto que así me libraría de ti.

O-aa apenas había terminado de hablar cuando el jefe de los pacíficos guerreros lanzó un grito de guerra y, junto a varios de sus hombres, saltó sobre David Innes, derribándole al suelo. A su señal, el resto de los guerreros se precipitaron sobre los miembros de la Guardia Imperial a quienes tenían rodeados. Hubo alguna resistencia, pero fue inútil. Varios hombres fueron asesinados y muchos resultaron heridos. La conclusión fue inevitable. En menos de cinco minutos los supervivientes de la Guardia Imperial yacían con las manos atadas a su espalda.

Fash salió entonces de detrás de los arbustos en los que había permanecido escondido y se enfrentó a David Innes.

—Te llamas a ti mismo emperador —dijo en tono de burla—. Te gustaría ser emperador de todo Pellucidar. Pero solo eres un estúpido. Es Fash quien debería ser emperador.

—Puede que creas haber conseguido una victoria, pero no te va a servir de nada —replicó David Innes—. ¿Qué piensas hacer con nosotros?

—Aquellos de tus hombres que me juren obediencia, vivirán; el resto, morirán.

—Por cada uno de mis hombres que mates, morirán cinco suvios.

—Hablas mucho, pero eres incapaz de hacer nada. Estás acabado, David Innes. Puede que hayas estado en ese otro mundo del que dices venir, pero eso no basta para llegar a Pellucidar y entrometerse en nuestros asuntos. Todavía no sé lo que voy a hacer contigo. Tal vez te mate; tal vez te retenga y te cambie por naves y armas. Ahora que también soy rey de Kali puedo usar esas naves para conquistar el resto de Pellucidar. ¡Ahora el emperador soy yo! Construiré una ciudad en las orillas del Lural Az y todo Pellucidar sabrá muy pronto quién es el verdadero emperador.

—Tienes una boca muy grande, Fash —dijo Innes—. Tal vez estés cavando tu propia tumba con ella.

—También tengo un puño muy grande —gruñó Fash, dándole un fuerte puñetazo.

A una orden de Fash, un par de guerreros levantaron a Innes del suelo. Innes permaneció en pie mientras la sangre manaba de su boca. Un rugido de rabia brotó de las gargantas de los hombres de la Guardia.

David Innes miró directamente a los traicioneros ojos de Fash, el rey de Suvi.

—Harías mejor en matarme antes de que consiga librarme de estas ligaduras, Fash —dijo.

Hodon miraba todo aquello con consternación. No podía hacer nada. Retrocedió hasta la selva antes de alguno de los hombres de Fash pudiera descubrirle. No sentía ningún temor de que fueran capaces de capturarle, pero no deseaba que supieran que aquel acto había sido observado por un amigo de David Innes.

—Tenías razón —le dijo a O-aa—. Era una trampa de Fash.

—Siempre tengo razón —respondió O-aa—. Es algo que a mi hermano siempre le pone furioso.

—Creo que le comprendo perfectamente —dijo Hodon.

—Mi hermano…

—Sí, sí —repuso Hodon—; ¿no tienes otros parientes además de tu hermano y el padre de tu madre?

—¡Claro que sí! —exclamó O-aa—. Tengo una hermana. Es muy hermosa. Todas las mujeres de la familia de mi madre han sido siempre muy hermosas. Dicen que la hermana de mi madre era la mujer más hermosa de Pellucidar y que yo me parezco mucho a ella.

—¡Así que tu madre tenía una hermana! —gruñó Hodon—. El árbol familiar va creciendo. Supongo que eso nos dará algo más de lo que hablar.

—Hay algo peculiar en las mujeres de mi familia —dijo O-aa—; no solemos hablar mucho, pero cuando lo hacemos…

—No paráis nunca —comentó Hodon con resignación.

—Hablamos cuando hay alguien inteligente que nos escuche —replicó O-aa.