VII

Entonando su horrible canto de muerte, los dos sacerdotes atravesaron las estrechas calles de Lolo-lolo hasta llegar a las puertas de la ciudad.

—Acudid a la gran plaza —gritaron a los guardias—. Hor nos envía para avisaros. Se necesitan todos los guerreros posibles para acabar con los que todavía defienden a la falsa Noada y al go-sha. ¡Deprisa! Nosotros vigilaremos las puertas.

Los guerreros vacilaron.

—Es una orden directa de Hor —dijo uno de los sacerdotes—. Y con Noada y el go-sha muertos, Hor gobernará la ciudad. Será mejor que obedezcáis, si sabéis lo que os conviene.

Los guerreros lo creyeron así y se apresuraron hacia la plaza. Cuando se hubieron marchado, los dos sacerdotes abrieron las puertas y salieron de la ciudad. Girándose a la derecha, se internaron en la selva y desaparecieron en ella. Tan pronto como perdieron de vista la ciudad, se quitaron las máscaras y las túnicas.

—No solo eres una mujer valiente —dijo Gamba—. Además eres inteligente.

—Me temo que tendré que ser aún más inteligente si quiero regresar a Sari algún día —repuso Dian.

—¿Qué es «Sari»? —preguntó Gamba.

—Es el país del que procedo.

—Creía que venías de Karana —dijo Gamba.

—No creo que pensaras eso —respondió Dian, y ambos se echaron a reír.

—¿Dónde está Sari? —preguntó Gamba.

—Está al otro lado del estrecho sin nombre —contestó Dian—. ¿Sabes dónde podemos conseguir una canoa?

—¿Qué es una canoa? —inquirió Gamba.

Dian se sorprendió. ¿Era posible que aquel hombre no supiese lo que era una canoa?

—Es lo que se utiliza para cruzar el mar —respondió.

—Nadie ha cruzado jamás el mar —objetó Gamba—. Nada puede sobrevivir en el estrecho sin nombre. Está plagado de terribles criaturas y, cuando sopla el viento, el agua sube continuamente.

—Tendremos que construir una canoa —dijo Dian.

—Si Noada así lo quiere, construiremos esa canoa —replicó Gamba haciendo una reverencia burlona.

—Mi nombre es Dian —dijo la muchacha; y así, el hombre que había sido un rey y la joven que había sido una diosa, caminaron a través de la selva hacia las costas del estrecho sin nombre.

Bajo las largas túnicas de sacerdotes portaban todas las armas que habían conseguido ocultar. Cada uno llevaba una espada y un cuchillo; Gamba llevaba además un arco y muchas flechas.

De camino hacia la costa, Dian estuvo buscando árboles adecuados para la construcción de una canoa. Sabía que iba a ser una tarea larga y laboriosa, pero si los mezops eran capaces de llevarla a cabo con herramientas de piedra, mucho más fácil sería realizarla con cuchillos y espadas de bronce; además, naturalmente, habría que hacer un fuego para poder vaciar su interior.

Una vez que alcanzaron la costa del estrecho sin nombre, la remontaron hasta que Gamba estuvo seguro de no haber peligro de ser descubiertos por los guerreros de Lolo-lolo o de Tanga-tanga.

—No acostumbran a venir mucho en esta dirección —dijo—, ni tampoco suelen alejarse tanto de las ciudades. Los cazadores normalmente se dirigen tierra adentro. Se supone que aquí hay animales peligrosos y se dice además que una tribu de hombres salvajes caza por esta zona.

—No parece que nos vayamos a aburrir mientras construimos la canoa —comentó Dian.

Por fin, el segundo globo estuvo terminado. Era similar al primero, salvo que este disponía de una cuerda de apertura e iba bien provisto de agua y de comida. El peso extra que suponía la presencia de David y la provisión de agua y de comida se veía compensado por la ausencia de la pesada cuerda que había estado asegurada al fondo del primer globo.

Cuando llegó la hora de soltar el aparato, el pueblo de Sari permaneció en silencio. Nadie esperaba volver a ver más a David Innes y este compartía esa creencia.

—¡Por todos los infiernos! —exclamó el anciano hombrecillo cuyo nombre no era Dolly Dorcas—, ahí va un hombre de verdad, como diría aquel.

Ope, el sumo sacerdote del templo de Tanga-tanga, había conseguido una Noada; pero no era exactamente como él había imaginado que sería su Noada. Al principio había sido dócil y manejable, atenta a cualquier sugerencia. Sin embargo, eso había sido así mientras O-aa se ponía al corriente de lo que sucedía, antes de averiguar que se suponía que era todo poder y sabiduría, que derivaba su omnisciencia de alguien a quien llamaban Pu y que vivía en un lugar llamado Karana.

A partir de ese momento, se convirtió en una especie de suplicio para Ope. En primer lugar, no tenía ningún sentido del valor de las piezas de bronce. Cuando se las traían como ofrenda, esperaba a tener una hermosa colección en un gran tazón situado junto a su trono y, entonces, cuando el templo se hallaba repleto de gente, cogía las piezas a puñados y se las arrojaba a la multitud, riéndose alegremente mientras veía como se peleaban por ellas.

Esto hizo a O-aa muy popular entre la gente, aunque a Ope prácticamente se le caían las lágrimas. Nunca antes había visto congregaciones tan grandes en el templo; pero sus beneficios tampoco habían sido tan escasos. Decidió tratar aquel asunto con Noada, tímidamente, ya que, a diferencia de Hor de Lolo-lolo, Ope era un individuo simple y sencillo; creía en la divinidad de Noada.

Furp, el go-sha de Tanga-tanga, no era tan simple y, al igual que la mayoría de agnósticos, creía en las cosas materiales. En consecuencia, también decidió tratar aquel asunto con Ope, pues hasta entonces había sido costumbre repartir entre ambos las ganancias del templo; ahora, la parte de Furp amenazaba con desaparecer. Por tanto, le sugirió a Ope que estaría bien hacer una indicación a Noada sobre el tema. Aunque la caridad era una cosa admirable, lo más correcto era que empezase en la casa de uno mismo. Así, Ope habló con Noada y Furp les escuchó.

—¿Por qué tira Noada las ofrendas que traen al templo? —le preguntó.

—Porque a la gente le gustan —contestó O-aa—. ¿No os habéis fijado que se pelean por ellas?

—Sí, pero pertenecen al templo.

—No; me pertenecen a mí —le corrigió O-aa—. De todos modos, no veo por qué os alborotáis tanto por unas pequeñas piezas de metal. Yo no las quiero para nada. ¿Para qué sirven?

—Sin ellas no podríamos pagar a los sacerdotes, ni comprar comida, ni llevar a cabo las reparaciones del templo —le explicó Ope.

—¡Tonterías! —dijo O-aa, aunque pronunciando alguna otra exclamación de igual significado—. La gente trae alimentos que perfectamente podríamos comer, y los sacerdotes podrían encargarse de las reparaciones a cambio de su comida. Por cierto, todos esos sacerdotes son unos perezosos. He estado intentando averiguar qué es lo que hacen, aparte de ir de un lado a otro atemorizando a la gente para que nos traiga regalos, llevar esas estúpidas máscaras y pasarse el rato bailando. En el sitio de donde yo vengo los pondrían a todos a cazar o a trabajar.

Ope se quedó horrorizado.

—¡Pero tú vienes de Karana, Noada! —exclamó—. ¡Nadie trabaja en Karana!

O-aa se dio cuenta de que había metido la pata. Tenía que pensar algo y rápido. Y lo hizo.

—¿Y tú qué sabes? —le respondió—. ¿Has estado alguna vez en Karana?

—No, claro que no —admitió Ope.

Furp estaba cada vez más confuso. Pero tenía clara una cosa, así que la introdujo en la conversación.

—Pu estaría furioso si supiera que tiras las ofrendas que la gente trae a su templo, y Pu puede incluso castigar a Noada.

—Pu hará mejor en no meterse en esto —señaló O-aa—. Mi padre es un rey y mis once hermanos son hombres verdaderamente fuertes.

—¿Qué? —gritó Ope—. ¿Pero qué estás diciendo? Pu es todopoderoso y, además, Noada no tiene padres ni hermanos.

—¿Tú has sido alguna vez una Noada? —inquirió O-aa—. No, por supuesto que no. Es hora de que aprendas algo sobre las Noadas. Las Noadas tenemos un montón de todo. Yo no solo tengo un padre, sino tres, y además de mis once hermanos, tengo cuatro hermanas y todas ellas son Noadas. Pu es mi hijo y hace lo que yo le digo. ¿Hay algo más que queráis saber de las Noadas?

Ope y Furp discutieron más tarde aquella conversación en privado.

—Jamás me hubiera imaginado todas esas cosas sobre las Noadas —dijo Ope.

—Sí, pero nuestra Noada parece saber de lo que está hablando —observó Furp.

—Evidentemente, tiene que ser más poderosa que Pu —argumentó Ope—; de otro modo, la habría destruido por las cosas que ha dicho de él.

—Quizá sería más conveniente que adorásemos a Noada en vez de a Pu —sugirió Furp.

—Me has quitado las palabras de la boca —dijo Ope.

Y de esta forma, O-aa se asentó todavía más en Tanga-tanga, mientras Hodon el Ligero partía de Amoz en su desesperada búsqueda y David Innes volaba hacia el fin del mundo en el Dinosaurio II, como Perry había bautizado a su segundo globo.