VI
O-aa se sentó y empezó a hacerse cargo de su situación. Al otro lado de la arenosa playa, el terreno comenzaba a elevarse lentamente hasta formar una pequeña loma a cuatrocientas o quinientas yardas tierra adentro. Más allá de la loma se distinguían unas onduladas colinas que, curvándose hacia lo alto de aquel mundo sin horizonte, se fundían con unas lejanas montañas que, a su vez, parecían fundirse en la bruma de la distancia.
El terreno que había entre O-aa y la loma aparecía cubierto de juncos y atrofiados arbustos, así como de algún que otro árbol disperso. Los árboles le recordaron a O-aa que, allí, tendida en aquel terreno abierto, estaba cortejando a una muerte segura: era una invitación a que cualquier reptil alado pudiera descubrirla.
Se levantó y regresó a la canoa, donde, echándose el cuerpo del ciervo sobre sus hombros, recogió todas sus armas; luego miró hacia el jalok.
—¡Vamos, Rahna! —dijo, poniéndose en marcha hacia el árbol más cercano.
Un hombre, procedente de las colinas, se detuvo al borde de la pequeña loma que antes había divisado O-aa a unas cuantas yardas tierra adentro. Al lado del hombre caminaba un jalok. El individuo iba desnudo, excepto por la funda del cuchillo que llevaba al costado. Portaba una lanza y un cuchillo de piedra, arco y flechas. Al descubrir a la muchacha se arrojó al suelo, escondiéndose detrás de unos pequeños arbustos. Dijo algo al jalok y este se tendió a su lado.
El hombre se fijó en la canoa varada en la playa; luego, dirigió su mirada al jalok que acompañaba a la joven. Vio el cuerpo del ciervo. Al principio pensó que la muchacha era un hombre, pero un examen más cercano le reveló su error. Estaba desconcertado, puesto que era consciente de que allí no debería haber ninguna muchacha con una canoa y un jalok. Aquel era su territorio, y los hombres de la edad de piedra conocían perfectamente todo lo que se movía en sus pequeños dominios.
O-aa cortó un generoso cuarto trasero del ciervo y se lo dio a Rahna. Usó para ello el tomahawk y su cuchillo de acero. Luego hizo acopio de algunas hierbas secas y de leña, encendió un fuego y se cocinó su propia comida. O-aa, la esbelta y pequeña joven de rubios cabellos, desgarró la carne con sus firmes y blancos dientes, devorando lo suficiente como para alimentar a un par de granjeros. Los pellucidaros acumulan grandes cantidades de energía a través de la comida, pues a veces han de permanecer durante largos periodos de tiempo sin probar bocado. Del mismo modo, acumulan el descanso a través de largos periodos de sueño.
Habiendo almacenado todas las energías de las que era capaz, O-aa se tendió para hacer lo mismo a través del sueño. Se despertó a causa de un gruñido de Rahna. Estaba de pie a su lado, con el pelaje erizado a lo largo de su espina dorsal.
O-aa descubrió que se aproximaba un hombre. Un jalok caminaba a su lado. La muchacha cogió el arco y las flechas y se puso en pie. Ahora los dos jaloks se gruñían mutuamente. O-aa introdujo una flecha en su arco.
—¡Márchate de aquí! —dijo.
—No voy a hacerte ningún daño —replicó el hombre, que había visto que se hallaba ante una joven muy deseable y hermosa.
—Eso te lo puedo asegurar —contestó la muchacha—. Si intentas cualquier cosa, te mataré. También puedo hacer que Rahna acabe contigo. Mi compañero, mi padre o mis siete hermanos te matarían igualmente.
O-aa entendía que trece hermanos eran demasiados como para que sonase plausible.
El hombre sonrió y se sentó en la arena.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—Me llamo O-aa; soy la hija de Oose, el rey de Kali. Mi compañero es Hodon el Ligero, un guerrero de Sari. Mis siete hermanos son los individuos más grandes y terribles que jamás hayas visto en tu vida. Mis tres hermanas son las mujeres más hermosas de Pellucidar, y yo soy aún más hermosa que ellas.
El hombre continuó sonriendo.
—Nunca he oído hablar de Kali —dijo—. ¿Dónde está?
—Por allí —le señaló O-aa—. Debes ser bastante ignorante para no conocer Kali —añadió—. Kali es el país más grande del mundo. Se necesitan todas las cuevas de una cordillera para albergar a sus guerreros, que son tantos como toda la hierba que puedes ver hasta donde te alcance la vista.
—Eres muy hermosa —dijo el hombre—, pero mientes demasiado. Si no fueras una joven tan hermosa, te daría una buena paliza por mentir tanto. Puede que lo acabe haciendo de todos modos.
—Inténtalo —le desafió O-aa—. No he matado a nadie desde el último sueño.
—¡Ah! —exclamó el hombre—. ¿Entonces has sido tú quien ha matado a mi hermano?
—Yo no he matado a tu hermano. Nunca he visto a tu hermano.
—¿Entonces cómo es que tienes su canoa, su jalok y sus armas? Son suyas.
En ese momento, O-aa se dio cuenta de que quizás había mentido demasiado para su propio bien, así que decidió empezar a decir la verdad.
—Puedo explicártelo —dijo.
—Esta vez intenta no mentir —repuso el hombre.
—¿Ves esa montaña que sobresale del mar? —le preguntó, señalando la isla.
El hombre asintió.
—Salté al mar al otro lado de esa montaña desde una gran canoa para escapar de un hombre muy viejo cuyo nombre no es Dolly Dorcas —continuó O-aa—. Luego crucé hasta el otro lado de la montaña y encontré a Rahna.
—Su nombre no es Rahna —dijo el hombre.
—Puede que no lo fuera antes, pero ahora sí lo es. Y no me interrumpas. Rahna me salvó de un codon y nos hicimos amigos. Después nos dirigimos hasta la orilla del mar y allí encontré una canoa con estas armas y el taparrabos de un hombre en su interior. Si esta era la canoa de tu hermano, creo que debió meterse en el agua y fue devorado por un tandoraz; o puede que un thipdar cayese sobre él. Yo no maté a tu hermano. ¿Cómo iba a matar a un guerrero si solo iba armada con un cuchillo? Puedes ver que no tengo más armas que las que había en la canoa.
El hombre meditó unos instantes.
—Creo que ahora estás diciendo la verdad —dijo—. Si hubieras matado a mi hermano, el jalok habría acabado contigo.
—¿Ahora te marcharás y me dejarás sola? —preguntó O-aa.
—¿Y qué harás entonces?
—Pienso regresar a Kali.
—¿Sabes si está muy lejos?
—No lo sé. Kali está cerca de la costa del Lural Az. ¿Sabes si está muy lejos de aquí el Lural Az?
—Nunca he oído hablar del Lural Az —respondió el hombre.
—Eres demasiado ignorante —volvió a afirmar O-aa.
—No tan ignorante como tú, si crees que puedes llegar a Kali en esa dirección que señalas. Por allí hay una cordillera de enormes montañas que jamás serás capaz de cruzar.
—Las rodearé —repuso O-aa.
—Eres una muchacha muy valiente —dijo el hombre—. Seamos amigos. Ven conmigo a mi poblado. Quizá podamos ayudarte a regresar a Kali. Al menos, nuestros guerreros pueden acompañarte hasta las montañas. Nadie de nuestro pueblo las ha llegado a cruzar jamás.
—¿Cómo sé que no te propones causarme algún daño? —inquirió O-aa.
El hombre arrojó al suelo todas sus armas y se acercó a ella con las manos en alto. La joven le creyó.
—Está bien, seremos amigos —dijo—. ¿Cuál es tu nombre?
—Me llamo Utan; pertenezco a la tribu de los zurts.
Utan se volvió a su jalok.
—Padang —dijo; a continuación se volvió a O-aa—: Dile a tu jalok que somos amigos.
—Padang, Rahna —dijo O-aa.
Padang significa en pellucidaro «amigo» o «amigos».
Los dos jaloks se aproximaron el uno al otro, aún con desconfianza; sin embargo, una vez que se hubieron olfateado, se relajaron y acabaron moviendo sus colas, pues, al fin y al cabo, habían crecido juntos en el poblado de Zurt. No obstante, a pesar de haber sido domesticados, no hubo ningún juego entre ellos. Eran bestias salvajes, con toda la dignidad y majestuosidad inherente a su especie. Las bestias salvajes adultas tienen aún más dignidad que los seres humanos. Cuando la gente dice como insulto que una persona actúa como una bestia, en realidad debería decir que actúa como un hombre.
—¿Sabes manejar un remo? —le preguntó Utan a O-aa.
—He remado en todos los mares de Pellucidar —respondió O-aa.
—¿Ya estás mintiendo otra vez? En fin, supongo que tendré que acostumbrarme. Ahora tendrás que ayudarme a llevar la canoa de mi hermano a un lugar seguro.
—Es mi canoa —dijo O-aa.
Utan sonrió.
—¿Piensas remar a través de las montañas para llegar a Kali?
—Podría hacerlo si quisiera —repuso O-aa.
—Cuanto más te conozco, menos dudas tengo de que serías capaz de hacerlo —dijo Utan—. Si todas las chicas de Kali son como tú, estoy pensando en acompañarte para buscar una compañera.
—No creo que les gustases —dijo O-aa—. Eres demasiado pequeño. No creo que midas más de seis pies. Todos nuestros hombres miden siete pies de alto, salvo aquellos que llegan a los ocho.
—Vamos, pequeña mentirosa —repuso Utan—; cojamos la canoa.
Juntos arrastraron la embarcación hasta el agua. O-aa subió a la proa, los dos jaloks también saltaron a su interior y, en el momento preciso, Utan le dio un último empujón y también saltó a bordo.
—¡Rema ahora! —dijo—. ¡Y hazlo con fuerza!
La canoa se encaramó a la cresta de una ola y se deslizó con ella. Ambos remaron furiosamente hasta salir del alcance de las olas más fuertes; después, continuaron en paralelo a la costa hasta llegar a la desembocadura de un río, hacia el cual se dirigió Utan.
Se trataba de un río muy hermoso, cubierto por el follaje de los árboles y plagado de cocodrilos. Remaron casi una milla hasta llegar a unos rápidos. Allí, Utan giró hacia la orilla que quedaba a su derecha; luego, juntos, arrastraron la canoa hacia la frondosa vegetación, donde quedó bien escondida.
—Tu canoa estará aquí bastante segura hasta que decidas ir remando a través de las montañas hasta Kali —dijo Utan—. Ahora será mejor que vayamos a mi poblado.