IV

El globo de Perry se llenó de gas rápidamente. Hinchándose en el suelo, fue aumentando de tamaño hasta elevarse por encima de la cesta. Los Saris tenían los ojos abiertos a causa del asombro. A medida que aumentaba de volumen su envoltura se iba tensando. Las cuerdas que lo retenían se hallaban cada vez más tirantes.

Perry cortó el gas. Había lágrimas en las mejillas del anciano mientras permanecía de pie, mirando arrobado aquella cosa enorme.

—¡Es un éxito! —murmuró—. ¡Lo he logrado al primer intento!

Dian la Hermosa se acercó a él y le rodeó con su brazo.

—Es maravilloso, Abner —dijo—. Pero ¿qué es?

—Es un globo, cariño —le explicó—. Sirve para llevar a las personas por el aire.

—¿Y para qué las lleva por el aire? —preguntó Dian.

Perry aclaró su garganta.

—Bueno, pequeña, para muchas cosas.

—¿Sí? —inquirió Dian—. ¿Por ejemplo?

—Mejor que lo dejemos —dijo Perry—. No lo entenderías.

—¿Cómo harás para que vuelva a bajar al suelo? —preguntó la muchacha.

—¿Ves esa cuerda grande? La he atado al fondo de la cesta. El otro extremo gira alrededor de ese torno que hemos construido. Cuando el globo haya ascendido todo lo que deseemos, haremos girar el torno y descenderá.

—¿Para qué iba alguien querer subir ahí arriba? —preguntó Dian—. Allí tan solo hay aire, y ya tenemos aquí todo el aire que necesitamos.

—Piensa en todo el terreno que puedes abarcar con la vista desde ahí arriba —señaló Perry—. Desde allí podrías ver el Lural Az. Con ayuda de mis prismáticos, incluso serías capaz de ver Amoz.

—¿Crees que podría ver a David cuando regresara?

—Verías sus naves en el Lural Az a mucha distancia de aquí —contestó Perry—. Es posible que incluso pudieses ver a una partida de hombres que se hallase en Greenwich.

—Voy a subir a tu globo, Perry —dijo Dian la Hermosa—. Trae tus pris… pris… como se llamen. Así podré ver a David cuando regrese. Hemos dormido muchas veces y aún no hemos tenido noticias suyas desde que envió a aquel mensajero que traía órdenes para Ghak.

—Creo que será mejor que antes hagamos algunas pruebas más —dijo Perry—. Puede que tenga algún fallo que desconozcamos. Ya sabes que ha habido casos en que mis diseños no han funcionado de un modo totalmente satisfactorio la primera vez.

—De acuerdo —convino Dian.

—Pondré unas piedras con el doble de tu peso en el interior de la cesta, lo soltaré y luego lo haré bajar. Creo que eso será un buen test.

—Me parece bien —contestó la muchacha—. Pero date prisa, por favor.

—¿Seguro que no tienes miedo de subir ahí? —preguntó Perry.

—¿Cuándo has visto que una mujer de Sari tenga miedo de algo? —respondió Dian.

Hodon decidió retroceder hasta la cumbre de los riscos que dominaban Kali. Tenía un plan en mente, pero dependía de que Fash encerrase a David Innes en la caverna situada en la cornisa superior.

Un poco antes de llegar a los riscos se detuvo y le dijo a O-aa que permaneciera escondida entre los arbustos.

—¡Y no hables! —le ordenó.

—¿Cómo? —exclamó O-aa—. ¿Quién eres tú para prohibirme que hable?

—Eso da lo mismo —contestó Hodon—. Y no empieces a hablarme de tus parientes. Me pone enfermo. Lo único que tienes que tener en cuenta es que, si hablas, alguno de los guerreros de Fash puede oírte y acercarse aquí a investigar. Y otra cosa más: si dices una palabra antes de que vuelva, te cortaré la garganta. ¿Serás capaz de recordarlo?

—Espera a que mi hermano…

—¡Cállate ya! —estalló Hodon, que comenzó a alejarse hacia la cumbre del risco.

Al aproximarse a él, se tendió de bruces y comenzó a arrastrarse como si se tratara de un indio apache, llevando un trozo de arbusto en su mano. Al llegar al borde del risco, sostuvo el pequeño arbusto frente a su rostro y avanzó con mucha más lentitud. Ahora podía ver el poblado de Kali. Permaneció inmóvil y esperó. Esperó con la paciencia propia de un hombre primitivo.

Pensó en David Innes. Daría gustosamente su vida por él. Pensó en O-aa y sonrió. La muchacha tenía espíritu, y a los saris les gustaban las mujeres con espíritu. Además, era innegablemente hermosa. El hecho de que ella lo supiera no disminuía su encanto. Hubiera sido idiota si no se hubiera dado cuenta de que era hermosa y una hipócrita si hubiera pretendido no serlo. Es cierto que hablaba demasiado, pero una mujer parlanchina era mejor que una que no dijese nada.

Hodon pensó que O-aa era una muchacha muy deseable, pero también era consciente de que la joven no sentía lo mismo por él. Había sido demasiado franca al exteriorizar su disgusto. No obstante, a veces un hombre tomaba a una compañera contra su voluntad. Meditó bastante en esta cuestión. El problema era que David Innes no aprobaba el viejo método de que los hombres golpeasen a las mujeres con un garrote y las arrastrasen luego hasta su cueva. Había impuesto leyes muy severas a ese respecto. Ahora ningún hombre podía tomar a una mujer sin su consentimiento.

Mientras aquellos pensamientos discurrían por su mente, vio como varios guerreros se aproximaban al poblado. Aparecieron ante su vista procedentes de una abertura en la frondosa selva. Sí; eran los suvios con sus prisioneros. Divisó a David Innes. Caminaba con la cabeza erguida, del mismo modo que lo hacía tanto cuando recorría el camino de la paz como el de la guerra. Nadie había visto jamás a David Innes inclinar la cabeza. Hodon se sentía orgulloso de su emperador.

Hubo un breve alto al pie del risco. A continuación, varios prisioneros fueron conducidos hacia él y obligados a subir por las escalas. ¿Sería David Innes uno de ellos? Tantas cosas dependían de aquel hecho que Hodon sintió como se aceleraban los latidos de su corazón.

Era imposible que se acomodase a todos los prisioneros en la caverna de la cornisa superior. A algunos se les confinaría en otros lugares y otros serían asesinados. Hodon estaba seguro de que ningún miembro de la Guardia Imperial aceptaría la oferta de Fash y traicionaría al Imperio.

¡Sí! ¡Allí estaba David Innes! Los suvios se mostraban particularmente crueles con él. Le aguijoneaban con sus lanzas para obligarle a ascender por las vacilantes escalas. Le habían desatado las muñecas, pero lo habían hecho después de asegurarse que Fash no se hallaba cerca.

Cada vez le obligaban a subir más arriba. Finalmente, llegó a la última escala. Hodon sintió una gran alegría en su interior. Ahora tenía una oportunidad. De acuerdo en que su plan estaba lleno de puntos oscuros, pero al menos había una oportunidad de que funcionase; una sola oportunidad.

Una hora de noche hubiera facilitado enormemente las cosas a Hodon. Pero el sari desconocía lo que era la noche. Desde el momento de su nacimiento lo único que había conocido era un largo y perpetuo día con un estacionario sol colgando eternamente en su cénit. Como siempre, cualquier cosa que se dispusiese a hacer tendría que llevarla a cabo a la luz del día, con una gente que no necesitaba de la oscuridad para poder dormir: al menos la mitad de ellos permanecerían despiertos y alerta durante todo el tiempo.

Siguió observando hasta que vio a David Innes entrar en la cueva prisión; luego se arrastró hacia donde se encontraba O-aa. ¡La muchacha se había quedado dormida! Era realmente adorable. Su esbelto y bronceado cuerpo se hallaba casi desnudo, revelando la perfección de su figura. Hodon se arrodilló a su lado. Por un instante se olvidó de todo, de David Innes, del honor, del deber. Se agachó y tomó a O-aa entre sus brazos. Presionó sus labios contra los suyos. Entonces la muchacha se despertó con un sobresalto. Con la rapidez y agilidad de un gato le propinó un golpe en la boca, al tiempo que sacaba el cuchillo de su funda.

Hodon retrocedió rápidamente, aunque no lo suficientemente rápido. El cuchillo de basalto le hizo un corte de unas seis pulgadas en el pecho. Hodon no pudo reprimir un gesto de admiración.

—Bien hecho —dijo—. Algún día, cuando seas mi compañera, estaré muy orgulloso de ti.

—Antes me uniré a un jalok —repuso la muchacha.

—Te unirás a mí y lo harás por tu propia voluntad —contestó Hodon—. Ahora ven a ayudarme.