Notas
[1] El viaje que realizaron fue exactamente desde Londres, con salida el l8 de junio de 1975, a Yakarta. En la capital de Java pasaron dos días haciendo acopio de todo el material que llevarían en la expedición y, desde Yakarta, un avión de la petrolera los llevaría hasta la isla de Sumba, al sureste de las islas de Indonesia. Desde algún punto al sur de esta isla de Sumba, despegaría el hidroavión en dirección sudoeste con todos los pertrechos necesarios. <<
[2] Las máquinas y todo el instrumental de emisión y registro de ondas eléctricas, tales como el de potencial espontáneo, resistividad, gamma ray o neutrón con las que Bobby y C. P. recogerían la calidad de roca, su porosidad y saturación de fluidos (agua, petróleo o gas), iban encerradas en maletines prácticamente herméticos. Sabían bien ambos que las probabilidades de que aquel material estuviera en buen estado eran muy altas. Aunque el generador eléctrico, sin embargo, había quedado inutilizado, y nunca más podrían usar la radio, que también había sufrido daños irreparables, mucha parte del material disponía de sus propias baterías, que requerían muy poco amperaje para su funcionamiento y podían durar varias horas de uso continuado. <<
[3] Sin duda, fue algo muy extraño el encontrarse con aquel ejemplar extraviado. La parte sureste, donde se hallaban, y tan cerca de la playa, era la zona más tranquila, en la que habitaban los seres más indefensos y apacibles. La región de las ratas gigantes era sin duda la zona noroeste de la isla, más allá de la quinta fila de montañas que la dividían en dos y que servia de muralla supuestamente infranqueable a la fauna de ambos lados dentro de aquella geografía escindida. Hay que resaltar pues el hecho de que C. P. no se volvería a encontrar jamás con un animal de esos más acá de la quinta línea de montañas. <<
[4] Sobre este respecto, acerca de la estructura social del clan, C. P. dejó anotaciones muy contradictorias; mi humilde aportación a esta cuestión es que la propia presencia de nuestro congénere, a la que hay que añadir su particular forma de comportarse con aquellos seres, debió subvertir el orden de cualquier estructura o jerarquía previas, hasta el punto de que él mismo no fuera capaz de percibir unas reglas demasiado nítidas. Así fue al menos todavía durante aquel segundo año entre los doradillos. <<
[5] Por la benignidad propia de la isla, la tasa de natalidad era mucho más alta que la de mortalidad, y C. P. venía intuyendo desde hacía tiempo que ese desequilibrio era solventado por algún tipo de intervención de carácter ritual mediante la cual los doradillos regulaban su población. Estaba a punto de descubrirlo. <<
[6] «Vamos lejos, hacia allí: ¿hay o habrá algún peligro?». A C. P. le habría gustado poder expresar más concretamente si se estaban dirigiendo hacia el territorio de los dragones, pero aquel lenguaje, aparte de ser esencialmente referencial, incluso para describir cosas exteriores parecía resultar limitado. No quiero llevar esta narración por el terreno de lo científico, pues como adelanté desde el capítulo II, mi pretensión es otra; pero sí quiero hacer una pequeña concesión al análisis científico en lo que, a todas luces, no parece sino una larga alucinación, una deformación absurda e imposible de cualquier realidad antropológica. Sin duda, las lenguas del mundo no muestran superioridad unas sobre otras: pese a la opinión vulgar, el hombre ha desarrollado sistemas lingüísticos perfectamente igualitarios, donde no caben más diferencias que las superficiales de la extensión léxica y las de una adaptación al sistema comunicativo y semántico de cada cultura. De ahí que cualquier tribu humana, cualquier pueblo o cualquier etnia por perdidos que pudieran encontrarse, solo puedan hablar algo de igual rango en su categorización más profunda (la sintaxis y su potencia referencial y autoreferencial) que el español, el inglés, el francés, el alemán, el italiano, el chino o cualquier otra lengua viva que se nos ocurra. Esto significa que a la igualdad entre los hombres sigue la igualdad entre las lenguas; no puede haber un ser humano de lengua inferior a otra. Sin embargo, los doradillos parecían encontrarse en un verdadero estadio de lenguaje incipiente. Disponían ya de un lenguaje articulado, pero sin una sintaxis desarrollada, apoyado máximamente en la gestualidad, cargado de iteraciones fonéticas, con rasgos prosódicos limitadísimos, únicamente referencial y lleno todavía de sonidos espontáneos imposibles de sistematizar, y esto nos hace situarnos ante homínidos pre-sapiens. C. P. recogió en sus extensas notas elaboradas a lo largo de los años aquí en el hospital todo un manual antropológico y lingüístico de los hombrecillos dorados, de cuyos datos solo me volveré a servir para continuar con mi narración novelada y nunca más para aburrir al lector con disquisiciones pseudocientíficas que no competen además a un psiquiatra como yo sino más bien a un filólogo. <<
[7] Además del fuego, tenían un mínimo dominio sobre la talla de piedra, y contaban con hachas de mano y puntas de lanza. Por lo demás, prescindían de todo tipo de útiles o recipientes para bebida o comida. No usaban ningún tipo de vestido ni calzado. No construían ningún tipo de empalizada, ni muros; como se ha dicho, nada de construcciones. La naturaleza les había provisto de cuevas y un clima no letal. Su grado de desarrollo parecía simplemente acorde con sus necesidades. No había en la isla más aspiraciones que las que había importado Pet del más allá. Las reflexiones sobre la posible religiosidad de los doradillos abre unas posibilidades a la antropología cultural de enorme interés; si realmente, según reflejan las notas de Camilo Pedro, podía entreverse algún tipo de brote de religiosidad a un nivel inconsciente y colectivo (desprovisto sin embargo de manifestaciones rituales o celebraciones aparentes, gestos hacia los que los doradillos no parecían muy inclinados, y sin una especial afección por la vida de ultratumba), sería fácil relacionar su desarrollo con el momento exacto de su desarrollo lingüístico. La coincidencia de esos dos fenómenos en el progreso cultural de la tribu daría muchas pistas sobre hasta qué punto el desarrollo de la lengua supone el desarrollo mismo del fenómeno humano en sí, de su idiosincrasia colectiva que convierte al conjunto de la especie en lo que conocemos como «humanidad» con todas y cada una de sus notas. <<