Lori trataba de calmar el estremecimiento en los huesos, que no era por la lluvia sino por el beso que acababa de compartir con Mike. La ropa le pesaba, pero no tenía frío, estaba molesta por lo que había sentido en cuanto él le rozó la piel. Presionó los dedos contra los labios. Un beso de Mike tenía más pasión que cualquier otro encuentro que hubiera experimentado. La habría devorado viva si el sonido del móvil no los hubiera interrumpido. Por Dios, ella casi experimenta un orgasmo, soltó una carcajada nerviosa, la caja de Pandora se había abierto, no había marcha atrás. Su mente voló al recuerdo de la noche compartida, ¿cómo encarar algo que él ni siquiera recordaba? Mike la quería en su cama, eso era evidente, pero ¿y los sentimientos qué? Esta vez ella no arriesgaría su corazón a una carta como años atrás, no era tan imbécil, la madurez la había adquirido para algo.
—Lori —la saludó Julia al verla entrar en el salón calada hasta los huesos.
—Hola, perdona la demora.
Se vio en el espejo, el cabello húmedo, la ropa mojada y mirada de desconsuelo.
—No te preocupes.
Una de las dependientas se acercó con una toalla, Lori se quitó la chaqueta que la mujer recibió.
—¿Desaparecieron los taxis de la ciudad?
—Vine andando —fue la lacónica respuesta de ella.
Entró al vestier, se quitó la ropa, una mujer de ascendencia oriental se la llevó y le dejó una bata acolchada de la misma calidad de la que Julia tenía puesta. Sabía que estarían el resto de tarde en el lugar. Se peinó el cabello con los dedos y salió de nuevo al salón donde su amiga la esperaba sentada en un cómodo sofá. Otra dependienta entró con una bandeja en la que reposaba una taza de té.
—¿Qué pasa? Tienes cara de haberte encontrado con un espanto.
Lori sonrió, tomó la taza humeante y declinó el azúcar.
—No es para tanto.
Lori envidió de pronto a Julia, pero era envidia de la buena, de querer las mismas cosas para ella, un amor, compromiso, hijos. Nunca se lo había planteado, estaba satisfecha con su vida hasta la llegada de Mike y el beso...
—Algo sucede, dime de una buena vez. Estás muy callada —observó a Lori y dejó la taza de té en la mesita esquinera.
—Es Mike.
—¿Qué pasa con él?
Lori soltó la taza, se levantó y caminó por la estancia. La dependienta se acercó con unos vestidos que colgaban de una percha rodante, pero ante una seña de Julia volvieron a quedar solas.
—No sé qué diablos pasa, desde que trabajamos juntos, siento que estoy en una maldita burbuja.
Lori procedió a contarle a Julia con pelos y señales los encuentros con Mike hasta el beso compartido media hora atrás.
Julia levantó la ceja, la miró de reojo y exteriorizó:
—¿Han hablado de esa noche?
Lori le devolvió una mirada sorprendida e incrédula.
—¡No! Cómo se te ocurre, me moriría de vergüenza. Le rogué sexo. Gracias a Dios no lo recuerda.
Julia levantó una ceja y chasqueó los dientes.
—No me vengas con cuentos, Lori Stuart, yo estuve allí, sufrimos juntas dos o tres semanas hasta la llegada de tu periodo. Tú deseas que él lo recuerde porque para ti no fue solo sexo, estabas enamorada de él.
Lori enrojeció. Recordó el beso y la multitud de sensaciones.
—¡Lori Stuart, aún estás enamorada de Mike Donelly!
—¡No!
—No me mientas, te conozco y muy bien ¿Cuándo fue la última vez que saliste con alguien?
—¿A qué viene eso?
—Contesta.
—Hace algunos meses.
—¿Cuántos?
—Ocho meses o algo así.
Lori se acercó a un ramo de flores y aspiró el aroma.
—Más o menos el tiempo que volviste a ver a Mike.
—He estado ocupada, esa campaña ha sido de locos.
—Excusas, desde que apareció Mike en tu vida todos los hombres te parecen insípidos.
—¿Cómo diablos sabes eso?
—Fue lo mismo que me pasó con Nick.
—Con la diferencia que tú estabas comprometida para casarte con don aburrido.
A lo mejor se preocupaba por nada. Era un beso, un simple beso y nada más, una atracción sin resolver entre dos personas que se consideraban atractivas. “Sí y las vacas vuelan”.
Ante un gesto de Julia la vendedora entró con la percha de vestidos de dama de honor.
—Nada de colores rosados o azules, me niego a verme como un ponqué glaseado de crema rosa. Recuerda el matrimonio de Dora Parker, el novio debió suspender la boda al ver aparecer las damas de honor de color fucsia. Era una señal de lo que le esperaba al pobre tipo.
Julia soltó la carcajada.
—No todos hacemos caso a las señales.
A Julia le preocupaba Lori, esa noche años atrás fue un hito en su vida, así lo disimulara con su alegría y su eterna sonrisa. A veces pensaba que la alegría de su amiga escondía algo de tristeza. No quería que sufriera. Tenía un gran corazón y merecía un hombre excepcional.
Lori salió del vestier con el vestido, lo modeló ante el espejo.
—Te ves bellísima, si mamá te viera no te dejaría ponértelo, diría que me opacarías.
Lori bufó incrédula. Era un hermoso vestido de raso color beige con destellos de colores muy suaves, strapless, pegado al cuerpo y a la rodilla.
—Pensé que ibas a estar con Liz, estoy sorprendida, parece un general. —Sonreía Lori—. Me trajo recuerdos, pensé que los años la habían aplacado.
—Nunca —la miró con gesto resignado—. El zorro pierde el pelo nunca las mañas.
Lori se dio la vuelta.
—Gracias a Dios tu gusto es impecable.
Caviló en el peinado que se haría y los zapatos que usaría.
—Siempre, volviendo a lo tuyo ¿por qué no te das una oportunidad con Mike?
Lori soltó una carcajada, el vestido de Julia hizo su aparición.
—Más bien mídete tu vestido.
—No es broma, de pronto las cosas funcionan.
—Ya veremos —dijo Lori dirigiéndose al vestier para cambiarse.
Salieron casi al tiempo del probador, el vestido de Julia era perfecto y no podía estar más feliz por ella.
—¡Oh, Julia, es precioso!, a Nick le dará un infarto.
—Esa no es la idea, lo único que quiero es dejarlo con la boca abierta.
—Amiga, lo vas a dejar babeando.
—¿Tú crees? —la miraba ilusionada.
—Estoy segura.
Era un precioso vestido color blanco, pero con ligeros destellos color champaña, entallado en la cintura, los hombros descubiertos y el vuelo de la falda no era muy amplio. El velo le caía hasta los pies. Después de unas indicaciones para soltar un poco la cintura, que es lo primero que se pierde cuando se inicia un embarazo, ya Lori con la ropa seca, salieron del salón de novias a comprar lencería. Nick adoraba la lencería de La Perla y Julia quería sorprenderlo en la luna de miel con varios conjuntos de ropa interior y negligees.
—Vaya, vas a usar todas tus armas, por lo que veo —señaló Lori, observaba la fina prenda color champaña que tenía Julia en sus manos.
—No te quepa la menor duda —sonrió Julia satisfecha de su elección.
El sábado en la noche después de la reunión de AA, Mike salió con su grupo a la cafetería, invitó a los dos chicos y a Althea a comer. La joven estaba de muy buen ánimo, había empezado a trabajar de mucama en el Admiral de Los Ángeles y se había mudado a un vecindario sin tanto problema como Compton. Esa tarde visitó a los gemelos y los chiquillos estuvieron más receptivos con ella. Mike admiraba la lucha de Althea por sus hijos y su mente recordó que su madre no había tenido esa misma voluntad de luchar por ellos.
El domingo fue a una barbacoa organizada por Patrick, el esposo de su hermana Isabella. El día era soleado, no parecía acorde con el otoño. La familia Davenport, vivía a pocas cuadras de la casa de Mike en Malibú, en una vivienda típica de playa, con grandes ventanales que daban al mar, la decoración era acogedora y moderna, tenía un bello jardín en la parte de atrás, que su hermana cuidaba con mimo.
Había meditado desde el día anterior sobre sus sentimientos por Lori, no estaba enamorado, pero la deseaba como hacía años no deseaba a una mujer. A raíz de su problema con el alcohol, se había vuelto muy cauto en sus relaciones con el sexo opuesto. Antes de entrar a Alcohólicos Anónimos, era un hombre que si le gustaba una mujer, iba tras ella sin contemplaciones de ningún tipo. No involucraba sentimientos, “un anarquista en el amor”, le había dicho una vez su hermana Isabella y tenía razón, le parecía un sentimiento complicado. No era material para hacer feliz a una mujer. Si no existieran los lazos que los unían, en ese momento Lori estaría en su cama, pero estaban los nexos con los Stuart, su amistad con Peter durante sus años universitarios. El hogar de Lori fue su hogar, no quería decepcionar a una familia que había evitado más tragedias en su vida.
—¡Tío Mike! ¡Tío Mike!
Dos chiquillas de nueve y doce años atravesaron la puerta, eran preciosas, aunque la de doce años llevara gafas y frenos dentales, tenía unos hermosos ojos azules, herencia del padre y cabello oscuro como la madre, la menor era muy parecida a Isabella cuando era chica. Les seguía una hermosa mujer alta y con abundante cabellera negra, muy parecida a Mike. Eran los únicos exponentes del sexo femenino con los que se sentía libre de demostrar cariño y afecto.
—Volviste a encontrar el camino. —Lo abrazó—. Casi te olvidas de nosotros.
—El trabajo ha estado de locos y más ahora con el matrimonio de Nick encima.
—¿Nick se casa? —profirió la mayor de los Davenport con mirada atormentada.
La mujer blanqueó los ojos.
—Ya, Melody no seas tan dramática, guarda el teatro para la obra de la escuela —dijo su madre.
—Es injusto, yo quería casarme con él.
—Pero qué dices, en unos años lo considerarás un abuelo —dijo Mike con una sonrisa. Recordó que Isabella ya casada y embarazada de Carole había conocido al par de amigos, no pudo evitar admirar lo guapos que eran.
Miró a su hermana con burla.
—Lo que se hereda no se hurta.
Isabella llevó el dedo a los labios pidiéndole silencio.
—Tío, vamos a la piscina —intervino la menor llamada Carole a la que le importaba cinco el matrimonio de Nick.
Carole era posesiva con su tío, lo tomó de la mano y lo llevó al patio donde un hombre, el esposo de su hermana, organizaba una barbacoa.
—Por fin llegas, no sabes lo que es estar rodeado solo de mujeres, necesitaba aumentar el nivel de testosterona de este lugar o mi color favorito iba ser el rosa.
Isabella, le regaló un beso que él profundizó. Había hablado en broma, adoraba a sus mujeres.
—Tú color favorito ya es el rosa, cabrón.
—Uy mami, hay que traer el frasco de la cocina, tío debes dos dólares.
Carole corrió a la cocina. Mike levantó las cejas sorprendido y elevó la comisura de los labios.
—¿Y eso?
—Sí, amigo —sentenció Patrick—. Es la multa por decir malas palabras.
—Eso es nuevo.
—Sí, desde que descubrí una pelea de Carole y Melody donde salieron a relucir unas cuantas —dijo Isabella, recibió el frasco de manos de Carole y lo extendió hacía Mike.
Mike puso el dinero en el recipiente. Luego se quitó la camiseta, tomó a Carole por sorpresa y se tiró con ella a la piscina. Melody lo siguió, Isabella los observaba desde una de las sillas. Nadaron y jugaron un buen rato, hasta que el apetitoso olor que expedía la barbacoa, los sacó del agua. Mientras se secaba, ella se le acercó.
—Hace meses que no llamas a papá.
Mike levantó la cara enseguida, con un brusco ademán se separó unos pasos de ella.
—¿Desde cuándo eres su recadera?
Isabella nerviosa, se mordió los labios. Recordó la vez que había visitado a Pedro Donelly y había arreglado las cosas con él, por ella misma y por sus hijas. Su padre se había casado en la treintena y habían pasado años antes de dejar a su esposa embarazada. Pedro no era viejo, pero tampoco un jovencito, era un ser humano solo y arrepentido de sus malas decisiones. Isabella sabía que era un proceso largo el perdonar a su padre la negligencia y el abandono en que tuvo su hogar, pero era un buen comienzo empezar a hacer las paces con su pasado.
—Hace mucho tiempo, Mike, no es sano que mis hijas crezcan lejos de su abuelo. —Isabella observó a sus pequeñas—. No entendían por qué no lo visitaban.
—Me lo tenían bien escondido ¿Eh? —la miró sorprendido.
Ella titubeó y habló con tono anhelante.
—Sabíamos que te molestaría, pero ellas lo necesitan y él a ellas.
La respuesta de Mike fue deliberada y dura.
—Mi padre nunca ha necesitado a nadie, solo a sus fursias.
Patrick frunció el ceño, estaban algo alejados, él no alcanzaba a escuchar lo que hablaban el par de hermanos, pero no le gustaba la pose beligerante de Mike.
—Por Dios, Mike. ¿Qué quieres que haga? —preguntó ella— Ellas quieren a su abuelo. Por primera vez en mi vida veo a mi padre vinculado emocionalmente con alguien.
Mike chasqueó los dientes y una sonrisa irónica vistió sus facciones.
—No me digas.
—Él las adora y eso ha permitido que no esté tan solo en ese mausoleo en el que vive —lo miró seria— ¿Por qué no lo visitas?
—Isabella —movió la cabeza de un lado a otro—, no sabes lo que me estás pidiendo.
—Lo sé, ya es hora de dejarlo ir. Sé que te traicionó de una manera horrible, pero lo hizo por tu bien, Rosario…
Mike soltó una carcajada irónica y con ademán de disgusto la interrumpió:
—No sabes de lo que hablas. Ese es el único favor que me ha hecho.
Isabella se quedó callada, no quería forzar las cosas, pero tenía que hacer reaccionar a su hermano de alguna manera.
—Así no lo veas, esa es una de las cosas que te impide tener un hogar y el amor de una buena mujer.
Mike soltó otra carcajada esta vez más alegre, como si Isabella le hubiera contado un chiste.
—No le des a ese episodio una importancia que no merece. Casi nos quedamos en la calle por su incompetencia, eso sí fue relevante.
Mike se dijo que Isabella no conocía toda la verdad y no sería él el que la iluminara. Respecto al episodio al que se refería su hermana, ella estaba de viaje por Europa cuando ocurrió. Mike tenía diecinueve años e Isabella veinte. Seguro se enteró a su regreso.
—Estás en un error.
Patrick los interrumpió.
—¿Todo bien?
Isabella se acercó a su marido y le brindó una sonrisa que le sirvió para disimular la tensión entre el par de hermanos.
—Sí, mi amor, todo muy bien. Vamos a almorzar.
Mike las siguió.
—¡Qué delicia! —exclamó Isabella.
El almuerzo transcurrió en calma, las chicas amenizaron la conversación, Mike estuvo algo callado y rato después se despidió.
Ya en su casa se encerró en el estudio. Volvió a revivir lo ocurrido trece años atrás. Rosario, Rosario, repitió en una letanía llena de desprecio. Recordó las primeras vacaciones al concluir el primer año de universidad. Ella era la nieta de la cocinera de la casa, que había llegado de México en busca de una mejor vida. Se había enamorado y no le importaban sus orígenes, estaba hechizado por sus delicadas facciones, sus ojos pícaros y su cuerpo de diosa latina que le tenía las hormonas alborotadas, mayor que él dos años, se encontraban en la noche detrás de la casa del jardinero. Recordó los primeros avances y como la chica se le resistía.
—Ten calma, pronto estaremos juntos.
Él quiso preguntar cuándo pero no se atrevió y se dedicó a cortejarla con regalos, paseos en coche y cenas en la playa, hasta que cedió, con algo de reserva y timidez, cuando él pensaba que ardería en su propio fuego si no la poseía. Pasaron un fin de semana en la casa de la familia en isla Balboa, ellos solos, la habitación poseía un gran ventanal desde el que se veía el mar. Pensó que jamás se saciaría de ella, una mujer evasiva, exótica y exquisita, que lo consumió con su ardor. Dejó de beber y decidió hacer más deporte. Le propuso matrimonio, le prometió que haría cualquier cosa por ella. Rosario no le dijo ni sí ni no. De vuelta a la casa, se encontraban cada vez que podían, la servidumbre empezó a hablar. Por su padre no se preocupaba, apenas le prestaba atención en medio de sus amantes caras y el juego.
Se sorprendió cuando lo mandó a buscar una tarde al estudio a una hora determinada. Pensaba en la mejor manera de abordar el tema de Rosario cuando abrió la puerta del estudio y encontró a su padre y a la joven besándose.
Mike dominado de manera súbita por una intensa furia, se acercó a ellos, dio un golpe en el escritorio, sus ojos relampagueaban.
—¡Quítale las manos de encima malnacido! —exclamó, pensó que su padre se estaba aprovechando de ella, pero un gesto en la cara de la mujer, le dijo que era consensuado.
—¡Qué bien, hijo! —exclamó Pedro—. Únete a la fiesta.
Mike estaba tan sorprendido, que apenas pudo pronunciar palabra. Se percató que la mujer tenía la blusa abierta y el sujetador, de abrochar por delante, colgaba a ambos lados. Se le subió la sangre a la cabeza, sus ojos volvieron a relampaguear.
—¡Eres una puta! —lanzó con desprecio. Luego miró a Pedro—. Gracias padre, está vez te superaste. Es lo único bueno que has hecho por mí en esta jodida vida.
Salió dando un portazo.
El jardinero se apiadó de él, ya enterado de lo que era vox populi en la mansión, le explicó lo que de verdad había sucedido:
—Tú padre podrá ser el incordio más grande de la vida, pero en esto actuó por ti. Aunque no te niego que también miraba a la chica con ganas y ya le había hecho sus avances. Ésa era una oportunista, si de verdad hubiera sentido algo por ti, no hubiera sucumbido a tu padre. Rosario lo único que quería era salir de pobre y vio en ti o en tu padre el medio para hacerlo.
Meses más tarde, se enteró de que su padre le había dado diez mil dólares a la chica, al tiempo que la había hecho su amante durante varios meses. Eso era lo que no le perdonaba, que hubiera tenido una relación con ella después de lo ocurrido, sin tener en cuenta sus sentimientos, cuando imaginarlos juntos, le nublaba el pensamiento y le corroía las entrañas.
Con el tiempo hizo las paces con su padre pero se volvió frío y distante en su trato con él. Lo único que lo hacía sentir era Isabella, la amaba y la protegía como a nadie. Se había forjado una gruesa armadura hecha de cinismo y desamor, solo Isabella podía atravesarla. Lo ocurrido con los hoteles fue la gota que rebosó la copa y abrió aún más la brecha que existía entre los dos.
En cuanto a su vínculo con las mujeres, pensaba que Isabella se equivocaba, no se enamoraba porque no le daba la gana, no porque Rosario le hubiera hecho aquello. Los primeros años después del desengaño, tenía una pésima opinión de las mujeres, pero con el tiempo lo había superado o eso creía, había tenido unos pocos amoríos, se había encoñado un par de veces y más adelante cuando tuvo su problema de alcohol y luego el arduo trabajo con los hoteles, convirtió sus relaciones en un simple intercambio de placer, solo satisfacción física. Sí, era gentil, considerado, amable y muy generoso, siempre tomaba de ellas lo que estuvieran dispuestas a darle, no era ningún tonto, pero las despachaba sin contemplaciones de ningún tipo si le exigían algún tipo de compromiso. Ellas estaban ahí para su uso y disfrute, nada más.