Tenso e inquieto, Mike arribó al aeropuerto Midway a las ocho de la noche. Se le pasó por la cabeza que solo había visitado Chicago en una ocasión y cuando el fuerte viento lo golpeó como una cachetada, se dijo que a lo mejor no había sido su decisión más inteligente ya que la información provenía de un hombre a quien no le simpatizaba, pero el caso era que lo había hecho sin confirmar con nadie más. Ni siquiera con la recepción del lugar en que vivía Lori.
Se alojó en el Radisson Blue,en una habitación con vista al lago. Había nevado más temprano, el paisaje parecía el de una postal de navidad. Mike odiaba el frío, no le gustaba la nieve y andar abrigado con kilos de ropa, pero en esos momentos, podría ir al polo norte a buscarla si era necesario. Sus pensamientos estaban desbordados por ella, ¿cómo la abordaría?, no tenía idea, tendría que desplegar un encanto que sabía que tenía en alguna parte aunque algo refundido. Confiaba en que este viaje fuera por fin el hilo conductor de su vida.
Se dio una ducha caliente y se vistió de manera informal, jeans algo gastados, el cinturón le bailaba en la cintura, había adelgazado, contempló su imagen en el espejo, no tenía la mejor cara, pero tendría que bastar.
Con la expectativa del próximo encuentro a flor de piel, llegó a la dirección del domicilio de Lori. En recepción le dijeron que no se encontraba. Eso no lo amilanó, se sentó en un cómodo sofá y con una revista en sus manos se dispuso a esperarla. Había vuelto a nevar, levantaba la vista en cuanto la gente entraba y salía, pasó media hora, una hora ¿dónde diablos se encontraba?, ¿y si estaba con otro? No era un hombre inseguro, pero recordó las palabras de Peter y éstas se encargaron de aguarle la fiesta. Ella podría tener al hombre que quisiera a sus pies, se la imaginó enamorada de otro y fue como si dagas se clavaran en su pecho. Todos sus planes sobre abordarla de manera gentil, se fueron por la borda al verla llegar acompañada de un hombre de su misma edad, pelo largo y pinta de hippie, con tatuajes en el cuello y las manos. Mike clavó los ojos duros y fríos en la mujer y con los labios apretados, los observó con expresión demasiado calmada. Demasiado tranquila.
Estaba hermosa, aunque mucho más delgada y con ojeras debajo de sus preciosos ojos, la sensación en la boca del estómago se acrecentó cuando en un gesto se quitó el gorro de lana y la mata de cabello largo y pesado hizo aparición. El hombre que la acompañaba no quitaba su codiciosa mirada de sus facciones. Ninguno se percató de su presencia. Mike vio todo rojo cuando Lori se despidió del bastardo. Hasta él llegó el sonido de su voz.
—Me divertí mucho, muchas gracias.
El hombre se acercó y le dio un suave beso en los labios, que en segundos hizo más profundo.
Mike se levantó y enseguida se dirigió a ellos.
—Suéltela —exclamó en tono de voz ronco e irascible.
Lori volteó la cabeza para encontrarse con la expresión furiosa de Mike, abrió los ojos como platos al tiempo que un gesto parecido al temor se apoderaba de su expresión.
—¡Mike!
El hombre que la acompañaba lo miró desconcertado.
—Lori, ¿qué pasa? —preguntó pidiendo una explicación y Lori estaba tan asombrada que no pudo contestar.
Mike se dispuso a despedir al hombre sin contemplaciones.
—Amigo, su presencia sobra, ya llegué yo. Adiós.
El joven al ver el mutismo de Lori y que no desprendía la mirada del intruso, decidió retirarse.
—¿Estarás bien?
Lori hizo un gesto un afirmativo.
—¿Segura? —insistió.
—Segura, ve tranquilo.
El ruido de los pasos del joven al retirarse, resonó en el silencio de la recepción.
Mike se acercó hasta quedar frente a frente, observó como Lori enrojeció de repente y como sus ojos lo miraban como dagas directo al corazón.
—¿Se puede saber qué rayos te pasa? ¿Qué haces aquí? —¿Cómo se atrevía a arruinar el frágil equilibrio que ella había encontrado en esos días, solo con aquellos ojos matadores y su voz ruda?
—No me pasa nada y necesitaba verte —la voz masculina sonó tranquila y razonable—. Vine a recuperar lo que es mío.
Lori alzó la barbilla odiando cada latido de corazón que sabía le pertenecía a ese hombre, odiando cada recuerdo que pasó por su mente y odiando la necesidad que la asaltó de arrebujarse en su pecho y no salir jamás de allí, sintió la burbuja diluirse y se odió aún más. Se enfureció ante el deseo que sintió de gritarle por causar el caos en su interior.
—Aquí no hay nada tuyo, además, me trataste como si fuera un objeto inservible.
Había vuelto a colarse en su vida. No, por nada del mundo saldría lastimada otra vez, caviló ella.
—¿Dejaste San Francisco por mí? ¿Vas a vivir ahora en Chicago?
Jack no le había aclarado ese punto, todo el viaje estuvo inquieto, pensando si habría dejado la ciudad por lo ocurrido.
—No, no dejé San Francisco por ti. Tengo una vida, Mike, no todo gira a tu alrededor. ¿Qué haces aquí? —Irguió la cabeza y enderezó los hombros con gesto desafiante—. Ah, ya entiendo, vienes por un revolcón. ¿Se acabaron tus existencias en California?
—Yo sé que quieres herirme y lo merezco, pero no te voy a permitir que denigres lo que tuvimos —expresó ofendido.
—Lo denigraste tú.
A Mike no le pasó desapercibido el tono triste y vulnerable en la voz de Lori y quiso ponerse de rodillas y pedirle perdón.
—No, Lori, estás equivocada, no he venido a eso.
—Ah, entonces debe ser por trabajo, lo siento Mike, estoy de vacaciones —le regaló una mirada altanera, giró sobre sus talones y se dirigió al ascensor, pulsó el botón nerviosa. Quería desaparecer y llorar su pena, pues a pesar de su bravuconería, de todo lo ocurrido y del lavado de cerebro de estas semanas, no había dejado de amarlo ni un maldito minuto.
—No, tampoco es por trabajo —le contestó poniéndose a su lado.
Lori se concentró en el tablero del ascensor, faltaban diez pisos para que llegara y se acabara la tortura.
—Hiciste una escena —dijo sin mirarlo—, deplorable, además.
—No pude tolerar que ese hombre te pusiera sus manos encima —le tocó el brazo para que lo mirara y esa simple caricia los afectó.
—Deja que otro hombre me quiera —contestó.
Él la aferró más fuerte del brazo y mirándola con ojos como carbones encendidos.
—¡Nunca! ¡Jamás!
—No tienes ningún derecho.
El portero levantó la mirada ante el tono elevado en que Mike pronunció esas palabras.
—Me vas a escuchar, así no quieras —dijo con los dientes apretados por la frustración que el comportamiento de Lori le causaba, por la conmoción que el roce de su piel le ocasionaba y porque antes mataba al que se atreviera a tocarla.
La puerta del ascensor se abrió en ese momento. Lori se soltó del agarre de Mike y cuando éste hizo el amague de entrar, Lori le cerró el paso.
—No eres bienvenido a mi casa. Buenas noches, Mike, que tengas feliz regreso a California.
Mike respiró profundo varias veces mientras trataba de calmarse.
—Bien, mañana, te recojo a las ocho, cenaremos juntos y hablaremos —sentencio él.
—Tengo un compromiso —le respondió furiosa.
—Cancélalo.
—No —respondió ella queriendo saber hasta dónde iba a llegar él.
—No me retes, Lori, no estoy muy contento en estos momentos. Así tenga que cargarte en hombros, vas conmigo mañana y no se hable más.
Mike acababa de descubrir que Lori era la única mujer con el poder de hacerlo pasar de la mesura al mal genio, en menos de diez segundos.
—¿Quién te estás creyendo que eres? —preguntó indignada.
Mike entró al ascensor, la arrinconó a la pared y acercó sus labios al oído de ella, le susurró con voz gentil pero con sustrato de acero.
—Soy el hombre que te brinda placer, soy el hombre que saboreó tu cuerpo al derecho y al revés y soy el hombre que con una sola caricia te enciende. Soy el hombre, principessa.
—Eres un engreído.
—Decidido, que es otra cosa —dijo sin dejar de mirar de forma insistente su boca—. Adiós, principessa.
Se dio la vuelta y se fue antes de que Lori pudiera reaccionar a su comentario.
Lori cerró las puertas del ascensor, se le doblaron las rodillas y se escurrió hasta el suelo. No podía creerlo, Mike en Chicago y tan imponente y atractivo como siempre, con sus vaqueros y su abrigo de invierno, se reprendió enseguida por el curso de sus pensamientos, no podía olvidar que era un prepotente, egoísta, necio y le había roto el corazón. Se dijo “recuerda lo que has sentido este tiempo, las lágrimas derramadas hasta dormirte, acuérdate de eso, en vez de estar pensando en su físico o en lo guapo que está”. Cuando su voz le susurró cosas al oído; un sudor frío le recorrió la columna vertebral, le fallaron las rodillas y el corazón dio tumbos en su pecho intoxicada por el olor de su perfume, y esa mirada cuando se despidió, la repasó entera. Basta Lori, suficiente. Abrió la puerta del aparta-estudio y caminó directo a la cama, se tumbó. Tuvo el impulso loco de hacer las maletas y salir corriendo, pero no le iba a dar el gusto, lo enfrentaría, a lo mejor ese último acto era lo que necesitaba para que saliera de su vida, se puso la pijama y aunque tardó en conciliar el sueño, al final se durmió.
Solo después de medianoche, se levantó de golpe y dijo: ¡Jack Dónovan!, me las pagarás.
*****
Mike llegó al hotel en medio de la nieve y una ventisca, se quitó los guantes y el abrigo. Triste y apenado, se dijo que era el imbécil más grande del mundo. No había esgrimido sus mejores armas para la conquista. Quería darse cabezazos contra la pared. Tendría que desparecer su número de troglodita a como diera lugar. ¿Quién era ese tipejo? Solo imaginar que ese tipo pudiera tocarla, le nubló el pensamiento. Más tarde, caminaba por la habitación, el sueño estaba ausente y hasta que diera con una idea aceptable sobre cómo recuperar a Lori, no dormiría. Lori era una persona amistosa por naturaleza, si él dejaba un par de cosas fuera de la ecuación, estaba seguro que ella bajaría sus defensas. Aunque la tentación de utilizar el sexo como una manera de unirla a él, era demasiado grande, podría manipularla y lograría funcionar, pero no quería, la deseaba como pocas veces había deseado a una mujer. Tendría más valor si volvieran a ser amigos, habría que revestirse de paciencia, no le declararía su amor enseguida y trataría de ahogar el deseo que ella le causaba. Difícil, pero no imposible. Se ganaría su confianza y cuando estuviera lista le diría que la amaba. Esperaba hacerlo antes de que se le congelaran las pelotas, aunque cerca de ella no sucedería.
Se levantó temprano e hizo ejercicio en el gimnasio del hotel. Después de desayunar, habló con su secretaria y adelantó trabajo pendiente durante toda la mañana. En la tarde al ver que ya no nevaba, salió a caminar por Navy Pier, deambuló por algunos almacenes y almorzó en uno de los restaurantes de la zona. Le envío un WhatsApp a Lori:
“¿Te recojo a las ocho?”
“No.”
“Tomemos algo, intentémoslo como amigos, no me niegues eso, por favor.”
A esas alturas no le importaba manipularla, y cuando sonó el mensaje de respuesta sonrió. La conocía.
“Está bien, nos reuniremos en una pizzería. Estaré con amigos. No sé si sea un problema para ti.”
“No sé a qué te refieres con problema, si es por tus amigos, me encantará conocerlos, si es por la pizza, sabes que mis ancestros son italianos y si es por el licor que puedan vender, no tengo problemas con ello, ¿satisfecha?”
“En un rato te envío la dirección.”
No era lo ideal, pero con tal de que no lo eludiera, iría con ella a donde quisiera.
Mike llegó al lugar antes de la hora, pidió vaso de agua con limón y se dispuso a esperarla, el lugar era agradable, con decoración en madera oscura, había una pequeña pista de baile y en minutos se llenó de gente. Cuando la vio llegar con su grupo de amigos, con sus mejillas sonrosadas por el frío, su sonrisa marca registrada, todo lo demás desapareció, Mike la vio dirigirse a una mesa reservada, la vio quitarse el mismo gorro del día anterior y cuando se quitó el abrigo, se quedó sin respiración, llevaba una minifalda negra con un suéter grueso de color rojo. Se dirigió a ella.
—Hola —susurró embobado, al observar sus espectaculares piernas envueltas en medias de seda negra, acompañadas de unas botas tacón de aguja hasta la rodilla. Quiso agarrarla del cabello, subirle la falda y follarla ahí mismo sobre la mesa y que esos tacones le marcaran la espalda. Lo de pretender ser su amigo iba a ser muy difícil. Trató de separar sus oscuras fantasías y concentrarse en el objetivo inmediato.
Lori se dio la vuelta y contuvo la respiración, tenía la esperanza de que no viniera, lo citó con amigos porque no estaba lista para tener una charla a solas con él. Mike estaba vestido con un pantalón de dril oscuro y un suéter gris, llevaba una bufanda de cuadros y chaqueta bajó el brazo. Imponente, atractivo e intimidante. Sus amigos que sonreían, quedaron serios de repente. Hasta ella llegó su olor narcótico que la envolvió, quiso tocarle la sombra de su barba.
“Para ya, Lori.” Tenía que ser fuerte, tenía que probarse a sí misma que podría vivir sin el influjo Donelly en su vida.
—Mike —le sonrió—, bienvenido.
Le presentó a su grupo de amigos, el hippie llamado Dan estaba con ellos, lo que lo irritó sobremanera, el hombre tampoco hizo buena cara.
Lo presentó como un amigo de California, Dan levantó la ceja y se acomodó al lado de Lori, luego le presentó a un joven Devon y a una mujer, algo mayor que Lori, llamada Claudia, Mike se sentó a su lado, por lo que entendió, era vecina en el aparta-hotel y Alec era un hombre en la cuarentena que también tomaba el mismo curso que Lori. Pidieron unas cervezas y conversaron de varios temas, solo Dan era de Chicago. Lori miró preocupada a Mike, cuando pusieron las bebidas en la mesa. Él la tranquilizó con un gesto.
—¿A qué te dedicas? —preguntó Dan a Mike.
—Trabajo en una firma hotelera.
Esa respuesta agradó a Lori y recordó la sencillez de Mike en su grupo de Alcohólicos Anónimos. Él podría ir a sus reuniones en otra parte y sin embargo, ayudaba a los más necesitados. El pecho se le calentó al ver lo amable que era con Claudia, ella la había conocido en el ascensor. Cuando Lori entró, la mujer lloraba a lágrima viva, Lori la acompañó hasta que se calmó, llegó tarde a clase ese día. La mujer arreglaba la pensión de su divorcio.
—Tienes pinta de abogado y detesto a los abogados —dijo el hippie.
Mike iba a contestar pero Lori se adelantó.
—No necesitas ser grosero, Dan. Es mi invitado.
El hombre tomó un sorbo largo de cerveza y dijo algo entre dientes que Mike no entendió. No dejaba de mirarla, sus labios, la manera en que se entreabrían y recordó su gusto y su tacto. Quería separarla del tipo, pero éste quizás adivinando sus intenciones, se adelantó y la sacó a bailar. Mike le dio la espalda a la gente de la mesa y con aparente calma, se dedicó a mirarlos. Después de que bailaron una pieza, Lori quiso volver a la mesa. Mike cambió de silla y quedó sentado a su lado. Mike subió las comisuras de los labios ante el gesto de disgusto de Dan. Pidieron una pizza. En media hora, se percató que Claudia y Alec hacían buenas migas, el hombre había enviudado hacía un año, que el joven Devon suspiraba por una chica de la mesa siguiente y a Dan le gustaba Lori y que deseaba partirle a él la cara a medida que subía su dosis de licor. Para aligerar el ambiente, Lori sacó a Dan a bailar, lo que no le gustó a Mike ni un poco y más cuando el hombre se acercaba y le olfateaba el cabello. Tuvo que tener un gran autocontrol, para no levantarse de la silla y arrancarla del lado del personaje cuando puso su mano en la parte baja de la espalda. En un momento dado, quiso meter la mano por dentro del suéter, pero Lori se percató y con gesto serio, impuso las distancias. Demasiado tarde, se dijo Mike, iba a reclamarla y lo de ser amigos lo dejaría para los integrantes de la mesa. Ella era su mujer y creyó conveniente recordárselo. En cuanto acabó la pieza, Lori se disculpó, seguro para ir al baño, Dan volvió a la mesa y Mike se levantó y la siguió. Podía sentir la adrenalina corriendo por su cuerpo, se tensó de rabia y lujuria. En un instante de lucidez se instó a volver a la mesa, pero al apoyar la mano en el picaporte olvidó su propósito.
Lori se mojaba las manos y llevaba la mano húmeda a la frente con gesto preocupado.
—¿Estás bien? —fue lo primero que atinó a preguntar.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con gesto horrorizado. “Otro baño, no” —. Te aseguro que estoy bien, puedes marcharte.
Mike se recostó en la puerta y con ambas manos apoyadas en la puerta, le regaló una irónica sonrisa.
—Creo que no —se alejó de la puerta y se acercó a ella—. Tengo algo que recuperar.
Lori lo miró fijamente por el espejo. El timbre intenso y oscuro de su poderosa voz, despidió un reconocimiento que recorrió su espalda como una intensa caricia.
El ambiente del lugar cambió como si un cerco eléctrico los circundara, refractando la energía.
—Estás loco. No soy tuya.
Se pegó a ella y la sintió estremecerse.
—Tu cuerpo piensa otra cosa.
Se inclinó para besarla, ella trató de negar con la cabeza, entonces la boca de él aterrizó en su cuello, le levantó el suéter y metió sus manos por entre la falda y las pantimedias, hasta llegar a su ropa interior.
—Mike, ¿qué haces?, por Dios —dijo al tiempo que un gemido la inundó al tocarla en medio de las piernas y cerró los ojos. Dejó de resistirse.
—Lo sabía, puedes pelear lo que quieras, pero tu cuerpo no miente —la miró de pronto con el ceño fruncido—. ¿Acaso es por el imbécil que te tocó mientras bailabas.
—¡No!
Lori abrió los ojos y se ablandó por la mirada que le destinó Mike, entre alterada y vulnerable.
—¿Quieres estar con él?
Ella no le contestó y se movió intentando soltarse.
—Déjame —exclamó Mike rosándole la piel del rostro. Suavizó el tono de voz—. Lo necesitas tanto como yo.
Se arrodilló ante ella, le subió la falda a la cintura, las medias y los interiores los bajó hasta donde las botas lo permitieron, pensó por un momento que las prendas no estirarían lo suficiente, pero logró acomodarse entre sus piernas, besó la piel interna de los muslos y le acarició el sexo con los dedos, en cuanto estuvo húmeda le abrió los labios y acercó su rostro, la lamió y la chupó de forma suave y cuando ella empujó su cabeza para pegarlo más supo que había ganado ese asalto. Jaló de la cadera hasta acomodar una mano en su nalga, para que siguiera el ritmo que estaba imprimiéndole con la lengua y labios.
—Te quiero así siempre, principessa, paladeándote, agachada, acostada, contra una mesa o una pared —farfullaba intoxicado por su aroma—, en todas las jodidas posiciones que existen.
Chupó su clítoris con acometidas suaves y firmes, los gemidos de Lori, su esencia y su suavidad lo tenían al borde de una combustión, quería lamer más duro, la quería perdida en el placer, jugó con ella con labios y lengua hasta que explotó de placer en su boca. En cuanto ella se calmó, se levantó.
Lori se negaba a mirarlo mientras se acomodaba la ropa.
—Lori.
—No digas nada.
—Arreglemos las cosas —rogó él cuando ella ya iba a abrir la puerta.
Ella se volteó furiosa y lo enfrentó.
—¿Qué es lo que quieres arreglar? ¿Quieres tenerme de nuevo en tu cama? No, Mike, no voy a caer otra vez.
—Ya caíste.
Lori lo miró mortificada.
—Vuelve a California, Mike. Esto no volverá a ocurrir.
Él le abrió la puerta.
—Permíteme que disienta, principessa.
El resto de la noche pasó volando, se despidieron antes de medianoche, Mike insistió en llevarlos, pero Lori se montó en un taxi con la compañía de Claudia. Mike los siguió a poca distancia y al ver que las mujeres llegaron bien, se dirigió a su hotel.