Salieron de la reunión sin despedirse de nadie. La limusina de Mike esperaba a la entrada del hotel. Lori le dio la dirección de su casa y él se la repitió al chofer. Tan pronto se acomodaron dentro del auto, Mike la acurrucó en su regazo y se permitió algunos gestos de ternura que estuvieron ausentes durante lo ocurrido en el baño, le acarició el rostro y la besó de forma suave. Levantó el vidrio que los separaba de la parte delantera del auto para evitar ser escuchado.
—Es la primera vez en muchos años que dejé de usar condón.
Y no le importaría no volver a usarlos con ella ¡Qué sentimiento tan raro! Desde Rosario no había sentido la necesidad de no usar condón, quería sentir piel a piel sin la barrera del plástico alrededor, pero la última palabra la tendría ella. Le observó la piel sonrojada, deseaba tenerla desnuda en una cama en ese mismo instante, una sensación que no supo reconocer si fue pánico, flotó sobre él. No podía creer la manera en que la había tomado, para la primera vez se imaginó una habitación del hotel, rosas, velas y todas esas cosas que a las mujeres les gusta. Pero era estar frente a ella y su autocontrol se evaporaba. Grabó a fuego en su mente y su cuerpo los olores, las sensaciones y la textura de su piel.
Lori se enderezó y volvió su rostro a él.
—Tomo pastillas anticonceptivas.
—Estoy sano, me hago chequeos cada seis meses y soy muy cuidadoso.
Lori recordó su testimonio en Alcohólicos Anónimos.
—Te creo, yo también soy muy cuidadosa. —Soltó una risa nerviosa—. No sé qué me pasó hoy. Me hice mi chequeo anual el mes pasado. Estoy sana.
Hacía más de un año que ella no se acostaba con nadie, pero no iba a decírselo.
—Si te sientes más tranquila los usaremos, principessa. Mañana tendrás en tu correo los resultados.
Ella se quedó unos segundos pensativa.
—¿Cuándo fue tu último chequeo?
—Hace dos meses.
—¿Y has tenido mucha actividad en ese tiempo?
Mike levantó una ceja y recordó que hacía más o menos ese mismo tiempo no estaba con alguna mujer, pero ni de coñas se lo iba a manifestar a ella.
—Créeme, no hay ningún problema. Te lo repito, si deseas los usamos y…
—Está bien —se acercó a él de nuevo y le acarició la barbilla en un gesto muy de ella—, confío en ti, quiero sentirte sin la barrera del condón.
Mike le devoró la boca en un beso, al recordar lo que experimentó al estar en su interior. Se separó de ella, la tomó de la mano y en silencio siguieron el trayecto.
El chofer los interrumpió por el intercomunicador para comentarles que ya habían llegado al domicilio de Lori.
Lori se acomodó en la silla.
—Gracias por traerme.
Mike se cernió sobre ella de esa manera en que a Lori hacía que se le encogiera el estómago y la miró hambriento, como si no hubiera ocurrido nada media hora atrás.
—¿Crees que hemos terminado?
—Yo creí…
—No hemos empezado. Lo del hotel no fue ni de lejos suficiente.
Mike Donelly le había brindado más placer en esos minutos que todos sus amantes juntos en más de siete años. Exageraba. No, no exageraba, al ver su mandíbula en la que ya brillaba un asomo de barba y que le daba un aspecto de chico malo, con el corbatín del smoking suelto a lado y lado de la camisa, era un Dios, hermoso, moreno y suyo por un tiempo, si aceptaba todo lo que le proponía.
—Qué manera tan machista tienes de decirme las cosas, Mike Donelly —le dijo al tiempo que le jalaba la solapa de la chaqueta y lo besaba—. Mejora tu número de las cavernas si deseas convencer a una chica.
Su ronca risa le demostró eso no era problema para convencer a cualquier mujer.
—Vamos —dijo ella.
Despidieron al chofer y Mike entró detrás de ella. De cuando en cuando le lanzaba vistazos curiosos. Se negó a ponerse nerviosa al abrir la cerradura y se preguntó si habría recogido el desorden de la habitación. No lo recordaba. Menos mal que Purita, la empleada que iba cada quince días, había estado el día anterior.
—Te deseo —dijo Mike mirándola con un brillo de pasión en sus ojos tan pronto entraron en la estancia.
—Lo que son capaces de decir los hombres en el calor del momento —retrucó ella.
—No estamos en el calor del momento —la miro serio—; todavía.
Mike la levantó y Lori le guió hasta la habitación. La bajó despacio se sentó en la cama y la acomodó a horcajadas sobre él, sin quitar la mirada de su rostro, ella se dejó hacer. Le abrió la cremallera del vestido y se lo sacó por la cabeza, después de un largo beso, le soltó el sujetador.
—Tienes unas tetas fabulosas —las acarició con firmeza y observó el contorno de su cuerpo—. Eres perfecta y quiero follarte como loco.
Empezó a devorar sus pezones succionándolos hasta que aumentaron de tamaño. Lori no se quedaba quieta, le quitó la chaqueta, le abrió la camisa y la empujó por los brazos, le acarició los pectorales.
—Quiero sentir tu piel —dijo ella al tiempo que pegó su rostro al pecho de él. Él la dejo hacer encantado con su respuesta. Empezó a besarlo, a lamerlo. Mike respiraba agitado, no aguantó y le acarició el triángulo de las piernas con la palma e introdujo un dedo en su apertura, luego dos, con el pulgar masajeó su clítoris, estaba tan caliente, húmeda y sedosa. Lori otra vez sintió que le faltaba la respiración. Mike la levantó y la acomodó en la cama, necesitaba penetrarla enseguida. Se desnudó en segundos. Lori iba a quitarse las medias. Pero Mike tomó su mano y la apartó.
—Es una visión muy sexi, mejor que en mis fantasías, déjatelas y los zapatos también.
—Vaya, me siento halagada, yo también quiero verte desnudo —lo miró intrigada y complacida. Paseó su mirada por la piel tensa y la musculatura cuidada. Sus dedos le acariciaron el vientre, las nalgas. Era un hombre hermoso, de piernas largas y musculosas, lo recorrió con el tacto de arriba abajo, mientras él la miraba con los párpados entrecerrados. Cuando le iba a acariciar el miembro, él aferró su mano y asumió el control. Su toque fue diferente, se tomó su tiempo para agasajarla, para seducirla, para jugar con ella.
No podía contenerse más. Con su virilidad liberada, la acomodó entre sus muslos, la cogió por el cabello. Luego la penetró, quería que lo acogiera de forma total, el roce de sus pieles lo estaba matando, le escurría el sudor por las sienes de lo apretado que se sentía; en su vida había sentido placer igual. No entendía que le pasaba. Mientras entraba y salía de ella sin pausa; un instinto animal lo circundaba, quería marcarla como suya, acercó sus labios al cuello y la mordió, no fue gentil. Cuando Lori se desbarrancó en un orgasmo atronador y cerró los ojos. Mike le aferró el rostro y clamó sobre su boca.
—Abre los ojos. Mírame, no quiero perder ningún gesto cuando te corras.
Observó sus facciones y la siguió segundos después.
—Nunca había sentido así —dijo Mike que resollaba en su oído.
—Yo tampoco.
—Hueles delicioso —era embriagante, el olor de las fresas mezclado con el aroma de mujer, el aroma de su excitación.
Se acomodó detrás de ella y la abrazó. A Lori le encantaba hacer el amor y había pasado mucho tiempo sin sexo, le gustaban las caricias, los olores y el momento de la liberación. Pero sus anteriores experiencias palidecían comparado con lo que había acabado de vivir. Este si era sexo duro y ardiente como el de sus novelas y estaba encantada. Recordó el apareamiento salvaje en el baño, la necesidad en sus ojos oscuros. Era un hombre de grandes contrastes, para todo lo que predicaba, en el momento de la pasión se despojaba de capas que lo dejaban vulnerable. Nunca lo reconocería. Lori, se reprendió, “esos son los pensamientos que te meten en problemas”, se dijo, “has un alto y recuerda, es sexo y amistad, nada más”.
Más tarde comieron lo que Lori tenía en la nevera de la cena del restaurante del día anterior. Se ducharon y volvieron a hacer el amor, varias veces, hasta que agotados se durmieron al fin.
A la mañana siguiente, Lori se despertó con Mike pegado a ella. Lo observó dormir un rato, el hombre era hermoso y un Dios, si un Dios del sexo, anoche le había hecho cosas con las que solo había soñado y había perdido la esperanza de encontrar. “Recuerda, Lori, solo sexo”, no pudo evitar un ramalazo de desilusión al pensarlo. Decidió levantarse, pronto tendría que ir a trabajar. Se dio una ducha rápida, se puso una camiseta larga y bajó a la cocina.
Puso la cafetera a funcionar, única concesión en las labores culinarias, mientras miraba la nevera y la alacena. No tenía gran cosa, había huevos y jamón que Jack había utilizado para una tortilla en una cena de la semana anterior. Recordó que hacía años preparaba panqueques que nunca le salían bien y dejó de intentarlo. Picó algo de fruta, sirvió jugo de naranja, leche y cereales.
Mike llegó a la cocina diez minutos después, con el pelo mojado y una sonrisa en su rostro, lo atrajo el olor del café.
Lori apreció el golpeteo en su corazón, cuando observó sus hermosos ojos oscuros. Se acomodó detrás de ella y la saludó con un breve beso en la mejilla. Ya se había percatado de la barrera que interponía entre él y los demás. No dejaba que nadie se acercara lo suficiente, solo en el sexo permitía un acercamiento total. Lori por el contrario era muy cariñosa, tocaba a todo el mundo, consentía, abrazaba, besaba. Llevó su mano al hoyuelo que se le hacía a Mike en la cara cuando sonreía.
—Debes sonreír más a menudo, tienes un hoyuelo adorable.
—Gracias —contestó Mike sorprendido, las mujeres le echaban piropos, en la cama y fuera de ella, pero ninguno a su gesto al sonreír, éste por algún motivo lo enterneció. Lori era una mujer muy tierna y pasional, pudo comprobarlo el día anterior.
Mike le echó un vistazo al apartamento. Observó la sala, se acercó a un mueble donde había varios portarretratos. Tomó uno en especial.
—Vaya una foto mía en tu casa —sonrió—. Eso sí es una sorpresa.
—No te hagas ilusiones, no estás solo, estamos todos con Julia y Nick y aquellos chiquillos del refugio de mujeres en el que ayudamos una tarde.
—Me imagino que a Julia no le hacía mucha gracia —contestó dejando el objeto en su puesto.
Lori soltó una sonrisa y Mike quiso devorarle el gesto con un beso.
—Tienes razón, siempre lo ponía boca abajo y me reñía sobre mi mal gusto.
—Me gusta tu casa, es cálida. Invita a quedarse en ella.
Asintió satisfecho.
—Gracias. Para el desayuno tengo fruta, jugo, cereales, leche —se dirigió a la cafetera para servirle un café —¿Cuánto de azúcar?
—Una cucharada —Mike se dirigió a la nevera para mirar si había un contenido más sustancioso.
—Que te parecen unos huevos fritos con jamón —señaló—. Estoy hambriento —la miró de arriba abajo.
Lori se acercó a él, le quitó los huevos, el jamón.
—Tú siéntate tranquilo, yo te los preparo.
—¿Estás segura? No quisiera molestar.
—Por Dios, no es ninguna molestia —señaló Lori, algo preocupada porque no se diera cuenta, que ella a duras penas prendía un fogón. No tenía idea de por qué era importante no quedar en ridículo en la cocina. Iba de un lado a otro alistando todo. Prendió la estufa sin problemas, puso la sartén, le echó el aceite, Mike la miraba con sonrisa burlona, Lori lo pensó dos veces, si echar el jamón primero o los huevos, se decidió por el jamón que empezó a reventar enseguida, lo retiró de la estufa al tiempo que se prendía el fogón. Mike, no aguantó más y soltó la carcajada, Lori lo miró sorprendida.
—Sé que no sabes cocinar, Peter nos hizo un comentario al respecto.
—¿Ah sí? —maldito traidor, ya vería— ¿Qué clase de comentario?
—Que no sabes prender la estufa. Que se te ahuma el agua y ahora recuerdo cierto estropicio en la cocina de tu casa un día que me levanté y había unos panqueques desastrosos en un plato.
Lori sonrió con algo de tristeza, pero cambió de gesto tan rápido que él pensó, si lo había imaginado.
—¿Qué pasa, principessa?
—Nada —frunció los hombros—. Nunca tuve interés en aprender, no es lo mío. Ese experimento que viste ese día fue uno de los pocos con los que me he arriesgado.
—Déjame te ayudo antes que acabe en desastre —Mike tomó el mando de la situación y en menos de diez minutos, disfrutaban un suculento desayuno.
—Cocinas delicioso. —Se llevó otro bocado a la boca—. Nunca me ha interesado aprender.
—No tienes porque hacerlo —soltó Mike enseguida—. Además —la miró de arriba abajo y en tono íntimo prosiguió—: No te quiero para que me cocines. El hombre que prefiere a una mujer en la cocina es porque no sabe que hacer con ella en la cama y créeme, cuando te miro, tengo muy claro que es lo que quiero hacer y no tiene nada que ver con sartenes.
Lori ordenó la cocina, mientras Mike terminaba de arreglarse y hacía un par de llamadas.
—Voy para el hotel, tengo una reunión en cuarenta minutos.
—Yo también, debo ir a trabajar.
—Ven aquí —Lori se acercó enseguida, Mike le cogió la barbilla—. Hoy viajaré a Los Ángeles pero volveré el jueves. Quiero verte ¿Habrá algún problema? —Le acarició las nalgas y los muslos, subió a sus pechos, estaba indeciso si marcharse o quedarse para un rapidito, pero desistió porque estaba sobre el tiempo.
—No hay ningún problema, esa noche ceno con mis padres y con Peter; pero estaré temprano aquí, si quieres te dejo una llave por si llegas antes. Mañana tengo una reunión en San Diego, volveré el miércoles.
—Está bien —tomó la llave, le dio un breve beso en la boca y salió. Si se quedaba más tiempo no se marcharía en un buen rato ¡Dios! Quería estar encima de ella otra vez, dentro de ella, saborearla. Ya en la limosina abrió su laptop, tenía que concentrarse en el trabajo, pero su mente desobediente a todo lo que no tuviera que ver con Lori, lo llevó de nuevo a ella. Le había hecho un chupetón en el cuello, sonrió nervioso, como un jodido chaval. Recordó el sabor de su piel y dio gracias a Dios de no haberla mordido más fuerte, aunque no le faltaron ganas.
Lori se dedicó a saborear cada momento de lo vivido la noche anterior, se dio otra ducha más larga que la anterior. Tenía adoloridos músculos que ni sabía que tenía. Después de una segunda taza de café, se arregló con un conjunto vinotinto de gabardina suave, blusa beige de seda, bufanda anudada al cuello para disimular el chupetón, zapatos Nine West negros de tacón con bolso a juego.
Se dirigió a la oficina donde su hermano Peter la esperaba mientras tecleaba mensajes en el móvil.
—¿Qué haces acampando aquí? —dijo Lori al llegar.
—Esperándote —señaló, mirándola con curiosidad.
Lori se sentó en la silla de escritorio y encendió el ordenador.
—¿Por qué?
—¿No puedo ser gentil y amable contigo?
Lori sonrió y lo miró confundida.
—Es raro.
—Te fuiste del matrimonio sin despedirte.
—Me dolía la cabeza. Demasiado vino.
—Qué raro —se arregló el nudo de la corbata—. Mike desapareció al tiempo contigo.
Lori le obsequió una mirada de incredulidad y dignidad ofendida que no supo si le salió bien. ¡Mierda! No le gustaba mentir pero hasta que no supiera como serían las aguas con su hermano, debía hacerlo.
—¿No creerás…?
—No, por supuesto que no. —Se apresuró a contestar Peter al ver la expresión de su hermana—. A duras penas se toleran, creí que te había llevado a casa.
—Nop, bueno querido, ya averiguaste por mi quebrantada salud —lo miró de soslayo—. Ah ya sé, estás nervioso por la presentación de mañana. Tranquilo la mujer maravilla y su equipo lo tienen todo calculado.
—Lo sé, tú sabes que me pongo nervioso por costumbre.
—No hay porqué, Lilian y yo hemos hecho un excelente trabajo. Cuando te traiga la cuenta de Laboratorios Pearl, espero ver un bono de gratificación para Lilian y para mí.
—Ya veremos —señaló Peter.
—Tacaño.
En ese momento golpearon la puerta de la oficina, cuando Lori dio la orden de entrada, un mensajero con un ramo de orquídeas rojas hizo su aparición. Lori ya sabía de quien eran antes de mirar la tarjeta. Aparte, le entregaron un pequeño paquete. Quería quedarse sola para poder leer la tarjeta que logró atrapar del arreglo antes de que Peter por curiosidad se la quitara. No sabía cómo sería la reacción de su hermano si supiera que se había acostado con Mike.
—Vaya, vaya, tenemos enamorado entonces, de razón que hoy estás como el gato que se tragó al canario.
—Sí, pero no te voy a decir nada más, así que márchate a tu oficina, me llamas si te surgen dudas o deseas algún cambio —lo despachó sin contemplaciones.
Peter salió echándole vistazos intrigados al ramo y al paquete. Si ella fuera Peter habría sospechado enseguida. Pero a los hombres les faltaba el chip de la malicia.
Al quedarse sola rasgo el sobre y leyó la tarjeta “Gracias por el placer de tu hermosa compañía”. Se imaginó el comentario de Jack, Mike no parecía un hombre de su generación.
Nunca un hombre le había agradecido por una fantástica sesión de sexo y no supo qué pensar. Pero al abrir el paquete que venía con las flores se llevó tremenda sorpresa y un brote de indignación germinó en su interior. No se lo esperaba, era un estuche con el logo de una famosa joyería, una pulsera en oro blanco con brillantes. Trató de calmarse y no buscarle cinco patas al gato, recordó una comentario de Peter meses atrás “Por lo menos las conquistas de Mike terminan la relación bien provistas de joyas. No entiendo su afán de regalar joyas ¿es que nadie le ha dicho que no es necesario?”. Lori se imaginó que era su forma de demostrar afecto, lo que no hacía con muestras de cariño o melosería, lo hacía con regalos y costosos además.
Tenía que hacerle ver que no era necesario. Decidió llamarlo para darle las gracias. Marcó el número de su móvil.
—Hola, principessa —contestó en tono sensual.
—Mike, recibí las flores, gracias, son preciosas. —Hizo una pausa pensando la mejor forma de abordar el tema de la joya—. En cuanto a la joya es muy bella, no te hubieras molestado.
—¿No te gustó? Puedes cambiarla por algo que te guste más. Abriré una cuenta a tu nombre.
—Calma, Mike, no necesitas regalarme joyas por el solo hecho de que me acosté contigo anoche. Me siento barata.
Ya está, lo había dicho.
Ahora el indignado era él y en tono frío contestó.
—No lo hice por eso. Es más que un polvo de una noche, lo sabes bien. Te mereces esa joya y muchas más. Te dije que soy generoso.
—No necesito esa clase de generosidad, con tu tiempo y lo que me brindas es suficiente. —Ni de lejos iba a caer en el mismo estante de las mujeres que lo rodeaban. Ni loca.
Después de un silencio que se prolongó varios segundos, Mike capituló.
—Tomo nota—susurró Mike en tono ronco, mientras recordaba la noche vivida. Lori era la primera mujer que no casaba en sus esquemas, sus mujeres se morían por las joyas o chucherías de toda clase y por todo el lujo que él les brindaba en el tiempo que compartían. Si Lori supiera que cuando salió de su departamento, deseó cubrirla de diamantes de la cabeza a los pies, simplemente por esa maravillosa noche.
—No hay problema, gracias y nos vemos el jueves.
—Adiós, principessa.