Lori se instaló en Chicago la segunda semana de enero, en un aparta-hotel a pocas cuadras de la escuela de arte. Todos los días caminaba, entre la muchedumbre, cuatro cuadras para ir al lugar. Disfrutaba el cambio de rutina, así fuera una ciudad imposible como la llamaba Jack, era la segunda ciudad del país y muy hermosa, se sentía privilegiada de poder disfrutar de ese retiro.

Hizo amistades con facilidad, salía almorzar con algunos compañeros a lugares cercanos. La época del año no ayudaba para dar largos paseos alrededor del lago Michigan, pero a veces se escapaba al parque Lincoln, le encantaban sus boutiques de moda y cafeterías. El único problema era la maldita burbuja, no podía atravesarla, los colores y las sensaciones no eran las mismos. Desde que había roto con Mike, el único momento en que sintió la burbuja diluirse fue durante el encuentro en el Fairmont. No sabía qué hacer con esa brecha que tenía en el corazón y que ante cada recuerdo sangraba como el primer día. De nada le valía el auto convencimiento de que todo había sido para mejor, amaba a Mike Donelly, deseaba ser parte de su vida, acompañarlo en su camino, ayudarlo a levantar cuando cayera, besar sus cicatrices. La había herido y mucho, pero también le había dado momentos felices, por primera vez en años, vislumbró lo que sería si decidieran estar juntos. Pero Mike era una persona con muchas oscuridades, como las de todo el mundo, pero él hacía que esas oscuridades taparan lo bueno que tenía. Quiso rescatarlo, quiso sanarlo y quiso moldearse a él. La nueva mujer que trataba de ser, se dijo que no era sano. No podría reparar sus fallos, podría ser su soporte en los malos momentos, nada más.

Esa noche habló con Julia, se habían tomado un café días antes del viaje y Lori la había puesto al día de lo sucedido con Mike.

—Cuéntamelo todo —dijo Julia tan pronto respondió al móvil.

Lori soltó un suspiro. Estaba en el supermercado de la esquina.

—Ha estado bien, la clase es agradable. Mis compañeros son el grupo más dispar que hayas conocido. Hay de todo y el profesor es muy atractivo.

—Un profesor atractivo, hummm, no tendrá oportunidad —bromeó Julia.

—Créeme, Julia, que no habríamos dado en nuestra adolescencia por un profesor así.

—¿Qué tan guapo es? —preguntó curiosa—. Aún recuerdo cuando tenía quince años y el único profesor atractivo, bueno, que a mí me gustaba era el padre Ryan.

—Eh —escuchó Lori una voz al fondo y a Julia soltar la carcajada.

Lori sonrió mientras metía una almohadilla de pan y un frasco de café en el carrito del mercado.

—Tendré que rendir cuentas —continuó Julia.

—No te quepa duda —contestó Nick—. Y tú, Lori, no le andes dando ideas a mi mujer —dijo pegado al móvil.

—En serio, ¿cómo vas? —preguntó Julia con otro tono de voz.

—Bien, ya puedo dormir mejor, no te preocupes, estaré bien.

—Ha estado preguntando por ti, yo solo sé que estás tomando un curso, pero ni idea de dónde.

Lori frunció el ceño y quedó con un frasco de mantequilla de maní en el aire.

—¿Qué ha preguntado? —dijo con el corazón golpeando en el pecho.

—Quiere saber dónde estás. Reclutó a mi marido para sacarme información, pero como no sé nada.

—Aún no estoy lista para verlo.

—Tarde o temprano tendrás que enfrentarlo.

—Prefiero tarde.

Se despidieron segundos después. Mientras hacía la fila para pagar, revisó de nuevo el móvil y los mensajes de WhatAppque Mike le había enviado. Uno de Navidad, otro de Año Nuevo y los últimos de hacía dos días.

“Necesito verte, principessa, por favor, hablé con tu hermano, no quedó muy contento.”

 

El malgenio de su hermano quedó patente en la llamada que le había hecho. Tuvo una fuerte discusión con él, ella no era ninguna niña y podía acostarse con quien le diera la gana.

“Te extraño.”

 

Le envió la fotografía del pocillo que le habían dado sus sobrinas de navidad con la nota cursi:

“No me separo ni un momento de el. ¿Reclutaste a todo el mundo para que no me dijeran tu paradero? Sabes que puedo contratar ayuda profesional para encontrarte.”

 

Siempre que los leía quería borrarlos, pero algo la detenía. Era patética. ¿Qué quería Mike ahora? ¿Por qué no seguía con su vida?

 

*****

 

Nick observaba a su mujer poner la mesa para sentarse a cenar.

—No creo eso de que no sepas dónde está —dijo Nick de repente.

—Te digo la verdad, querido —contestó Julia.

Nick la conocía, el tono de voz de su mujer cambiaba cuando ocultaba algo, bien que lo sabía él.

—Mike está mal, la quiere.

Nick no sabía cuáles eran las intenciones de Mike, solo que deseaba hablar con ella.

—Bonita forma de demostrar amor. No le perdono la manera en que la trató.

—No sé mucho de eso, pero está arrepentido, habló con Peter.

Julia levantó la vista sorprendida.

—¡Oh Dios mío! ¿Mike está vivo todavía?

La pregunta hizo reír a Nick.

—Sí, no ha dejado este mundo por lo que sé —dijo Nick distraído observando los pechos de su esposa y como habían crecido. No quería hablar más. Se acercó a ella por detrás, masajeándole la barriga—. Está creciendo —afirmó orgulloso.

—Dímelo a mí, dentro de poco estaré como un elefante. No querrás tocarme.

Nick la miró extrañado y soltó una sonrisa sarcástica.

—En este mismo momento lo único que deseo es llevarte a la cama y saborearte toda —dijo lujurioso.

La pensaba todo el tiempo, la forma en la que le crecía el abdomen, estaba esplendida en su maternidad y más deseable que nunca.

Ella se volteó y le acarició el pecho.

—Entonces hazlo, estos días ando cachonda. Aprovéchate de mí.

—Me gustas cachonda y tus nuevas curvas me vuelven loco, me encantan tus hormonas alborotadas. —La abrazó y la besó con pasión, bajó las manos y le acarició las nalgas—. Aquí está tu hombre a tu entero servicio.

—Anda, vamos a la cama —dijo Julia tomándolo de la mano—. La cena puede esperar.

Apagó la estufa y lo llevó hasta el cuarto, impaciente por desnudarlo.

 

*****

 

Mike sabía que tendría que arrastrarse, pero no ante la última persona en este mundo a la que le habría pedido un jodido favor.

Llegó a muebles Dónovan a primera hora de un miércoles. Las oficinas eran elegantes y acogedoras, había mucha gente joven, a excepción de la secretaria que era una mujer mayor y lo recibió con gentileza.

—Permítame informar de su presencia, ¿su nombre es?

—Mike Donnelly de hoteles Admiral —lo dijo con el ánimo de impresionarla.

—Siéntese, por favor.

Por el intercomunicador oyó la voz de Jack:

—Ronda, cielo, estoy ocupado.

—El señor Mike Donnelly desea verlo.

—¿Quién? —inquirió y cambió el tono de voz enseguida.

—El señor Mike Donnelly de hoteles Ad…

Jack interrumpió enseguida.

—¡Ya sé quién es ese cabrón! —enseguida Ronda desconectó el intercomunicador y levantó el teléfono rápidamente, antes que el aludido escuchara la diatriba que Jack estaba lanzando por el teléfono interno.

Mike podía hacerse una idea de lo que el hombre estaba diciendo. Se levantó dispuesto a marcharse cuando una amable voz le dijo:

—Puede seguir, señor Donnelly —lo invitó a entrar con gesto preocupado.

—Tranquila no habrá puños, por lo menos de mi parte.

—Sí, pero no estoy segura si los habrá de parte de él.

—Vine en son de paz —y siguió a la oficina guiñándole un ojo.

Entró al lugar, inseguro por primera vez en muchos años, no sabía cuánto tiempo Lori estaría fuera, no le contestaba ni mensajes ni llamadas. Debería dejarla en paz. Su actitud decía que no deseaba verlo, pero ella no sabía que él la amaba y necesitaba decírselo. Necesitaba expiar el pecado.

Jack estaba inclinado sobre una mesa de diseño, con unas modernas gafas. Mike sonrió irónico, por lo menos tenía un defecto. Estaba celoso de él, no como competencia entre hombres por la misma mujer, sino porque Jack tenía una parte importante del corazón de Lori y un impulso fiero y posesivo lo rechazaba. Ella era de él, solo de él, su corazón le pertenecía a él.

—Dame una buena razón para no estrellarte la cara contra esa pared —lo miró ceñudo, se retiró los lentes y los dejó en la mesa sobre un dibujo. Lo examinó atentamente.

—Se te arruinaría la decoración —contestó Mike sin poder evitarlo.

Jack se levantó alevoso.

—Vengo en son de paz —Mike alzó ambas manos.

—¿Qué coño quieres? —le soltó furioso.

—La amo, Jack y necesito verla.

Jack se recostó en la silla y miró a Mike con intensidad. Lo notaba diferente. Era el cabrón que había hecho sufrir a su amiga del alma. Él podía entender el amor de Lori; Mike aparte de sus atractivos rasgos látinos, descollaba la clase de energía que lo hacía capaz de experimentar grandes pasiones. Jack estaba seguro que su problema de alcoholismo estaría en camino de ser superado, la personalidad fuerte de este hombre, no se sometería a una adicción por largo tiempo.

—Y yo quiero ir a Brasil —contestó desafiante.

—Por favor, necesito hablarle, pedirle perdón.

—¿No es un poco tarde para venir a darte cuenta de tus sentimientos?

—No tengo porque dar más explicaciones. Le fallé y no necesito un jodido discurso más.

—Me vas a hacer llorar —soltó burlón.

—Mira, Jack, no vine en busca de problemas, solo quiero verla, hablar con ella, pero todo el mundo se confabuló para ocultarme su paradero.

El hombre estaba desesperado, casi se condolió de él, casi. Jack no se ablandaría tan fácil, quería sangre y no lo iba a dejar ir, sin obtenerla.

—Voy a sacar mi pañuelo —respondió.

Su ironía no le pasó desapercibida a Mike.

—Déjate de sarcasmos, tú eres la última persona en mi lista a la que recurro, nadie ha querido decirme nada —se cogió el cabello impaciente, Jack levantó una ceja—. Ni siquiera su vecina la del gato sabe algo.

—Todos la amamos —sonrió burlón, esto estaba mejor que un reality show—, la cuidamos, ella cuida a todo el mundo, es natural que la protejamos.

—Créeme, ya me quedo claro ¿y si Tom se enferma? —se levantó derrotado, dirigiéndose a la puerta.

—¿Quién diablos es Tom?

Mike lo miró con gesto sorprendido.

—El mendigo que aparca en la puerta de su casa, si hablas con ella dile que solucioné lo de su comida por un año.

Esas palabras podrían sonar fuera de marco para alguien que no conociera de verdad a Lori, pero más viniendo de un hombre cuyo traje costaba miles de dólares.

El hombre abrió la puerta.

—Entonces la amas. —Era a medias una pregunta, a medias una afirmación—. Aún no te he dicho dónde está.

—¿Me lo vas a decir? —sorprendido, Mike cerró de nuevo la puerta y se sentó frente a él.

—No lo hago por ti, lo hago por ella, porque merece ser feliz —Lori seguía triste, así le insistiera a Jack que estaba bien. Él sabía que seguía queriendo a Mike, pero antes de darle la llave del tesoro, tendría que sacarle algunas promesas.

Mike lo interrumpió.

—Te prometo que la haré feliz, me casaré con ella y la llenaré de hijos, claro, si ella quiere también.

Jack se echó atrás en la silla.

—Seguro que querrá, Lori te ama, no entiendo qué te ve, no la mereces, pero si tú eres su felicidad, debes ir por ella. No lo tendrás sencillo, está resentida.

—¿Por qué haces esto? —le preguntó Mike. Nadie había querido decirle nada. Jack era la última persona a la que habría recurrido sino estuviera tan desesperado.

—Porque hace poco entró el amor a mi vida y créeme, cuando te dejas ir, es una experiencia alucinante, con dolores de cabeza, no te lo voy a negar, pero es el mejor estado y deseo de corazón que Lori lo halle contigo. Está en Chicago —le tendió un memo con sus datos.

—Gracias, Jack, no sabes lo que significa para mí este gesto.

Jack se puso los lentes dispuesto a continuar con su trabajo y cuando Mike abrió la puerta, preguntó:

—En el restaurante cuando besé y acaricié a Lori, ¿qué sentiste?

—Ganas de matarte.

—¡Lo sabía! —dijo Jack como si hubiera ganado una apuesta—. Suerte, Mike, la necesitarás.

 

Mike salió de la oficina de Jack, con sus sentimientos hechos un lío. Alegría porque por fin la había encontrado, temor por el encuentro y expectativa porque por fin podría hablar con ella. Planeó su viaje con la meticulosidad con la que hacía todo. Arregló sus asuntos de trabajo, se reunió con Nick y le delegó algunos viajes y reuniones. Jane le hizo las reservas de hotel y de tiquetes y decidió partir esa misma tarde para Chicago, con suerte la vería esa misma noche.

 

******

 

Lori merendaba, sentada en una cafetería cercana a la escuela de arte. Por la ventana observaba los copos de nieve, estrellarse en el pavimento y en los diferentes autos. Bebía chocolate caliente y revisaba sus correos cuando entró un WhatsApp de Jack.

“Te envío un regalo”

 

Emoticones varios.

 

“Espero que te encuentres bien, disfrutando de la congestionada, contaminada y fría ciudad de los gánsteres. Hoy en la noche o mañana tendrás un regalo mío en tu puerta. Espero que no lo devores de golpe. Lori, querida, ¿has ido al salón de belleza? ¿Tienes la manicura? Sé que esos cursos de arte arruinan las uñas y ¿qué tal estamos de depilación? El hecho que estemos en invierno y no tengas mucho sexo, no quiere decir que debas dejarte las piernas como futbolista de Rugby por no hablar de otras partes. Si no has ido al salón, te sugiero que separes una cita enseguida. Seth te envía un saludo especial y palabras textuales, dice que no me prestes atención, que hoy enloquecí de repente.

 

Te quiero amiga y lo único que deseo es verte feliz.

 

Emoticones de besos.”

 

 

Lori casi se ahoga con el chocolate y el pie de queso que degustaba en ese instante. Después de toser unos segundos, le contestó:

“¿Qué es eso de la depilación? Me asustas, ¿estás bien de la cabeza?, para que sepas, me regalé un día en Elizabeth Arden, tendré que trabajar como esclava cuando regrese, porque mi tarjeta de crédito no estira más, esas son las consecuencias de vivir como estudiante adulto y sin beca, quieres ir de compras todos los días. ¿Qué es eso de un regalo? Parece algo de comida. Oh, espero que sea la torta de nueces de mi pastelería favorita, desde ya te agradezco tu regalo con un beso, mándale otro beso a Seth.

 

Seth, cielo, por favor, contrólale los ataques de locura, sé que son nuevos para ti, no te asustes.

 

Voy a cenar con mi profesor de arte ¿Te imaginas? El dolor de cabeza de toda madre y el sueño de toda adolescente.

 

Emoticones de besos.”

 

 

Perdido en tu piel
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