Lori trabajó, parte de la jornada, en algunos detalles de la campaña que le presentaría a Lucas, deseaba que fuera del agrado de Mike. A última hora de la tarde, abordó el vuelo que la llevaría a Los Ángeles.

Mike se paseaba por la sala de espera, el avión había aterrizado hacía unos minutos. Podría haber enviado a su chofer pero quiso ser él el que la llevara a su hogar. Observó la gente que lo rodeaba, un matrimonio joven con un bebé en un coche, una pareja de adultos mayores, hombres y mujeres de negocios que volvían a sus hogares. Empezaron a salir los pasajeros, uno, dos, tres y entonces la vio, esplendorosa y sonriente, caminaba con una gracia innata, llevaba una maleta de rodachinas. Ignoró el aumento de los latidos del corazón. Algunos hombres volteaban a mirarla, y cómo no, con un jean que parecía un guante y hacía resaltar sus sensuales curvas, botas hasta las rodillas, suéter de lana de color rojo vivo y chaqueta a cuadros bajo el brazo, era una mujer muy atractiva. Con su enorme sonrisa se acercó a él.

—Hola, principessa.

—Hola, Mike.

La abrazó y la besó posesivo. Le puso la mano en la parte baja de la espalda, tomó la maleta y la llevó al parqueadero. En el mismo auto deportivo de la otra vez, Mike abrió el maletero y echó el equipaje.

Lori lo admiró embelesada. Estaba guapísimo en traje de oficina y corbata de colores vivos que aflojó en cuanto se ubicó en el asiento. Lo notaba algo cansado, con la barbilla oscurecida y el cabello en desorden.

—Tuve un día de mierda. —Fue todo lo que dijo antes de besarla de nuevo—. Se acaba de arreglar, principessa.

Soltó una breve risa y como siempre quedó hechizado por su gesto. Su aroma lo rodeó, como si después de un tiempo, pudiera al fin respirar. Le sujetó la nuca con las manos y la devoró en un beso brutal, hasta alcanzar su deliciosa lengua y danzar con ella. Cuando ya llevaba las manos debajo del suéter, se obligó a calmarse y la soltó. La piel sonrojada de Lori y la sonrisa que le destinó, casi lo hacen sucumbir de nuevo.

—Es una buena bienvenida —dijo ella antes de acomodarse y ponerse el cinturón de seguridad.

La canción Magic de Coldplay inundó el ambiente. A medida que se alejaban del aeropuerto, Lori escuchaba el relato de Mike de lo que había sido su día de trabajo y después le contó la historia de su casa que había pertenecido a una actriz famosa en los años cincuenta, del matrimonio que se encargaba del lugar y que a pocas cuadras quedaba la casa de Isabella.

—¿Y tu padre? —preguntó Lori.

Mike se repitió que ella era inocente de los tumultuosos sentimientos que, con su pregunta, despertaba en él. Su locuacidad desapareció.

Lori no se arrepentía de haberle preguntado. Deseaba profundar en ello y ayudarlo a sanar de alguna forma. Al rato le contestó.

—Vive en Bel Air, no tengo una buena relación con él, nos vemos muy de vez en cuando.

—Tu madre murió cuando eras un niño. —Lori le acarició la pierna.

Lo sintió tensarse. Mike cambió la música por algo más fuerte.

Lori sorprendida por el gesto, supo que era un tema del que no le hablaría jamás.

Se quedaron en silencio varios minutos, fue como si un chubasco hubiera hecho presencia y luego desparecido como si nunca hubiera estado allí.

—Disculpa, no era mi intención molestarte —dijo ella al fin para romper el hielo.

—Es algo de lo que no hablo ni con Isabella.

La miró consternado, trató de disimular el malestar que le ocasionaba el tema, ella no tenía la culpa, pero tampoco tenía que meter las narices donde no debía. Ese era el problema cuando intimaba con alguna mujer, caviló furioso, querían succionar todo de golpe, nunca tenían suficiente con lo que les daba.

—No te preocupes, Mike, te entiendo.

—Es mejor dejarlo así —la tomó de la mano y le besó la muñeca, no iba a permitir que sus recuerdos amargos le arruinaran el rato.

 

Mike vivía en las costas de Malibú a pocas cuadras de Pacific Coast Highway. A pesar de sus orígenes italianos; la casa era de estilo clásico norteamericano. Al llegar a la verja, observó un camino rodeado de palmeras y rododendros, que desembocó en la entrada. En un extremo de la casa principal se erigía una vivienda pequeña. La iluminación le daba un aspecto majestuoso al hogar de Mike. Tres escalones en piedra los llevaron a una hermosa puerta de madera ornamentada. Al entrar, Lori quedó maravillada. Mike tenía muy buen gusto, la sala era preciosa, se imaginó que tuvo la ayuda de un decorador de interiores y no se equivocó. Era una sala de diseño de revista que no dejaba ver nada que permitiera vislumbrar algo de la personalidad de su dueño. Había dos sofás blancos, sillones claros, alfombras gruesas y una mesa de centro sacada de algún anticuario, algunas esculturas en bronce y pinturas clásicas en sus paredes.

La casa contaba con siete habitaciones muy bien distribuidas, un comedor para ocho personas de estilo moderno y sobrio. Una amplia cocina que tenía un sello especial y calor de hogar, producto de la mujer que cuidaba del lugar. Con olor a hierbas y especias y una decoración llena de vida, Lori se imaginó que serían de ascendencia mejicana.

—Conocerás a mis empleados mañana —dijo Mike acercándose al horno y luego a la nevera.

—Tú casa es hermosa, Mike. Te felicito.

—Gracias —sonrió satisfecho.

Por una puerta amplia de cristal corredizo se salía a un balcón que parecía un patio, rodeado de plantas con hermosas flores, había una mesa con sombrilla rodeada de cómodas sillas y dos tumbonas de color azul rey, al frente la playa, se escuchaba el sonido del mar.

—Se ve que tienes buena mano para las plantas —señaló Lori en broma al acercarse a oler una flor.

—Ni lo sueñes, esto es obra de Joaquín ¿Deseas tomar algo?

—Quisiera instalarme primero.

Mike le hizo un recorrido hasta llegar al otro extremo de la casa, donde estaba la piscina de forma ovalada en un patio con otro jardín y una zona para barbacoa.

En el segundo piso estaban las habitaciones. La habitación de Mike parecía una suite de hotel, con una sala pequeña y televisor de pantalla plana, al fondo una cama extragrande, dos mesas de noche con lámparas a cada lado y más al fondo el vestier y el baño con Jacuzzi, amplio, todo blanco y aséptico.

—Subiré tu maleta. ¿Deseas compartir la habitación conmigo o quieres tu propio cuarto?

Lori se dijo que era un hombre muy delicado.

—Quiero que compartamos la habitación.

—Perfecto.

Mike salió veloz por el equipaje. Necesitaba poner algo de distancia. Si ella supiera el impacto que fue para él, verla en su casa, en su habitación, como si perteneciera a ese lugar. Un ramalazo de miedo por todo lo que sentía le hizo querer huir; miedo y rabia por sentirse así, porque en cada encuentro su férreo control salía a paseo. No era lo que había planeado. Deseaba una relación como la que había tenido con sus mujeres en el pasado, pero con ellas no había sentido esa ansia loca que no sabía donde empezaba, si en su cabeza, su miembro o su corazón. Se reprendió por enésima vez, dejaría que las cosas siguieran su curso sin involucrarse emocionalmente, tendría que esforzarse. Cuando volvió a la habitación con la maleta, Lori observaba el paisaje por la ventana. No veía mucho, parecía sumida en sus pensamientos. Aprovechó para sacar una caja, envuelta en papel regalo, de una cómoda y la puso encima de la cama.

Principessa —llamó Mike—. Ábrelo, es para ti.

“No, otra vez no”, caviló consternada, mientras se acercaba a él. Le puso las manos en el pecho.

—Mike, no es necesario, no deseo más regalos.

—Vamos a aclarar eso enseguida que abras el paquete, por favor.

Lori desató el moño, abrió el paquete que contenía una caja de Christian Louboutin, el corazón se le aceleró. Al abrirla halló unos hermosos zapatos en gamuza de color rojo con incrustaciones de brillantes, lo lindo no eran los brillantes aunque le daban majestuosidad al calzado; era la simpleza y sencillez de su corte, la elegancia de su tacón de más de quince centímetros, los zapatos cumplían la misión de seducir.

—No sé que decir —los acarició con reverencia—. Son hermosos, muchas gracias.

Al observar el lujoso regalo, Lori se dio cuenta al momento que era errónea su afirmación de que él le pagaba por sus servicios. Al ver la forma en que esperaba que ella abriera el presente y que no quitaba la mirada de su rostro acusando cada reacción, percibió que era un hombre que le encantaba regalar a las personas que le importaban y eso la hizo feliz.

—Déjame ponértelos —dijo con tono de voz ronco. Se acercó a ella y con su risa sensual dijo—: He fantaseado con eso desde que los vi.

Lori se acomodó en la cama. La desvistió con calma y se tomó su tiempo, sus caricias la calentaban, luego se arrodilló frente a ella y le puso los zapatos con gesto suave.

—Ahora, camina —susurró.

Lori caminó hasta la salita del cuarto, los zapatos eran un guante. Él se recostó en la cama observando su delicioso trasero.

—Ven despacio.

Mike se enderezó. Lori dio la vuelta y caminó sin quitarle los ojos de encima, con su espléndida sonrisa y los zapatos como únicos adornos, se dijo que era una de las mujeres más bellas que conocía.

—Dios, principessa...

Cuando llegó al borde la cama, Mike la acarició con ternura, desde la punta de los zapatos, hasta sus pezones pasando por su sexo, la tumbó en la cama y habló.

—Así es como te pienso, así es como me pongo cachondo, sonrisa, tetas y zapatos que en unos segundos rodearan mi cintura y después mi cuello.

****

 

—¿Por qué no te gusta que te regale cosas? —preguntó rato después, mientras le acariciaba el brazo. Estaban acomodados en la cama como en media luna.

Lori se dio la vuelta y sus ojos de cielo descansaron en él.

—Voy a ser sincera contigo, siento como si me estuvieras pagando por algo que te estoy dando libremente.

—Pero qué dices —soltó ofendido—, lo hago porque me gusta hacerlo, me gusta complacer a las personas que me rodean. —Mike se quedó pensativo y decidió ser también sincero con ella. Quería explicar algo que no era claro ni para él mismo—. No soy una persona afectuosa, creo que te das cuenta.

—Me hago una idea —ella no podía dejar pasar este momento, quería conocer algo más del hombre inalcanzable para ella hasta hacía unos días.

—Esos presentes son una forma de darte las gracias porque estás en mi vida. En ningún momento se me pasa por la mente algo como lo que insinúas, debes creerme, por favor. —Ella le rehuyó la mirada, el fijó su rostro, sonrió de nuevo, los ojos le brillaban con calidez. Él tiró de ella hacia delante y le levantó el mentón con un dedo hasta que se pegó a su boca y la besó.

Lori satisfecha se perdió en ese gesto, así Mike no se hubiera dado cuenta, le acababa de dar el regalo más precioso, empezaba a derribar muros.

—No le busques cinco patas al gato. —Se levantó de la cama como un resorte y se puso un pantalón de algodón—. He sido un desconsiderado, no te he alimentado, discúlpame, principessa, arreglaré eso enseguida.

—Hay actividades más placenteras —dijo al tiempo que lo abrazaba.

Lori se puso una camiseta y bajó con él a la cocina.

 

****

 

Salieron temprano de la casa. Desayunaron en un Starbucks camino al centro de jóvenes.

Lucas recibió a Lori con un fuerte abrazo que hizo chirriar los dientes a Mike.

—Bienvenida. —La soltó y le tendió la mano a su amigo—. Me imagino que vienes con ganas de trabajo mari… —se detuvo al recordar la presencia de Lori.

Mike esbozó una sonrisa aterciopelada.

—Adelante, no te contengas.

Lucas carraspeó nervioso y los invitó a una oficina improvisada amoblada con una mesa, varias sillas y un archivador que conoció mejores días donde reposaba una cafetera y vasos desechables.

Lori acomodó su ordenador en la mesa y durante la siguiente hora le presentó a Lucas y a Mike el primer esbozo de la campaña que en realidad eran varias campañas en una. Según lo comentado, el centro de jóvenes sería un lugar de apoyo que trabajaría en la prevención de la drogadicción, el alcoholismo y otras conductas de riesgo que dificultan el desarrollo de los adolescentes del lugar, con estrategias educativas, se trabajaba en el ámbito de la educación formal e informal. El centro promovería la educación preventiva en todos los niveles: escuela, familia y comunidad.

—Esa parte quiero que quede muy clara, Lori.

—En la documentación que me enviaste tienes ese tema muy claro, recuerda que lo hablamos hace tres días. He trabajado en el logo que más despierte interés a las personas. Aquí tienes tres ideas, me estás debiendo el eslogan. ¿Tus chicos ya tienen algo? —En ese paso habían decidido involucrar a los jóvenes.

—Tienen unas ideas que no se si sean las correctas.

Lucas se levantó y sirvió tres cafés.

—Lo que no es bueno para nosotros, para ellos es genial. Este centro será de ellos y tienen que identificarse con el —afirmó Lori.

Y así siguieron hablando una hora más. Mike apenas pronunció palabra. La camaradería con que se trataban lo tenía mortificado. Recordó como apenas lo toleraba cuando iniciaron el trabajo de la campaña de los hoteles ¿Por qué con Lucas no había asomo de prevención y con él fue un incordio total? No lo entendía y tampoco profundizaría en eso. El trabajo presentado era excelente. La admiraba y muy pocas personas eran dignas de su admiración.

—Tendremos clases de música, pintura, cursos online de apoyo psicológico, de sistemas y de idiomas —señaló Lucas.

—¿De idiomas? —preguntó Lori.

—Sí, en esta zona de la ciudad llegan jóvenes latinos todos los días y muchos ni siquiera se preocupan por aprender el idioma.

—Te entiendo, pienso que…

Mientras hacía su exposición, Lori lo sintió a su lado, la miraba con la misma intensidad callada y poderosa con la que hacía todo. Era una presencia cálida y tranquilizadora y asentía a todo lo que ella exponía. Al cierre de la reunión descubrió en su mirada café, un brillo de orgullo y admiración por ella.

 

Al salir ya había varios jóvenes y obreros que trabajaban en la construcción. Mike enseguida se unió a una cuadrilla que trabajaba en el armazón de madera. Lucas llevó a Lori donde estaba el material que había acabado de llegar. Pasó casi toda la mañana, organizándolo y dándole entrada en el computador propuesto para ese fin. De vez en cuando destinaba una mirada a Mike que por culpa del trabajo duro, se había quitado la camiseta. Verlo así con su torso al aire, sudoroso y atareado en su labor, hizo que a Lori se le encogiera el estómago. Tomó el móvil y le sacó varias fotografías, estaba de perfil acomodando un puntillón grueso antes de coger el martillo. Observó las imágenes y se percató que sus sentimientos iban más allá de una simple aventura. No tenía sentido engañarse, estaba como siete años atrás y se moría del miedo.

—Hola —saludó Lucas que le pasó una botella de agua.

Lori se sonrojó al ver que Lucas siguió la mirada de ella.

Lucas se echó a reír, era un hombre de trato fácil, amable y divertido. La impresionaba su amabilidad y la sensibilidad aparte de que adivinaba su condición.

—Acabo de terminar.

—Eres muy eficiente, Mike tiene suerte.

Lucas supo interpretar su gesto, añoranza, vulnerabilidad y amor. Ella bajó la mirada.

—Lori… —pareció titubear.

—¿Qué?

—Eres buena para él. Ustedes juntos pueden lograr grandes cosas. Pero necesito un favor.

—Dime, lo que sea cuenta con ello.

—No te molestes por lo que te voy a decir. Mike no ha tenido una vida fácil, no es de trato sencillo. Es uno de los hombres más decentes que he podido conocer, pero es un adicto en recuperación, no se te olvide. Tienes que saber dónde estás parada en todo momento. Su adicción es como un maldito juego, si pierde, tú perderás también.

—¿Por qué me dices esto?

—Porque lo quiero como a un hermano —se apresuró a aclarar— y la mujer que esté a su lado, tiene que ser fuerte y tenaz. El amor no es suficiente.

—Lucas, apenas estamos empezando algo. Pienso que tus comentarios son algo precipitados.

—Pues por la manera que tienen de mirarse, están a un paso de subir el escalón.

—No creo, Mike no desea nada serio.

La miró sorprendido.

—Entonces, ¿por qué me mira como si quisiera martillarme a mí en vez del clavo que tiene en la mano?

Lori soltó la carcajada y al mirar a Mike, el gesto adusto le dijo lo que quiso saber. Incapaz de romper el contacto de sus ojos cafés que la miraban furiosos, siguió hablando con Lucas.

—¿Qué función cumplirá el muro al fondo del terreno?

—¿El muro de color coral? —preguntó a su vez el aludido—. Se demolerá, pensé que ahí podría ir el salón de danza, pero el arquitecto, por cuestiones de luz, no lo aprobó.

—¿En qué utilizaran el espacio?

—Un jardín.

—Entonces no es necesario derribarlo. Lo podrías utilizar para que los chicos hagan un mural.

—Es una buena idea.

Observó cómo Mike bajaba la escalera y se dirigía a ellos. Ella le sonrió feliz.

Se acercó y sin pedir permiso la atrajo hacía él y la besó con gesto posesivo, delante de su amigo.

—Mejor dejo solos a los tortolitos.

Mike levantó el dedo medio por detrás de Lori. Lucas solo sonrió.

—Sé lo que acabas de hacer —dijo ella sobre su boca—. Es innecesario.

—No lo creo —retrucó él—. Lucas puede ser un jodido ángel, pero es hombre y no me gusta que te ronde.

Lori lo separó de un empellón.

—¡Oye! Creo que tengo algo que decir al respecto.

—No comparto.

—No me compartes, me ofenden tus comentarios.

Él la volvió a abrazar, le besó el cabello, la mejilla y deslizó su boca a su oído.

—He tenido que contenerme, cuando cada hombre de la construcción no hace sino mirarte el trasero.

—Mike…

—Sí, lo sé, es una maldita locura, pero sentí celos.

Se alejó de ella así como había venido.

“Celos” vaya, vaya con el señor Donelly, caviló Lori, este pintaba ser un muy buen día, sonrió y se acercó a un grupo de jóvenes para entablar la charla.

Los jóvenes la recibieron encantados, uno de ellos tarareaba una canción de Gente de Zona. Lori expuso su idea y la acogieron con entusiasmo, varios de aquellos jóvenes estarían en el taller de arte, para muchos de esos jóvenes las paredes eran sus voces, era su manera de abogar por una nueva oportunidad.

Para la mayoría de la gente el arte muralista pasa desapercibido o se toma como un grafiti, pero para algunos foráneos y extranjeros los murales eran considerados una expresión de arte y parte importante de la cultura de la ciudad.

Mike la rescató de su reunión, a los pocos minutos abandonaron el proyecto y tomaron rumbo a Malibú.

 

Perdido en tu piel
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