CAPÍTULO X
EN EL CÍRCULO DE LOS ANCESTROS
La primera vez que Lina fue al Círculo de los Ancestros se impresionó mucho. Era un enorme y suntuoso salón del segundo nivel donde se reunía todo el clan Pozafría para tratar temas importantes. En las paredes había miles de vitrinas con pequeñas figuras de cera que representaban a todos los miembros del clan Pozafría. Algunas figuras estaban cubiertas con un paño negro: esos miembros de la familia, los desterrados, habían hecho algo terrible (como Benvolio, el padre de Lina, y, recientemente, la prima Alessa). La vitrina más reciente era la de Lina. Le había donado un poco de cabello a su réplica, de acuerdo con la tradición. Sentía siempre un poco de miedo al verse a sí misma en aquella versión diminuta, pero fiel.
El suelo del Círculo de los Ancestros tenía un curioso sistema de niveles escalonados y formaba un gigantesco embudo donde se sentaban los miembros del clan. Mientras más profundo era el nivel, más antiguo y respetado era el ancestro. Los menores de edad, la sanguaza, no tenían derecho a un lugar en el círculo, así que debían sentarse en un lejano pasillo adyacente al gran salón. Podían ver la sesión a través de una reja. Ese aislamiento no los incomodaba, sino al contrario: los jóvenes chupasangre podían comer golosinas sin que ningún Mayor los reprendiera (globurratas con triple relleno eran las favoritas).
Solo los miembros de la familia podían presenciar las sesiones, así que Gis tuvo que marcharse. Cuando se despidió, Lina le aseguró que todo se arreglaría:
—Mañana ya no habrá ningún nosferatu con fábricas de galletas de costra pidiendo mi mano en matrimonio.
—Lo sé. Confío en ti siempre, siempre —respondió Gis.
Desde su lugar con la sanguaza, Lina vio a algunos de sus parientes. Distinguió a su tío Duncan el Bello, impecable, luciendo un traje de terciopelo azul cobalto (en cada sesión en el Círculo de los Ancestros, el vanidoso vampiro estrenaba ropa). Moth y Puck llevaban sendas gorras que decían Cruz Azul, pero parecían un poco apagados. Moth era siempre algo melancólico, pero su rostro en ese momento era la viva imagen de la desolación. Al fondo del círculo, los venerables ancestros, Abasi el Egipcio y Augustus el Romano, peleaban insultándose en una jerigonza de la que si acaso se alcanzaban a entender palabras en latín. Llevaban enemistados unos dos mil años por culpa de una novia, unas tierras… o dinero (estaban tan viejos que ya no recordaban el motivo del pleito). En uno de los niveles de la parte media se encontraba un nosferatu con un gran sombrero de cuero y una espesa malla metálica a modo de velo que le cubría la cara. Con horror, Lina imaginó que se trataba de Ariel, quien no querría mostrar el rostro desfigurado por los polvos de kilasa. Desde su sitio, Lavinia tía Sangre parecía perfectamente tranquila y sin culpa. Daba de comer a sus mascotas trocitos de hígado crudo. Tía Gerta le pidió algunos para ponérselos en el escote (algunas umbrías llevaban pedazos de carne con sangre en la ropa para que los piojos tuvieran qué chupar y las dejaran en paz).
La sesión 78 991 comenzó. La abuela Imo tomó su lugar como jefa del clan. Calibán, el vampiro que siempre parecía cubierto de tierra, también ocupó su sitio, colocó en una mesita la pesada máquina de escribir que llevaba colgada del cuello y comenzó a transcribir el acta de la reunión. Lina estaba muy emocionada.
Para empezar, la abuela comentó que el «lamentable incidente postal» del teatro no había causado ninguna muerte, solo torceduras, esguinces y, claro, las feas fracturas de la pobre Octavia Mil Voces, que ya se estaba recuperando.
—En otro momento volveremos al tema del teatro —acotó—. Comencemos con el orden del día.
Eso quería decir que hablarían de temas aburridos, como la contabilidad del Mercado del Colmillo, el alquiler de las bodegas, los intereses a deudores, los contratos por expirar y otras cosas que a los pequeños no les interesaban lo más mínimo. Osric sacó un paquete de macizos Leucolín, el primo Gargajo se lo arrebató y el pequeño comenzó a lloriquear. Por su parte, Guano trataba de venderle a Lina un turno para Gis:
—Aprovecha, que cada vez serán más caros.
Ella no compró nada y se olvidó del asunto en cuanto oyó que mencionaban el nombre de su padre. En las últimas sesiones, Imogene tocaba el mismo tema: levantar el destierro al menor de sus hijos, Benvolio. Un siglo atrás había sido expulsado del clan, se le había suspendido el acceso a su fortuna y el domovoi, espíritu de la casa, tenía instrucciones de asesinarlo si ponía un pie dentro del castillo de Cimeria.
—Benvolio ya demostró que está arrepentido por los errores del pasado —recordó la abuela Imo—. Ayudó durante la última epidemia: trajo sana y salva a Lina. Por todo eso, solicito al clan que mi hijo se reintegre a la familia, que pueda usar el apellido, las instalaciones del castillo, sus objetos personales y demás bienes que le pertenecen. Reconozco que sus faltas fueron muy graves, pero sus méritos no se han quedado atrás. ¿Quién está a favor de anular el destierro?
Un gélido silencio se extendió en el Círculo de los Ancestros. Además de Imogene, solo alzaron la mano cuatro vampiros más: Moth y Puck, que al ser siameses contaban como un solo voto; el tío Calibán, y el nosferatu del raro sombrero (¿Ariel?). El resto de la familia permaneció indiferente.
Para los umbríos, un castigo de cien años no era castigo. Había que sufrir por lo menos mil años de penas, amarguras y pobreza extrema para merecer un poco de clemencia.
—Bien —continuó la abuela Imo con tristeza—, entonces continúa el destierro para mi hijo Benvolio. Procedamos ahora al siguiente punto del día.
Lina se removió nerviosa en su lugar. ¡Seguro que la abuela hablaría de la obra de teatro y pondría en su lugar a la horrible tía Sangre!
—Como se habrán dado cuenta, tenemos de regreso a un miembro de la familia —dijo Imogene—. Querida, ¿serías tan amable de quitarte esa cosa tan fea que llevas puesta?
—¡Es la última moda en Darmat! —se quejó la nosferatu, pero se despojó del sombrero de cuero con malla metálica. Todos pudieron ver su cara.
—¡Es Titania! —exclamó Osric desde el sitio reservado para la sanguaza—. ¡Titania Labios Sangrantes! ¡Al fin volvió!
Lina recordaba ese nombre. Era la hermana menor de la abuela Imo. Había vuelto de un viaje de luna miel (con su noveno marido).
—¡Es mi tía favorita! —dijo Osric a Lina—. Es maravillosa, ya la conocerás.
—Y comprobarás que está loca —agregó Gusanos.
—No es verdad —la defendió Osric—. ¡Titania es muy buena!
—Sí, buena para casarse y tontear con los umbríos solteros —se burló Gargajo mientras disfrutaba uno de los caramelos que le había quitado a Osric.
Los jóvenes nosferatus comenzaron a discutir. Osric defendía a la tía Titania, y los primos arremetían con más burlas. Según ellos, era una vieja ridícula.
—Se porta como si tuviera nuestra edad —se quejó Gargajo.
—No es tan vieja —Osric empezó a llorar.
—Cierto, ¡solo tiene novecientos años! —se burló Gusanos.
—Tal vez podamos venderle alguna crema para prolongar la juventud —opinó Guano, siempre atento a las oportunidades de negocio—. Sé de un emplasto de momia que es muy bueno.
—Silencio, por favor —pidió Lina—. ¿Y quieres dejar de llorar, Osric? Disculpa, pero no dejas oír.
Titania aparentaba unos veintipocos años, no los nueve siglos que en realidad tenía. Era pequeña, de exuberante cuerpo, ojos vivarachos, labios muy rojos y abundante cabellera ondulada color castaño rojizo, como casi todas las Pozafría.
—Paquito, corazón, entrega los presentes a mi familia —ordenó Titania a un criado.
Los redis domésticos solían esperar en los extremos del Círculo de los Ancestros para atender a sus amos. Paquito era un zombi vestido de Santa Claus (posiblemente trabajó en algún centro comercial, porque aún llevaba una banda que decía: «Temporada de rebajas navideñas en hipermercados Deljardín»). Rebuscó en su mugriento saco y pasó frente a los ancestros para entregarles un pequeño aparato a cada uno.
—Los conseguí en mi viaje de luna de miel —dijo Titania con orgullo—. Recuerditos, una cosa de nada.
Los regalos eran teléfonos celulares. Lina dudó que tuvieran señal en esas profundidades. Era una lástima, porque a los vampiros les urgía un cambio tecnológico. Eso de los murciélagos postales era muy anticuado y francamente peligroso (aunque la publicidad decía que no tenían rabia ni histoplasmosis).
—¿Y para qué sirven? —preguntó Duncan el Bello, mirando su teléfono con colgantes de peluche.
Titania se encogió de hombros:
—¡Por las trenzas de Afrodita! No me lo preguntes, corazón —rio—. Yo los uso para iluminar el interior de la nariz y asearla. Habría traído mejores regalos, ¡pero ustedes no quisieron darme más dinero para el viaje de bodas!
—Y con toda razón. Eres capaz de gastar cien óbolos en un feo sombrero —señaló tía Sangre con desprecio—. Por cierto, ¿cuánto te costó ese adefesio que llevabas?
—No recuerdo. Munio me lo regaló —sonrió Titania.
—¿Y dónde está tu marido? —preguntó la obesa tía Tripa.
—No sé. Debe estar apostando en algún nido, pero no me interesa. Munio Piesfeos ya no es mi marido —reveló sin empacho—. Nos divorciamos hace una semana. ¡Por eso estoy de vuelta! ¿No les da gusto?
Se oyó una exclamación generalizada de desaprobación.
—Munio del clan Piesfeos. ¡A este esposo ni siquiera lo conocimos! —se quejó Gerta.
—No te puedes casar y divorciar así, querida —le aconsejó la abuela Imo—. Somos una familia con ciertos valores. Los adoptamos después de la decadencia del Imperio romano, pero son valores al fin.
—¡Lo sé, lo sé! Por los ojos de la gorgona, ¡cuántas críticas! —se quejó Titania—. Yo hice mi mayor esfuerzo, pero no soporté las costumbres de Munio ¡Llevaba trescientos años sin lavarse el pelo! ¡Y ni hablar de la boca! Cuando me besaba me dejaba larvas entre los dientes.
—«El umbrío es como el oso, mientras más feo, más horroroso» —sentenció Imogene.
—Sí, pero hay cosas que no soporto —continuó Titania—. La higiene era lo de menos. Un día exigió controlar mis gastos, ¡mi dinero! Tuvimos una discusión. Es tan avaro que usa los mismos zapatos desde hace dos siglos. Yo le dije…
—Querida, después nos cuentas los detalles de tu fallido matrimonio —interrumpió la jefa del clan—. Hay que continuar con la sesión. Por cierto, pide a tus redis que lleven el equipaje a tu habitación. No puedes dejar baúles por toda Cimeria.
—Ya no cabe el equipaje en mi habitación —Titania rio como niña traviesa—. Hice demasiadas compras en mi viaje.
En el lugar de la sanguaza, Osric preguntó feliz:
—¿No es maravillosa?
—Está loca, loca de remate —remarcó Gusanos.
Lina se abstuvo de opinar. No quería meterse en una polémica ni perderse nada de la sesión. Su abuela dijo al fin:
—Ahora pasemos a otro tema importante. Lavinia querida, ¿puedes pasar al estrado? Debes responder al clan sobre algunas cuestiones.
Lina sintió alivio. Al fin iban a confrontar a tía Sangre por su broma de los polvos de kilasa y todas sus chapuzas. La vampiresa, seguida de sus mascotas, se dirigió muy digna al estrado, frente a todos los miembros de la familia.
—Lavinia querida, cuéntanos, ¿qué estaba pasando por tu cabeza? —comenzó la abuela Imo—. ¿Cómo se te ocurrió que Lina participara en el juego de Ashtart? No lo consultaste con la familia.
Los ancestros murmuraron con desaprobación, pero tía Sangre no parecía preocupada.
—Bueno, tal vez me precipité un poco —reconoció la nosferatu—. Pero la pequeña me lo pidió. ¿Yo qué podía hacer? ¿Negarme a esa criatura que pedía algo tan bonito como conocer a su gran amor?
—Querida, creo que no te estoy entendiendo —repuso la abuela Imo.
—¿Lina te pidió que le ayudaras a conseguir marido? —preguntó Crésida, sorprendida—. Yo tengo buen ojo para eso. Me lo pudo pedir a mí.
—O a mí —suspiró Gerta—. La pequeña talismán y yo nos queremos tanto.
—Pues me eligió a mí —espetó Lavinia—. Me dijo que necesitaba pensar en su futuro, pues su conversión en umbría será en un año. Al principio me negué a ayudarla, porque estos temas se deben consultar con el clan. Sin embargo, no había tiempo, ¡y ella me suplicó tanto!
Lina estaba pálida de la indignación. No podía creer tantas mentiras. ¿Pedirle ella a tía Sangre que le buscara marido?
—Se me ocurrió organizar el juego de Ashtart, que es tan divertido —continuó Lavinia—. Lina aceptó. Dice que quiere pagar el impuesto del amor cuanto antes para regresar al clan todo lo que hemos hecho por ella.
De nuevo se oyeron murmuraciones, pero ahora era una aprobación generalizada. «¡Qué criatura tan responsable!», «¡Qué pequeña tan romántica!», decían.
—¡Pero eso es mentira! —murmuró Lina, atónita—. Yo nunca le pedí eso. Ni siquiera sabía lo del impuesto del amor o del juego de Ashtart. ¿Cómo se atreve?
—Si fuera tú, entraría para quejarme —aconsejó Gusanos.
—No le hagas caso —advirtió Osric—. La sanguaza no debe interrumpir una sesión de los Mayores. Además, la abuela va a aclarar todo. Espera y verás.
Dentro del salón, la abuela Imo suspiró y dijo:
—Lavinia querida, debo decirte que lo del juego de Ashtart fue… un gran ejemplo de iniciativa. Te felicito.
Lina casi cae del banco de madera donde estaba sentada. No podía creer en lo que oía. ¿La abuela felicitando a tía Sangre?
—Lina es un miembro muy especial y querido en el clan —continuó Imogene—. Y si ahora elige la conversión y el camino del impuesto del amor para casarse, a nosotros solo nos queda apoyarla.
Lavinia sonrió triunfal. Lina estaba confundida. ¿Por qué su querida abuela decía eso? ¡Ella sabía que Gis era su novio y que no quería ser una chupasangre! ¡También sabía que lo urgente era tener un plan para defenderse de Luna Negra y rescatar el cuerpo de su madre! ¿Qué ocurría? La chica vio a Moth y Puck bajar sus gorras del Cruz Azul para esconder la cara. Y, por cierto, ¿dónde estaba Ariel?
—Lavinia querida, como tomaste la batuta en ese asunto, deberás darle seguimiento —prosiguió la abuela Imo—. Encontrar un marido adecuado para que nuestra Lina pueda cumplir el impuesto del amor será un proceso largo y complejo, me temo.
—Ya me estoy encargando —afirmó resuelta tía Sangre—. Lo dije antes y lo repito: esa lindura es ahora mi favorita. Nos ayudó con la plaga, así que esto es lo menos que puedo hacer por ella.
—Si me dejaran sorber un poco de ella también sería mi favorita —suspiró tío Panza.
Imogene tomó aire y repuso:
—Siendo así, doy por terminada la sesión 78 991 del Círculo de Ancestros. Hasta la próxima convocatoria. Les pido por favor que mediten sobre el caso de mi hijo Benvolio. Se lo voy a agradecer —enseguida, la nosferatu se dirigió al vampiro terroso—. Calibán, querido, cuando termines de pasar en limpio el acta de la reunión llévala a la sala de archivos.
El nosferatu escribió: «Sí, madre, ya mismo».
Los chupasangre se levantaron de sus asientos. Lina se quedó como si la hubieran golpeado con un mazo en la cabeza. Nadie dijo una palabra de la espantosa obra de teatro, de Luna Negra ni del peligro que representaba la batalla del tercer reino.
—Así me gustan las sesiones: ¡rápidas y concretas! —dijo Guano, feliz.
Osric miraba a Lina con ojos llorosos, como si él fuera el culpable de todo. Se abrió la puertita y entró Kim, una aeromoza medio carbonizada, una de las redis personales de la abuela Imo. Se acercó a Lina y le entregó un papelito con la inconfundible letra de la abuela: «Querida, ven a la sala de los archivos. Tenemos que hablar».
Al lado del Círculo de los Ancestros se encontraba una sala donde se guardaban las actas de todas las sesiones familiares de los Pozafría. Era una habitación circular con muros altos llenos de gavetas con documentos.
Lina vio a la abuela Imo sentada en un enorme escritorio detrás de un montón de papeles. La dama vampiresa tenía una expresión muy cansada. A su lado, Calibán terminaba de pasar en limpio el acta de la reunión.
—Pasa, pasa, querida —la abuela hizo un ademán para invitarla a entrar—. Antes que nada, te debo una disculpa. Debes estar furiosa por lo que acaba de ocurrir en la sesión.
—¿Sabías que tía Lavinia estaba mintiendo? —preguntó la chica.
—Desde luego —suspiró la nosferatu y revisó las hojas que le entregó Calibán—. Ese mal bicho es capaz de cosas absurdas, ¡pero volverse tu casamentera es el colmo! Yo sé que no te interesa casarte con ningún vampiro.
Lina asintió. Le gustó que su abuela usara la palabra vampiro, muy ofensiva en el mundo umbrío.
—¿Entonces por qué no la desmentiste? —increpó la chica, y en voz baja agregó—: Además, no se habló de Luna Negra ni de la guerra que se aproxima. Santi lo dijo en su profecía.
—Espera. Ahora te sigo atendiendo —la abuela Imo tomó el acta de la reunión, la leyó, dejó caer unas gotas de lacre y le imprimió la insignia del clan con su anillo. Después se dirigió a Calibán—: Quedó perfecto. Puedes retirarte, querido.
El nosferatu se puso al cuello la cadena con su vieja máquina de escribir y salió en silencio.
—Listo, ahora sí estamos a solas —suspiró la dama nosferatu—. Querida, las cosas actualmente están muy complicadas. Es mejor no revolverlas.
—¿Decir la verdad es revolver las cosas? —preguntó Lina algo ofendida—. Tú viste la obra de teatro sobre mi vida. Solo dijeron mentiras y remataron con el juego de Ashtart. Por otro lado, ¿sabías que tía Sangre le arrojó polvos de kilasa a Ariel?
—Sí, lo supuse —suspiró la abuela—. Fue una broma de pésimo gusto. Ya hablaré en privado con Lavinia. Por fortuna, Ariel se pondrá bien. Está recuperándose en su habitación.
—Qué bueno —dijo Lina con alivio—, pero ¿y lo demás?
Imogene mostró una sonrisa tranquilizadora.
—«Como le dijo la lepra al cuerpo, con calma y llegamos hasta el hueso». Toma asiento, querida. Voy a aclarar tus dudas.
Lina se sentó en un banco de hierro.
—Comencemos con lo de la supuesta boda —comenzó la abuela—. Puedes estar tranquila. Te juro que, mientras yo sea la jefa del clan, no te exigiré el impuesto del amor. Muchos clanes lo hacen obligatoriamente en el primer matrimonio de sus sanguazas, pero a mí me parece detestable. A mí me obligaron y, créeme, no se lo deseo a nadie.
—¡¿Te eligieron un marido?! —Lina no daba crédito.
La abuela Imo entornó los ojos, recordando lejanos, muy remotos tiempos.
—Basanio, mi padre, fue muy estricto cuando estuvo al frente del clan. Me obligó a casarme con uno de sus socios: Herrán, del clan Montacercas. El pobre era maltrecho, calvo, pero con bonita letra. El problema vino cuando me enamoré de su hermano menor, Polonio, y un día me escapé con él. Fue un escándalo en el nido. Había desobedecido a mi padre, rompí las reglas del impuesto del amor y me fugué con un hombre comprometido… En fin, es una larga historia.
—¿Te fugaste con tu cuñado? —Lina estaba fascinada al saber que su abuela fue una joven nosferatu apasionada—. Pero ¿cómo fue?
La abuela rio.
—Por larga historia quiero decir larga: es un drama familiar que abarca cientos de años. Algún día te lo contaré. Lo importante es que no te casarás en contra de tu voluntad. Nada del impuesto del amor. Mientras yo sea la jefa del clan Pozafría, cada miembro de la familia será libre de casarse con quien le plazca, así sea por un súbito y tonto amor, porque también de los errores se aprende.
—¿Y por qué tía Lavinia está obsesionada con eso? Si es una broma, me parece de mal gusto, y si trama algo en serio, peor todavía.
—Nuestra Lavinia es malvada por naturaleza —reconoció la abuela—. Mira, querida, te voy a dar un consejo muy simple: dale por su lado.
—¿Y casarme con un umbrío? —Lina casi gritó.
—No. Síguele la corriente con eso de los pretendientes. Ocupará su retorcida mente en algo concreto y tendrá qué hacer. ¡Es mucho trabajo ser casamentera! Al final del proceso, tú di que ningún umbrío te convence o que no están a tu altura, y ya está. No te casas con nadie que no quieras.
—¿Puedo hacer eso? —la joven estaba muy sorprendida.
—En otro clan me temo que no, pero en el nuestro yo soy la jefa y te voy a apoyar. Avalaré tu decisión, te lo prometo. No te preocupes por eso. Ahora veamos, ¿cuál era la otra duda? Claro, la obra. ¡Esa chapuza!
—¿También reconoces que dijeron solo mentiras?
—Una sarta de tonterías, nada de lo que se acordó con Menandro y Octavia. Supe que la Junta del Concejo del nido exigió esos cambios a última hora.
—Fue censura —saltó indignada la chica—. Gis lo sospechó desde el principio. ¿No se dan cuenta en el Concejo? ¡Si ignoran el peligro no va a desaparecer! Hacer eso es cobarde.
—No hagas juicios de valor, querida. Hay una razón para actuar así. Escúchame con atención porque esto es importante. No tiene caso revelar ninguna verdad ni alarmar a nadie porque ya no hay ningún peligro.
Lina parpadeó confundida.
—¡Pero se formó la señal de Luna Negra en el escenario! —casi gritó—. ¡Viene la batalla del tercer reino!
—Ya no. Nada de guerras. Eso está resuelto —la abuela Imo tomó la mano de su nieta. Lina la sintió helada, como la de todos los nosferatus—. Querida, tengo que darte una excelente noticia: ¡la atraparon!
A la chica se le detuvieron las neuronas por un segundo.
—¿A quién?
—A Luna Negra —completó la abuela—. Y eso no es todo. Los ancianos de la Junta del Concejo quieren que vayas personalmente al edificio que llaman el Hormiguero.
—¿Yo? ¿Para qué? —Lina murmuró con un hilo de voz.
—Supongo que para reconocer a Luna Negra. Eres de los pocos testigos que han estado frente a ella más de una vez y han sobrevivido.
Lina no imaginó que las cosas dieran semejante vuelco: Santi anunciando el gran peligro de la batalla del tercer reino entre gritos de «¡Candela, candela!»; el escalofriante juego de Ashtart; los murciélagos suicidas. ¿Era posible que esas fueran señales de la caída de Luna Negra?
En el trayecto al Hormiguero, edificio central de la Junta del Concejo, la abuela Imo le explicó a Lina los detalles de la captura de Luna Negra. Su poder se había reducido tras la caída de Balbá, pero su gran error había sido regalar a Lina su poderosa arma, Abismo. Eso la debilitó al punto de agonizar (al parecer, la estaqueta le proporcionaba energía vital). Gracias a la intervención de un par de videntes, ciertos testigos y la casualidad misma, las autoridades del nido de Duat encontraron a la temible vampiresa escondida en una mina abandonada, junto con un par de sus fieles seguidores. De inmediato la trasladaron a Ubus, capital del quinto distrito. Toda la misión fue secreta, claro.
Lina no podía creer en semejante golpe de suerte. ¡Cayó justo antes de emprender la búsqueda! Era demasiada casualidad pero ¿y si realmente fue así? Lina pensó en su madre, en su cadáver reanimado. Al fin podría recuperarlo.
El edificio central de la Junta del Concejo de Ubus se erguía frente a la plaza Cortacuellos, que tiempo atrás había servido para hacer ejecuciones públicas, de ahí su nombre. La construcción, también conocida como el Hormiguero, era una especie de pirámide achaparrada, terrosa, sin mucha gracia; sin embargo, el secreto se encontraba en su interior: era un abigarrado castillo subterráneo que descendía a través de un nutrido sistema de rampas espirales que comunicaban galerías, corredores y el famoso Salón de Ancianos de la Junta del Concejo (que era algo así como el Círculo de los Ancestros pero a lo bestia, inmenso, casi como un estadio). Ahí se reunían los jefes de cada clan y gremio que había en Ubus para votar una ley, decidir una política o establecer un anatema.
A Lina le habría encantado conocer aquel salón —había oído que era prodigioso, que los asientos y el presídium estaban tallados en una rarísima piedra del color de la sangre—; sin embargo, no estaba en el Hormiguero para una visita turística. La abuela condujo a la chica por los pasillos secundarios, así que solo pudo ver un grupo de aburridos vampiros amontonando papeles viejos en sus respectivos cubículos.
La abuela Imo envió a su nieta a una salita de espera. Lo primero que Lina vio ahí fueron unos pies inconfundibles, cada uno con un zapato distinto: uno con un alegre escarpín de bufón de punta larga y curva, y otro con una rústica sandalia franciscana. La joven encontró la mirada de Moth y Puck.
—¡Te estábamos esperando! —dijo Moth, y los dos se acercaron a saludar.
—Tranquila, ¡quita esa cara de susto! —dijo Puck.
Los tíos llevaban unas playeras con la leyenda «1000 % vamp», algo distintivo de ellos, que eran grandes coleccionistas de todo lo vampírico que proviniera del mundo tibio. Las novelas románticas humanas con personajes chupasangre les encantaban (Moth lloraba con la saga romántica de Susy Fang).
—Vinimos por si necesitabas ayuda —explicó Puck—. Sabemos que este no es un momento fácil para ti.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Moth.
Lina asintió. Hasta ese momento se dio cuenta de que tenía la garganta cerrada y apenas podía emitir sonidos.
—No te va a pasar nada —la calmó Puck—. Parece que Luna Negra está encerrada en una celda con paredes de cristal de roca, de los materiales más duros del inframundo. Además está encadenada y custodiada por ochocientos mil guardias.
—¡Ochocientos mil! ¿Por qué siempre exageras? —se quejó Moth.
—Bueno, serán unos diez, pero son muy fuertes —rectificó Puck—, los guardias más fuertes del nido.
—Antes de que entres, Lina, necesito hablar contigo… —carraspeó Moth— a solas.
—Qué misterioso —se burló Puck.
Moth solo resopló.
—Me encantaría darte más privacidad, hermano, pero no necesito recordarte que… —Puck le miró con sospecha—. Además, ¿qué quieres decirle a Lina?
—Es algo entre ella y yo —Moth trató de evadir el asunto—. Debería saberlo, me parece. Es lo justo.
—No tiene caso ahora —interrumpió su hermano—. Sería un error.
—¿Qué cosa? —preguntó ella con interés—. ¿Qué no puedo saber?
—Nada, nada —sonrió Puck—. Moth siempre tiene mil sospechas dentro de su fea cabeza.
—¡Oí eso! —se quejó el hermano.
—¿Ves cómo tú también te metes en mis conversaciones?
—¿Y cómo no hacerlo? —se quejó Moth—. Además, lo que quiero comunicarle a Lina no tiene que ver con mis sospechas. Solo digo que debemos ser justos y hacérselo saber.
—¡Siempre das tantas vueltas! —bufó Puck con fastidio—. ¿Sabes qué? Se lo daré yo.
Puck rebuscó en su bolsillo hasta sacar un sobre de papel y se lo tendió a Lina.
—Toma, sobrina. Guárdalo rápido, que nadie vea.
Lina apenas pudo ver su propio nombre escrito.
—Es una carta de tu padre —explicó Puck—. Quiere ponerse en contacto contigo. Creo que es urgente.
—¿Para esto querías que habláramos a solas? —inquirió la joven.
Los siameses cruzaron una mirada cómplice.
—Claro que sí —asintió Moth en voz baja—. Por cierto, me parece horrible que tu padre siga en el destierro. No lo merece. Siempre fue tan brillante. Benvolio Escrápula nació para hacer cosas maravillosas… Un talismán…
Lina estaba confundida pero no pudo preguntar nada más. En ese instante entró la abuela a la sala de espera.
—Querida, ¿estás lista? —preguntó con cierta tensión—. Llegó el momento.
Lina asintió y cruzó una puerta que llevaba a un interminable pasillo, que descendía en un pronunciado ángulo. La chica alcanzó a oír cómo Puck amonestaba a su hermano.
—¡Eres el nosferatu más imbécil de la infratierra! ¿Cómo se te ocurre? ¿Tienes mocos de redi dentro de la cabeza o qué?
—Disculpa, disculpa —murmuraba Moth—. Solo pienso que no es justo. Pobrecita.
Catorce minutos.
Ese fue el tiempo que Lina estuvo en la celda con paredes de cristal de roca. Pudo hablar con la nosferatu encadenada. Al salir, hizo un esfuerzo por no soltarse a llorar. Esperaba cualquier cosa, lo que fuera, pero nunca imaginó aquella revelación.
Aunque había hecho bien en sospechar, las cosas estaban peor de lo que había imaginado.