CAPÍTULO XLV
EL RETORNO DE IMOGENE
Lina cruzó el jardín del castillo de Cimeria. Las preocupaciones le martillaban la cabeza. ¿Qué había ocurrido en el laberinto minutos atrás? ¿Qué había sido todo ese despliegue de frases enigmáticas y violencia? ¿Por qué Cerberus le dijo que ella siempre tuvo la brida? Todo era absurdo, pero dos frases eran las que más le atormentaban: «¿No te has dado cuenta de quién soy en realidad?», «Tu destino».
Pero Cerberus era un simple guardián y estuvo a punto de matarla. Aunque le perdonó la vida y se disculpó, ¿con quién? Cada vez que Lina repasaba la escena la entendía menos.
La chica llegó a una conclusión: tal vez el nosferatu enloqueció de poder al ver que Abismo lo elegía como su dueño. Sí, eso sonaba verosímil, ¡necesitaba creer en algo!
Lo malo es que la brida seguía perdida en alguna parte del muro del cementerio.
De pronto la joven se detuvo y sintió un escalofrío de horror al contemplar la Torre del Este con su espectral magnificencia: lo recordó.
Ya había visto esa imagen en el oráculo de las Flacas. Cruzaba ese mismo punto, incluso tenía los mismos raspones, pero en la visión había una diferencia: llevaba consigo un arma de plata, la famosa brida. En esa misma consulta vio cómo mataban a Luna Negra, y después recibía honores junto a la Sanguaza Salvadora en el Teatro del Hueso. «La gloria llega para quien nació con la marca del héroe».
Pero era la respuesta falsa. Nada de eso podía suceder: ella llevaba las manos vacías y, según las Flacas, su oráculo no se prestaba a la libre interpretación. El futuro se mostraba exacto en cada detalle. Eso quería decir que la respuesta verdadera era la otra visión, el ataque a Titania en la bóveda. ¡La iban a matar!
Lina no lo podía permitir. Debía de haber una falla en algún sitio. Ella, tan sistemática, tenía que encontrar el error.
Al acercarse a Cimeria la joven descubrió que estaban encendidos casi todos los candiles de la planta baja y oyó voces. Se preguntó si su familia se había enterado del estropicio que causó cuando murió el monstruo prehistórico en el laberinto o si se dieron cuenta de que el nosferatu guardián escapó enloquecido con Abismo.
Lina cruzó las cocinas y llegó al vestíbulo principal donde vio a Gerta Pestañas, Lisandro Panza, Gundo el Gris, Gusanos y Gargajo. Estaba todo el clan, incluso los viejísimos ancestros Augustus el Romano, Abasi el Egipcio y mamá Uyü, rodeada de polillas en su cama. Había una especie de animosidad. Al fondo, el redi Tom servía copas de licor de linfocitos. El primero que notó su presencia fue Osric, que corrió hacia ella y la abrazó entre sus tradicionales sollozos (si algún día dejaba de llorar, Lina tendría que preocuparse).
—¿Qué pasa? —preguntó la joven con desconcierto.
—Es la abuela Imogene. ¡Al fin está en Cimeria!
—¿Volvió? —Lina no lo podía creer—. ¿Cuándo?
—Ahora mismo, hace una hora o algo así —aseguró Osric emocionado—. Se está entrevistando con algunos mayores en el salón de caza púrpura. También preguntó por ti y te fueron a buscar, pero yo sabía que volverías al laberinto. Seguro ya tienes la brida. La abuela se pondrá muy contenta. Será como en el oráculo: ahora todo estará bien…
—No es tan fácil… —balbuceó Lina.
—Pero la tienes, ¿no? —insistió el pequeño nosferatu con ojos expectantes.
¿Cómo explicar que no solo no la tenía, sino que además estuvo a punto de morir en manos del guardia enloquecido? Y ahora ya ni siquiera era la dueña de Abismo.
—¿Recibiste mi mensaje? —gimoteó Osric de nuevo empapado en sus lágrimas—. Lo de la vaca… No sé qué pensar, estoy muy preocupado.
Lina no entendía el galimatías de su primo.
—¡Por los dioses del inframundo! —se oyó la voz de la nana Darvulia cuando localizó a Lina—. ¡Aquí estás, sanguaza! Tu abuela está como loca buscándote. No deja de preguntar por ti. ¡Estás hecha un asco! ¿Dónde te metiste? Parece que te masticó un sanajh.
A rastras, la vieja Darvulia llevó a Lina hasta el salón de caza púrpura. Llamó a la puerta.
—¡Aquí está! —dijo la nana exultante, y luego moderó el tono—. La sanguaza que mandó buscar, Lina, la encontré.
La muchacha vio a su abuela Imogene, sentada en su imponente silla. Lucía como siempre: regia, hermosa, las manos llenas de anillos, un soberbio vestido victoriano de terciopelo verde intenso; sin embargo, tenía una expresión cansada. A su lado estaba Crésida con la cara congestionada por el llanto, y frente a una mesita, Calibán escribía a toda prisa en su vieja máquina. En una esquina, la redi Kim, la azafata zombi de British Airways, servía té de sanguina.
—Bien, bien. Adelante, querida —Imogene se dirigió al resto de los nosferatus del salón—. ¿Podrían dejarnos a solas? Tengo algunos pendientes que tratar con mi nieta.
—¡Pero, madre! —sollozó Crésida—. No he terminado de contarte todo… Es una tragedia lo de la muerte de mi tesoro, mi Teobi.
—Sí, querida, ya escuché lo suficiente —aseguró Imogene—. Ahora necesito unos minutos con Lina, por favor.
Calibán, Darvulia y Crésida abandonaron el salón. La abuela Imo hizo una seña con la mano a Lina.
—Ven, querida, acércate, que no soy un fantasma. Vampiro, tal vez…
Lina dio unos pasos, oyó un tintineo, bajó la vista y se dio cuenta de que aún llevaba el brazalete en forma de dragón que le hizo Cerberus. Sin pararse a pensarlo escondió el brazo.
—¿Me puedes decir qué pasa? —preguntó la nosferatu.
—¿Con qué?
—Con todo, querida. Necesito tu versión, porque me han contado cosas inconcebibles: ataques de artes oscuras dentro y fuera de Cimeria, Titania presa en una bóveda de la que no encontramos el botaescudos, Guano asesinado con un hechizo intrabestial y la pobre de Lavinia con el mismo problema.
—¿Y cómo está? —no pudo evitar preguntar Lina.
—Mal. Ya imaginarás que no es conveniente vivir poseída por un perro pequinés. Pero parece que ya localizamos a la pequeña bestia que tiene dentro el espíritu de nuestra pariente y podremos hacer el cambio.
Lina suspiró. Al menos la horrible nosferatu no moriría, por más daño y horror que le hubiera hecho. Además, era mejor que permaneciera con vida para recibir su castigo.
—Pero habla, querida —insistió la abuela Imo—. Quiero oír tu versión de lo que ha pasado. No es posible que me ausente un poco y el clan se venga abajo.
—Fue mucho —murmuró Lina.
—Querida, mis oídos ya tienen algunos siglos en funcionamiento. Necesito que hables fuerte.
—Perdón, abuela Imo, pero estuviste lejos demasiado tiempo —Lina se dio cuenta de que había usado un tono de reproche—. Nos hiciste falta. Lo que oíste es verdad. Pasamos por cosas horribles, no tienes idea.
—Ya la tengo ahora. ¿Por qué no se comunicaron conmigo?
—¡Lo hicimos todo el tiempo! —exclamó Lina—. Titania fue a buscarte, te escribió, también tía Tripa. Hicimos hallazgos importantes. Era urgente hablar con alguien de la familia que estuviera en el cónclave, pero nunca respondiste… Yo sé que estaban aislados, ¡pero esto era urgente!
—Querida, no te alteres —pidió la nosferatu—. Para empezar nunca me llegaron esas cartas que dices. Solo un par de mensajes de Lavinia diciendo que todo estaba bajo control, y uno de Titania pero no mencionó nada grave.
—Tía Sangre debe haber bloqueado las demás cartas o las retuvieron los espías.
—Querida, no hay necesidad de recurrir a tanta intriga. Es claro que si Lavinia ocultó los problemas del clan fue por orgullo; resultó pésima jefa y pensó que podía remediar las cosas. Obviamente no lo consiguió —suspiró—. Menos mal que Calibán se comunicó conmigo y aquí estoy. Salí del cónclave en cuanto pude.
Lina no lo podía creer.
—¿Entonces puedes salir de la Junta del Concejo cuando quieras?
—Es algo complejo, pero si está en riesgo tu clan, claro que se puede. Ahora, querida, por tercera vez te pregunto: ¿puedes darme tu versión de lo que ocurrió? ¿De dónde salieron todos esos ataques de artes oscuras que inundaron nuestro hogar?
—Fue tía Sangre —aseguró Lina—. Ella trabaja para los depositantes y domina la magia negra.
—Querida, no puedes aseverar algo tan fuerte sin pruebas.
—Las tengo: intentó atacar a Gis y el hechizo rebotó en la estaqueta. Tía Tripa estaba ahí, lo vio todo. Puedes preguntarle.
—Temo que es imposible. Lucinda desapareció.
Lina dio un respingo.
—¿Pero por qué? ¿Dónde está?
—Ojalá lo supiera. Ya la mandé buscar por el nido y solo hemos encontrado a sus pequeños redis. Lisandro dice que no tiene idea de dónde encontrarla, ¡como si fuera fácil perder de vista quinientos kilos de esposa! Pero no nos distraigamos del tema. Lavinia puede tener modos bruscos, disgustantes, si quieres, y me odia desde hace algunos siglos, pero jamás traicionaría a su propia sangre, a su clan. Además, ella te estaba cuidando, era su misión.
—¿Cuidándome? —Lina casi gritó—. ¡Si Tía Sangre quería destruirme! Hizo tratos con mi supuesto pretendiente, Carolus Fogg, un mago oscuro, igual que ella. Lo dejó entrar al castillo. El pobre Guano fue su víctima.
—Lina, si has estado leyendo novelas de terror, por favor detente. Tu mente ya se hizo papilla. Lo de tu próxima boda fue un plan para mantenerte ocupada, pero nada más. Al volver solo esperaba quejas de vestidos y ancianos pretendientes.
—Dijiste que era para distraer a tía Sangre.
—Y también a ti. Así, Ariel, Moth y Puck podríamos trabajar en paz. ¡No sabes del peligro que hay fuera de Cimeria!
¡Si la abuela supiera del peligro que había dentro!
—Mira, querida, para que lo sepas, en el cónclave no solo tenemos reuniones en la sala del Concejo. También planeamos y tutelamos misiones muy peligrosas. En la superficie han estado desapareciendo miles de cadáveres de los cementerios humanos. Suponemos que los usan para formar un ejército de redis. También desmantelamos escondites de depositantes. Con todo, la misión más importante ha sido conseguir los fragmentos del filo de Titono. Ben, tu padre, ha hecho un trabajo tan prodigioso que la misma Junta del Concejo exigió cancelar el destierro, de modo que ya obtuvo el perdón del clan.
—¿De verdad? ¿Es parte de la familia de nuevo? —preguntó Lina asombrada.
—No podía ser de otra manera. Ben recorrió medio mundo y ya tenemos la daga completa con la que eliminaremos a Luna Negra —sonrió feliz—. Entonces impediremos la guerra.
Lina estuvo a punto de reír. ¡Habían hecho la misma misión!
—No te ofendas, abuela Imo, pero creo que siguieron una pista falsa.
La abuela levantó las cejas con franca sorpresa.
—Está bien que hayan levantado el castigo a papá, pero no tenían por qué recorrer el mundo —señaló Lina—. La brida sigue en el laberinto de la torre. Nunca la robaron, solo la cambiaron de lugar, y nosotros…
—¡Espera, detente ahí! —la nosferatu se puso tan pálida como la cera cruda—. ¿Mencionaste a la brida?
En su voz había una nota de alarma.
—Sí, abuela. No solo me dediqué a ver lo de mis pretendientes, el ajuar y mi supuesta boda, también investigué y descubrí que el arma que puede matar a Luna Negra sigue escondida en el laberinto. Preparamos una misión para entrar y recuperarla…
—¿Estás hablando del laberinto de la Torre del Este? —la abuela Imogene se levantó de su silla, visiblemente alterada.
En ese instante se abrió la puerta. Era Crésida, con tono trágico.
—¿Madre, terminaste con la sanguaza?
—Ahora no —dijo Imogene cortante—. Y por favor, pide que nadie nos moleste.
La llorosa Crésida volvió a cerrar la puerta. La abuela nosferatu se acercó a la joven.
—Lina, querida, nada de lo que dices tiene sentido. Dime que lo que acabas de decir es una broma.
—¿Lo de entrar a la torre?
—Exacto. Eso nadie lo puede hacer. Dentro hay cientos, miles de trampas mortales, escudos, sellos, maldiciones. En ese laberinto trabajaron los mejores ingenieros de ciencias animantes del inframundo para que fuera impenetrable y mortal. No te acerques ahí ni de broma. Jamás podrías entrar, ni preparándote quinientos años.
La joven sonrió. ¿Jamás? ¡Ella había estado ahí en tres ocasiones! Es verdad que fue muy complicado hacerlo: tuvo que ir a entremundos, a la superficie para activar los vórtices y exponer a Gis, pero en realidad la misión no le había tomado mas que algunos días.
Lina pensó que habría sido precioso no explicar nada y simplemente sacar de un bolsillo el arma funeraria, pero el loco del guardia echó a perder esa posibilidad.
—Abuela Imo, no importa si no me crees —retomó la joven—, lo que importa es que la brida está ahí, en un muro del laberinto, oculta con otras dagas similares. ¡Tienen que ir por ella, es urgente!
—Querida, calma tus ímpetus. Antes de cualquier cosa, ¿sabes qué es la brida?
—Lo acabas de decir: el arma para matar a Luna Negra e impedir la guerra.
—Ese es el filo de Titono, y nunca, escúchame bien, querida, jamás ha estado dentro del laberinto, ni ahora ni en el pasado. ¿De dónde sacaste toda la tontería que acabas de decir?
—Yo… lo investigué —Lina comenzó a sentir que el suelo se hundía bajo los pies.
—Entonces investigaste mal, querida, y la brida no es un qué, es un quién.
De pronto la joven recordó algo: Vania (esa odiosa nosferatu) siempre dijo que la brida no era ningún arma, y hasta consiguió el libro Somnia funus, que explicaba los rituales funerarios. En efecto, en sus páginas se hablaba del filo de Titono, no de la brida, pero luego Titania afirmó que el nombre habría cambiado con el tiempo. Además, Cerberus sabía que la brida era un arma, aunque al final había sentenciado «La tuviste siempre». Un chispazo de claridad anidó en la conciencia de Lina Posada.
—La brida es el ocupante del laberinto —murmuró con un violento escalofrío.
—Exacto, querida. Su nombre clave es Brida. Lo contenemos gracias al laberinto. Para eso se construyó.
—Y por eso debía haber guardias.
—No hay guardias ahí ni los ha habido. Sería demasiado arriesgado. Brida es muy peligroso y podría corromperlos. Ahora dime quién te habló de su existencia. ¿Cómo sabes su nombre? ¿Lo oíste en alguna conversación?
Lina quiso reír: ¡si hasta le dio de beber de su propia sangre! ¡Y le entregó la estaqueta Abismo!
La chica buscó un lugar para sentarse. Sintió que el corazón se le iba a detener, que dejaría de respirar por el terror, por la culpa.
De golpe, Lina entendió más cosas. Cuando las Flacas hablaban de sacar la brida nunca se refirieron a un arma: hablaban del prisionero y usaron la misma palabra clave. Gis y Lina lo ayudaron a fugarse. Tampoco existía un arma perdida en un muro del cementerio, fue un pretexto que inventó Cerberus para que Lina le llevara la estaqueta Abismo. Solo así podría romper la cadena de corium y salir de ahí.
—Por favor, querida, no te quedes pasmada, que me pones de nervios —urgió la abuela Imogene—. Di algo.
Lina soltó finalmente una pregunta que le quemaba la lengua:
—¿Por qué tuvieron que construir un laberinto para apresar a un nosferatu? No entiendo. ¿Quién es?
Imogene suspiró.
—El mayor peligro del inframundo, querida. No tiene caso hablar de eso.
—¡Sí lo tiene, abuela! ¿Quién es Brida? Te lo suplico. ¿Es un delincuente? ¿Un mago oscuro? ¿Un depositante?
—Algo peor que todo eso, me temo —suspiró Imogene—. Te lo diré porque ya casi termina el trabajo del cónclave, pero debes ser cuidadosa de no compartir esto con nadie —hizo una pausa—. El nosferatu que está dentro del laberinto de la torre es el último descendiente del clan de los Bromio.
Lina negó con la cabeza. Había un error, seguro.
—El último descendiente es Luna Negra —recordó la chica—. Ella fue la única sobreviviente de la matanza del clan maldito. Por eso hay que matarla, porque una profecía dice que mientras exista el menor de los Bromio, el inframundo puede sucumbir ante su poder.
—Querida, la historia es todavía más compleja —dijo la abuela vampiro—. Es verdad, Luna Negra fue la única sobreviviente de la matanza de su familia, y por un tiempo fue la última descendiente, hasta que nació su hijo.
Lina parpadeó atónita.
—Cuando atrapamos a Luna Negra estaba herida, casi muerta, pero también preñada —reveló la abuela—. Si recuerdas bien, su padre Fiers la casó con su hermano Fedro, de acuerdo con las reglas de sangre de ese clan enfermo. También los obligó a consumar el matrimonio.
Lina se llevó las manos a la boca. El horror le recorrió todo el cuerpo. Sintió que la habitación giraba. Imogene siguió con la horrible historia:
—Y el hijo, el más pequeño de los Bromio, está encerrado desde hace casi un siglo en ese laberinto. Es difícil de entender, pero cuando conozcas los detalles comprenderás. Se le puso como sobrenombre Brida, símbolo de atadura. Tenerlo preso es la única manera de controlar la profecía y que Luna Negra no tenga todo el poder.
El problema era que ya no estaba preso. Cerberus… Brida estaba fuera, y con Abismo. Lina lo había liberado.
Empezaron a cuadrar tantas cosas, incluso las palabras de Cerberus: «Una parte mía te pertenece, y una parte tuya es mía». Lina recordó entonces que eso fue lo que le dijo Luna Negra en Balbá.
Lina comenzó a llorar. ¿Qué había hecho?
—Querida, tranquila. Sé que suena horrible, pero créeme que ese nosferatu tampoco sufre. No hemos sido tan crueles como imaginas.
Lina sintió que iba a desmayarse.
—Ahora es tu turno. Dime —insistió la abuela Imo—: ¿quién te habló de Brida? ¿Qué sabes al respecto? Dímelo todo.
La joven no alcanzó a decir nada: en ese momento se abrió la puerta del salón púrpura.
—¡Pedí que no nos molesten! —exclamó la nosferatu.
—Es urgente, madre —dijo Crésida.
Detrás de ella estaban Gerta, Calibán, Gusanos y Gargajo. Sus ojos reflejaban pavor.
—Tienes que venir —dijo Gerta con la voz constreñida—. Algo pasó en el quinto nivel del castillo; hay un incendio.
Lina supo de inmediato lo que era. El ataque contra Titania.
Gis perdió la cuenta de las veces que había escrito la carta para Lina: ¿veinte, treinta? Miró hacia la papelera. Estaba llena de restos de papel de Hermes. Las primeras versiones eran una lista de hirientes reclamos en los que dio rienda suelta a su dolor.
Lina lo traicionó, le mintió repetidas veces, ¡marcó una relación de amor tibio de verano con un nosferatu! Pero de una versión a otra, papel tras papel, Gis terminó por sacar su veneno y la furia se apaciguó.
La verdad, era incapaz de odiar a Lina. Sí, era cierto, se equivocó garrafalmente, pero siempre actuó de buena fe. Lina era incapaz de albergar malicia. Solo siguió los consejos de Titania. Y además, si Lina no lo hubiera defendido del ataque de tía Sangre, en ese momento Gis estaría poseído por un perro pequinés.
Gismundus se sentía culpable cada vez que recordaba el momento en que Lina, al volver de entremundos, le había tendido la mano y él la había ignorado.
El chico le había dado vueltas a las visiones de las Flacas que más lo atormentaban: Lina fugándose con ese nosferatu y Lina muerta. Se estremeció al recordar la imagen de la tumba. Pero no iba a suceder: el amor entre ellos tenía que ser más poderoso que un oráculo, juntos iban a decidir su destino.
En las últimas cartas las palabras de Gis se tornaron dulces y arrebatadas. No dejaría a Lina sola en la misión. Iba a ayudarla a recuperar la brida y cuando todo terminase, escaparían al Mundo Tibio.
Por la ventana se coló el ruido de las tiendas. Gismundus se encontraba dentro del Mercado del Colmillo, en el hostal Equidna («Ahora sin garrapatas», advertía un letrero). No había ido a su casa, ni a la de Vania. No quería saber de esa chupasangre, enloquecida luego de la última consulta al oráculo. Seguro estaría pensando en qué nombres les pondría a sus hijos. Pero Gis nunca se casaría con ella por un impuesto del amor, por el honor de su clan ni por la promesa de vivir miles de años. ¿De qué le servía si no estaba con la mujer que amaba?
Gis dobló el papel y lo metió en un pequeño sobre. Ahora solo debía bajar a la recepción y enviar el mensaje con un murciélago postal. Anhelaba estar al lado de su novia. Todo iba a estar bien.
Humo, escombros, gritos.
Se había cumplido otra de las visiones de las Flacas, era la respuesta verdadera, el ataque contra Titania. Lina se dio cuenta que coincidía en todos los detalles: la puerta de la bóveda estaba destruida, los trozos de pared partidos como una galleta vieja; sobre los escombros, trozos de joyas. Había un humo amarillento con un extraño olor ácido, muebles envueltos en llamas, el tío Duncan llorando con su bonito traje roto y cubierto de polvo.
De inmediato la abuela Imo le ordenó al domovoi que controlara el incendio. De unos pequeños orificios en lo alto de las paredes salieron chorros de agua y comenzó el rescate.
Pero Lina sabía que era muy tarde: no había podido salvar a Titania. Tenía la sensación de que solo había cometido errores, uno tras otro. Sus lágrimas se mezclaron con el agua que salía de las paredes.
Lo que más le sorprendió de toda la escena fue un detalle: Osric acababa de perder a su querida tía. Y por primera vez el pequeño nosferatu no lloraba. Lina pensó que el golpe era demasiado fuerte para digerirlo.
Necesitaba abrazarlo, llorar entre los dos la pérdida, pero sería después. Ahora Lina sentía cómo la corroía la culpa. Tenía que hablar con la abuela Imo. Había liberado al hijo de Luna Negra… Aún no entendía tantas cosas. ¿Por qué lo tenían encerrado precisamente en Cimeria? ¿Por qué se lo ocultaron? ¿Y toda la misión para ir por la supuesta arma? Había demasiados huecos. Debía conectar piezas faltantes.
En medio del caos Lina se acercó a su abuela:
—Fue otro ataque de magia oscura.
—¿Qué dices, querida? —la dama nosferatu se giró.
—Esta explosión —señaló Lina— fue para matar a Titania.
—¿Matarla?, ¿por qué?
Lina se secó las lágrimas. Le dolía hablar.
—Abuela Imo, necesito contarte todo. Es peor de lo que imaginas, mucho peor… —un nudo de lágrimas le atajó la garganta—. Pero no sabía, lo juro.
—Querida, tranquilízate. No entiendo lo que dices.
—Por eso necesito hablar contigo. Yo también necesito entender.
Sería la confesión más dura que hubiera hecho jamás. Lina sintió un dolor en el pecho, un dolor que la acompañaría el resto de su vida.