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CAPÍTULO XI

LA PRESA DEL HORMIGUERO

Muy pronto, el sistema de murciélagos postales retomó el servicio de entrega. La Junta del Concejo solicitó equipo a nidos cercanos. Ubus volvió a la normalidad. El periódico La Sanguijuela Feroz publicó una crítica que elogiaba la obra de teatro y la consideraba «un prodigio compuesto por soberbios números de danza y deliciosas actuaciones, un montaje que nos enseña la verdad de una bellísima talismán». En ese y otros medios se rumoraba que Menandro el Tenso estaba nominado al Colmillo de Oro como mejor director, y apenas se decía algo de un desperfecto postal al finalizar la obra. La revista Consanguíneos publicó una entrevista con la actriz Octavia Mil Voces, que permanecía en recuperación en el hospital Hotep, donde recibía miles de regalos de sus admiradores.

Pero el tema central de todas las columnas de chismes era con quién se iba a casar la hermosa Lina Pozafría para cumplir con el impuesto del amor.

Mientras tanto, en el castillo de Cimeria, la abuela Imo ordenó reabrir la biblioteca para continuar con la primera instrucción, que se había interrumpido tras la amenaza de epidemia.

—Las crías llevan mucho tiempo sin aprender nada y se les va a aflojar el seso —explicó la nosferatu.

Los Pozafría, al ser un clan bastante acomodado y tener una enorme biblioteca, contrataba tutores para instruir a la sanguaza propia y la de los clanes aliados. En la biblioteca se impartían los cursos de Lucha de Contrarios con Estaquetas, Salud Umbría, Bibliogénesis Avanzada, Geografía Intraterrestre, Matemáticas y Números Horribles, Estudios Tibios, Química, Alquimia y Rima, entre otras apasionantes materias divididas en sesiones teóricas y prácticas.

Cada alumno podía llevar a su propio redi para que le cargara los libros y guardara el almuerzo en una lonchera. En sus tiempos de esplendor, la biblioteca de Cimeria llegó a recibir hasta cuatrocientos alumnos, pero luego de las guerras y epidemias, la matrícula bajó a unos veinte, entre los que se contaban jóvenes tan distinguidos como Friburgo, del clan Riocerrado; Asinio, del clan Grutaquieta; y Fedocia, del clan Trespiedras. Por supuesto, también asistía la sanguaza Pozafría, como Teobaldo Guano, Dromio Gusanos, Antífolo Gargajo, el pequeño Osric Sinfilo y la célebre Lina la Muy Bella.

Algunas compañeras nosferatus no entendían por qué Lina no aprovechaba su popularidad como Vania Villaseca, que también era talismán y, a diferencia de la chica tibia, siempre tenía a su alrededor a un séquito de admiradores y amigas incondicionales, como Fulvia, Flavia y Felia, que le celebraban todos sus chistes y no se cansaban de decirle que era un ejemplo de belleza ahora que estaba (un poco) más delgada. La popularidad de Vania había aumentado debido a que formó parte de la Sanguaza Salvadora. Su madre, Winefrida Villaseca, la alquilaba para actos públicos, como la inauguración de una nueva fábrica de cerveza de plasma: por cien óbolos de oro, Vania cortaba el listón y compartía sus poderes de buena suerte.

Lina no hacía nada de eso. Ni siquiera iba a fiestas. En lugar de aprovechar su belleza y fama, se ponía a estudiar viejos libros como Historia de los clanes antiguos y sus vomitivas costumbres, y prefería estar siempre al lado de ese nosferatu diminuto y de dientes torcidos que era su primo Osric.

Tampoco nadie entendía por qué Lina había elegido como novio a Gismundus el Triste, el sombrío «feo como un grano y molesto como un gas», en palabras de Gargajo (aunque Guano quiso venderle a Gis un ungüento para darle un aspecto más saludable, más verdoso). Para sus compañeros de instrucción, se trataba de un acto de caridad. «Lo bueno es que pronto Lina se va a casar con alguien presentable», aseguraban las compañeras.

A Lina no le importaba lo que dijeran sobre sus raras costumbres. Adoraba ir a la escuela, tanto a la humana como a la umbría, y se moría de ganas por volver a tomar clase con el enorme Dulio y con la delgadita Policarpa, excelentes académicos del inframundo. Pero también necesitaba reunirse con Osric, Gis y Vania (sí, con ella también), para comentarles todo lo que había visto y oído en el inesperado encuentro con Luna Negra.

La abuela Imogene dio la bienvenida a los estudiantes. Varios eran de nuevo ingreso, porque ciertos padres creían que si sus crías estaban cerca de Lina se volverían inteligentes. Todos le dirigían a la joven una mirada de curiosidad de vez en cuando.

La recepción fue en la gran sala de la biblioteca. En su discurso de apertura, la abuela habló de la vacante que dejó Wafic Pinzas (no dijo nada sobre su muerte).

—Pero ya tenemos el remplazo —anunció la jefa del clan—. Querida, ¿puedes pasar a mi lado?

De la primera fila se levantó Titania Labios Sangrantes. Llevaba un raro sombrero adornado con cientos de polillas animadas, que dejaban caer bastante polvo mientras aleteaban. Lucía también un vestido demasiado escotado para portarlo en una biblioteca y frente a tantos menores de edad.

—¡Hola, corazones! —Titania estaba contenta—. Me da mucho gusto ser su profesora. Aunque no lo crean, ¡soy muy buena en Geografía Intraterrestre! Juntos aprenderemos cosas maravillosas.

—No lo dudo, querida —asintió Imogene—. Si algo has hecho en tu vida es viajar por el tercer reino.

—¡No tienen idea! —asintió la nueva profesora con entusiasmo—. En mi octava luna de miel, mi marido Mardonio y yo cruzamos los once distritos. Todo el tiempo me reprochó por llevar demasiado equipaje, aunque yo necesitaba esas noventa maletas para mis bufandas, ¡por la pata de Hefesto! ¿Y adivinen quién tuvo razón? ¡Yo! El viaje duró ochenta y nueve años. Entonces le dije: Mardonio, corazón…

La abuela tuvo que interrumpir a Titania para concluir la presentación y dar las reglas de seguridad de la biblioteca Pozafría. Pidió lo de costumbre: extremar precauciones en la Lucha de Contrarios, no salir al jardín del castillo y no acercarse ni por error a la Torre del Este, en el fondo del jardín (según la abuela, aquel edificio estaba a punto de derrumbarse; según los demás, la construcción estaba embrujada). Recordó también que algunas secciones de la biblioteca permanecían cerradas, como el cuarto de los grimorios de la sección de manuscritos, «porque es solo para alumnos avanzados». En cuanto a la higiene, la abuela indicó que no se podían meter redis a las aulas durante las clases, y era necesario llevar la última cartilla de desinfección de todos los alumnos, pues no se aceptaba ningún chupasangre con huevecillos o infecciones en la piel.

—No porque seamos no muertos significa que no somos limpios —resumió.

Las clases comenzaron tan pronto como la abuela se marchó. Los alumnos se dividieron en tres grupos, y a Lina le tocó su primera clase con tía Titania.

—¡Qué suerte! —aplaudió Osric—. Al fin vas a conocerla. Ya verás que es maravillosa.

La clase de Geografía Intraterrestre se impartió en la sala de los mapas. Estaba cubierta de viejísimos mapamundis con los continentes humanos, otros de regiones umbrías y unos más con zonas difíciles de ubicar (¿dónde estaban, por ejemplo, Lemuria o la Ciudad de las Esfinges?). A Lina le llamaba la atención que algunos accidentes geográficos naturales conectaran el mundo humano con el umbrío, como el volcán Hekla, la grieta de Masaya o las grutas de Xibalbá.

Titania usó la primera parte de su clase para conocer a sus alumnos. Parecía emocionadísima por ocupar el puesto de profesora e intentaba imponer seriedad (aunque era difícil con un sombrero lleno de polillas animadas y aquel escote). No obstante, la chupasangre se olvidó de toda compostura cuando vio a Osric: se le fue encima, feliz.

—¡Osric, corazón! ¡Qué alegría verte! —lo llenó de besos—. ¡Por los cascos de Quirón, mírate! ¡Estás enorme!

—No he crecido nada de nada —murmuró Osric con tristeza.

—Pero tus colmillos están más rectos —sonrió ella—. Quiero que seas mi asistente de clase, para que pases lista y todo eso. ¿Cómo ves, piojito?

Osric asintió y se ruborizó.

—¿Piojito? —le preguntó Lina en voz baja.

—Así me decía cuando era pequeño. Bueno, más pequeño —respondió azorado.

—Chiflada total —murmuró el primo Guano al fondo—. Titania la chiflada y su piojito.

La alegre profesora se dirigió al lugar de Vania.

—Corazón, no lo puedo creer: ¡tu vestido es precioso! —la profesora lanzó un gritito mientras admiraba la extraña túnica de Vania, que parecía una vieja cortina con flecos—. La famosa talismán Vania Villaseca. Estás divina, muy guapa, ¡y más delgada que una momia al sur del Nilo! ¿Qué te hiciste? ¿Cómo te pusiste tan guapa?

—Simplemente soy así —dijo complacida Vania.

Sus tres amigas, Fulvia, Flavia y Felia sonrieron orgullosas de tener una líder tan segura, bien vestida y guapa.

Titania pasó cerca de donde estaba Gis.

—Ah, y aquí está nuestro alumno del clan Tarmelán —Titania sonrió condescendiente—. No te preocupes, corazón. En mi clase nadie te va a molestar —aseguró, y añadió para los demás—: Nadie en mi presencia puede llamar sombrío a esta desdichada criatura. Es una palabra muy fea. Le diremos compañero con capacidades sanguíneas diferentes. Suena mejor, ¿no, corazones? Gis odiaba esa mirada de sus compañeros, una mezcla entre compasión y burla. Gusanos y Gargajo apenas podían contener la risa.

Finalmente, Titania llegó al lugar de Lina.

—Tú debes de ser Lina Pozafría, la célebre sobrina tibia —la miró con arrobo—. ¡Por la baba de Vulcano! No se equivocaron al describirte: ¡eres un bellezón de nervios! ¡Te pareces tanto a Cordelia la Verde, nuestra pariente más chula! Tu cara es tan perfecta como la de la lamia azul de los cuentos de nana Buba. ¡Espero que no seas igual de altiva, o también tendrás que comerte a ti misma!

Se oyeron unas risitas. Al parecer, ese cuento era divertidísimo.

—No, no me voy a comer a mí misma —Lina nunca estaba segura de qué decir ante esas referencias.

—Eres casi perfecta, aunque —Titania chasqueó la lengua— deberías pedirle algunos consejos de moda a tu compañera Vania. ¿Qué son esas cosas tan feas?

Lina escondió los pies. Calzaba unos zapatos deportivos mucho más cómodos que los coturnos que usaban casi todas las vampiresas.

Después de saludar a cada alumno, comenzó propiamente la clase. Titania tenía un sistema muy curioso para enseñar Geografía Intraterrestre: ubicaba los once distritos del inframundo según las tiendas y temporada de rebajas en cada zona.

—A Darmat hay que ir en época de carnaval —explicó muy seria—. Y si quieren comprar sombreros les recomiendo la tienda detrás del Muelle de la Calavera. Se llama La Cabeza de Bran; digan que van de mi parte para que el dueño les haga un descuento. En Darmat hay nueve muelles en total, y en el último, que se llama El Hacha Feliz, hay una tienda de saldos a precios increíbles. Ahí compré un ataúd de viaje que me duró más de doscientos años en perfecto estado. Ahora bien, si van al nido de Duat, tienen que buscar joyería. Obviamente, no encontrarán el surtido del Mercado del Colmillo, pero los precios de Duat no tienen igual, ¡yo sé lo que les digo!

Por primera vez en la primera instrucción, Vania apuntaba todo muy concentrada. No quería perder detalle de las lecciones de Titania: ¡era fundamental saber dónde comprar las mejores bolsas de cuero de muerto gimiente en el segundo distrito! De pronto, en su regazo cayó un papelito. Levantó la vista; se lo había arrojado Lina, y hacía lo mismo con Osric y Gis. Cada mensaje decía: «Próximo receso, reunión, ala central de la biblioteca, andamio 2, sala de lectura F. ¡Extremadamente urgente!».

Gis estaba leyendo el mensaje cuando una mano muy ágil se lo arrebató.

—¿Se están pasando notas en mi clase? —Titania abrió el mensaje pero ya no había nada escrito. Rápidamente el papel se volvió transparente, como la piel seca de una cebolla.

—Papel de Hermes, ¿eh? —sonrió la profesora—. Yo también lo usaba con mis amigos de la primera instrucción para pasarnos secretos —miró a Lina—. Corazón, ¿fuiste tú, verdad? Serás muy bonita pero no te puedes distraer. Mi clase te va a servir como no tienes idea. ¡Toda umbría necesita saber cómo invertir su dinero! ¡Y más tú, que te casarás pronto! Tendrás que hacer tantas compras…

Lina ofreció disculpas y aseguró que no pasaría más papelitos. Sin embargo, cuando llegó el primer receso salió a toda prisa. La biblioteca de Cimeria tenía un trazo parecido al de una catedral, de modo que el ala central albergaba once niveles de andamios conectados por estrechos corredores, entrepisos y salitas de lectura, que daban el aspecto de un racimo de capullos colgantes. La sala de los mapas, los laboratorios de alquimia y la sección de manuscritos completaban la biblioteca. En el exterior estaba el patio de armas, donde se impartían las clases de Lucha de Contrarios, y donde los jóvenes nosferatus solían pasar los recesos.

Lina subió la escalerilla que se enroscaba en la columna central de la biblioteca, avanzó hasta el segundo nivel y buscó la salita de lectura oculta que estaba marcada con la letra F. Ese lugar le traía buenos recuerdos: ahí habló por primera vez con Gismundus fuera de sus sueños.

No esperó mucho tiempo en el escondite cuando entró Osric. Después lo hizo Gis (había leído el mensaje antes de que Titania se lo arrebatara), y finalmente llegó Vania, que iba sin su séquito de amigas y respiraba con dificultad.

—¿Qué cosa es extremadamente urgente? —se quejó—. ¡Estoy muy ocupada! ¡No tengo tiempo para estas tonterías!

—Vi a Luna Negra —dijo Lina. En ese momento, todos guardaron silencio.

—¿Tuviste algún sueño presagioso? —preguntó Gis cuando consiguió reaccionar.

—Fue en persona —aclaró la chica.

Osric comenzó a llorar (típico en él), y antes de que sufriera un ataque de pánico, Lina explicó que todo estaba bien. Hizo un resumen de su conversación con la abuela Imo: los ancianos de la Junta del Concejo dieron la orden de «aligerar» la obra de teatro y no tocar los anatemas, pero no por censura, sino porque no tenía caso alertar de un peligro que prácticamente ya no existía. Habían atrapado a Luna Negra.

—La abuela me explicó que la encontraron en una mina abandonada del nido de Duat —explicó la joven—. Ahora la tienen en el Hormiguero. Está encadenada en una celda con paredes de cristal de roca. Fui para reconocerla, estuve frente a ella.

—Gracias por la noticia. ¿Y cuándo nos lo ibas a decir? —se quejó Vania—. ¿O querías conservar el secreto para ti sola?

—Lo estoy diciendo ahora mismo —Lina hizo acopio de paciencia; esa nosferatu podía ser muy irritante—. Necesitaba que estuviéramos todos reunidos. Somos la Sanguaza Salvadora —agregó con una sonrisa triste—, así que de algún modo esto tiene que ver con todos nosotros.

—Entonces no entiendo por qué tienes esa cara de tragedia —exclamó Vania—. Dices que esa loca de Luna Negra está presa, ¿no? Pues a mí me parece muy bien.

—Es la mejor noticia del inframundo —Osric estaba a punto de llorar de nuevo, pero de alegría—. Ya no hay peligro de que nos ataque con otra epidemia o que quiera vengarse por lo que le hicieron a su familia loca hace tantos años, ¿verdad?

—En teoría, ya no hay peligro —reconoció Lina.

—¿Y la capturaron así, nada más? ¿Alguien bajó a esa mina y la encontró por casualidad? —Gismundus se mostró escéptico.

—¡Qué más da! ¡Ya era hora de que le pusiéramos las garras encima a esa nosferatu demente! —Vania estaba tan satisfecha, como si ella misma la hubiera apresado—. Y también a toda su secta de locos… —hizo una pausa; su tono cambió de pronto a uno de preocupación—: ¿Sabes algo de los depositantes?

Hubo un silencio incómodo. Todos sabían que el padre de Vania, Tario el Rojo, era un distinguido miembro de la siniestra secta de los depositantes y había matado a la madre de Lina por órdenes de Luna Negra. Los Villaseca lo habían desterrado del clan. Vania, por su parte, se lavaba las manos de todo el trágico asunto.

—Yo no escuché nada acerca de los depositantes —recordó Lina.

—¡Tampoco es que me interese tanto! —carraspeó la chupasangre—. En fin, supongo que ahora puedes planear tu boda con calma —miró de reojo a Gis y le dijo—: ¡Disculpa, Gismi! Sabes que este tema me duele más a mí que a ti.

—¿En verdad? —el chico hizo la cabeza hacia atrás—. Yo creo que lo disfrutas bastante.

—¡Deberíamos celebrar la captura de Luna Negra! —insistió Osric.

—Estoy de acuerdo con el pequeñajo —asintió Vania—. Tal vez nosotros ayudamos sin darnos cuenta. Ya saben, por atraer la buena suerte y eso. Somos talismanes con un poder que ni siquiera imaginamos.

—Tranquilos, todavía no termino de contarles todo —retomó Lina, muy seria—. Hay un problema —tomó aire—. Vi a Luna Negra pero… no es ella.

Todos la miraron aturdidos.

—¿Cómo que no es ella? —bufó la pequeña vampiresa—. ¡Pero estuviste en esa celda y la tuviste frente a frente! ¡Lo acabas de decir!

—¿Detectaste algo sospechoso? —quiso saber Gis.

La chica comenzó su explicación:

—Al principio, no vi nada raro. La chupasangre que está encerrada es idéntica a Luna Negra, aunque con un aspecto cansado, demacrado. Tiene una túnica púrpura con capucha, la piel llena de cicatrices y el tajo en la garganta, que provoca esa voz como quebrada. También tiene aquellos ojos rasgados de yasma que parecen quemar cuando te miran. Tú la viste Gis, ¿recuerdas?

El chico asintió. Claro que lo recordaba: estuvo a punto de morir en aquel derruido salón de banquetes del castillo Estigius. Lina prosiguió:

—Se parece en todo pero…

—¿Pero qué? —sollozó Osric.

—Creo que es una depositante, una réplica exacta de las que utilizan los fanáticos de la familia Bromio.

Gis se puso más pálido que de costumbre, a Osric le tembló el labio inferior y Vania lanzó una risita nerviosa.

—¡Qué tonterías se te ocurren! —dijo la nosferatu—. Acabas de decir que no oíste nada sobre los depositantes.

—Lina, lo que estás diciendo es muy grave —señaló Gis—. ¿Tienes pruebas?

—Todavía no, pero tengo una sospecha —repuso muy seria—. Apareció al final de la entrevista. Cuando le pregunté a Luna Negra por mi madre, le exigí que me dijera dónde tenía su cadáver redivivo, y en ese momento me di cuenta de que ella no sabía de lo que estaba hablando.

—¿Y eso qué tiene de raro? —la justificó Vania—. Tal vez es verdad y no lo sabe. Perdió el cuerpo de tu madre por ahí. Una no puede saber siempre dónde están los redis. Algunos son tan torpes que se pierden fácilmente. Yo he perdido a varios.

—No me están entendiendo —insistió Lina—. Esa nosferatu nunca había oído hablar de mi madre, pero eso es imposible, porque Luna Negra no solo ordenó que mataran a mi mamá, sino que también robó su cuerpo, lo revivió y lo esclavizó para vengarse de mí. ¡Esa era su arma secreta! ¡La usó para conducirme a una trampa mental la última vez que la vi!

—Tal vez no te oyó bien cuando le preguntaste por tu mamá —sugirió Osric con voz baja.

—Me oyó perfectamente, y al darse cuenta de su error comenzó a gritar amenazas para distraerme. Se puso tan violenta que me tuvieron que sacar porque temieron por mi seguridad.

Se hizo un silencio grave. Osric parecía tan confundido que ni siquiera se atrevía a llorar. Vania buscaba algo en su bolso.

—Ojalá tuviera una globurrata light. Me está dando hambre —balbuceó de mal humor.

Gis intentó poner las cosas en claro:

—¿Le contaste a tu abuela de esto?

Lina asintió:

—Y de inmediato fue a hablar con los ancianos de la Junta del Concejo. Ellos mandaron revisar a la nosferatu y comprobaron que tenía todas las marcas de la familia Bromio, incluso las secretas. Le hicieron muchas pruebas. Al final, me explicaron que, en su locura y debilidad, tal vez Luna Negra había olvidado a mi madre. Según ellos, es una criminal que ha vivido escondiéndose por más de cien años, obsesionada con la venganza, así que su mente no funciona muy bien que digamos.

—¡Ahí está! —exclamó Vania, satisfecha—. Alguien tan desquiciada como ella no puede recordar todas las maldades que comete. Tendría que llevar una bitácora.

—Sí, ¿pero si tengo razón? —insistió Lina—. ¿Y si la nosferatu que tienen ahí adentro no es la verdadera Luna Negra?

Vania puso los ojos en blanco para demostrar su fastidio:

—A ver, ¿estás diciendo que tú sola eres más inteligente que todos los ancianos de la Junta del Concejo de Ubus? ¿Insinúas que la falsa Luna Negra engañó a todos menos a ti, a la listísima Lina Pozafría? ¡Oh, poderosa talismán tibia, eres grande entre los grandes!

—No estoy diciendo eso —se defendió Lina y elevó el tono de voz—. Lo que intento decir es aún peor. Según la profecía de Santi, la batalla del tercer reino comenzará cuando se manifiesten las tres señales.

—¿La profecía de quién? —preguntó Vania.

—Luego te explico esa parte. El asunto es que estallará una guerra después de que se manifieste el símbolo de Luna Negra en tres ocasiones. Yo ya he visto dos manifestaciones: la primera, en el salón de caza rojo, aquí mismo, con Menandro y Octavia presentes, y la segunda, en el Teatro del Colmillo. Ahí la vieron todos, ¡también ustedes!

—Bueno, pero ¿y la tercera vez? —preguntó Vania.

—Es justo lo que me preocupa. Tal vez ya ocurrió —admitió Lina.

—¡Cómo! ¿Y cuándo fue? —Osric comenzó a lloriquear.

—No sé. Se me ocurre que sucedió con el sacrificio masivo de los murciélagos: cuando salimos del teatro se estaba formando una figura con la sangre, pero ya no había nadie para comprobar si era la tercera señal. Posiblemente así estaba destinado: la primera marca la vimos pocos; la segunda, todos; la tercera, nadie.

—Tranquila —pidió Gis—. Si se hubieran presentado las tres señales, estaríamos en plena batalla, y yo no veo ninguna guerra.

—Es lo que me preocupa —explicó Lina—. Tal vez la batalla ya comenzó, pero se trata de una distinta a las demás. Ya saben, como la de los Estados Unidos de América contra el entonces Bloque Socialista, la famosa Guerra Fría.

—¿Por qué fría? ¿Pelearon con hielo? —preguntó Osric.

Lina tomó un respiro. Era inútil usar ejemplos humanos, así que les explicó:

—Quiero decir que es una guerra secreta, con espías, manipulación mental y ataques propagandísticos. El gran golpe de Luna Negra fue engañar a la Junta del Concejo y a los Mayores con una depositante idéntica a ella. Les hizo creer que la atraparon.

—Pero ¿para qué? —Vania estaba harta—. ¡No entiendo para qué fingir que te derrotaron antes de comenzar a pelear!

—Es una estrategia genial —la interrumpió Gis—. Tiene todo el sentido.

Lina sonrió. ¡Al fin alguien la entendía! Gis continuó:

—Si tu enemigo se da por vencido antes de la guerra, entonces relajas tus defensas. No tiene caso que te preparares para pelear si ya no hay peligro a la vista.

—Exacto. La Junta del Concejo ordenó que la obra sobre mi vida fuera un mero entretenimiento frívolo porque, para ellos, ya no tenía sentido develar anatemas: presa Luna Negra, creen que se acabó el peligro.

—El problema es que no se trata de Luna Negra —comentó Gis.

—¡Así es! Y los umbríos no saben todavía que el peligro sigue latente —anotó la joven Pozafría—. ¡Ahora están indefensos! Y al final, para tapar todo, vino el asunto del impuesto del amor.

—Momento, ¡silencio! —exigió Vania—. ¡Me están revolviendo la cabeza y ya no cargo con golosinas para relajarme! Esto está muy enredado. ¿Qué tiene que ver lo del impuesto del amor con todo lo demás?

—Tiene mucho que ver —aseguró Lina.

La chica explicó entonces su teoría de la cortina de humo que se utilizaba para desviar la atención de un tema importante: el espectáculo que propició su posible matrimonio funcionaba perfectamente para distraer a todo un nido.

—Son tácticas de control social —aclaró Lina—. Se trabaja en dos flancos: por un lado, se oculta la verdad, y por el otro, se construye un distractor. Siempre se hace esto en las conspiraciones, como en el asesinato de JFK, el de Martin Luther King o el de Colosio.

Gis, Vania y Osric parpadearon confundidos.

—¿Quién es Coloso? —se atrevió a preguntar el primo nosferatu—. ¿Es como el que dices que hubo en Rodas?

Lina se repitió a sí misma que debía evitar las referencias humanas, ¡pero no conocía las umbrías!

—Son muertes raras de personajes célebres de la historia humana —explicó—. Están llenas de secretos, enigmas, cosas que no cuadran.

—¿Entonces los tibios también tienen anatemas? —preguntó Osric, sorprendido.

Lina lo pensó y tuvo que admitir que sí, aunque tenían otros nombres, como secretos de Estado, o expedientes clasificados.

—¿Y crees que tu familia participó en este engaño? —preguntó Gis con suspicacia.

—Tía Sangre sí, estoy segura —reconoció Lina—. A los demás los habrán engañado o amenazado.

—¿Entonces la batalla del tercer reino ya comenzó? —recapituló Osric, asustadísimo—. ¿Y qué viene ahora?

—No sé. Lo más probable es que los depositantes avancen hasta tomar el control de los nidos desde dentro —aventuró Lina—. Debe haber infiltrados por todas partes, incluso en las Juntas del Concejo de cada nido. Tal vez los ancianos que revisaron a Luna Negra trabajan para su secta y por eso dijeron que era la original.

—¡Ya basta! —interrumpió Vania—. Todo eso de la conspiración, la cortina de humo y el Coloso de Rodas es absurdo. También lo de la Guerra Fría. ¡Guerra fría, la de mis tripas desde que estoy a dieta!

—Vania, esto es muy serio —le advirtió Gis.

—También la guerra —continuó Vania—. ¡Guerra es guerra! ¡Tendría que haber batallas por todo el nido! Muertos, descabezados, ¡lo normal! Además, no tienen pruebas de nada. Solo es una tonta sospecha de la tibia, pero nada más.

—En realidad son dos sospechas —se apresuró a explicar Lina—. Antes de entrar a la celda para reconocer a Luna Negra, ocurrió algo muy raro. Mi tío Moth estaba en la sala de espera y parecía, no sé, más raro que de costumbre. Le urgía hablar conmigo en privado, pero con un hermano compartiendo medio cuerpo fue imposible. Repetía algo como: «No es justo» y «Ella debería saberlo». Puck lo calló y se desvió a otro tema.

—¿Qué crees que te querría decir Moth? —preguntó Gismundus.

—No lo sé, y casi estoy segura de que nunca lo sabré —murmuró Lina—. Deben haber amenazado a mis tíos.

—Esta es la reunión más tonta a la que he asistido —bufó la nosferatu—. Tienes sospechas, pero no hay pruebas; además, Luna Negra ya está presa en el Hormiguero. Yo digo que no nos metamos donde no nos llaman. Esto ya se terminó. Olvidémoslo y sigamos con lo nuestro.

—Es lo que hago: seguir con lo mío —reviró Lina—. Tengo que rescatar a mi madre. Está atascada en entremundos y me pide que la libere. Pero antes, necesito encontrar su cuerpo. ¡No voy a descansar hasta hacerlo!

—¡Pero es imposible! —sollozó Osric—. Todos los adultos están de parte de los depositantes o fueron amenazados. Nadie va a ayudarnos ni a darnos respuestas.

—Lo sé, por eso ya pensé en algo —murmuró Lina, nerviosa—. Aunque es riesgoso.

—Esas palabras no me gustan nada —gimoteó Osric.

—Hay alguien que sabe exactamente dónde se encuentra el cuerpo de mi madre —comenzó Lina.

—¿Quién es? —interrumpió Vania con una mezcla de mal humor y curiosidad.

—Ella misma.

Hubo un silencio raro. Nadie entendía. La chica continuó:

—También podremos comprobar si la umbría que está en la celda es la verdadera Luna Negra o si es solo una depositante. Podemos aclarar muchas dudas.

Gis pareció entender de qué hablaba Lina.

—No estarás pensando en… —murmuró preocupado.

—Sí, en una sesión necromántica —admitió la chica.

Vania alcanzó su nivel más alto de furia.

—¡Te volviste una chiflada total! —gritó—. ¡Perdimos tu mente tibia! Con gusto te llevaré al manicomio de Erebus.

—¡La necromancia es magia negra! ¡Está prohibida! —gimió Osric con terror.

—Y practicarla es muy difícil —agregó la chupasangre—. Tendrías que asistir a los cursos secretos del Colegio de Pedernal para estudiar artes oscuras durante uno o dos siglos. Con eso, apenas aprenderías lo básico.

—No hay que esperar si tienes la estaqueta Abismo —repuso Lina—. Con esa arma podemos hablar con los muertos. Lo sé porque participé en una sesión.

—¿Una sesión de qué, corazón? —se oyó una voz desde el pasillo que llevaba al escondite. Era la tía Titania.

Todos saltaron sorprendidos al verla entrar a la sala de lectura. Los había sorprendido en plena conspiración.