XX

Carolina Otero se retiró de los escenarios, y de manera irrevocable, el año 1918. Tenía a la sazón cincuenta años de edad. No era vieja, ni mucho menos. Conservaba, además, bastante bien su extraordinaria belleza física.

Su retirada constituyó una gran sorpresa en los medios artísticos de la capital de Francia. ¿Cuáles fueron las causas que la indujeron a tomar tal determinación? Durante algún tiempo se hicieron cébalas sobre ello, pero nunca se llegó a saber a ciencia cierta la causa exacta que determinó la retirada de la Bella Otero.

Probablemente, no hay otra que la falta de fe vocacional. Carolina Otero no sentía verdaderamente el arte al que se había dedicado. Por lo menos no lo sentía con la fuerza con que, por ejemplo, lo sentía una Sarah Bernhardt. A los cincuenta años —como dice acertadamente Gasch— todavía están «muchos artistas célebres en el candelero». A esa edad, «en efecto, un artista, por su mayor experiencia, aunque haya perdido facultades, puede expresarse mucho mejor. La última vez que estuvo Sarah Bernhardt en Madrid, pongamos por caso, unos meses antes de su muerte, era una anciana gloriosa llena de achaques y con una pierna menos, pero se hallaba todavía en plena posesión de sus medios de expresión. Se puede decir lo mismo de Cecile Sorel, quien, casi octogenaria, daba aún mucha guerra en los escenarios».

A estos ejemplos traídos a colación por Sebastián Gasch a propósito de la retirada de la Bella Otero pueden añadirse el de la Mistinguette, la que, según la copla de los «chansonniers», no envejecía.

«porque ya no es posible para ella

envejecer más».

El propio Maurice Chevalier sigue aún hoy en la brecha. Raquel Meller volvió a las tablas siendo una anciana, Marlene Dietrich, abuela y todo, anda todavía de escenario en escenario. Josefina Baker, la «Venus de ébano», todavía de vez en cuando actúa a pesar de la canción en que explicaba las razones de su despedida:

En mi pueblo, cuido tiernamente,

en mi pueblo, a siete niños.

Siete huérfanos de países distintos

que se aburrían solos.

Y he querido mimarlos,

y darles un hogar.

En mi pueblo, los siete niños crecerán,

en mi pueblo, los siete niños serán hermanos.»

En realidad, las propias razones que la obligaron a retirarse fueron las que, más de una vez, indujeron a la admirable artista negra —mujer de corazón de oro— a volver a las tablas para hacer acopio de fondos con que afrontar los gastos de los niños ajenos que cuida con verdadero amor y celo maternales.

Sin embargo, la Bella Otero, en plena madurez, a los cincuenta años decide abandonar para siempre —y en esto sí que fue consecuente— la vida artística activa. Indudablemente, el gesto resulta, al menos en apariencia, extraño. Pero, si se tiene en cuenta el verdadero carácter de Carolina Otero, su decisión resulta perfectamente lógica y comprensible.

La Bella Otero, lo repito una vez más, no tenía una vocación lo suficientemente fuerte como para sentirse aferrada a los escenarios. El egoísmo, el ansia de vivir tranquila su vida de gran señora —una gran señora de pega, pero, al menos, una gran señora en apariencia, que es lo que cuenta en infinidad de casos en este mundo hipócrita y camelístico—, la empujan a abandonar las tablas.

La Bella Otero es rica. Ha ganado millones con su arte y con el amor. Puede, pues, retirarse a la Costa Azul y vivir allí alternando con los grandes personajes que viven en sus villas de recreo.

Con lo que no contaba la Bella Otero era con el peligro que representaría su pasión por el juego. Una pasión que la haría vivir con demasiada fugacidad su papel de gran señora retirada, como las testas coronadas, los magos de las finanzas, los genios de la pintura —Picasso— o los hábiles y afortunados mixtificadores de la literatura —Somerset Maugham—, retirados temporal o definitivamente a gozar de las delicias climatológicas de la Costa Azul. La pasión por el juego reduciría a casi un sueño su vida de gran señora. En muy poco tiempo, la ruleta, el bacarrat y otros juegos de azar se tragarían la fortuna que la Bella Otero había ido amasando en sus años de artista y de mujer en activo.

Incidiendo en las posibles causas —para mí las más verosímiles son las que acabo de exponer— de la retirada de la Bella Otero, Sebastián Gasch escribe: «La Bella Otero fue una de las mujeres más célebres de esa época de las luces de gas y de las monedas de oro, en la que los reyes y príncipes de Europa hicieron de París y de la Costa Azul sus lugares de recreo favoritos. Ahora bien, el vals bélico del 14 hizo ir de coronillas a muchas coronas. ¿Se llevó también tras sí el cetro de esta mujer, que reinó sobre aquel período encantador y que unció a su carroza los nombres más ilustres de todos los Gothas? Carolina Otero ¿quiso morir —artísticamente— con la "Bella Época"? El corazón tiene razones que la razón no comprende. ¿Influyó algún hombre en esa inexplicable retirada? ¿Fue debida ella a una pérdida de esbeltez, que resultaba difícil, por no decir imposible, recobrar o combatir?»