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Yo, Abderramán, siervo del Compasivo, tercero de este nombre en el linaje de la muy noble y muy honorable dinastía de los omeyas, Príncipe de sangre de los primeros califas de Damasco la Deslumbrante, emir independiente de Córdoba la Magnífica y Poderosa, En este viernes 2 de octubre, día bendito del Anno Domini 929, año 307 de la Santa Hégira,
Declaro en nombre de Alá, Señor de los Universos de Eternidad en Eternidad, Dueño del día del Juicio, recibir título y calidad de califa de Occidente, comendador de los creyentes con el mismo honor y rango sublime que el ilustre y excelentísimo califa de Bagdad, cuyos poderes y privilegios reconozco públicamente siempre que él reconozca los míos, Prometo y juro preservar hasta mi último suspiro de vida los altos valores que siempre fueron los de mis ancestros, transmitirlos puros y sin tacha a quienes tengan después de mí el derecho legítimo a defenderlos, a fin de que resplandezca, desde las tierras del Levante a las del Poniente, la Palabra del Profeta cuyo fiel lugarteniente soy desde ahora, Como tal envío a todas las naciones un mensaje solemne de paz, amor y fraternidad por el bien común de los pueblos ordenados bajo sus estandartes, sean cuales sean sus orígenes y creencias,
Declaro en consecuencia mantener en todas las provincias de al-Ándalus el Pacto de la «Dhimma» como prueba de respeto mutuo y tolerancia entre la gente del Libro, y garantizo su estricta observancia.
Restablezco oficialmente toda referencia a la Luz de Oriente en nuestras invocaciones y digo que, a excepción del lugar sagrado en que nos hallamos y en memoria del que lo ha iniciado, nuestras oraciones se harán desde el día de hoy hacia la Kabat de la Ciudad Prohibida, adonde iremos pronto en peregrinación como signo de nuestra fe indestructible.
«Allahu akbar!» ¡Dios es grande!
Que Él me dé fuerza y constancia para mantener mis compromisos, en honor y gloria de Su Santo Nombre.
Abderramán apartó la mano del Libro Sagrado que le sujetaba el gran muftí, lo rozó con los labios y asió el estandarte inmaculado instalado cerca de él. Con el brazo extendido miró con aire sombrío a los presentes, que, enfrente de él, contenían la respiración. La Gran Mezquita estaba abarrotada.
El maestro de ceremonias se las había visto negras para que cada invitado tuviera su sitio según las reglas de la prelación. Al fondo los notables y los gremios en traje de gala precedían a los comandantes de las guarniciones y sus banderas multicolores. Un poco más adelantados, cuidadosamente alineados, los gobernadores de las provincias acompañados de sus prebostes lucían sus coloridos atuendos detrás de las principales delegaciones de las tres religiones del Libro, imanes, rabinos, priores y obispos llegados por centenares desde los cuatro rincones de al-Ándalus, de Zaragoza a Málaga y de Lisboa a Valencia. Venían a continuación los altos dignatarios de las grandes mezquitas de Alepo, Damasco, Jerusalén y Kairuán así como el arcediano del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla con un traje resplandeciente. El legado pontificio, rodeado de su séquito interminable, con vestidura púrpura orlada de armiño parecía aburrirse soberanamente bajo su bonete negro y lanzaba de vez en cuando una mirada soñolienta hacia las primeras filas, donde se codeaban los representantes de las grandes familias, los jefes de las tribus bereberes y los príncipes cristianos del norte, con el rey de Navarra a la cabeza. Solo Rodolfo, soberano del reino de Francia e invitado de honor, no había podido desplazarse por estar guerreando contra los normandos.
El ruido sordo del asta retumbó contra el suelo, extendiéndose por la inmensa sala de oraciones.
—¡Prosternaos ante vuestro califa!
Al oír la voz del maestro de ceremonias, los invitados le rindieron homenaje solemne según su rango y título, arrodillándose los unos, inclinándose respetuosamente los otros.
Abderramán se volvió.
—Toma este estandarte y abre la marcha, hijo mío. Solo tú tienes derecho a llevarlo hoy.
Al joven Alhaquén le dio un vuelco el corazón. No esperaba ni por asomo semejante muestra de confianza. Con las piernas temblorosas, asió el pesado estandarte y avanzó con paso lento hacia el pasillo central, sin atreverse a mirar apenas a los grandes de este mundo inclinados ante él.
Cuando salió a la luz cegadora del día, lloró en brazos de su padre, agotado por la emoción.
El cortejo oficial tardó más de una hora en recorrer los pocos centenares de pasos que separaban la Gran Mezquita del Alcázar. Una multitud delirante se apretujaba a lo largo del paseo para glorificar al nuevo califa y aclamar a sus huéspedes de lujo. Estos últimos llegaron por fin a los jardines del palacio a mediodía para asistir a una gran recepción a la que se había invitado a las damas.
Esta fue la única fiesta organizada ese día. Abderramán no quiso celebrar ninguna más, pues deseaba que su proclamación fuese un acto puramente político y sin ostentaciones. Cuando la mayoría de los distinguidos visitantes se marcharon, retuvo al emisario bizantino y al legado de Roma para el almuerzo. Alhaquén, pese a sus protestas, tuvo que quedarse por petición expresa de su padre.
Durante toda la comida asistió sin pronunciar palabra a una requisitoria educada en la que los cumplidos se mezclaban con las quejas apenas veladas de ambos prelados. Así es como supo que el basileus Constantino Porfirogénito, llamado así porque había nacido en la púrpura durante el reinado paterno, solo tenía una palabra en la boca desde su toma de poder: Jerusalén. La intransigencia de Bagdad lo volvía loco de rabia y sus amenazas de reconquista se hacían cada vez más apremiantes. En cuanto al papa Esteban, ya no sabía a qué santo consagrarse en una Italia dividida, presa de la incuria y la corrupción, y temía verla entrar de un momento a otro en el temible Sacro Imperio Romano Germánico.
Ante las quejas y recriminaciones de sus interlocutores, Abderramán mantenía una serenidad sorprendente y escuchaba a uno y otro con la misma atención, sin tomar partido. Sabía a ciencia cierta que los dos hombres, bajo su apariencia meliflua, se odiaban a muerte y estaban dispuestos a excomulgarse el uno al otro. Su sueño más preciado era ver a los ortodoxos bizantinos arreglar sus cuentas con Bagdad mientras él seguiría prodigándose los favores de los reyes católicos de Occidente, manteniendo la paz en al-Ándalus, enclave islámico en tierra cristiana. A fin de cuentas, la posible reconquista de Jerusalén no le disgustaría, aunque solo fuera para escarmentar a los altivos abasíes y calmar durante un tiempo las acritudes de una curia romana acorralada y, por tanto, imprevisible.
Cuando los dos invitados se despidieron y tras despachar a los siervos, Abderramán se quedó solo con Alhaquén, que lo contemplaba con aire pensativo.
—A ver, hijo mío, ¿qué piensas de este pequeño almuerzo entre amigos?
—Pienso, padre, que el ejercicio del poder es un asunto muy delicado. Admiro vuestra sangre fría y vuestra agudeza diplomática.
—No me divierte nada, pero me siento obligado a ello. Porque cualquier muestra de debilidad por mi parte sería fatídica para nosotros. El hecho de que los herederos de las dos grandes corrientes de la cristiandad se odien es una suerte para nosotros. Debemos hacer todo lo posible por mantener e incluso acentuar la fractura. Es un juego difícil, pero cuando dos hermanos enemigos se pelean, se debilitan entre sí sin darse cuenta. Y hay que sacarle partido.
—¿De qué modo?
—El conocimiento, hijo mío... El conocimiento universal que ilumina el mundo. Dios Todopoderoso se lo ha confiado a los hombres para que avancen en su Luz. Ahora bien, convencidos como están de que aquí abajo son los únicos mandatarios del Hijo de Dios hecho hombre, los dos pontífices y sus esbirros se erigen en depositarios del conocimiento y mantienen al pueblo en el oscurantismo. Esconden sus libros en las sombrías bibliotecas de los monasterios y confiscan el saber para conservar sus privilegios. Cualquier aporte de la ciencia que no controlen ellos es vilipendiado y considerado como una herejía. Pero nosotros, «muslimina», que somos los guiados, sabemos que la ciencia no es incompatible con los caminos sagrados del Señor, aunque algunos sean impenetrables. Precisamente gracias al saber podemos ganar a más gente para nuestra causa, sean cuales sean sus confesiones. Frente a las inmensas riquezas de los religiosos, los pueblos del norte viven en el miedo, la suciedad y la miseria. Sin intentar convertirlos, debemos iluminarlos mientras les garantizamos la paz y el bienestar. Somos portadores de una auténtica civilización, Alhaquén, como el Antiguo Egipto y la Magna Grecia. De hecho, ¿sabes cómo descubrió Aristóteles que la Tierra era redonda?
—No, padre.
—Observando cómo se alejaba un barco en alta mar. ¡En lugar de verlo empequeñecer de forma uniforme hasta convertirse en un punto minúsculo, descubrió con asombro que lo primero en desaparecer fue el casco, como si se sumergiese en las aguas! Y cuando la vela tampoco tardó en hundirse ante sus ojos, concluyó que el barco seguía la forma de una curva y volvía a bajar detrás de la línea del horizonte. ¡Como esta última era circular vista desde cualquier punto, la Tierra no podía ser sino una esfera! Tan simple como eso. La observación e interpretación de las leyes que rigen el universo están ahí para que captemos la belleza resplandeciente de la Gran Obra divina. No para alejarnos de ella.
—¿Como el ciclo del agua?
—Exactamente. Y cuento contigo para que transmitas el mensaje.
—Padre, no os sigo.
—Ven conmigo.
Pese a las fatigas acumuladas durante la jornada, Alhaquén siguió a su padre por los pasillos del palacio. Abderramán cogió una, antorcha de pasada y se detuvo ante una puerta que abrió con unas llave gruesa. Penetró en un cuartito oscuro y lo iluminó con lámparas.
Alhaquén, petrificado en el umbral, descubrió entonces el más asombroso de los espectáculos. ¡Libros! Cientos de libros en estantes inestables que llegaban hasta el techo, algunos de ellos hundidos por el peso, libros apilados en el suelo en equilibrio y de forma desordenada, libros por doquier y tantos como nunca habría imaginado, ni siquiera en sus sueños, él, cuyas lecturas se reducían Santo Corán y a algunos poemarios místicos destilados con cuentagotas.
El chico, boquiabierto, dio unos pasos indecisos hacia el interior de la habitación, como si atravesase el umbral de un templo misterioso que, por la gracia de la luz divina, le revelaba de improviso todos sus secretos.
Apoyó una mano temblorosa en la mesa central, se impregnó su caricia fría y pulida, y se dejó caer, pasmado, en el gran sillón de madera basta.
—Padre, no sabía...
—Ahora lo sabes. Este lugar, como la Grieta, es un lugar sagrado. Fue aquí mismo donde el Inmigrante, cuyo nombre tengo el insigne honor de llevar, decidió retirarse para estudiar las leyes ocultas del Universo. Sobre esta mesa dibujó los planos de la Gran Mezquita. Y aquí es donde comprendió lo que los increíbles efectos benéficos de la ciencia podían aportar a todos los hombres. Los libros, hijo mío, son la memoria del mundo. No están hechos para permanecer en la sombra en manos de unos pocos ni para incitarles a manipular a los ignorantes. Deben abrirse a todos los ojos, a todas las conciencias. Empezando por nosotros, príncipes omeyas, que transmitimos de padre a hijo el amor por el conocimiento y nuestra misión sagrada es que nuestro pueblo se beneficie de él. Mira...
Se acercó a uno de los rincones de la habitación, retiró con gesto preciso una sábana blanca y destapó una gruesa bola metálica rodeada de varias anillas concéntricas que, gracias a un hábil sistema de rótulas, podían moverse alrededor de la bola independientemente unas de otras.
—Es una reproducción fiel de la esfera armilar de Platón, tal como está descrita en Timeo, su obra más lograda. Representa el cuerpo, el alma y el espíritu del mundo creado, según él, por un demiurgo, al modo de un alfarero o un cestero. ¡Estemos o no de acuerdo con su poesía cosmogónica, no podemos ni debemos ignorar el pensamiento de este inmenso filósofo! Conduce a la glorificación del Soberano Bien, en perfecta comunión con la idea trascendente que nos hacemos de un único y mismo Creador. ¿De qué demonios tendríamos miedo, en estas condiciones? ¿De que Alá nos fulmine porque nos fijamos en una teoría que no estaría en simbiosis con el espíritu de las Santas Escrituras? Eso es conocer mal la Palabra del Profeta. Como Platón, somos buscadores. Como él, buscamos la verdad en la luz de Dios. Y mientras nos maravillemos con esta luz, sean cuales fueren los caminos que tomemos, no incumpliremos jamás los mandamientos divinos.
Abderramán se interrumpió para recuperar el aliento. Frente a él, todavía con expresión embobada, Alhaquén se hundía cada vez más en su asiento.
—Padre, ¿qué esperáis de mí?
—¿Qué espero de ti? ¡Pero cómo me maravillas! Ahora estás en edad de comprender los secretos de la vida. ¡Sumérgete en el conocimiento, zambúllete en el agua beneficiosa de los libros! Empápate de su luz y notarás que todos sus caminos convergen hacia una única y misma meta. Los pensamientos, Alhaquén, son como las olas, son las rimas del mar. Dios solo escribe el poema eterno.
—Pero ¿cómo haré para aprender tantas cosas? Nunca lo conseguiré.
—Tienes toda la vida por delante. Y la suerte de ser un príncipe omeya. Somos ricos, hijo mío, muy ricos. Traeré del mundo entero a los mejores preceptores para que te enseñen a descifrar los textos sagrados escritos en arameo, en hebreo, en griego, en latín. Tendrás todo el oro, todo el dinero que quieras para obtener los libros más raros, los más prestigiosos en todas las disciplinas: teología, filosofía, retórica, aritmología, geometría, astronomía y muchas ciencias más. Para ello ya he contratado a los mejores ebanistas de la ciudad y van a habilitar tu nueva biblioteca en el salón contiguo a este, que alojaba desde hacía tiempo a los copistas y encuadernadores de palacio, pero estaban demasiado apretados y al final les he encontrado un lugar más adecuado para sus trabajos. Si alguna vez también tú necesitaras espacio, no lo dudes ni un solo instante. Amplíalo a tu gusto. De todos modos, pronto tendrás el Alcázar para ti solo.
—¿Para mí solo?
—Sí. Tengo un proyecto importante del que te hablaré cuando llegue el momento. Mientras tanto quiero que me prometas que nadie más, aparte de nosotros, entrará en este lugar. Nuestros padres y los padres de nuestros padres siempre lo han considerado como un templo sagrado. Será siempre para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Júralo ante mí.
—Lo juro.
—Que así sea. Buenas noches, Alhaquén.
Abderramán dejó la llave en la mesa y salió de la habitación sin volverse.
Una vez solo, desmoralizado por la tarea colosal que pesaba de pronto sobre sus frágiles hombros, Alhaquén soltó un largo suspiro de desánimo.
Miró de reojo unas hojas acartonadas que asomaban bajo el polvo. Un título escrito en caracteres árabes llamó su atención: La tabla de esmeralda.
Notó que el corazón le latía con más fuerza.
Entonces, como para romper el silencio ensordecedor que le envolvía, se puso a leer en voz baja, lentamente, separando cada palabra.
Es verdadero, verídico y real:
Lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para hacer los milagros de la Cosa única.
Y así como todas las cosas han salido de una cosa por el pensamiento del Uno, así también todas las cosas han nacido de esta cosa única por adaptación.
El sol es el padre, la luna es la madre, el viento lo ha llevado en su vientre y la tierra es su nodriza.
El padre de todo, de cada cosa —el Telesma— está aquí: su fuerza es entera si es convertida en tierra.
Tú separarás la tierra del fuego, lo sutil de lo denso, dulcemente, con gran arte.
Sube de la tierra al cielo y luego desciende a la tierra, y reabsorbe la potencia de todas las cosas superiores e inferiores.
Tú obtendrás por este medio toda la gloria del mundo, y toda oscuridad se alejará de ti.
Es la fuerza fuerte de toda fuerza, ya que vence toda cosa sutil, y penetra todo lo denso.
De este mundo ha sido creado el Universo.
De aquí saldrán innumerables adaptaciones de las cuales el medio es este.
Por todo esto he sido llamado Hermes Trimegisto, por poseer las tres partes de la filosofía del mundo.
Lo que he dicho de la operación del Sol es completo y perfecto.