Arma de fuego
Se compró un arma porque le gustaba imaginar, aunque nunca lo haría, que disparaba a la gente desde la ventana y les veía caer y retorcerse sobre una creciente flor roja. Siempre que apuntaba a alguien desde su ático se aseguraba bien que el cargador estuviera vacío. Tras unos días de juego morboso quiso probarse a sí mismo que, aun con el rifle cargado, sería incapaz de dañar a nadie. Ahora está emboscado en su balcón, el dedo tenso en el gatillo, frío en el estómago, el rostro de una mujer en el punto de mira. No, probablemente no disparará.