Destino
Seguí el rastro de la mujer vieja. Me adentré por rincones donde niños borrachos de olvido jugaban a morir. La vi entrar en la última puerta de la última casa. Gris, gastada, triste. Pintada de años vacíos. Pintada de adiós.
No entré. Me senté en un portal al otro lado de la calle. Al matarla, de algún modo, yo también moriría. Pero cuando tras muchas horas la puerta se abrió, fui tras ella de nuevo. Llegué a estar a un palmo de su espalda. Habíamos dejado la ciudad. Se giró y me miro con ojos muy cansados.
- ¿Ya? - preguntó.
Si.