Capítulo 67
—Así que de verdad trabajas para el mismísimo Jock Goddard, ¿eh? —dijo Alana—. Espero no haberte hecho comentarios negativos sobre él. No los hice, ¿o sí?
Subíamos en el ascensor a mi piso. Había pasado por su casa para cambiarse después del trabajo, y estaba genial: llevaba un top negro de cuello alto, mallas negras, gruesos zapatos negros. También se había puesto la deliciosa fragancia floral que llevaba el día de nuestra última cita. Su pelo negro era largo y brillante, y contrastaba muy bien con sus luminosos ojos azules.
—Sí, lo pusiste a parir. Y yo pasé el informe de inmediato.
Sonrió: un destello de dientes perfectos.
—Este ascensor es del mismo tamaño que mi piso —dijo. Yo sabía que eso no era verdad, pero reí de todas formas.
—Este ascensor es de verdad más grande que mi última casa —dije yo. Cuando le conté que acababa de mudarme a Harbor Suites, me dijo que había oído hablar de los pisos de aquí, y la vi tan intrigada que la invité a pasar y verlos. Podríamos cenar abajo, en el restaurante del hotel, donde todavía no había tenido la oportunidad de estar.
—Vaya vistas —dijo tan pronto como entró. La música de Alanis Morissette sonaba suavemente—. Es fantástico. —Echó una mirada alrededor, vio el envoltorio de plástico todavía puesto sobre uno de los sofás y una silla, y dijo maliciosamente—: ¿Y cuándo te instalas?
—En cuanto tenga un par de horas libres. ¿Quieres beber algo?
—Hmm. Sí, eso estaría bien.
—¿Cosmopolitan? También hago un magnífico gintónic.
—Un gintónic, perfecto, gracias. Así que acabas de empezar a trabajar para él, ¿no?
Me había buscado en la red, por supuesto. Me dirigí al recién aprovisionado armario de los licores, en una hornacina que había junto a la cocina, y saqué una botella de ginebra Tanqueray Malacca.
—Sí, esta semana.
Me siguió a la cocina. Cogí un puñado de limas de la nevera casi vacía y comencé a cortarlas por la mitad.
—Pero llevas un mes en Trion, más o menos. —Inclinó la cabeza hacia un lado; trataba de comprender lo de mi repentino ascenso—. Bonita cocina. ¿Te gusta cocinar?
—No, los aparatos son sólo para dar el pego —dije. Comencé a presionar las limas contra el exprimidor eléctrico—. En cualquier caso, sí, me contrataron en marketing de nuevos productos, pero luego resultó que Goddard estaba involucrado en un proyecto en el que yo trabajaba, y supongo que le gustó mi enfoque, o mis ideas o algo así.
—Vaya golpe de suerte —dijo, alzando la voz sobre el gemido del exprimidor.
Me encogí de hombros.
—Ya veremos si es buena esa suerte.
Llené con hielo dos vasos franceses estilo bistró, añadí un poco de ginebra, una buena cantidad de tónica fría de la nevera y una ración generosa de zumo de lima. Le di el suyo.
—Tom Lundgren debió de contratarte para el equipo de Nora Sommers. Oye, qué bien sabe. Es distinto con tanta lima.
—Gracias. Así es, Tom Lundgren me contrató —dije, fingiendo sorpresa por el hecho de que ella lo supiera.
—¿Y sabes que te contrataron para reemplazarme?
—¿Qué quieres decir?
—Para llenar el puesto que dejé al irme a AURORA.
—No me digas —traté de fingir asombro.
Ella asintió.
—Increíble.
—Qué pequeño es el mundo. Pero ¿qué es «AURORA»?
—Ah, pensé que lo sabrías. —Me miró por encima de la montura de las gafas, una mirada que me pareció demasiado despreocupada. Negué con la cabeza, inocente.
—No…
—Pensé que también me habrías buscado en la red. Me asignaron a marketing del grupo de Tecnologías Disruptivas.
—¿Eso se llama AURORA?
—No, AURORA es el proyecto específico al cual me han asignado —dudó un instante—. Creí que trabajando para Goddard sabrías un poco de todo.
Error táctico de mi parte. Lo ideal era que pensara que podíamos hablar con libertad de lo que hacía.
—En teoría tengo acceso a todo. Pero todavía estoy tratando de averiguar dónde está la fotocopiadora.
Asintió.
—¿Te cae bien Goddard?
¿Qué iba a decir, que no?
—Es un tipo impresionante.
—En la barbacoa parecíais muy íntimos. Vi que él te llamó para presentarte a sus amigos, te vi cargando cosas para él, todo eso.
—Sí, íntimos —dije con sarcasmo—. Soy su recadero. Soy su porteador. ¿Lo pasaste bien en la barbacoa?
—Fue un poco raro estar con los altos mandos, pero después de un par de cervezas me fue más fácil. Era la primera vez que iba. —Porque había sido asignada a AURORA, pensé, el proyecto preferido de Goddard. Pero quería ser discreto al respecto, así que por el momento preferí cambiar de tema—. Voy a llamar al restaurante para pedir que preparen nuestra mesa.
—Yo creía que Trion no contrataba gente de fuera —dijo mientras miraba la carta—. Debían quererte mucho para romper las reglas de esta manera.
—Tal vez creyeron que fastidiaban a la competencia. Yo no era nada especial.
Habíamos pasado del gintónic al Sancerre, que pedí porque había visto en sus facturas que era su vino favorito. Alana pareció sorprendida y satisfecha. Era una reacción a la que me estaba acostumbrando.
—Lo dudo —dijo—. ¿Qué hacías en Wyatt?
Le di la versión entrevista que había memorizado, pero eso no le pareció suficiente. Quería detalles del proyecto Lucid.
—La verdad, si no te importa, es que no debo hablar de lo que hacía en Wyatt.
Traté de no parecer demasiado mojigato. Alana parecía avergonzada.
—No, claro que no, lo entiendo perfectamente —dijo.
En ese momento apareció el camarero.
—¿Ya lo saben?
—Tú primero —me dijo Alana, y siguió estudiando la carta un rato más mientras yo pedía paella.
—Estaba pensando en pedir eso mismo —dijo. Vale, así que no era tan vegetariana.
—No está prohibido pedir lo mismo, ¿sabes? —dije.
—Paella para mí también —le dijo al camarero—. Pero si hay carne o salchichas, ¿puede quitarlas?
—Por supuesto —dijo el camarero, tomando nota.
—Me encanta la paella —dijo Alana—. Casi nunca como pescado o marisco en casa. Esto es una excepción.
—¿Quieres seguir con el Sancerre?
—Sí.
Cuando el camarero se dio le vuelta para irse, recordé que Alana era alérgica a las gambas.
—Espere —dije—, ¿la paella lleva gambas?
—Eh, sí, sí que lleva.
—Ahí tenemos un problema —dije.
Alana me miró fijamente.
—¿Cómo sabías…? —comenzó, entrecerrando los ojos.
Hubo un muy largo momento de insoportable tensión mientras me sacudía la cabeza. No podía creer que la hubiera cagado de esa forma. Tragué saliva, el rostro se me vació de sangre. Al final dije:
—¿Quieres decir que tú también eres alérgica?
Hubo una pausa.
—Sí, lo soy. Lo siento. Qué gracioso. —La nube de sospecha pareció levantarse. Ambos pedimos vieiras asadas en lugar de gambas.
—En fin —dije—, no hablemos más de mí. Quiero que me hables de AURORA.
—Se supone que debemos mantenerlo en secreto —se disculpó.
Le hice una mueca.
—No, esto no es ojo por ojo, te lo juro —dijo—. ¡En serio!
—Vale —dije, incrédulo—. Pero ahora que me has despertado la curiosidad, ¿de verdad vas a obligarme a fisgonear por ahí y averiguar por mi cuenta?
—No es tan interesante.
—No me lo creo. ¿No puedes ni siquiera darme la versión resumida?
Miró hacia arriba, soltó un suspiro.
—Bueno, ahí va. ¿Has oído hablar de Haloid Company?
—No —dije lentamente.
—Claro que no. No tienes por qué. La Haloid era una compañía pequeña de papel fotográfico que a finales de los años cuarenta compró los derechos de una nueva tecnología que había sido rechazada por todas las grandes compañías: IBM, RCA, GE. El invento era algo llamado xerografía, ¿vale? Y en diez o quince años esa compañía se transformó en la Xerox Corporation, y pasó de ser una pequeña empresa familiar a una corporación gigantesca. Todo por haber dado una oportunidad a una tecnología que a nadie más le interesaba.
—Vale.
—O como la Galvin Manufacturing Corporation de Chicago, que hacía radios para coche con la marca Motorola, eventualmente entró en el mercado de los semiconductores y los móviles. O una pequeña empresa de exploración petrolera llamada Geophysical Service, que empezó a diversificarse y se metió en el campo de los transistores y luego en circuitos integrados y se transformó en la Texas Instruments. Ya ves lo que quiero decir. La historia de la tecnología está llena de ejemplos de empresas que se transformaron al hacerse con la tecnología adecuada en el momento adecuado, y así dejaron a sus competidores mordiendo el polvo. Eso es lo que Jock Goddard trata de hacer con AURORA. Jock cree que AURORA va a cambiar el mundo, que cambiará el rostro de los negocios en este país igual que los transistores o los semiconductores o las fotocopias lo hicieron en el pasado.
—Tecnología disruptiva.
—Exactamente.
—Pero el Wall Street Journal parece convencido de que Jock es cosa del pasado.
—Ambos sabemos que no es así. Es un adelantado, eso es todo. Mira la historia de la empresa. Hubo tres o cuatro momentos en que todos pensaban que Trion estaba contra las cuerdas, al borde de la quiebra, y de repente los sorprendió a todos volviendo con más fuerza que nunca.
—Y tú crees que éste es uno de esos momentos fundamentales, ¿no?
—Cuando el AURORA esté listo para ser anunciado, Jock lo anunciará. Y entonces veremos qué dice el Wall Street Journal. El AURORA hace irrelevantes los problemas más recientes.
—Asombroso. —Miré mi copa de vino con aire despreocupado y dije—: ¿Y cuál es la tecnología?
Alana sonrió, sacudió la cabeza.
—Tal vez ya te he dicho demasiado —y luego, inclinando la cabeza hacia un lado, dijo juguetona—: ¿Qué, me estás haciendo un control de seguridad?