Capítulo 83
El lunes, llegué a trabajar a primera hora de la mañana, preguntándome si sería mi último día en Trion.
Por supuesto que si todo salía bien, aquél sería tan sólo un día más, un accidente pasajero en una larga y exitosa carrera.
Pero las posibilidades de que todo saliera bien con este plan increíblemente complejo eran pocas, y yo lo sabía.
El domingo había clonado un par de copias de la tarjeta de acceso de Alana usando los datos que había capturado de su tarjeta y una pequeña máquina que Meacham me había dado llamada ProxProgrammer.
Además había encontrado entre los archivos de Alana un plan de la quinta planta del ala D. Casi la mitad de la planta estaba marcada con sombreado y etiquetada con la leyenda «Centro de Alta Seguridad C».
El Centro de Alta Seguridad C era el lugar donde estaban probando el prototipo.
Desafortunadamente, yo no tenía la menor idea de lo que había dentro del centro de alta seguridad, ni sabía en qué lugar de esa zona se conservaba el prototipo. Después de entrar, tendría que arreglármelas sobre la marcha.
Pasé por casa de mi padre para coger mis guantes de trabajo súper resistentes, los que utilizaba cuando trabajaba limpiando ventanas con Seth. Esperaba encontrarme con Antwoine, pero el hombre debía de haber salido a dar una vuelta. Mientras estaba allí tuve la curiosa sensación de que me estaban observando, pero la deseché y la consideré simple ansiedad.
El resto del domingo me dediqué a investigar en la página web de Trion. Era en verdad sorprendente la cantidad de información disponible para los empleados, desde planos del edificio hasta procedimientos de seguridad, e incluso el inventario de los equipos de seguridad instalados en la quinta planta del ala D. A través de Meacham había conseguido la frecuencia de radio que los guardias de seguridad de Trion usaban para sus radioteléfonos.
No sabía todo lo que necesitaba saber acerca de los procedimientos de seguridad —ni mucho menos— pero sí que llegué a averiguar ciertas cosas importantes que me confirmaban lo que Alana me había dicho durante la cena en el hostal.
Había sólo dos vías de entrada y salida a la quinta planta, ambas vigiladas. Para pasar por las primeras puertas, había que poner la tarjeta frente al lector; pero luego había que presentarse ante un guardia que vigilaba desde detrás de una ventana a prueba de balas y comparaba el nombre y la fotografía con los datos de su ordenador antes de abrir la puerta de entrada a la planta principal.
Y ni siquiera entonces estaba uno cerca del Centro de Alta Seguridad C. Antes de llegar a la entrada del área de alta seguridad había que pasar por pasillos equipados con cámaras de circuito cerrado. Luego se entraba a otra zona, equipada no sólo con cámaras sino con detectores de movimiento. En esta entrada no había vigilantes, pero para abrir la puerta era necesario activar un sensor biométrico.
De manera que llegar donde estaba el prototipo AURORA iba a ser grotescamente difícil, por no decir imposible. Pensé que no lograría siquiera pasar el primer punto de control; no podía usar la tarjeta de Alana, como era obvio: nadie me confundiría con ella. Pero una vez entrara en la quinta planta, su tarjeta podía serme útil de otras formas.
El sensor biométrico era aún más complicado. Trion estaba en la vanguardia en la mayoría de tecnologías, y el reconocimiento biométrico —escáner de huellas digitales, lector de manos, identificación de geometría facial, identificación de voz, escáner de iris y de retina— era el éxito del momento en el negocio de la seguridad. Todos los sistemas tienen sus puntos fuertes y sus puntos débiles, pero el escáner de huellas es generalmente considerado el mejor: fiable, no muy quisquilloso ni delicado, poco proclive a rechazar o aceptar por error.
Sobre la pared, fuera del Centro de Alta Seguridad C, había un escáner de huellas Identix.
A última hora de la tarde llamé desde mi teléfono móvil al director asistente del centro de comandancia de seguridad encargado del ala D.
—Hola, George —dije—. Soy Ken Romero, de Network Design, los del equipo de cableado.
Ken Romero era un nombre de verdad, en caso de que George decidiera buscarme en los directorios.
—¿En qué puedo ayudarle? —dijo el tío.
—Es sólo una llamada de cortesía. Bob quería que os avisara de que haremos un desvío y una actualización del cableado de fibra en la D cinco. Eso será mañana por la mañana.
—Ajá —dijo. Como si dijera: ¿Y a mí qué me cuentas?
—No sé por qué les parece que necesitan fibra L-1000 o un servidor Ultra Dense, pero oye, no es dinero de mi bolsillo, ¿sabes lo que te digo? Supongo que tendrán unas aplicaciones cojonudas, banda ancha y lo que tú quieras, y…
—¿En qué puedo ayudarle, señor…?
—Romero. En fin, creo que los tíos de la quinta no querían distracciones durante el día, y han pedido que se hiciera a primera hora de la mañana. No pasa nada, pero queríamos que estuvierais prevenidos, claro, porque los trabajos harán saltar los detectores de acceso y de movimiento y todo eso, como entre las cuatro y las cinco de la madrugada.
El director asistente de seguridad parecía aliviado de que no le tocara hacer nada.
—¿Se refiere a la planta entera? Joder, no puedo cerrar la planta entera sin…
—No, no, no —dije—. Si tenemos suerte mis chicos harán dos o tres cableados, si vieras las pausas que se toman. No, la idea es hacerlo por áreas, a ver, áreas veintidós A y B, me parece. Sólo las secciones internas. En fin, que los tableros se os van a encender como luces de Navidad, ¿sabes lo que te digo?, y probablemente os vais a volver locos, pero quería avisaros…
George soltó un fuerte suspiro.
—Bueno, si sólo es veintidós A y B… supongo que ésos los puedo desactivar…
—Lo que te vaya mejor. Es decir, no es cuestión de que os volváis locos por esto.
—Le daré tres horas si es necesario.
—No creo que necesitemos tres horas, pero mejor que sobre y no que falte, ¿sabes lo que te quiero decir? De todas formas, gracias por la ayuda, tío.