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Para burla y cruz del autor de la Carajicomedia reencarné, a su último suspiro, en Sietecoñicos, puto romano de origen español, amigo de la señora Lozana y de todo el brazo eclesiástico que le pagaba pontaje en nuestra Alma Ciudad.
Desde chico holgábame de ver a los mozos y aun hombres hechos y derechos y a ojo de buen arquero sabía cuanto valían y lo que tenían en la bragueta para mi recreo y provecho de la bolsa. Con los duques, priores y abades, que mandábanme llamar a sus cuadras a servir manteles y rezar novenas, me vendía por estrecho, regateaba y hacía negocio con cantares, meneos y bailes de mi nación, que acá son muy apreciados. Si se servían de mí, yo me servía dellos y les ordeñaba, tal como vi a mi abuela, hasta la última gota de sus ubres, que una cosa es el oficio y beneficio y otra el gusto natural por la garrocha y mano de mortero. A unos sacábales dineros y joyas y a otros la savia que endereza el cuerno y lo ahínca ahí donde debe dar. Viéndome tan mozuelo, las putas me curaban en salud y procuraban los ungüentos y sahumerios de Sixto, el de las dos naturas, la de hombre como muleto y la de mujer como vaca, que ejercía su magisterio en artes de composición y aparejamiento después de jubilarse por edad y ser vieja antigualla. Así yo comía, bebía y medraba, arcaba con las nalgas y era hucha de soldados y palafreneros macizos y de gran tomo.
La Lozana y el autor de su retrato acudían a saludarme en sus paseos y hablaban conmigo de Roma como de España, de cuantas obras hacía y mis maneras y artes de toma y daca.
Lozana: el señor que mis hazañas escribe quisiera saber de donde sois y como aprendisteis tan primoroso y sutil oficio.
Sietecoñicos: me vine de Córdoba cuando los Reyes Católicos limpiaron sus reinos de los moros y judíos que los afrentaban. Y, por Dios, muy justa y sabia resolución fue la que me hizo parar en la sede de San Pedro, cuya perpetua santidad torna lícito lo vedado y cubre las miserias del mundo con un manto de bulas e indulgencias.
Lozana: mirá, dolorido, ¿veniste solo?
Sietecoñicos: con una señora tía amigada con un moro, que a mis padres, según cuenta, quemaron con alquitrán en su pueblo.
Lozana: ¿sois leído?
Sietecoñicos: leído y cursado. Aprendí los salmos en las Coplas del Ropero y Fajardo y otras obras de suma piedad y devoción.
Lozana: ¿cómo os metisteis en el oficio?
Sietecoñicos: mi señora tía dice que en el vientre de mi madre holgábame ya de la visita del mazo que entraba y descargaba en él.
Autor: ¿vos lleváis bien con el puterío? Que, por mi fe, muchas vos envidian el trato y maneras.
Sietecoñicos: ¡hermanas somos todas y así nos ajuntamos y defendemos de los que quieren montar de balde! Yo voy a sus fiestas y ellas vienen a las mías, arreadas y dispuestas que es gloria verlas. Acá y allá hablamos de los que cabalgan y no desarman, de los que entran en coso y por do pasan mojan; y sepa vuestra merced que todas somos devotas de la Madona que sacan en andas de la iglesia a que le dé el aire.
Lozana (al autor): la cofradía de las putas es la más noble cofradía que sea, porque hay en ella de todos los linajes y sangre limpia del mundo: moras, judías, zíngaras, ilirias, corsas, lombardas, provenzanas y aun de las tierras del norte do el sol se esconde y da luz menguada.
El autor: ¿quién vos llamó como vos llaman?
Sietecoñicos: como dice el refrán, más tira coño que soga, y el marido de mi tía traía los esqueros llenos de repuestos y esponjas con sangre de gallina para bodas y probanzas.
Lozana (al autor): los devotos de sus obras no se cansan de visitarle y él a todos atiende y recibe como San Miguel en su posada.
Sietecoñicos: la Ciudad Santa es pradera de flores y virtudes que tanto comendadores y obispos como villanos de bajo suelo cultivan con esmero y cuyos sabrosos frutos son envidia del mundo y de los santos y santas del cielo. Ellos gozan arriba de su música en compañía de los ángeles y nosotros debajo de cuanto Dios y la natura nos regalaron, que los miembros y partes de mujeres y varones quieren halagos y caricias antes de su uso ordinario y eso es cosa de mucha admiración y gasajo según la autorizada escuela de los filósofos y ovidios de la Antigüedad. Así lo dicen el piadoso Arcipreste de Hita y aquella copla que canto con vihuela y ambleos en fiestas de los nobles señores romanos:
Pues este muy hondo mar
tal grandeza en sí contiene
deve tener y anegar
cuanto a su potencia viene:
y así digo que conviene
por razón muy conoscida
toda cosa que se tiene
de otra mayor ser tenida.
Lozana: sabio y discreto sois, que paresce hayáis mamado leche de doctrina de los pechos de la que vos crió. Sietecoñicos: de los pechos y de cuanto cuelga. Aun a los que por edad se jubilan les saco el último suero y les despellejo la bolsa hasta dejarla limpia de ducados…
Ésta era la Roma en la que crecí y triunfé hasta el día malhadado en que el condestable de Borbón le dio asalto y puso a saco, y yo tomé por el mío a secas por tudescos, francos y lombardos que, de apurados, se les salía el rabo de la bragueta. De tanto batir el caldero, dejáronme agrietado y enfermo, doliente y sin remedio de encienso, galbano y amoníaco. Pudríme poco a poco, que era lástima verme, y los espejos me espantaban con su triste retrato. La señora Lozana se retiró a tiempo y fuése a vivir con Rampín en su ínsula. Yo acabé mis días en un sucio y desastrado hospital. La España que fue mi primera patria y me castigó apenas nascido desbarató también a sangre y fuego mi aconchado refugio. Hoy la dicen centinela y bastión de la fe verdadera contra Lutero, Moisés y Mahoma. Viendo sus fechos y obras y cuanto destruyó aquí y allá, dígome para mis adentros: más vale paz en La Meca que non la ruina de Roma.