La ciudad se alzaba sin impertinencias, pura y brillante a pesar de la contaminación. Atardecía y los rayos reflejaron con mayor o menor suerte las nubes entre edificios, escondidas como si jugaran.
Un parque oculto por las alturas. Zona despejada en comparación a los edificios colindantes, resultado abrupto. A esas horas el parque lucía escaso de vida, salvo por los pequeños grupos de árboles y setos rodeando cúmulos de agua y estanques conteniendo pequeños animales.
Por una zona en especial —comparación más pequeña a lo descrito—, se apreciaba un camino empedrado con largas extensiones de hierba alta a los lados. Un hombre lo recorría realizando footing, de mirada perdida al frente por querer aguantar —y ganar— hasta el final. Pronto se le podría llamar anciano, salvo por un físico que seguía manteniendo formidable.
Su filosofía era “Disciplina, perseverancia y superación”. Así había mantenido tantos años la carrera del deporte y de su vida, aunque ese día no se encontrara ni para seguir sus propias reglas. Durante unos días no pudo quitarse de la mente a su hermano, cada vez más extraño y distante a lo largo de los años. Se prometió que iría a visitarle para hablar. De ser rechazado, insistiría con su lema las veces que hiciese falta. Aceleró el paso.
La noche lo alcanzó. Se sintió lento, sin el suficiente esfuerzo que lo mantuviese satisfecho. Decidió dar media vuelta y volver a casa para lavarse y prepararse antes de ir a ver a su hermano, contento a su vez que en aquel día tan irregular en pensamientos hubiese realizado un tiempo extra.
Caminó jadeando, distante junto a sus pensamientos cuando notó enseguida la ausencia. Percibió un silencio robado, distinto a otros días. Un finísimo aleteo se produjo cerca de su oreja. Se giró con calma para mirar a la polilla revoloteando, que no parecía tener miedo del enorme humano. No se inmutó ante el comportamiento del insecto, obligándose a agitar la mano para espantarla de esa insistencia de ver su cabeza como un faro. El insecto captó el mensaje y comenzó a alejarse.
El hombre sonrió y, justo en el momento de volver a sus pensamientos y caminar, la polilla surgió por otro lado y se dejó caer contra su brazo. Temió que el sudor fuera el culpable del reclamo, y dejó obrar a la diminuta por curiosidad y cosquilleo en la piel.
Mientras seguía su camino, alternó la mirada con el brazo, donde el insecto paseó y quedó justo en el frontal de su muñeca. Al igual que él, parecía concentrada en algún hecho de superación, que bien demostró cuando comenzó a traspasar y penetrar la piel. El deportista se intimidó y agitó el brazo. Acercó de una sacudida la mano hacia su cara para descubrir bajo la piel al bulto viajando con facilidad. Llegó antes el grito que la impresión y el brote de sangre, leve y fino como un hilo.
Su cara se manchó.
El hombre continuó gritando con más energía y golpeó con el puño del otro brazo donde la polilla. Sólo consiguió un daño atroz y ensangrentar la ropa. Poco importó, era tarde y notó al pequeño ser moviéndose por dentro, más al fondo confirmando la esencia y forma del brazo. Notó abrirse el interior y rasgarse tejidos, un dolor extremo que se traspasó por el cuerpo con calambres hechos décimas. Continuó gritando, desesperado, mirando a los lados en busca de ayuda.
Una mano le tapó la boca.
Enmudecido por el horror, el sudoroso corredor observó el contorno de la mano que apresaba. Miró al frente justo al notar la dureza en el corazón, dolor infinito equiparable al filo que le estaba abriendo la garganta con tranquilidad, alargando la tortura sin objetivo salvo por el posible y mero sadismo que ahogó a ambas bocas en diferentes esencias.
Tras una señal muda, el cuello terminó de abrirse con rapidez.
Un golpe seco contra el suelo.
La noche no se pronunció, tan impasible ante cualquier crimen.
Una polilla rojiza quedó revoloteando.