Credo Crudo

 

 

Días antes, frente a Eddy quedó el tipo de las gafas de piloto que se había sentado a escasos taburetes de él. El tipo lo había introducido a la fuerza en uno de los baños de puerta para cerrar con prisas. Antes que Eddy se defendiera, el captor pidió que callara mientras señalaba fuera. Eddy había estado a punto de sacar la pistola, pero logró tener auto-control sin dejar de observar cada gesto del vigilante a su frente, demasiado cerca para notar su aliento a patatas aceitosas cada poco.

El tipo pareció centrado en mirar al agente de una forma extraña, de mala manera pero sin llegar a serlo. Eddy intentó corresponder la mirada y cuando intentó preguntar fue cortado:

—Calma —le dijo en voz baja—. No quiero que nadie nos vea, ¿vale? —pareció inseguro por si aun así su voz sonaba alta.

—Déjeme salir o me obligará a llevarlo a...

—Soy amigo de Terry, ¿no es eso lo que quería? Y, por dios, no eleve la voz. ¿Estamos?

Eddy prefirió callar a la espera que el tipo confesase de una vez qué pasaba.

—Como digo, soy amigo de Terry y mi obligación es protegerlo. Pero mi deber también es protegerlo a usted —mientras lo dijo juntó las palmas de las manos y lo señaló—. Mi consejo es que se olvide del tema.

—¿Qué sabe usted?

—Lo mismo que todos, y por eso no creo que sea el culpable. Es un buen hombre a pesar de sus métodos.

—¿Métodos? Explíquese, por favor —dijo Eddy y se intentó alejar en vano dentro del reducido espacio.

—Nadie se lo reprocha, téngalo en cuenta —aclaró—. Es porque los delincuentes de su zona, o por donde le toque currar, suelen acabar llenos de moratones. No está bien visto pasarse de defensor, pero Terry es demasiado bueno, se lo juro.

—Alguien bueno no trata así a la gente.

—Tiene demasiada adrenalina, ¿quién lo puede culpar? A veces nos chutamos para poder terminar una noche difícil, sobre todo si uno no suele dormir mucho —aclaró.

Eddy escuchó y evaluó. ¿Qué pretendía en verdad? Su mano siguió atenta de su arma enfundada. No pensaba usarla, pero amenazar siempre servía... se sorprendió por pensar así, puesto que él era respetuoso con la norma de nunca desenfundar salvo si han disparado primero.

—Bien, escucha... ¿Eddy? —esperó al gesto afirmativo—. Sí. Puedo pasar una información para que se olvide de todo esto. ¿De acuerdo? Así verá que Terry es inocente.

—¿Por qué no vamos fuera a hablar? —preguntó el agente—. Siquiera sé su nombre.

—Ninguno queremos problemas, ¿no? Pues bien, métase en un par de horas en la dirección web que le voy a decir y esté atento a los mensajes. Es un lugar donde se puede escribir lo que a uno se le ocurra ya que los textos son borrados antes de un día.

—¿Un chat?

—No, eso guarda conversaciones. Usted hágame caso y lea lo que vea por allí. Reconocerá mi mensaje.

Le confirmó la dirección web y el tipo de las gafas de piloto en la frente salió del baño. Eddy espero un par de minutos y entonces salió.

Corel el barman miró curioso con la ceja levantada por la tardanza del agente en salir del baño. Con un gesto hizo mirar a Eddy a la adolescente de traje apretado. El agente decidió no seguir la complicidad o broma en el dueño y recogió el cambio. Dio las gracias e intercambiaron unas últimas frases cordiales por corresponder la ayuda entre protectores.

Eddy decidió volver a comisaría y centrarse en leer la web que le habían comentado. Tras repasar los existentes, estuvo el resto de la mañana y parte de la tarde leyendo cada mensaje nuevo que allí aparecía. Siguió analizando el sitio web y concluyó que era un lugar excelente para el anonimato. Le sorprendió la de cantidad de personas que existen con tiempo libre para escribir lo primero que se les ocurre. No los podía culpar, y por otro lado pensó que alguna de las reflexiones sí resultaban profundas, por lo que era un poco injusto que desapareciesen en pocas horas.

De entre todos los mensajes creyó entender un par que trataban sobre tráfico de drogas blandas. Incluso había uno que de forma menos disimulada ofrecía una dirección donde conseguir cocaína. Si él como policía fuera a la dirección era probable que pudiera arrestarlo, pero para nada podría demostrar el delito que lo culpaba de vender la droga, ya que para entonces no estaría la prueba en ningún lado y el sospechoso podría alegar como defensa que era para consumo propio, lo que caía una multa que podía pagar con el dinero oculto que ganaba vendiendo. Cambiaría de zona y continuaría ejerciendo sin temor.

De guardar una captura de imagen o la propia página en el ordenador, ¿cómo podría acusar que había sido escrito por el culpable? Le quedaba asumir y postrarse a otro secreto conocido sobre que todos somos capaces de impedir, pero nadie se atreve, como si acaso fuera a trastocarse la vida, la realidad y todo su conjunto. Recordó a los vigilantes y decidió callar.

Resultaba una táctica evasiva que a Eddy no le sorprendería que las mafias —incluso las más serias— también llevasen a cabo. Todo era gracias a la magia de las nuevas tecnologías. ¿Qué nuevos inventos facilitarían el camino del mal y obligarían al bien a superarse? Al final sería tan difícil afrontarlo que ya nadie querría tomar el camino de defender la ley. Pensarlo hacía que Eddy se deprimiera, aunque un agente de la ley no era alguien que se rindiera, y por eso seguiría aguantando.

Pasada la tarde no creyó encontrar el mensaje que esperaba. Habían anónimos que contaban historias y las leyó todas, lo que ayudó a que las horas murieran. Deseó que alguno de los compañeros que pasaban por esa zona de comisaría no malinterpretaran cómo ocupaba su trabajo.

Aquellos cuentos eran improvisaciones que quedarían en el verdadero olvido. Muchos se notaban como experiencias reales, desahogos propios por recomendación del psicólogo. No logró identificar si alguno de esos textos se trataba de lo que el vigilante quería advertirle, aunque de entre todos hubo uno que le llamó en especial la atención. Se trataba de un relato sobre un circo de monstruos que ve trastocada su peculiar armonía:

 

 

http://www.youtube.com/watch?v=kcQRJz2wrDU (Arriba se indicaba éste enlace como inicio curioso para acceder a una música para el texto. Parecía una costumbre del sitio web).

 

Hubiese sido concedido el don al gigante y le fue arrebatada hasta la dignidad.

El gigante se enamoró de otra raza que no era la suya. En el circo ambulante que habitaba había varios gigantes más, entre ellos mujeres de media pared; o la gran Clotis, medio giganta y unicornio. Pero él se fue a enamorar de la enana.

La enana también pertenecía al circo, aunque sus espectáculos no eran considerados como arte. Estaba por rara, pero no por talento; por diferente, pero no por especial; por habilidosa, pero nada más. Ella lo sabía y ella odiaba y, salvo el gigante, todos la señalaban a escondidas o no, y le hacían preguntas sobre si por su altura tendría que casarse sobre un taburete o si alguna vez la habían confundido con el felpudo, aunque resultara imposible porque tal objeto era más grande.

Ella sabía y odiaba, insistía, y ellos insistieron en que fuera así, y sucedió un malentendido con un puño, que terminó con la confianza de la enana sobre las criaturas del circo. El único exento fue el gigante, que siguió acompañándola y ayudando donde le necesitara. Una noche los vieron besarse bajo la encina lunar y supieron que el gigante había firmado un pacto sin percibirlo.

Noches de espectáculo se sucedieron hasta que llegó la noche del mayor éxito de y para todos. Fue tal la alevosía y regocijo que decidieron celebrar la mayor fiesta que les pudiera alcanzar las mentes. Se organizó en medio del círculo de arena, allí donde eran expuestos, lugar sagrado lleno del poder de la fama que los dominaba hasta pensar en sueños que en el fondo se sabían imposibles. Comenzaron la fiesta y alzaron sus jarras de ambrosía y miel, manchadas, azucaradas o incluso llenas de orégano; no se puede entender los gustos de los monstruos, pero sí a sus corazones.

Todos bailaban y reían, la tristeza estaba vetada. El gigante no podía disimular su felicidad, ignorante de que todos sabían el motivo. La enana iba de un lado a otro, disfrutando que por una vez no fuese ignorada. De haber sido así todos los días, el circo la habría apreciado por cómo era por siempre, y no por lo que cometió para siempre...

Se descubrió el hecho oscuro que guardan muchas fiestas, suceso que a veces ocurre y que por el lapsus de una celebración queda desapercibido dentro del propio tiempo. Aquella ocasión no fue así, y el nigromante tendría que dar explicaciones de la cabeza decapitada del liliputiense que encontraron entre sus aposentos, bella criatura desaparecida una semana antes.

El nigromante se defendió y martirizó por la invasión a su propiedad, pero ya se sospechaba de él y de alguien más, pudieran ser el hada de otoño o el hipogrifo tigre, donde el capataz y el dueño del circo aprovecharon la ausencia de todo y todos para indagar y confirmar lo que se pensaba más que sospechaba.

Registraron los bolsillos de la túnica del mago, y horrorizados encontraron el resto de las partes del cuerpo del pequeño ser que una vez fue antes de ser restado. El nigromante intentó juntar las piezas como si de un rompecabezas se tratara, ignorando recordar que sus poderes no eran reales, y que convertir en marioneta al liliputiense supondría empeorar el error.

La fiesta se convirtió en turba y de ahí en paliza. Y el oscuro mago fue castigado, enaltecido el momento por culpa del alcohol y la juerga; los besos y las risas: verdaderos signos de la naturaleza humana.

Primero le obligaron a trepar por un largo palo hasta el cielo, bien impregnado y resbaladizo por sangre de cerdo para que así intentara coger sus ropajes colocados en lo alto. Como no lo consiguió, lo colocaron entonces a él entre dos puntos para que quedara su cabeza y pies como único apoyo y el resto del cuerpo a merced de la gravedad, tan testaruda hasta lo cruel.

Una vez colocada la delicada obra con el arte que caracteriza a los monstruos, se sucedieron los golpes. A uno se le ocurrió golpear la parte inferior de su barbilla, alegando que no lo sentiría por su frondosa barba de mago. Todos imitaron, todos aumentaron las risas pero no los gritos, reservados sólo para la estrella de la fiesta. En una de esas el cíclope aprovechó para jugar al limbo pasando por debajo del cuerpo del tensado nigromante. Todos imitaron, y volvieron a reír hasta el nivel de nublarse las conciencias.

El clímax de la noche de una sola estrella se alcanzó cuando la enana apareció con la soga. Todos vieron la intención de juego y lo siguieron, rodeando el cuello del nigromante con la cuerda, sordos frente al horror que allí se plasmaba. La soga fue elevada por la enana, porque como todo el mundo sabe los enanos son más fuertes incluso que los gigantes, y una vez más se demostró con el resultado balanceando tras tensar y crujir. Todos miraron. No dijeron. Fascinados en otro mundo que no era más que el que pisaban. El pirata aprovechó para colgarse y disfrutar del nuevo columpio.

La mañana siguiente fue otra clase de fiesta. La enana fue expulsada del circo, lo cual a nadie dolió. El circo deambuló de nuevo, lejos del pequeño montículo que quedó como una tumba donde yacen los recuerdos de una noche. Nadie dijo, pero se sabía que también huían de la enana que comenzó a estudiar las artes del nigromante, hecho que la convertiría en la bruja del lugar que quedó maldito por siempre y para siempre...

 

El gigante quedó observando en la marcha a su rosa, mecida por el viento que la giró para coincidir sus miradas por siempre...

 

…y para siempre...

 

 

Por el camino de regreso a casa, Eddy no pudo quitarse la historia de la cabeza. De todas las leídas era la única que aún permanecía como un eco. ¿Por qué? Su instinto le aseguró que era la única relacionada con lo que investigaba, que era la respuesta que le habían prometido.

En la cama, transcurriendo la conciliación del sueño, evaluó en profundidad el significado real de ese extraño cuento sin moraleja. Tras la vuelta número treinta de su cuerpo, logró dormirse.

Días después se reuniría en una cafetería con Terry, el Halcón Furtivo.

Un día perfecto para Elis
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