Misericordiosa
—Quien, quien me lo ha dicho tampoco es que sea de fiar, ¿eh? ¿Cómo va a ser posible que tú...? —calló y analizó mejor a su amiga, la impasible. Reaccionó botando las cejas—. Hostia, que es cierto.
Gigi hablaba desde el otro lado de la reja de entrada de la escuela. Se notó pensativo aun confirmando el rumor con la propia Elis.
El patio estaba ajetreado por la hora del recreo. Elis y una niña con trenzas quedaban hablando hacia el exterior de la doble puerta. Ella hablaba con su contacto Gigi, y la otra niña con un chico que parecía un hermano, chico que también pertenecía a la banda de Gigi y que pareció querer aprovechar la visita de su compañero al colegio.
—Ahora eres una delincuente —bromeó.
—Que te expulsen de la policía no significa nada malo.
El chico amplió la sonrisa.
—Elis, si me hubiera ocurrido a mí estaría ahorcado en la plaza.
—Si aún no te han colgado... —replicó Elis—. Eh, ¿no deberías estar dentro de un sitio como éste?
—Me cansé de que me expulsaran —la naturalidad de sus palabras confirmó veracidad—. Estoy mucho mejor con los “Rulez”. Aprendemos a nuestra manera.
—Debe de ser emocionante.
—A veces. El caso es que no te pillen —dijo y, un poco más serio, dio un toque con el dedo en la verja como indicio de otro asunto en su cabeza—. ¿Qué piensas hacer ahora que ya no tienes trabajo? Tendrás tiempo para ese helado...
—Haré como que nada ha ocurrido.
—Sí.
—Debo seguir con lo mío. No sé hacer otra cosa.
—Ya veo. Insisto que aunque sea invierno da gusto estar en esa heladería.
—Me lo imagino, pelmazo.
Rieron por compromiso y quedaron callados. Miraron cada uno a su propia imaginación. Él agarraba un barrote y ella se limitó a tener las manos en la espalda mientras se balanceaba con las rodillas a pesar de no sentirse nerviosa.
Elis miró a la niña y a su hermano. Hablaban entre risas por todo lo que se estarían actualizando de la familia con la que viviese cada uno. No supo si aquel era el otro niño sobrehumano de los Rulez Boys.
—De todas formas —inició Gigi llamando la atención de la mirada de Elis—, sobre el asunto de las polillas te iré informando...
—Sí, si haces el favor.
Sin percatarse, Elis acercó su mano al barrote y la posó encima de la de Gigi. Sintieron el calor desprendiéndose; los dedos la superficie suave.
Como si de repente quemase, la pequeña apartó la mano.
No gesticularon, y a tiempo surgió el otro chico para decirle a Gigi que se marcharan.
—¿Ya te vas a delinquir? —Elis tenía la sonrisa rota.
—“Ná”, iremos al local a fumar un rato —dijo como si no importara—. ¿Por qué no te saltas primero la valla, luego la clase, y te vienes?
—Si veo cigarros me da por romperlos. Lo siento.
—Te pega —el chico sonrió divertido con una luz propia—. Nos vamos viendo.
—Venga —dejó caer sin ganas.
Se quedó mirando como Gigi marchaba charlando con su compañero sobre alguna trivialidad de gamberro urbano. En el fondo sintió algo que no se terminaba de definir. No era envidia; mucho menos admiración. Pudiera ser pena.
Conforme se alejaron, varias niñas y un niño asomaron con decisión por las vallas de los lados de la entrada, enganchándose un par como si quisieran escalarlas. Las cabezas comentaron por lo bajo mientras seguían el trayecto de los dos chicos alejándose.
Janet y Carla siguieron a pocos metros a espaldas de Elis. Carla miró con curiosidad asustadiza, mientras que Janet sonrió satisfecha.
Elis fue dirección a sus amigas y escuchó cómo una niña cercana la criticaba (ponía a parir) con frases del estilo “Las más raras y estúpidas se quedan con los guapos. Qué injusto”. Elis giró de forma brusca hacia la niña, abriendo los ojos con expresión y torciendo la boca hasta marcarla. La niña dio un pequeño brinco. Se quedó mirando a Elis alejándose donde sus amigas. Se tocó el pelo y pidió a las chicas de al lado que le aseguraran que no tenía la cabeza ardiendo o algo parecido.
—
Al volver de la escuela, fue directa a subir las escaleras para ir a su habitación. Su madre le gritó que había llamado el alcalde, y se limitó a responder con un “vale”. Al entrar a su cuarto lo notó más vacío por la zona del escritorio, sabiendo de sobra el porqué.
Se tumbó en la cama dejándose caer de golpe y sintió la breve marea. Se preguntó cuántas ondulaciones provocaría en el colchón si fuese más gorda: lo sabría por la depresión que le esperaba al comprobar que ya se habían llevado todo lo relacionado con su trabajo policial.
Después de esos dos días, aprovecharon mientras estaba en la escuela para enviar algún agente que desvalijara de forma legal los radio-comunicadores, la porra tamaño infantil llena de polvo que sólo usó un par de veces, la gorra, la taza e incluso el busca obsoleto que apreciaba más de lo que creía. Se sintió traicionada aunque no hubiese motivos para estarlo.
Se levantó para revisar por los cajones. Observó que también los archivadores y clips. Espiró de forma sonora y se dejó caer de nuevo.
Estaban en todo, y sólo faltaba que también la reciclasen a ella.
Sumida en una pena forzada, giró sobre su posición para apreciar el cuarto que notaba cambiado a pesar de quedar el resto como siempre: la pared llena de posters del rey Yustin Beber junto a David Lynch —el único hombre capaz de confundirla—. Recortes pegados de revistas de investigación criminal junto a otros de química terminaban por ensuciar la pared con colores fríos y serios, abarcado el blanco de cada página con innumerables líneas negras.
Por un rincón se ubicaba la estantería llena de libros y algún que otro cómic sin importancia. La mesita presumiendo de una lámpara de personajes Pixar y su hermana mayor en el techo con adornos de plantas carnívoras en la tela protectora.
La cama, sin motivos. Seria y directa, como las de la cárcel.
A su espalda, el escritorio vaciado salvo por el ordenador y la foto enmarcada de The Beatles —sus vejestorios favoritos— junto a la otra de ella con Janet y Carla lanzadas por el tobogán de un parque acuático, una imagen que la haría sentir vieja en algún punto de su vida.
Restaba el armario y el espejo escondido en un rincón, resguardado por el propio armario de doble fondo incrustado en la pared. Al abrir el armario se podía descubrir en primera instancia el día a día de la pequeña, pero traspasando más allá se podía encontrar sobre su heroica vida que ahora quedaría tapada por prendas normales y secretos cotidianos. Como el lado opuesto de la misma cara, quedaba dicho espejo, tímido y siempre lejano a la primera vista.
Elis se levantó y se acercó al rincón. Se colocó delante y se observó. Juraba que no tenía buen aspecto, aunque a veces ni ella sabía interpretarse.
Su mirada era la frialdad encarnada, alienígena para una persona de su edad. Destacó un detalle que se comportó como el fondo oculto de su armario. Carla le había dicho una vez que su mirada siempre parecía distante, y que no le gustaba mirarla de forma directa a los ojos por mucho tiempo. De hecho Elis tampoco podía, y terminaba por apartar la mirada de su propio reflejo como en ese momento. Por otro lado, su imagen le recordó a cierta persona...
El móvil comenzó a sonar con una melodía que bien identificó a qué número correspondía.
Se acercó a la cama y cogió el aparato. Se alarmó sin movimientos para confirmar que sí era él. Descolgó:
—Charles.
—Hola.
Un breve momento situó a ambos. Fue el jefe el primero en hablar:
—Te llamó para informarte de...
—Demasiado tarde.
—Ya, me lo imaginaba. He estado liado en la oficina.
La conversación dio la impresión de haber llegado a su cenit.
—También era para pedirte que vinieras... —confirmó Charles.
—Oh.
—...a traer la placa y todo lo que tengas que te hayamos dado. Que no es mucho.
—Ya. No, no es mucho. Te lo enviaré por correo.
—¿Por correo? —pareció decepcionado.
—Sí.
—Vale —confirmó el jefe.
—Pues eso.
—¿Y el papeleo también lo enviarás?
—Sí.
—Te verás obligada a venir a oficina a por los papeles.
—Le diré a Eddy que me los traiga...
—No seas tan orgullosa, anda —el tono familiar pudo surgir a flote—. No siento ninguna clase de rencor hacia ti.
—Vale.
—Elis... —alargó.
Consiguió el lamento de Charles y aun así Elis no se sintió conforme. El breve silencio ayudó a inspirar la continuación del diálogo:
—En fin. Supongo que lo siento —confesó la niña.
—¿Supones que lo...?
Elis no supo interpretar qué cara estaría poniendo su ex-jefe.
—Supones bien —concluyó Charles.
—Creo que podré pasar por comisaría a dejar las cosas. Pero me tomaré mi tiempo, ¿vale?
—Me parece bien —notó al jefe sonreír—. Por cierto, los chicos también han accedido a tu ordenador...
—Matar.
—No hemos tocado esas fotos tan personales de Yustin, no te preocupes —inquirió en broma—. Se han llevado todo lo que pudiera estar relacionado con la policía.
—Bien, así me gusta, como si nunca hubiese existido.
—No hables así. Sabes que no me gustan los mártires.
—No te preocupes que no pensaba pedirte salir —respondió Elis de forma sardónica.
Se notó cómo el hombre sonrió y luego sopló flojo, produciendo una leve distorsión por el fono.
—En fin —inició Charles—. Ha sido un placer, River. Será un honor que te plantees ingresar en el cuerpo cuando llegue el momento. Sabes que serás bienvenida.
—Tú ya te habrás jubilado dos veces.
—Elis, que ya vale...
Un silencio de repaso precedió a las palabras que el jefe se estaba guardando:
—Elis.
—¿Qué? —dijo seca.
—Gracias.
Todos los meses juntos de servicio desfilaron por los ojos de ambos en un unísono de memoria. Nunca hubo suficientes órdenes desobedecidas ni delincuentes esposados como para representar la fiel relación de amistad formada. Siempre fueron distantes por las condiciones forzadas de ella chocando con la responsabilidad y la lógica de un hombre como Charles. Pero si en todo momento se permitió y se pasó por alto la locura del concepto, fue porque se daban lo que uno le faltaba al otro. Ni siquiera el crimen iba a ser el mismo sin nadie como Elis para detenerlo.
Se despidieron y se desearon suerte.
Elis colgó y se quedó mirando al teléfono. Elevó la vista y miró al espejo con una sonrisa artificial.
Se equivocaba si creía que se iba a librar de ella.
Inspeccionó su ordenador. Quedó más tranquila al comprobar que habían sido precisos en llevarse y borrar datos. Le pareció increíble que no tuvieran en cuenta de qué eran capaces los River y su tecnología avanzada.
Accedió a Ceberex y le pidió a su vez que accediera a la policía. Habían cambiado las contraseñas, lo que le pareció ofensivo contra su persona como si la continuaran subestimando. El cerebro de la nave espacial de su madre tardó segundos en descubrir los códigos de acceso y filtrarse a la base de datos digitalizada.
La pequeña ex-agente comenzó a leer todas las fichas de criminales sobrehumanos, incluso de aquellos que hubiesen cometido un delito menor o multa. No encontró a ninguno de los dos hombres con quien se había enfrentado, pero de igual forma memorizó el rostro de toda esa clase de calaña con poderes.
Llegó la noche sin apenas darse cuenta y había examinado también las fichas de los sobrehumanos en otras ciudades. No encontró conexión alguna, y los que habían asaltado a niños era pocos, todos muertos en prisión en manos de los demás reclusos.
Bajó a cenar justo a tiempo para que no le llamaran la atención. En la mesa con su familia notó el ambiente enrarecido, quizá por el malhumor que aún lucían sus padres. Polo intentó calmar el ambiente con sus hormonas, pero no pareció lograr mucho.
Elis despedazó con crueldad y arte el pescado con tal de evitar toda espina posible. Miró de reojo a su hermana Holy —obesa veinteañera de mirada limpia y pelo teñido de morado—, y se percató de su actitud delatando que ya se había enterado del asunto, pareciendo incómoda por no haberlo hablado aún con Elis.
Elis no solía interaccionar mucho con su familia por su forma de ser distante, pero las charlas oportunas y confesiones las sabía aguantar y afrontar. Asumió que tendría que charlar después de la cena con su hermana y que no se podría librar.
Terminó el pescado y huyó de aquella atmósfera. Tocaba vivir un día más sin ser atravesada por una espina dentro de la garganta, suceso del que a veces pensaba que sería un alivio con respecto a lo que a veces se avecinaba como una sombra sin luz sombre su entorno familiar.
Fue un rato al comedor a ver la televisión, y cuando sus padres entraron a hacer lo propio, salió de allí. Se dispuso a subir las escaleras cuando fue que escuchó cerrarse la puerta de casa. Interpretó el gesto y supo que la conversación con Holy no transcurriría arriba. Se dirigió a la puerta y abrió, notando el frío en la cara como un golpe acolchado.
Sentada en los escalones estaba Holy. Ésta giró la cabeza para mirar con seriedad a su hermana pequeña. Holy era de exigir cariño y respeto, y Elis, al acercarse, la saludó con contacto de la única forma que era capaz, extendiendo y acercando la palma para tocar con calma la de la otra persona, un sistema efectivo que inventaron junto al psicólogo.
Elis se sentó a su lado y con disimulo se alejó un poco, corriendo el frío entre ellas como en una brecha.
La noche era tranquila. Frente a ellas quedaba la calle dominada por un negro azulado y calmado a juego con el tenue verde del césped. El camino de baldosas de piedra en el centro llevaba a una entrada cercada, donde se apreciaba en ese momento el lateral del coche de la familia, de color rojo como guinda para la imagen. Una vez Elis se imaginó que el camino era amarillo y que conducía a un lugar dominado por una cantidad suficiente de tornados como para llevarse todo lo malo que la incomodaba. Al menos su hermana mayor no sería jamás una de esas cosas.
—¿Y cómo pudo ocurrir? —inició Holy—. No... —pausó. No le salían las palabras—. No me lo terminó de creer, Elis.
—Todos cometemos errores.
—Sí, y como siempre los nuestros están a la altura —la miró un momento.
Elis no se fijó, absorta en un punto del suelo; distante pero anclada, como siempre.
—No me gusta haberme enterado la última —remarcó Holy.
—No me gusta hablar siempre de lo malo.
—Pero es necesario —concluyó—. También me fastidia que no me lo hayas contado...
—Lo estamos haciendo ahora, ¿no? —quiso ironizar.
—Me refiero a no haberme enterado por ti —dijo y esperó un breve espacio donde no hubieron reacciones—. Por quien también lo siento es por papá y Hala —se enfocó al frente, acostumbrando la vista a la luz de las farolas y a la imaginación de las estrellas negadas por la contaminación lumínica.
—No parecen tan preocupados. Otras veces han estado peor...
—Te equivocas —la miró—. Creo que es de las peores veces.
Elis se limitó a callar.
—Estoy preocupada por la acumulación de disgustos que llevamos —dijo Holy suavizando el tono—, y cada vez cuesta más superarlos.
Holy quedó mirando al mismo punto del suelo que Elis con intención de esperar por lo que dijera su hermana:
—Todos sufrimos. Que no se comporten así...
—Elis, no seas egoísta —la miró y consiguió que le correspondiera la mirada—. Mira todo lo que ha pasado desde que nos mudamos aquí —volvió a mirar hacia el coche—. Demasiados cambios en tan poco tiempo, ¿no te parece o qué?
—Años...
—Elis, hay cosas que duran para siempre.
La pequeña se alejó un poco más de su hermana.
—Siento si puedo ser dura —resopló Holy—. Como siempre.
—Qué me vas a contar. Por cierto, prefiero el término mezquina.
—Je —se limitó a responder a la broma privada. El cuerpo de Holy se acomodó en su asiento antes de continuar—. Es que, por una vez me gustaría que un disgusto familiar fuera porque Polo no se centra en la universidad, o que me he quedado embarazada —se encogió de hombros—. Algo así.
Elis la miró con un movimiento brusco, como el de un animal atento a un peligro inminente.
—¡No! —exclamó Holy y rió un par de carcajadas—. Tía, era un decir —alternó la mirada y quedó negando hacia el fondo.
—Me había hecho ilusiones.
—Quita, quita, qué ganas. Prefiero seguir gorda y soltera.
—Con todos detrás de ti.
—Sólo un par. Ya no estoy en forma —dijo y volvió a reír.
—No digas tonterías —Elis dirigió la mirada hacia Holy para llamar su atención—. ¿Cómo lo haces?
—Soy segura de mí misma —se señaló con un rápido gesto de pulgar—. Se nota porque las amigas se meten contigo y los chicos te preguntan. Eso significa desprender energía y seguridad —hizo un gesto con la cabeza para señalar a la puerta—. Como Polo pero sin ser artificial.
—Ah —con lentitud se enfocó a mirar al rojo del vehículo destacando entre las sombras.
—Me lo preguntas por el chico con el que te ves, ¿no?
Elis no reaccionó. Sin embargo tardó en contestar:
—Carla es una maldita bocazas.
—Eh, no hables así de tu amiga. Lo hace porque se preocupa.
—No puedo ni tener vida privada —dijo y apretó las cejas.
—Elis, ya te vale —el tono de Holy pareció devolverla del mundo negativo—. ¿Cuántos años tiene el contacto ese?
—¿Cuántos años...? —inició con una sorna forzada—. Cuántos años tiene el contactito de las narices... —la sorna traspasó los cuerpos—. ¿Qué más dará? Déjame.
—Elis —arrastró—, deja de hacer la imbécil.
La niña resopló.
—Once. A punto de doce.
Se hizo un silencio que no le gustó a Elis. Se mantuvo atenta al juego de adultos que su hermana insistiría hasta quemar con frustración. Se arrepintió que sus amigas supieran de Gigi.
—¿Qué? —dijo Elis sin poder aguantar más la ausencia de voces—. ¿Cuál es el problema? Apenas son tres años. Casi cuatro —cambió el tono como intento de imitar a un adulto—. Somos niños, qué mal pensados que sois.
—No es eso —resopló Holy como palabras.
—Soy libre —improvisó Elis—, no me seas como papá y mamá —poco a poco se fue apartando más de ella—. Aunque con tu tamaño podrías ser ambos al mismo tiempo...
—Elis —gritó Holy y frunció el ceño—. Sé de qué hablo, por dios.
—Claro, si cada semana te ves con uno. A este paso serán diarios y acabarás tan embarazada como una paleta.
Holy no se pudo creer tal impertinencia que a saber dónde había aprendido. La madurez de su hermana se escapaba por días, y entrar por esos territorios era peligroso por lo poco frecuentados que eran incluso para la propia Elis.
—No tengas prisa por nada —dijo Holy con calma—. Que nos conocemos y mira cómo ha acabado lo de la policía —se arriesgó a que doliera, pero así bajaría las defensas.
—Si ni siquiera lo conoces.
—¿Y tú?
Elis no dijo nada. Se limitó a mirarla de reojo.
—Cada chico es un mundo —prosiguió Holy—. Un día tendremos la típica charla de chicas cuando tenga que ser. Quizás cuando te baje por primera vez.
—¿Qué ocurrirá con mis poderes? —dijo Elis de forma repentina.
—No ocurre nada. Mírame a mí, mi poder ni se ha enterado —se encogió de hombros—. Elis, eso da igual. Te lo digo porque aún eres muy joven y ese chico por edad es otro mundo. Tampoco pensará mucho lo que hace, aún es un poco crío —quedó pensativa por si debía añadir algo más—. Además tiene una clase de vida que no te corresponde.
—¿Pero qué dices? Si él también intenta hacer las cosas bien. Seguro.
—Es de los Rulez Boys —dijo Holy sin dar crédito—. Más de una vez los detuvimos.
—Así empezó todo.
—¿Cuál de ellos es?
—El rubito.
—Lo sabía. No cambias.
Holy se refería a los gustos acérrimos por los famosillos con los que solía encariñarse Elis.
—Te estás encaprichando —prosiguió Holy— por un chico que apenas conoces salvo de verlo subir detrás de los coches patrulla.
—Es mono hasta con las esposas puestas —para alivio de Holy, Elis era ignorante de la connotación—. Siempre que puede me ayuda con información de las calles. Además, eres una hipócrita porque a ti te gustó Simón, que era lo peor.
—Pues sí, un desgraciado —afirmó Holy alzando la barbilla—. En un par de ocasiones me han gustado los típicos chulos engreídos. Pero pude, y puedo —aclaró—, defenderme siempre que se pasan de la raya —gesticuló una pose de karate con los brazos y una sonrisa cómplice.
—Entonces yo también.
—Elis...
Holy miró al cielo con una expresión asumida.
—Hacerte la adulta no mejorará tu vida —dijo Holy—. Te lo digo por experiencia.
Tras decirlo miró a Elis. Pareció más distante. Se dejó llevar y ambas quedaron en la misma onda de calma, enaltecida por una noche de invierno que no parecía habitar nadie.
Holy se levantó e invitó a su hermana a entrar, alegando que ya le dolían hasta los párpados por culpa del frío. Elis se levantó y se adelantó con prisas a abrir la puerta. Se adentró sin decir nada, subiendo las escaleras sin girarse ni una vez a mirar a su hermana mayor, que quedó en la entrada observando.
—
Sintió la llegada de la medianoche en los huesos. En los últimos días Elis había vivido noches únicas relacionadas con esa hora. Parecía haber un patrón en el asesino salvo por la anterior noche. Sin embargo había sido igual de ajetreada por culpa de otra clase de enemigo. ¿Estarían relacionados entre sí todos los psicópatas aparecidos hasta el momento? ¿A quién más iba a tener que incluir en el saco? Una imagen de su colección de muñecos de acción le sobrevino, cada uno con sus cualidades que los hacían idóneos para la imaginación y los coleccionistas de nostalgia.
Siguió usando el ordenador y activó un programa informático que conectaba con las frecuencias policiales. Ajustó el volumen de los altavoces para que no escucharan los demás en casa. Cayó en la cuenta y buscó por los auriculares.
Conectando el procesador de la nave al programa podía alcanzar o interceptar —consciente de lo ilegal— incluso las transmisiones de otros estados o de los vecinos del norte y el sur. Hablaba los idiomas, pero no tenía tiempo para todo. Lo importante era centrarse en...
“...la situación actual. Repito. Víctima en el museo local de la zona norte. Se necesitan refuerzos que se dirijan hacia allí...”.
Eso tenía solución.