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DE LOS ARCHIVOS DE LA STASI

14 de octubre de 1958

Werkhofinstitut Rosa Luxemburg, Dresde

Querida Miriam:

Imagina mi sorpresa al recibir tu carta y descubrir que la niña que recuerdo se ha transformado en una joven capaz no solo de plantear preguntas tan astutas y francas sobre su padre tras un silencio tan largo, sino de proponer venir de visita para que podamos conocernos. O, más que para conocernos de nuevo, casi para vernos por primera vez. Permite que comience diciéndote con agrado que sí, que tienes que venir. No te aburriré con una explicación de mi decisión de no interferir entre tu madre y tú tras el obligado silencio de la primera fase de mi repatriación. Déjame en cambio que te confiese que la feliz impresión del contacto ha despertado en mí un gran sentimiento de esperanza. ¡Salvemos la distancia de los años y las fronteras nacionales que tanto tiempo nos ha mantenido alejados! De momento contestaré a tus preguntas todo lo directamente que me permite una carta como esta, consciente de que nos entenderemos mejor cuando nos sentemos a hablar, como sin duda debemos hacer.

Nuestros esfuerzos en nombre del comunismo internacional durante los años previos a la guerra fueron, si bien sinceros, de una gran ingenuidad. ¿Cómo podrían no haberlo sido dada la situación de un comunismo que intentaba alcanzar la conciencia desde el contexto americano? Quienes trabajábamos en el partido estadounidense sentíamos el influjo de un individualismo seductor, no tan distinto de una droga o una enfermedad… o quizá, del fervor religioso mesiánico. (Posiblemente solo pueda verse con claridad desde una posición ventajosa como la que me permite Europa). La brutalidad del período de las listas negras y el macarthismo, que afortunadamente me ahorré, al menos comportó que cayeran las vendas de muchos ojos, puesto que cualquier socialista sincero que operase en el sistema americano comprendió que estaba destinado a ser perseguido como enemigo de dicho sistema (animadversión que probaba su sinceridad). Algo de lo que tu madre y yo carecíamos.

Fue durante el período de reeducación cuando descubrí, por primera vez en la vida —tarde, pero ¡nunca es demasiado tarde!— la pasión por la historia. Más aún, la pasión por la erudición: tanto por trabajar con fuentes de primera mano, con la nariz pegada a la tierra, en la construcción de la historia del Pueblo, como la pasión por enseñar. Los americanos son un pueblo profundamente (¿o debiera decir superficialmente?) ahistórico. Un lujo que ningún europeo puede permitirse. Mi tema inmediato, trágico, es el que tengo al alcance de la mano: la destrucción casi total de Dresde durante la conflagración. Como los ciudadanos de todas las naciones, la población civil alemana fue víctima del nazismo, pero Dresde ostenta el «honor» especial, único en Europa, y con el único parangón de Hiroshima y Nagasaki, de estar en el frente de la Guerra Fría y servir de retablo de los horrores del poderío de los Aliados.

Así que debes entender, queridísima Miriam, que en cierto modo tu padre ha vuelto a la «escuela»: la historia es esa escuela de la que nunca te gradúas. Soy tan estudiante como tú. También debo explicarte que es así literalmente: este instituto, al que uno viene a dar parte después de cruzar la frontera de manera tan poco ortodoxa como yo y donde normalmente pasas unos meses de orientación y preparación para integrarte plenamente en la vida en el Este, en mi caso se ha convertido en mi hogar permanente. El destino quiso que aquí no solo descubriera mi vocación, sino que decidiera quedarme a enseñar a otros. Este lugar, situado en los acogedores alrededores del este de Dresde, es un viejo campus con varios edificios dieciochescos elegantes, de los pocos que, gracias a los campesinos locales, se salvaron de los bombardeos. El Werkhofinstitut Rosa Luxemburg, aunque entre nosotros lo llamamos Gärten der Dissidenz, que supongo que podría traducirse por «Jardines de la Disidencia», por curioso que pueda parecerte. No es una vida solitaria, sino que la comparto con Michaela, mi segunda esposa. Nos conocimos cuando Michaela vino a trabajar en la administración; es varios años más joven que yo (¡otro sentido en que sigo siendo un estudiante de la vida!). Que sepas que serás bienvenida en mi nueva familia.

Tu plan de visitar otros lugares de Europa antes de cruzar a Dresde en tren me parece bueno. Si primero te alojas con la familia de tu amigo en Londres y luego vas a Bélgica en ferry, podrás visitar sin problema numerosas ciudades en tren. Solo te pediría, si puede ser, que hagas una parada en Lubeca y visites la «Casa de los Buddenbrook», famosa por Thomas Mann. Como sin duda te habrán contado, en la casa de al lado vivían la cantante de ópera y el banquero rodeados de inocencia y esplendor: me refiero, por supuesto, a tus abuelos, como yo prefiero recordarlos. Nací en aquella casa. Lubeca fue de las primeras ciudades en sufrir el fuego aéreo aliado, el primer acto de una pesadilla destinada a alcanzar su climax aquí, en Dresde. De este modo tu viaje serviría de alegoría de bolsillo de nuestra familia pero también del tema al que he dedicado mi investigación, y de preludio a todo lo que queramos hablar.

Por favor, escribe de nuevo cuando sepas la fecha exacta de tu llegada para que Michaela y yo podamos recibirte adecuadamente.

Con mis mejores deseos,

Papá

2 de marzo de 1961

Werkhofinstitut Rosa Luxemburg, Dresde

Querida Miriam:

¡Mis más sinceras felicitaciones por tu matrimonio! Supongo que debo acostumbrarme a que me sorprendas continuamente con tus noticias y admitiré que, pese a todo, todavía estoy acostumbrándome a tu madurez. Sin duda lo siguiente que me comunicarás es que me has hecho abuelo. En tal caso, como ya te propuse, organizaré un viaje a Canadá para conocer a la criatura y ahorrar así a tu nueva familia el largo viaje. También me complace la rapidez con la que te has recuperado de la torpeza con el chico alemán, adentrándote en una nueva aventura amorosa. ¡Te diré que me recuerdas a mí! Te estrecho entre mis brazos no solo como hija, sino como una nueva amiga.

Tras las advertencias que me hiciste en persona y por correo apenas me atrevo a mencionar a tu madre, pero estoy convencido de que eres consciente de que la estampa que me describes en tu carta es de una comicidad irresistible, por desconcertante que sin duda habrá sido sufrirla. La imagen de la aparición repentina de Rose en casa del pastor negro acompañada por un rabino para exigir que vuestra ceremonia fuera legitimada en el último momento por la fe judía posee la cualidad, diría yo, de un poema. Para Rose todo fue siempre, por naturaleza, su opuesto. Esta súbita adulación de la autoridad religiosa, una herencia que según ella había superado en la adolescencia, es una prueba que no tiene precio. Sin embargo, en el fondo, Rose habrá sido la única autoridad presente, pese al rabino y al negro que oficiaba. No dices (y por tanto me dejas que deduzca) que consentiste a los deseos de tu madre y fuisteis santificados en el seno de Abraham, etcétera.

El disco que enviaste por separado también ha llegado sin problemas, y lo acepto en lugar de las fotografías de la ocasión: me pregunto si los hermanos cantaron juntos en la ceremonia y si el rabino se sumó. Tu pelirrojo posee una vitalidad ingeniosa tanto en la voz como en los rasgos, entiendo perfectamente que te guste. Consciente de ciertas críticas a mi actitud paternalista, etcétera, pasaré por alto cualquier comentario a la naturaleza «política» de las canciones que dices que ha escrito después.

Confírmame, por favor, aunque sea mediante postal, que has recibido mi paquete. Michaela y yo os mandamos nuestras bendiciones,

Papá

23 de mayo de 1961

Werkhofinstitut Rosa Luxemburg, Dresde

Queridísima Miriam:

Me apresuro a escribirte mis disculpas más sinceras por haberte ofendido con lo que tú llamas mi «tono frívolo»: me encantó tu carta y solo deseaba compartir la alegría contigo. Soy consciente de que tu visita aquí no fue del todo sencilla para ti y en modo alguno pretendía subestimar la seriedad de tus sentimientos, ni de tu nueva unión, con la palabra «aventura». En cuanto a otras cuestiones más ideológicas que íntimas, resérvalas por favor para charlas futuras y confía en que no nos falten ocasiones para ello. Acepta por favor el arrepentimiento de un padre y hazme saber si has recibido el libro de T. Mann. ¡Me preocupa el funcionamiento del correo!

Tu «papá», que te quiere,

Albert

12 de diciembre de 1968

Vitzthumstrasse 5, Dresde

Querida Miriam:

Por lo visto ha hecho falta el impacto de las noticias sobre Alma para que supere el bloqueo que tenía a la hora de escribirte. De hecho, este es el cuarto intento y espero que por fin llegue al correo. No es que me cueste escribirte, al contrario, todavía me embarga un sentimiento de calidez y proximidad cuando pienso en nuestra brevísima reunión y con frecuencia he deseado que pueda repetirse, pero lo que yo considero una carta «de verdad» requiere tiempo y asueto, ambos escasos en la vida ajetreada que sigo llevando. Aunque intento tomármelo con más calma, el trabajo sigue exigiéndome mucho, cosa inevitable. Así las cosas, recientemente he tenido ocasión de viajar. En septiembre mis investigaciones me llevaron a España a visitar el lugar donde se produjeron los famosos «horrores» de Guernica, que la propaganda occidental, como probablemente no te sorprenderá descubrir, ha exagerado y distorsionado. Después, a Michaela y a mí nos concedieron unas vacaciones en el lago Garda, en Italia, donde nadé mucho y en general hice el vago. Luego, por mi cumpleaños, fuimos a Verona y vimos Aida en el inmenso anfiteatro romano, donde las voces de los cantantes viajaban por el aire sin necesidad de amplificación. Los italianos adoran la ópera y yo, la verdad, no sé si disfruté más con la actuación o con el público. Son tal para cual y se complementan; la vida en Italia no parece tan espantosamente seria y dura como en Alemania.

De modo que cuando dices que no debería retrasar mi visita a Norteamérica si quiero volver a ver a mi madre, admito que quizá me tome una dispensa. Probablemente podría encontrar varias excusas válidas a por qué no puedo ir —el embarazo de Michaela, financieras, profesionales, y yo qué sé más—, pero ¿sabes qué?, en realidad no quiero ir. Creo que no quiero ver a Alma, por diversas razones. En primer lugar, me resulta más fácil mentir por carta que presentarme ante ella y mentirle a la cara, en relación a los detalles de mi vida actual que le he ocultado. Es más, temo la tensión emocional de la despedida. Una despedida que sin duda sería «la última», tendría algo de punto y final. Por otro lado, también he notado en sus cartas que mi madre camina cada vez más rápido hacia la senilidad. Preferiría conservar la imagen que todavía tengo de ella en su última visita, hace diez años, cuando todavía salimos juntos de excursión y conversamos de un sinfín de cosas interesantes. Quizá sea terriblemente egoísta, pero así es. Es hora de mandar la carta. Espero que el intervalo hasta la siguiente sea más breve. Os deseo a Thomas y a ti todo lo mejor para 1969.

Tuyo,

Albert

24 de junio de 1969

Vitzthumstrasse 5, Dresde

Querida Miriam:

Gracias retrasadas por la postal con la reproducción del Guernica de Picasso —huelga decir que la imagen aquí nos es familiar, pese al hecho de que no tenemos el privilegio de verlo en persona como vosotros, en Nueva York, pero entiendo que es una broma— ¡y por felicitarnos por el embarazo de Michaela! Bueno, ya ha traído al mundo a tu nuevo hermanastro, Errol, de quien te adjunto una fotografía de tono rosado pero aun así encantadora. Confío en que tendréis ocasión de conoceros pronto; dime, por favor, si existe la más remota posibilidad de que vuelvas a visitarnos.

Con cariño,

Papá

8 de noviembre de 1969

Vitzthumstrasse 5, Dresde

Querida Miriam:

Escribo para agradecerte la cuarta de lo que me temo serán una secuencia inagotable de postales del Guernica y, si bien no me resultan antipáticos sus mensajes breves y bastante crípticos, me preocupaba no haber recibido una carta tuya de más enjundia en los pasados meses. ¡Escríbeme, por favor, diciéndome que no se ha perdido ninguna tal y como me temo! Probablemente comprenderás por qué me preocupo por el correo.

Saludos cariñosos de Michaela y Errol (cuya hora exacta de nacimiento, ya que lo has preguntado dos veces, fue, según el certificado, catorce minutos después de las tres, en la madrugada del 26 de mayo).

Papá

3 de agosto de 1971

Dresde

Querida Miriam:

Con tu permiso, querida hija mía. Tu aguda inteligencia quizá se haya visto traicionada por la poquísima cantidad de información histórica que cabe en el dorso de una postal. Percibo en ti cierta susceptibilidad a pensar en símbolos e imágenes, en cameos estilo avenida Madison y eslóganes. Con todo, algunas de tus afirmaciones exigen respuesta, en cuanto que abordan lo que se ha convertido en el trabajo de mi vida. Mencionas Coventry, mencionas Rotterdam y, por supuesto, una y otra vez tus postales «mencionan» Guernica. Escribes (en una letra llamativamente historiada, decorando el texto con flores y «símbolos de la paz», ¡como si quisieras hechizar tus palabras con algún conjuro bíblico medieval!): «Sufrimiento es sufrimiento». Todo ello, para cuestionar la verdad que he estado documentando: que el bombardeo aliado de Dresde fue una catástrofe cultural y moral única, comparable solo a las bombas atómicas que se lanzaron sobre las ciudades japonesas (y te recuerdo que en Dresde murieron más que en cualquiera de ellas). Dresde también refleja las atrocidades del partido nazi, las que han venido a definir el horror del siglo XX para la imaginación popular —comprensiblemente, debo añadir— incluso hasta el punto de que muchas familias se abrasaron acurrucadas juntas en los búnkeres en los que entraron dócilmente o engatusadas con promesas de seguridad.

No existen precedentes para Dresde. Coventry era el centro de la industria armamentística británica. Pasarlo por alto es obviar datos fundamentales. El peaje en muertes civiles de Coventry, aunque horrible, fue el subproducto de un objetivo militar válido. Una investigación de las circunstancias de Rotterdam revela, igualmente, un episodio de «historia militar»; y no, como en el caso de Dresde, de anales del «terror». En la ciudad había una división del ejército holandés y, de hecho, a consecuencia del bombardeo las fuerzas militares holandesas se rindieron. La Luftwaffe intentó incluso abortar el ataque cuando tuvieron noticias de las conversaciones de paz. Su fracaso prueba el caos de la guerra.

Lo que nos deja con la cara de tu postal. ¿Te sorprendería mucho descubrir que los pilotos de Von Richthofen apuntaron sus bombas casi exclusivamente contra los puentes y carreteras de Guernica? De nuevo, un episodio militar. «Sufrimiento es sufrimiento», pero la particular exageración de las tragedias de España es un fetiche para quienes, gracias a artistas como Picasso y George Orwell y Rose Angrush, conceden un valor moral sagrado a las escaramuzas sin importancia de la Brigada Lincoln. Hubo un tiempo en que también yo estuve bajo el influjo de tales artistas, de modo que veo con indulgencia el error. Pero es un error.

¿Por qué me he permitido ser tan tendencioso si estoy seguro de que te irritará? Mi deseo, Miriam, es que entiendas que estamos en el mismo bando. Dices que estoy «obsesionado» con el sufrimiento alemán. Sin embargo, deplorar las acciones estadounidenses en Vietnam sin tener en cuenta el origen del napalm en el bombardeo de Dresde es perder de vista la trayectoria de la historia. En eso, Dresde, como Hiroshima, no fue la fase final de la guerra imperialista anterior sino el disparo inicial de la siguiente, una que incluso ha tenido más éxito que la de Hitler en su empleo del terror. Todos nosotros vivimos en la sombra parpadeante de ese fuego que en realidad nunca se ha consumido. Reunir y cribar testimonios como llevo haciendo más de una década significa sumarse a lo que cualquier amante de la paz como tú tiene que ver como la tarea de juntar voces humanas en contra de la terrible universalidad de la opresión, y de la muerte.

Dices que viajar es imposible, y a mi pesar lo entiendo. Con todo confío en que nuestro Errol y tu Sergius algún día jueguen juntos, más aún, que tengan la ocasión de vivir en un mundo libre del legado destructivo de las fronteras nacionales (si, después de mi carta, no te parezco demasiado optimista).

Con un profundo cariño,

Albert

P. D.: Ahora que he desencadenado ese «paternalismo» tanto tiempo reprimido, me descubro incapaz de reprimirlo; perdóname. El misticismo astrológico de tus cartas me parece pura palabrería y ojalá consiguiera que lo reconsiderases. El pequeño Errol es tan «Géminis con la Luna en Marte» como yo un centauro. De hecho, desde mi punto de vista semeja una revisión de alguna superstición cabalística, no muy alejada de las recaídas histéricas y torturadas de tu madre en el judaísmo folk, como cuando os impuso un rabino en vuestra boda. El mundo que habitamos, hija mía, ¡ya es bastante misterioso sin necesidad de que lo envolvamos en velos metafísicos! Pero basta ya.

19 de marzo de 1972

Vitzthumstrasse 5, Dresde

Querida Miriam:

Si admito que el caballo del cuadro «por definición» no puede haber sido un objetivo militar ni político de importancia, ¿me concederás a cambio que la representación de un caballo al óleo no constituye una versión de un documento histórico sino una representación poética? O mejor aún, si reconozco lo que quieres, ¿dejarás, por favor, de enviarme la postal? Ya has enriquecido bastante al Museo de Arte Moderno.

Tuyo,

Albert

15 de noviembre de 1977

Franz-Liszt-Strasse 22, Dresde

Querida Miriam:

Lanzo esta comunicación al vacío de un largo silencio con ánimo de abordar lo que quedó inconcluso entre nosotros y que retomamos brevemente durante tu visita ya tan lejana para después dejarlo en barbecho, sin duda por culpa mía. Sea como fuere te contaré qué me ha empujado a desafiar el miedo a que tires esta carta sin leerla o incluso, más sencillo, la preocupación de si todavía tengo una dirección donde pueda confiar en encontrarte. Ocurre que en enero de hace un año me operaron de un cáncer en la vesícula biliar. En principio los médicos me dieron pocas esperanzas de vivir más de dos años. Pero tras dos operaciones y más de tres meses de rayos gamma llevo una vida completamente normal, salvo por las inyecciones en días alternos de un preparado especial que supuestamente moviliza anticuerpos. Como puedo ponérmelas yo no suponen demasiado problema. Baste decir que prácticamente no noto dolor y en mi último chequeo, hace dos meses, el médico consideró que solo tengo un uno por ciento de posibilidades de un nuevo crecimiento.

Como es natural la enfermedad fue un duro golpe que me hizo comprender que no podía seguir viviendo como vivía. Cuando pensaba que me quedaba muy poca vida por delante decidí que el tiempo que me restara debía vivirlo de forma plena y consciente y sin negarme a mí mismo ni mi personalidad. Por tanto decidí, ya en el hospital, que tenía que separarme de Michaela y hace ya casi un año que tengo casa propia y vivo libre de tensiones y he dejado de reprimir mi verdadero yo. Probablemente esta decisión ha contribuido al proceso de curación y regeneración. Vivir tanto tiempo una mentira también me dificultaba escribirte. Tienes que prometerme que nunca vivirás con engaños y arrepentimientos.

Quizá te apetezca contarme de ti y de tu vida. Me gustaría saber de ti. No hace falta que te diga que te deseo lo mejor.

Tuyo,

Papá

19/1/78

Querido papá:

Suelo ser la primera en levantarme. No es una postura moral, sino un hábito que no logro superar. Me gusta tomarme el primer café a solas antes de tener que tratar con nadie, y me gusta disfrutar de un par de horas antes de que suene el teléfono. En cuanto empieza, durante todo el día y a veces incluso después de acostarme, llaman tíos preguntando por alguna de las chicas que duermen aquí. O chicas preguntando por chicos. Oscurece y están solos y llaman. Pero a mí me gusta estar sola por las mañanas, no me siento sola. De modo que preparo café para todos y me tomo la primera taza, o dos. Imagíname con una cafetera recién hecha mientras los demás duermen. Como ahora, que comienzo esta carta. El salvamanteles con forma de rana se ha roto, se le ha partido una pata, así que apoyo la cafetera en un sobre de papel manila que contiene todas tus cartas. Estuvo perdido un tiempo, pero volví a encontrarlo. Todos esos sobres celestes con las rayas rojas y azules. De hecho, estuve buscándolo hará un año y no lo encontré y, entonces, anoche apareció en el fondo del escritorio, con todas tus cartas desde antes de que fuera a visitarte. Lo buscaba porque Sergius ha comenzado una colección de sellos, aunque su tío Lenny le recomendó que se dedicara a las monedas. Seguro que recuerdas a Lenny. En realidad es el primo de Sergius, pero le llamamos «Tío Lenny» solo por chincharle. Sergius prefiere los sellos. Y para nosotros es mucho más barato, aunque Lenny le regale álbumes de peniques. Puedes conseguir una cantidad increíble de sellos usados en un millón de sitios si estás dispuesto a despegarlos de los sobres. De mil colores y un viaje gratis por el mundo. He arrancado las esquinas de todos tus sobres y esta mañana los despegaré para Sergius, qué sorpresón: Alemania del Este, ¡hala! El Telón de Acero. No sé si le diré de dónde han salido, al menos de momento. Si me pregunta se lo contaré, pero Sergius está loco por los sellos y el resto es como si no lo viera, así que apuesto a que no hará caso del sobre o solo mirará dentro por si me he dejado algún sello. Una cosa curiosa de tus cartas, siempre están escritas a máquina. Incluso tu nombre y la palabra «Papá». Tú y Rose todavía tenéis eso en común, venga a aporrear la máquina de escribir. Esta mañana he vuelto a leer todas las cartas. Es lo que hago cuando estoy a solas en la cocina, leo y bebo café y escucho la radio, la WBAI. Lo que los muy cerdos le han hecho últimamente a Angela Davis o alguna noticia sobre El Salvador. Es una buena emisora. Nadie la escucha. Luego pondrán jazz o alguna conferencia de Alan Watts. Le conocí. Al rato alguien se levanta, a menudo una de las chicas, o quizá Stella Kim o Tommy o Sergius. Los chicos siempre duermen más que las chicas. Quienquiera que se levante, le preparo el desayuno. Si Sergius todavía no se ha despertado, lo espabilo. Tiene que ir al colegio. Sergius come como una anciana, solo quiere tostadas para desayunar, todos los días. Las chicas y los tíos siempre quieren huevos con beicon y tortitas. A veces les preparo matzo brei, si encuentro de todo, y les flipa, tengo que preparar quince cafeteras y el niño ahí, vestido para el colegio, comiendo tostadas. Puede conmigo. A veces, si todavía estoy en bata, Stella lo lleva al colegio. Le doy mi último billete de cinco y regresa con zumo de naranja y tabaco y el New York Post, que es un diario que se ha ido al garete pero publica el horóscopo, lo que está por debajo de los niveles de exigencia del Times. Lo menciono como afrenta premeditada a tu horror por la astrología, por supuesto.

Es probable que no sepas de qué hablo, en relación a la gente que vive con nosotros. Tú eres comunista únicamente en el sentido de que vives en un país comunista y tienes desde hace tiempo convicciones marxistas, si es que todavía te motivan. Yo lo acabo de escribir y me parece absurdo. Imagino que sigues en el partido. O que has vuelto. ¿Es el mismo partido al que perteneciste con Rose en América? Qué misterioso. Bueno, pues nosotros vivimos en una comuna, algo con lo que sospecho que no estarás familiarizado. Sinceramente, Tommy y yo somos como los padres y los demás son los hijos, o sea que en realidad no es una comuna como es debido, no es como la comuna maoísta de aquí al lado, en la avenida C, donde organizan asambleas casi cada noche y se pasan horas hablando sin solucionar nada. La nuestra está a medio camino entre comuna y albergue juvenil. Empezamos dejando que Stella se instalara en la planta alta. Luego tuvimos que llenar más habitaciones para poder permitirnos seguir aquí, porque Tommy hace mucho que no gana dinero con los discos, y la indemnización de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles por detenerme ilegalmente en suelo público voló hace siglos. ¿Te he comentado que fui una de las Trece del Capitolio? Los machacamos con la demanda y me gasté casi todo el dinero en el Pathmark, en pan y verduras y carne picada.

A esta hora de la mañana el teléfono ha comenzado a sonar y normalmente alguien ha liado un porro y empieza a costar un poco más mantener el orden. Me refiero a después de mandar al niño al colegio. Paso mucho tiempo escuchando, la verdad, quizá no lo parezca por esta carta que solo habla de mí, pero así es. Suena el teléfono y alguien baja y la cocina se llena de gente y así se queda el resto del día. Stella me pregunta a quién estoy escribiendo y le enseño tu carta. Antes me ayudaba a pensar cosas para las postales del Guernica y fue ella quien dibujó las letras bonitas con enredaderas y las estrellas y los símbolos de la paz por los que preguntabas. Se puso a garabatear mientras charlábamos y luego lo vi y pensé enviarlo de todos modos. Stella opina que debería contarte que todo el mundo acude a mí con sus problemas y que yo los soluciono, que les grito y consigo que se sientan mejor. Dice que no sabe cómo no pierdo la cabeza. También dice que debería decirte que esta carta la está escribiendo ella, solo para asustarte. Tenemos una letra muy parecida, cuando alguna de nosotras deja una nota en el tablón de la cocina nadie sabe cuál de las dos ha sido. Pero Stella no está escribiendo esto, lo escribo yo.

Vale, ya estoy de vuelta. Acabo de hablar con Rose por teléfono, la ronda diaria de quejas sobre los políticos locales. Le gusta llamarles «compinches», a los obispos y los sinvergüenzas locales con los que trata en la junta de la Biblioteca Pública de Queensboro, el juez Freeh, Donald Manes, monseñor Sweeney. Esos hombres cuyos marcados acentos barriobajeros le despiertan las ganas de desobedecer, aunque la enloquezcan sus uniformes y sus títulos. A estas alturas Rose es una compinche más, solo que no se da cuenta. Es el equivalente de lo que antes llamaba un cacique, un jefecillo local. En fin, la mitad de esos tíos han sido su novio en algún momento, he perdido la cuenta. Pero, por cómo habla, dudo que Rose todavía se acueste con alguien. Cualquier alcalde de Nueva York viene a ser como un mal marido, una decepción inmensa y absorbente. El actual, que se llama Ed Koch, pronunciado como chocolate, al menos es un poco más vocinglero y sarcástico que el anterior y le recuerda un poco a Fiorello La Guardia. Lo llamamos Ed Kitsch, no sé por qué nos parece tan gracioso, simplemente por la sonoridad. Dudo que nada de lo que te cuento te haga reír, es todo muy provinciano. Siempre tuve la impresión de que para ti la política era algo bastante abstracto. Como recordarás, para Rose es más como una úlcera.

Para nosotros es la vida cotidiana. El movimiento ha encogido y anda un poco confuso, pero nosotros seguimos aquí y Nixon ya no está. ¿Sabías que Nixon es cuáquero? Tommy se ha metido bastante en serio en el cuaquerismo. Empezó con Vietnam. Los cuáqueros se adelantaron a todos en lo de la objeción de conciencia durante el reclutamiento. Ahora la pena de muerte copa todas nuestras energías, y las cuestiones internacionales, como el Comité de Servicio de los Amigos Americanos. Han enviado dos veces a Tommy a cantar a África y ahora están planeando una visita a Nicaragua, donde están pasando cosas increíbles. A través del CSAA muchos de los que viven con nosotros son estudiantes y disidentes e incluso revolucionarios extranjeros, eso sí, no tengo ni idea de cómo consiguen el permiso de residencia. Imagino que con el apoyo de los cuáqueros, ¿y quién no se fía de un cuáquero? Tuvimos a un chico de Okinawa con nosotros, Tomo, que había lanzado bombas de gasolina contra una base estadounidense. Solíamos zamparnos tofu crudo y cebolleta en juliana con Accent, que resulta que es puro glutamato monosódico. Todos tienen un bote en la mesa, como si fuera sal o pimienta. En fin, Tommy está muy metido en el cuaquerismo y hasta quiere mandar a Sergius a un colegio cuáquero. Va a las reuniones de la calle Quince cada domingo y se sienta en silencio —no sé si reza, pero nadie te presiona— y lleva a Sergius a la escuela dominical. Los mayores están como locos por ver savia nueva que evite que el cuaquerismo se extinga. En cierto modo su posicionamiento político es un cebo para hippies. No lo digo con cinismo. Es una buena comunidad. Casarían incluso a dos lesbianas. Los mayores dicen que si Sergius quiere estudiar en un colegio en concreto, entrar en una lista secreta de cuáqueros, probablemente colaborarán con la matrícula. Los cursos superiores de la escuela del distrito podrían resultar un tanto problemáticos para un coleccionista de sellos.

No menciono el cuaquerismo en un intento premeditado de ofenderte con el horror que te despierta la religión. De hecho, puedes estar tranquilo, lo de los cuáqueros es bastante simple y aburrido, no tiene nada de cabalístico. Es todo muy respetable e incluso un poco alemán, en un sentido burgués Buddenbrook. Nunca te dije que me leí el libro que me mandaste, el ejemplar dedicado con la fotografía de Mann en su patio enganchada en la guarda igual que engancha Sergius los sellos usados en sus álbumes. De niña me moría por entender de qué ibais Alma y tú. Tanto plato y tanto piano y tantos chocolates, el acento de Alma y los cuchicheos sobre Lubeca, Lubeca. Seguro que no tienes ni idea de que conservo aquel cenicero de mármol de cinco toneladas del piso de Alma, el del banco de tu padre, su único recuerdo de las ruinas. Ahora sostiene un porro encendido prácticamente todo el día. La razón de que hable de todo esto es que para mí era algo religioso. Cabalístico. Al ser de Queens, el lado alto alemán de todo aquello me parecía una fábula griega sobre que descendíamos de los dioses y habíamos caído en el mundo de los mortales. Solo quiero que te plantees que la idea que tenías de ti mismo como alguien moderno y ateo y materialista quizá no fuera tan completa como creías. Desde mi punto de vista, todo el asunto ese de Dresde que te consume, esa cultura arruinada, las vidrieras de colores y los parapetos, consigue que desde aquí parezcas un monje en la Iglesia de la Europa Muerta. Te horrorizan los rabinos, pero hay distintas formas de ser rabino. Cuando tenía diecinueve años y te visité en aquel espanto de complejo para espías al que tú llamabas «instituto» no me costó mucho deducir que en Alemania Oriental ser historiador equivalía a producir material revisionista sobre la Guerra Fría que demostrara que los crímenes de guerra alemanes no eran peor que el resto. No me hice una composición de lugar completa, pero entendí suficiente. Con todo, había algo muy humano en el modo en que ibas por ahí recolectando anécdotas, historias horribles sobre el ataque. Me pareciste trágico, por cómo la lástima y los ideales comunistas te habían constreñido a esa falsa «erudición». Hasta que comprendí que para defender tus argumentos tenías que desacreditar lo ocurrido en Guernica no perdí los nervios. Por cierto, otra cosa que encontré ayer en el sobre con tus cartas perdidas fueron dos postales más de la tienda de regalos del MoMA. Stella pegó una en la nevera y supongo que la otra te la mandaré junto con esta carta si alguna vez termino de escribirla, por los viejos tiempos. De verdad que tenía intención de enviarte una cada mes durante el resto de tu vida. Perdona el enfado.

¿Por dónde iba? La cuestión era que lo que seguía sin entender hasta ahora que me he puesto a escribir es que en tu caso el estalinismo recalcitrante era lo de menos. Para ti una nueva familia significó la oportunidad de volver a encaramarte en lo alto de Lubeca colándote por Dresde. Bombardearon a tus Buddenbrook, papá. Lo siento. Hasta Alma estaba deseando venirse a un piso de protección oficial de Broadway, pero tú no podías con el Nuevo Mundo, ¿verdad? No eras demasiado comunista para Estados Unidos, sino demasiado alemán. Pues mira, otra cosa que no he entendido de verdad hasta que he comenzado esta carta, aunque no haya dicho nada al respecto, es que ir a visitarte ha sido una de las peores cosas que me han pasado en la vida. Lo que una vez llamaste «torpeza con el chico alemán» fue horrible, y Dirk no era un chico, era un hombre, uno de esos colegas o camaradas tuyos tan raros, y el día del pícnic me contó que Michaela fue su novia antes de casarse contigo, y lo que me hizo, ahora lo sé, prácticamente podría considerarse violación, y me pareció una venganza contra ti por casarte con Michaela y siempre he dado por hecho que sabes todo esto. Lo que no sabías es que yo por entonces tenía muy poca experiencia, pese a mi actitud, seguro, en sentido contrario. Cuando volví a casa no pude contárselo a Rose. Durante años me había repetido que los alemanes se lo habían robado todo: imagino que se refería a ti y a la guerra, a los primos muertos y también a la revolución que creía merecer por todo lo que había trabajado por ella, ¡y a mí me parecía curioso que mezclara a los nazis con su ex marido judío! Y siempre me decía, en el climax de ese monólogo en particular, que se moriría si Alemania también le quitaba a su hija. Y yo allí, en apariencia de vuelta, pero en secreto me habían robado.

Se necesitan dos progenitores para hacer un niño, un hecho evidente que seguro que no se te escapaba. Un padre ausente también hace al niño, ya sea por su ausencia o cuando vuelve a aflorar. De un modo u otro o de los dos. Rose me enseñó, como si fuera lo más importante que podía enseñarme, a no querer ser judía. Yo no lo entendía, no le veía el sentido porque, para empezar, no me sentía judía. No íbamos a la sinagoga, Rose arrancó la mezuzá de la puerta cuando nos mudamos al piso de la calle Cuarenta y seis donde habían vivido unos judíos… Me daba cuenta de las cosas que hacían los judíos y nosotros no. Me consideraba neoyorquina e izquierdista. Una americana antiamericana, algo bastante complejo, que requería atención constante. Pero cuando visité Alemania y te conocí, comprendí qué pensaba tu parte alemana de tu parte judía y qué pensabas de Rose. Me enseñaste, a tu pesar, a sentirme judía. De pronto supe que era judía, de modo que por fin no querer serlo cobró sentido. Me llegó la información en el orden inverso. Pues eso: necesité de una madre y de un padre para que completaran mi educación.

Sois los dos iguales, todavía seguís en la guerra. Llorando todos esos cuerpos calcinados, aquí o allí. Y mientras, no sois capaces de ver el mundo actual. No confiaría un niño al cuidado de ninguno de los dos, pero soy la niña que dejaron en vuestras manos. Supongo que habría hecho lo mismo que tú, dejar a la niña con Rose, en el Nuevo Mundo, a pesar de algunos horrores que podría contarte, nada que ver con los de Dresde pero que también implican hornos, esa gran herencia que compartimos. Pero, en serio, gracias a Dios que me quedé en Nueva York con Rose, y no lo digo porque me plantee siquiera que se te pasara por la cabeza llevarme contigo. Gracias a Dios. Gracias a Sagitario y a la Luna en Géminis. Gracias, Tío Sam, por prohibir a un espía de la Alemania Oriental volver a cruzar la frontera. Estoy leyendo esta locura de carta y me parece los garabatos de una cría, no tengo ni idea de si leerás tanto, pero en cierto modo está escrita por una niña, así que bien. No me pasó por alto que estabas pensando abandonar al pobre Errol, mi hermanastro de la Guerra Fría, cuyo nombre ni siquiera mencionabas en tu carta, justo a los siete años, la misma edad en que me abandonaste a mí. Por favor, no desveles los secretos que te he contado. Stella está leyendo las primeras páginas de la carta y ya está al corriente. Dice que debería tachar la palabra «perdona» que escribí ayer. Pero lo siento. Siento que estés enfermo. Y siento alargarme tanto, pero me pediste que te contara de mi vida. Intento no vivir con engaños y arrepentimientos. No vuelvas a escribirme, por favor.

Atentamente,

Miriam Angrush Gogan

(El material previo comprende la totalidad del expediente n.° 5006A, escaneado de los archivos de la Stasi descubiertos en la oficina central de la Ruschestrasse de Berlín, en enero de 1990, y revelados en cumplimiento de los estatutos de la Coalición Interatlántica por la Libertad de Información a petición de Sergius Gogan. Las cartas selladas en Dresde son copias en papel carbón de la correspondencia mecanografiada que los emisores entregaban sistemáticamente a las autoridades. La carta sellada en Nueva York es el ológrafo original a bolígrafo, marcado por los interceptores con las siguientes anotaciones en inglés: «¿Seleccionar pasajes? ¿Incorregible?». Probablemente nunca llegó a su destinatario).