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EL RETOÑO

Leonor de Borbón y Ortiz

(2005)

El 31 de octubre de 2005, a la una y cuarenta y seis minutos de la madrugada, vino al mundo mediante cesárea la séptima nieta de los reyes de España e inmediata sucesora de su padre, el príncipe Felipe, al trono de los Borbones.

«Es lo más bonito que le puede pasar a uno en la vida… Al principio no me fijé en el sexo del bebé… Es tranquila, duerme todo el rato, es preciosa…», dijo don Felipe, emocionado, al poco de verla.

Nacida infanta, con el tratamiento de Alteza Real, Leonor de Todos los Santos de Borbón y Ortiz, Grecia, Rocasolano, Borbón-Dos Sicilias y Álvarez pesaba 3 kilos con 550 gramos y medía 47 centímetros de largo.

¿Por qué Leonor?

Inspirada en una novela caballeresca, El doncel de don Enrique el Doliente, doña Letizia sugirió ese nombre para su primera hija. El libro, como todo el mundo sabe, se lo regaló ella a don Felipe en la petición de mano.

Dios quiera, sin embargo, que la desdichada reina portuguesa Leonor Téllez de Meneses (1350-1405), que aparece reflejada en el relato, no sea jamás el trasunto de la pequeña Leonor en la vida real. No en vano, siendo viuda regente, la infortunada soberana estuvo confinada en el monasterio de Tordesillas por culpa de su yerno Juan I de Castilla, que aspiraba al trono.

Leonor, nuestra infanta, fue bautizada el 14 de enero de 2006 en la misma pila de Santo Domingo de Guzmán donde se administró el sacramento a su padre don Felipe, el 5 de febrero de 1968, y a sus tías Elena y Cristina.

Apadrinada por sus abuelos, los reyes de España, la infantita recibió el agua bautismal de manos del cardenal Antonio María Rouco Varela.

Previamente, el fraile franciscano Ovidio Dueñas había recogido varios envases con agua del río Jordán, cuyo contenido se vertió en parte sobre la cabecita de Leonor.

La infanta fue inscrita en el Registro Civil de la Familia Real con el mismo egregio nombre que Leonor de Aquitania, Leonor Núñez de Guzmán, Leonor de Plantagenet y de Castilla, Leonor de Aragón, Leonor de Trastámara, Leonor de Alburquerque… Casi nada.

Falta ahora comprobar si, al igual que todas ellas, la pequeña Leonor será reina algún día…

LA GRAN OMISIÓN

Pero lo único cierto es que la pretendida reforma constitucional brilla todavía hoy por su ausencia.

Y ello pese a que el propio José Luis Rodríguez Zapatero se comprometió electoralmente en su día a reformar el artículo 57.1 de la Constitución y que, siendo ya presidente del Gobierno, recurrió a su máximo órgano consultivo, el Consejo de Estado, para que elaborase un dictamen sobre el delicado asunto de la sucesión.

¿Sabe el lector qué resolvió el Consejo de Estado en febrero de 2006, hace ya casi siete años?

Esto mismo:

Cuando la reforma tenga lugar, lo será para proveer la sucesión de éste [don Felipe de Borbón]. Entonces, los eventualmente llamados a la sucesión a la Corona quedarán ordenados al margen ya de la actual preferencia de los varones y sin que puedan alegar derechos frente al nuevo orden constitucionalmente establecido, según lo ya indicado. Hasta que se produzca esa segunda sucesión al trono, la reforma que ahora se contempla no tendrá aplicación alguna, lo cual no excluye la conveniencia de efectuarla sin más demora.

Curiosamente, el mismo Partido Popular que se ofreció entonces desde la oposición para acelerar la reforma constitucional, no ha movido tampoco ahora un dedo desde el gobierno.

El proceso puede alargarse en exceso, como consecuencia de los requisitos establecidos en el artículo 168 de la propia Constitución para proceder a la reforma del artículo 57.1, contenido en el Título II: aprobación por mayoría de dos tercios del Congreso y del Senado y disolución inmediata de las Cortes Generales, tras la cual, las cámaras elegidas deberán ratificar la decisión y proceder al estudio del nuevo texto constitucional, que deberá ser aprobado otra vez por mayoría de dos tercios de ambas cámaras; finalmente, aprobada la reforma por las Cortes Generales, será sometida a referéndum para su ratificación.

Supongamos, por un momento, que doña Letizia volviese a quedarse embarazada, lo cual, con cuarenta años cumplidos, no parece probable pero tampoco imposible.

Si se modificase el artículo 57.1 de la Carta Magna tras el nacimiento de un varón, habría seguramente quienes pensarían, con razón, que se estaba discriminando al recién nacido en beneficio de su hermana mayor, Leonor en este caso.

El Consejo de Estado dictaminó también la necesidad de citar expresamente a don Felipe de Borbón en la Constitución para garantizar su condición de heredero, eliminando además la preferencia del varón sobre la mujer para reinar.

La presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas, quiso apaciguar entonces las revueltas aguas de la sucesión, asegurando que la reforma de la Carta Magna no tendría efectos retroactivos sobre el heredero constitucional del rey don Juan Carlos, es decir, don Felipe, en lugar de su hermana mayor, la infanta Elena.

Pendiente aún la reforma constitucional, habría que ver si se aplicaría el principio de retroactividad eludido para don Felipe, en perjuicio de su hermana Elena.

Insistamos, pues, en que si la reforma se hiciese con carácter retroactivo después del nacimiento de un hipotético varón, éste saldría perjudicado en beneficio de su hermana la infanta Leonor, heredera constitucional de su padre don Felipe.

Pero queda por dilucidar otra cuestión aún más decisiva: ¿reinará algún día Felipe VI?

PADRE E HIJA, DE LA MANO

El futuro de Leonor pasa así, ineluctablemente, por el de su padre don Felipe.

Cuando don Juan Carlos cumplió setenta años, el diario El País tomó el pulso a la opinión pública. Advertía el rotativo:

La pregunta que se escucha a menudo es si don Felipe sucederá a su padre como prevé la Constitución.

Con razón, se preguntaba el avezado periodista Alfonso Basallo:

¿Publicará «El País», allá por el número 17.000, la proclamación de Felipe VI? ¿O por el contrario, Felipe de Borbón y Grecia será entonces un ciudadano normal, ejerciendo labores de consultoría internacional viviendo entre Madrid, Londres y la costa asturiana, mientras Letizia Ortiz ultima sus memorias como princesa de Asturias?

Basallo puso, certero, el dedo en la llaga sucesoria, añadiendo otra inquietante cuestión:

¿Qué piensan los españoles del rey y de la monarquía, al filo de 2010, con un monarca septuagenario y un príncipe cuarentón y cuando los menores de 30 años no tienen memoria histórica ni de la Transición ni del 23-F?

A esta pregunta puede añadirse ahora otra, en plena crisis económica, que señala un futuro institucional todavía más incierto: ¿sigue siendo útil en el siglo XXI la monarquía nacida del franquismo y legitimada luego por el consenso político, que tanta estabilidad y concordia proporcionó a los españoles en el siglo XX?

Los sondeos nos permiten arrojar algo de luz sobre ello.

DEL REY DE LOS SONDEOS…

Basallo es, a mi juicio, quien mejor ha estudiado la evolución de la monarquía y del rey en los distintos sondeos y barómetros de opinión pública.

De su relevante trabajo inédito, que abarca desde 1984, cuando se plantearon las primeras preguntas sobre el monarca y la institución en las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), todavía bajo los efectos de su regia actuación en el 23-F, hasta finales de 2009, se desprende que don Juan Carlos es el rey de los sondeos, aunque suene a tópico.

Una gran mayoría de los españoles juzgaba positivamente hasta entonces el papel del monarca como moderador, considerando que la Corona era la institución mejor valorada.

Sin ir más lejos, en una de las oleadas del CIS publicada en 2008 con motivo del setenta cumpleaños de don Juan Carlos, el 77% creía que el rey había contribuido «mucho o bastante» a la estabilidad de la democracia; el 81% manifestaba que el monarca se había ganado la simpatía de los españoles, y el 59,5% creía que sin él no hubiese sido posible la Transición.

Por si fuera poco, otro 66% consideraba que don Juan Carlos había demostrado que la monarquía podía adaptarse sin problemas, mientras que el 66,3% lo veía a todas luces como garante de la estabilidad institucional.

Pero don Juan Carlos, tal y como advertía Basallo, no podía vivir siempre de las rentas.

De hecho, coincidiendo con la boda del príncipe Felipe con la periodista Letizia Ortiz, el 22 de mayo de 2004, la monarquía perdió la hegemonía en el podio de valoración del CIS, equiparada ya desde entonces con las Fuerzas Armadas o el Defensor del Pueblo.

Lejos quedaba así el año 1997, cuando la monarquía era la institución que más confianza despertaba a los españoles, con una nota del 6,67 (en una escala de 0 a 10), seguida del Defensor del Pueblo (5,62) y de los Ayuntamientos (5,39).

En 2006 fue la tercera institución mejor valorada con el 5,1, tras las Fuerzas de Seguridad (5,7) y las Fuerzas Armadas (5,4). Estas dos últimas instituciones mejoraron su valoración en 2008, pero no así la monarquía, que repitió el aprobado justito.

Por desgracia para las aspiraciones monárquicas, el CIS no constituye un caso aislado: en la evaluación anual elaborada desde 1991 por la firma de investigación demoscópica ASEP (Análisis Sociológico, Económico y Político), la Corona ha ido perdiendo nota desde el techo del 7,5 alcanzado en 1996 hasta caer al 6 en 2008. Y por si fuera poco, la tendencia bajista aún continúa.

… A SIMPLEMENTE REGENTE

¿Qué factores han desencadenado la paulatina pérdida de popularidad de la Corona y su titular?

Convencidos de que no hay causas únicas, podemos enumerar algunas que sin duda han perjudicado a la imagen de la institución y del rey en los últimos años: desde las «amistades peligrosas» del monarca con empresarios, políticos y banqueros, hasta las polémicas cacerías de osos en los Cárpatos y elefantes en Botsuana, o los desorbitados gastos vacacionales en Mallorca, incluido el costoso mantenimiento del yate Fortuna (presupuestado por Patrimonio Nacional en más de dos millones de euros sólo para 2004), pasando por la falta de transparencia en las cuentas de la Casa del Rey.

Centrémonos en la última de estas cuestiones: la opacidad de la economía regia. Una encuesta de la revista Época desveló ya en 2005 que el 70% de los españoles exigía más transparencia en el Presupuesto de la Familia Real.

En otro sondeo, de Sigma-Dos, el 68% aseguraba que la monarquía resultaba «cara» a los españoles, y tan sólo un 7% sostenía que era «económica».

De hecho, la asignación a la Casa del Rey en los Presupuestos Generales del Estado subió anualmente, incluso por encima del IPC, entre 2003 y 2009.

Sólo en 2010 decidió congelarse en 8,9 millones de euros, para reducirse en un 5,2% al año siguiente como consecuencia de la crisis económica.

Del Presupuesto anual de la Casa del Rey salen los sueldos del monarca, la reina, el príncipe y las infantas. En total, incluidos guardias, chóferes y hasta el cuidador de la veintena de perros que moran en los alrededores de La Zarzuela, trabajan en la Casa del Rey unas 500 personas; aunque sólo 18 perciben sus retribuciones de la propia institución, mientras que 139 cobran sus sueldos con cargo al Ministerio de la Presidencia y unos 350 dependen de otros departamentos o entidades.

Por lo demás, el rey hace cada año su Declaración de la Renta y Patrimonio, como el resto de los miembros de su familia.

Con el dinero que recibe del Estado, don Juan Carlos establece su propio sueldo, del que informa a Hacienda, con la que su Casa mantiene un convenio especial. En la nómina real figuran, como es lógico, los ingresos, las retenciones del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), así como los rendimientos del patrimonio personal; bien entendido que los numerosos regalos que recibe el rey cada año quedan al margen de su declaración y, por tanto, no tributan.

La dotación anual a la Casa del Rey en los Presupuestos del Estado no puede servir de exclusivo baremo para saber si la monarquía española sale cara o no a los ciudadanos. Es preciso advertir así las fuertes inversiones de Patrimonio Nacional: casi 29 millones de euros en 2004; inversiones para conservar los palacios que sirven de residencia al rey y cuyo pago éste se evita.

Tampoco sufraga don Juan Carlos los gastos de gasolina de su Casa, sino que lo hace el Parque Móvil y, en última instancia, el Ministerio de Hacienda de quien depende aquél; sabemos que en 1994 la Casa Real fue la institución que más combustible consumió: casi 175.000 euros, que supone una media diaria de unos 460 euros.

En 1994 la Casa del Rey tenía a su servicio sesenta y cinco conductores y fue el organismo del Estado que más gasolina gastó. Tras ella se situaba en el ranking Presidencia del Gobierno, con un gasto de 102.000 euros.

Preocupada por el progresivo deterioro de su popularidad entre los españoles, la Casa del Rey decidió publicar sus cuentas el 28 de diciembre de 2011, por primera vez en treinta y dos años.

Los españoles supieron así al fin que los 292.752 euros brutos del sueldo de don Juan Carlos —de los que percibe 140.519 como dotación personal, al margen de los gastos de representación— están sujetos a una retención mínima del 40% en el IRPF y suponen un 3,47% del total de 8.434.280 euros que percibe la Casa del Rey con cargo a los Presupuestos del Estado. En cuanto a los 146.376 euros brutos anuales del príncipe Felipe —que percibe la mitad que el rey por decisión personal de éste—, están sometidos a una retención mínima del 37% en el IRPF y, de ellos, 76.117 euros son gastos de representación.

En la decisión de publicar las cuentas resultó decisivo el primer suspenso de la monarquía en el barómetro del CIS, registrado tan sólo dos meses antes: la institución regida por don Juan Carlos logró una nota de 4,89, inferior a la de los medios de comunicación (4,97) y las Fuerzas Armadas, que con un 5,65 fue la única organización que mereció la confianza de los españoles. La última vez que el CIS había preguntado por la monarquía, en noviembre de 2010, la nota había sido del 5,35, por detrás del ejército.

JÓVENES INDIFERENTES

Pero, a diferencia de lo que algunos piensen, el problema para la Corona y sobre todo para don Felipe y su heredera la infanta Leonor, tal y como advertía Basallo, «no es tanto el republicanismo como la indiferencia, singularmente de los sectores más jóvenes». Y añadía el periodista: «Los mayores de cuarenta años, que vivieron la Transición, el 23-F o los años 80, conectan con la Monarquía o discrepan… pero los de veinticinco años para abajo se desentienden».

En 2008, por ejemplo, El Mundo encargó un sondeo a Sigma-Dos, según el cual, los ciudadanos que se sentían republicanos o indiferentes ante la forma de Estado (51%) superaban a los que se consideraban monárquicos o juancarlistas (42%). Pero de los dos primeros grupos, el más numeroso era precisamente el de los indiferentes (casi el 40%); es decir, que éstos sumaban tantos como los monárquicos y juancarlistas juntos.

«No parece casual —señalaba Basallo— que de esos indiferentes, el 46,5% tengan menos de veintinueve años, el segmento más joven de los encuestados; mientras que entre los monárquicos sólo hay un 18,1% de menos de veintinueve años y de los juancarlistas sólo hay un 6,3%.»

¿Monarquía obsoleta?

El CIS reflejaba, ya en 2007, la percepción anacrónica de la institución de una parte de los españoles: en concreto, el 34,3% consideraba entonces que la función de la Corona era ya poco o nada importante, frente al 61,2% que aún creía que su papel seguía siendo muy o bastante relevante.

Paradójicamente, mientras crecía el número de personas que consideraban obsoleta a la monarquía, se mantenía año tras año la simpatía de una mayoría hacia la figura del rey como árbitro y moderador del sistema democrático.

«Todo ello —manifestaba Basallo, con razón— abona la impresión de que sociológicamente España es juancarlista pero no monárquica».

No resultaría exagerado afirmar así que don Felipe tiene con el juancarlismo un reto igual o superior incluso al de su padre con el franquismo.

El periodista Francisco G. Basterra iba aún más lejos en El País. «El difuso sentimiento del juancarlismo no se transmutará en felipismo», osó vaticinar.

Cabría preguntarse por qué…

El propio Basterra se justificaba así: «La falta de memoria histórica hace que los españoles con menos de cincuenta años tengan un vínculo más tenue con la monarquía».

Sea como fuere, en las series de sondeos realizados por la firma Asep desde 1991, un 80% de los encuestados seguía creyendo que el traspaso de poderes al príncipe Felipe se haría sin problemas, y un 10% pensaba ya en 2008 que la monarquía sólo duraría lo que durase don Juan Carlos, frente al 3% que consideraba eso mismo siete años atrás.

A juzgar también por un sondeo de Sigma-Dos en 2005, el príncipe Felipe no tendría en principio excesivos motivos para inquietarse por su futuro y el de su sucesora Leonor, dado que el 73,5% de los españoles respondía entonces afirmativamente a la pregunta de si creían que la monarquía debía continuar en su persona cuando don Juan Carlos dejase la Corona.

Pero es evidente que la popularidad de la monarquía y de su sucesor no es la misma hoy que hace siete años.

De hecho, tres años después, en un sondeo de 2008 con motivo del setenta cumpleaños del rey, el 30% de los menores de veintinueve años no creía ya que la mejor forma de Estado en el futuro fuese la monarquía.

En esa misma encuesta, el 43% consideraba que la imagen de la monarquía se había estabilizado con los años, y un 25% que había mejorado incluso; pero el 34,3% de los menores de veintinueve años creía que iba empeorando.

El apoyo mayoritario a don Juan Carlos en los sondeos provenía de los españoles de más edad, mientras que quienes más dudas expresaban sobre la figura de don Felipe o el futuro de la monarquía eran, como siempre, los menores de veintinueve años.

En el caso de don Juan Carlos, los mayores de sesenta y cinco años calificaban positivamente con un 8,8% su papel en las últimas tres décadas, frente al 7,1% en los menores de veintinueve años.

La revista Época, dirigida entonces por Basallo, publicó un sondeo especial de Sigma-Dos para un número monográfico del 30 aniversario de la monarquía (1975-2005), del que se desprendía esta reveladora conclusión: casi la mitad de los españoles menores de veintinueve años no veía utilidad a esta institución en el futuro; al contrario que el 70,2% de los mayores de sesenta y cinco años.

A menor edad, aumentaba así el grado de escepticismo respecto a la Corona. Y por ley de vida, es lógico suponer que esa tendencia se consolide conforme pase el tiempo.

De todas formas, otra encuesta de Sigma-Dos revelaba en 2005, poco después de nacer nuestra infanta, que el 81% de los españoles estaba de acuerdo en que doña Leonor ascendiese al trono en su día aunque tuviese un hermano menor.

¿REINA DEL SIGLO XXI?

Entretanto, nuestra infanta de siete años se prepara hoy para ceñir algún día la corona de España.

A diferencia de otras futuras herederas europeas del trono, doña Leonor asiste a un colegio privado, Santa María de los Rosales, tras cursar la enseñanza infantil hasta los tres años en la escuela de El Pardo.

Próximo al palacio de La Zarzuela, el colegio Santa María de los Rosales, donde también estudió el príncipe Felipe, ofrece una educación mixta, laica y defensora de los valores monárquicos.

La presencia de Leonor y de su hermana Sofía en este centro ha obligado a levantar un muro de seguridad y a instalar numerosas cámaras de televisión, mientras varios escoltas velan permanentemente por su integridad.

Como su bisabuelo don Juan de Borbón, la infanta Leonor asiste en sus ratos de ocio a proyecciones de largometrajes en el salón de cine del palacio de La Zarzuela.

El conde de Barcelona disfrutaba ya en su día viendo películas para todos los públicos en la intimidad de palacio; con tal fin, su padre el rey Alfonso XIII suscribió un contrato de alquiler con la Paramount Films de Barcelona, que le surtía de cintas. Era algo así como un cineclub a la carta; sólo en febrero de 1931 hubo 26 proyecciones en el alcázar con un coste total de 52 de las antiguas pesetas.

Doña Letizia persigue hoy para sus hijas la formación más completa posible, por rocambolesca que parezca.

En septiembre de 2011, la revista Vanity Fair descubrió en qué ocupaban nuestras infantas su tiempo libre y docente: clases de chino, películas en versión original, nociones de inglés, gallego, euskera y catalán, lecciones de Historia de España y de los Borbones… Para entretenerse, las pequeñas entonaban incluso canciones en catalán con su tía Telma Ortiz.

Empeñada en hacer de Leonor una moderna reina del siglo XXI, su madre huye de las protocolarias normas de la monarquía tradicional, procurando incluso que a la infanta nadie la llame «Alteza».

Tampoco permite a su hija llorar en público, tratando de que controle así sus sentimientos y emociones, algo por otra parte tan natural en una niña de su edad.

¿A qué otras cosas dedica Leonor su tiempo libre?

Navega por internet, cocina con su madre o hace senderismo, por pintoresco que resulte en una «reinecita» de siete años.

A su misma generación de niños llamados a reinar algún día pertenece la princesa Aiko de Japón, segunda en la línea de sucesión tras su padre. Con once años, la única hija de Naruhito, el heredero al trono de Japón, asiste al colegio público Gakushuin de Tokio.

En el mismo regio club milita la princesa noruega Ingrid Alexandra, nacida un año antes que la infanta Leonor y que, a diferencia de ésta, estudia en el centro estatal Janslokka de la localidad de Asker, muy cerca de Oslo.

Ingrid Alexandra es hija del príncipe Haakon de Noruega y de Mette Marit.

En este exclusivo elenco figura también por derecho propio Catharina Amalia, la primogénita de Guillermo y Máxima de Holanda; lo mismo que Elisabeth de Bélgica, de diez años, estudiante en la escuela pública Sint-Jan Berchmanscollege de Bruselas.

Sin olvidar al único varón: Christian de Dinamarca, hijo de los herederos Federico y Mary Donaldson.

La más pequeña de este egregio club es la princesa Estelle Silvia Ewa Mary de Suecia, nacida en 2012, a quien su abuelo el rey Carlos Gustavo concedió el título de duquesa de Östergötland tras una reunión extraordinaria del Consejo de Estado.

Hija de Victoria de Suecia y de Daniel Westling, la princesita Estelle Silvia ocupa la segunda línea sucesoria al trono de su país… exactamente igual que nuestra infanta Leonor.

Hoy, más que nunca, deberían resonar en España las palabras de su padre don Felipe sobre el futuro de su primogénita como reina de todos los españoles. Recordemos qué dijo el príncipe en 2005:

La lógica de los tiempos indica que si se produce la reforma [constitucional] que está prevista, o que propone el gobierno, y que deberán valorar y decidir las Cortes Generales, creo que plasmando el sentir mayoritario de los españoles, así será.

¿A qué esperan todavía los políticos para despejar el futuro legal de la sucesora de Felipe VI?