Capítulo III: Las brumas del norte.
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Skiringssal, año 933
Un poco más alto, era todo hielo, todo glaciares, y algunos hilos de agua salían de entre las aún grandes cantidades de hielo y nieve acumuladas durante el largo y frío invierno. Aquella era una tierra hostil, en realidad casi no era ni tierra, pues todo era roca, roca sobre la que era depositada la nieve en invierno que se convertía en hielo, y una ligera capa de tierra que se aposentaba sobre las rocas y de esta fina capa nacía todo el verdor de la hierba, helechos y árboles que había en el país.
Pero todo aquello apenas podía verse, era ya avanzada la mañana y aún no se había disipado la bruma, y no lo haría en todo el día. En aquellas alturas y en esa época del año, las brumas duraban semanas, era el principio de la primavera en aquellas latitudes, y el agua corría por todos lados, producto del deshielo de glaciares y acumulaciones de nieve durante el invierno en las montañas, que en aquella parte del país, a excepción de lo que rodea a los fiordos, lo era en casi su totalidad.
Entre la bruma y cayendo lluvia, que sin ser en gran cantidad, era constante, avanzaba entre las pendientes y riscos, una figura humana. Parecía un fantasma aparecido entre las brumas y el agua de lluvia, pero al parecer sabía por dónde caminaba con toda seguridad, rodeando rocas grandes y saltando de un lado al otro de los torrentes de agua que caían por doquier.
Aquel hombre de nombre Gunnar procedía de una pequeña aldea de las tierras altas junto a las montañas y los glaciares, donde casi todos eran parientes, y era el único hijo de una familia constituida por sus padres y el padre de su padre que se dedicaban a cultivar lo poco que la climatología les permitía en época veraniega y principalmente a la ganadería.
Gunnar es nombre de primer varón de origen nórdico (Gunnarr en nórdico antiguo). El nombre de Gunnar significa guerrero, soldado y atacante.
Su padre, estaba tullido desde antes del nacimiento de Gunnar, tenía los tendones de una pierna cortados como castigo por haber sido uno de los defensores de la aldea tras una incursión de hombres del interior que pretendían formar un reino en aquellas tierras. La capacidad guerrera de su progenitor se había truncado así de esta manera, casi antes de comenzar. Nunca asumió de buen grado su condición, y quizás por eso a su hijo decidió ponerle el nombre de Gunnar.
Por el contrario su abuelo sí que había sido un guerrero, y siempre que podía, desde que Gunnar era pequeño le contaba historias de sus hazañas de joven. Era demasiado mayor, unos noventa y un años, nadie tenía tanta edad como el abuelo de Gunnar, al menos que él conociera.
La historia con la que más se recreaba su abuelo era aquella que fue su primera incursión a los veinte años de edad, en el año 844. Un gran grupo de barcos, tipo drakar, la gran mayoría de Hedelby (Dinamarca, entre 700-1066), y sólo cinco de Skiringssal (Noruega durante los siglos IX-X), entraron por la desembocadura del río Guadalquivir y atacaron la ciudad de Sevilla bajo dominio árabe, donde permanecieron durante siete días, en los cuales incendiaron la mezquita, haciendo muchos prisioneros entre sus habitantes, saqueando la ciudad, hasta que tuvieron que retirarse tras ser atacados por el ejército árabe. Esta es la historia que a nuestro joven Gunnar le había prendido en su corazón las ansias de aventura, y por eso ahora mismo se encaminaba a embarcarse tras dejar su aldea. Claro que su abuelo le había omitido ciertos detalles, así como que cuando los sarracenos o árabes atacaron Sevilla, la huida precipitada de los vikingos, que se encontraban asaltando las localidades vecinas, dio lugar al abandono no sólo de drakars, sino de muchos de ellos que serían masacrados o hechos prisioneros y esclavizados.
Los vikingos eran conocidos en al-Ándalus como al-Urdumâniyyûn o Nordumânî, y otras veces por Mayûs o sea idolatras o adoradores del fuego confundiéndolos con los zoroastrianos de Persia.
El 20 de agosto del 844 (1 de Dû l-hiyya de 119, según la cronología islámica) 54 barcos grandes y otros tantos más ligeros, desembarcaron en Lisboa y después de tres días de combates fueron rechazados por el gobernador Wahb Allah. Ibn Hazm. Derrotados y ansiosos de venganza, se dirigieron hacia el sur y se apoderaron de Cádiz. Subieron luego el 29 por el Guadalquivir hasta la isla Menor o Qabtîl, como se llamaba entonces. Cuatro barcos hicieron a la mañana siguiente una inspección hasta Coria del Río, donde desembarcaron masacrando a los habitantes.
Tres días después atacaron Sevilla. El emir huyó a Carmona, y la ciudad quedó sin defensa. Los barcos sevillanos fueron incendiados por los vikingos y la ciudad, ocupada. El saqueo duró siete, días. Todos fueron hechos esclavos, incluso los ancianos y los inválidos. Se llevaron a sus víctimas a Qabtîl y volvieron a Sevilla, pero ya encontraron la ciudad desierta. Unos pocos ancianos, que se habían reunido en una mezquita, fueron asesinados. Desde entonces, esa mezquita se llamó de los Mártires. Como el río no es navegable más allá de Sevilla, utilizaron caballos encontrados en Qabtîl para mandar jinetes hacia el norte y el oeste de la ciudad.
Abd al-Rahmân II movilizó entonces el interior y las marcas, y envió la caballería al mando de Abd Allah Ibn al- Kulayb, Abd al-Wâhid al-Iskandaranî y Muhammad ibn Rustum al Aljarafe (al-Saraf) sevillano, junto con una columna de infantería que se les unió más tarde. Dirigía a los movilizados el eunuco Nasr, fatà de la confianza del emir. El combate tuvo lugar en Tablada, donde hoy día está situado el aeropuerto, el 1 de septiembre, resultando vencedores los musulmanes. Entre los vikingos hubo un millar de bajas y cuatrocientos de ellos fueron hechos prisioneros que se ejecutaron a la vista de los fugitivos, mientras éstos embarcaban a toda prisa camino del sur. Se incendiaron treinta barcos normandos, después de tomar su cargamento, y las cabezas de los muertos fueron colgadas de los pinchos de las carnicerías y de las ramas de las palmeras de Sevilla.
Muhammad Ibn Rustum persuadió a rendirse a los supervivientes nórdicos que quedaron aislados en tierra que, convertidos en granjeros instalados en la zona de Carmona y de Morón, acabarían convirtiéndose al islamismo y aplicando sus métodos a la cría del ganado. Esta colonia de muladíes normandos había de dar a Sevilla en el futuro sus reputados quesos que son famosos hasta la actualidad. Así vemos que el queso puro sevillano tiene su origen en el «ost» danés y escandinavo.
Un drakar o långskip es una embarcación de casco trincado que data del período comprendido entre los años 700 y 1000. Fue utilizada por los escandinavos, sajones y vikingos en sus incursiones guerreras tanto costeras como del interior. Fueron el mayor exponente del poderío militar de los escandinavos que los consideraban como su más valiosa posesión.
La palabra «drakar» es una trasformación de un antiguo término islandés usado para designar a los dragones. A la embarcación conocida como drakar se la ha llamado así debido a que a menudo el mascarón de proa de las embarcaciones vikingas consistía en la representación de la cabeza de una de estas bestias fabulosas. Se llamó por tanto drakar a estas embarcaciones por metonimia de una de las partes que las constituían.
Los drakars eran embarcaciones largas, estrechas, livianas y con poco calado, con remos en casi toda la longitud del casco. Versiones posteriores incluían un único mástil con una vela rectangular que facilitaba el trabajo de los remeros, especialmente durante las largas travesías. En combate, la variabilidad del viento y la rudimentaria vela convertían a los remeros en el principal medio de propulsión de la nave.
Casi todos los drakars eran construidos sin utilizar cuadernas, superponiendo planchas de madera; para tapar las juntas de unión entre las planchas se utilizaba musgo impregnado con brea. El reducido peso del drakar y su poco calado hacían posible que navegara por aguas de sólo un metro de profundidad, lo que posibilitaba un rápido desembarco e incluso el trasportar la embarcación por tierra.
En su origen estas embarcaciones no tenían quilla que no se impuso hasta el siglo VII para ofrecer mayor estabilidad durante la navegación. También inventaron un ingenioso timón que estaba fijador a estribor.
Las mejores pistas sobre las técnicas de construcción de los drakars provienen de los barcos fúnebres. En la sociedad vikinga era común que los reyes fuesen incinerados junto con su drakar y sus más valiosas posesiones. El barco funerario de Oseberg en Noruega, y el drakar anglosajón de Sutton Hoo en Inglaterra, son buenos ejemplos.
Los drakars eran extraordinariamente estrechos en relación con su longitud, sobre todo si los comparamos con los estándares actuales. El mayor drakar descubierto (en el puerto de Roskilde) tiene 35 metros de eslora, y el encontrado en el puerto de Hebedy tiene la mayor relación longitud/anchura: 11,4 a 1. Sin embargo, embarcaciones más recientes, optimizadas para la navegación, tenían ratios más bajos, a menudo de 1 a 7 o incluso de 1 a 5.
En contraste, los barcos escandinavos dedicados al comercio, llamados knarrs, tenían mayor calado y eran más anchos para acomodar la carga; para navegar dependían mucho más de las velas. Es posible establecer una relación similar entre las galeras mediterráneas y los barcos mercantes, más redondeados.
Más tarde se empezaron a utilizar velas rectangulares hechas de lana y reforzadas con cuero. Los drakars eran muy rápidos, alcanzando velocidades de 14 nudos. Eran naves con una excelente navegabilidad, pero, al ser esencialmente embarcaciones abiertas, no eran muy habitables. Sin embargo, esto no impidió a los primeros exploradores escandinavos descubrir y asentarse en Islandia, Groenlandia e incluso llegar hasta Terranova (Vinland).
Los drakars pueden clasificarse en varios tipos en función del tamaño, de los detalles constructivos y de su prestigio/categoría.
El snekke era el barco de guerra por excelencia. Un snekke típico podía tener unos 17 metros de eslora, una manga de 2,5 metros y un calado de sólo 0,5 metros. Su tripulación se compondría de unos veinticinco hombres.
El snekke continuó evolucionando tras el fin de la época vikinga. Los últimos snekke noruegos eran más grandes y pesados que los barcos de la época vikinga.
Eran barcos de prestigio, tan grandes como les permitía su quilla. Sus dimensiones eran variadas y no fue un tipo de barco demasiado frecuente. El Vikingeskibsmuesset tiene un barco dragón de treinta metros de eslora, 3,9 metros de manga y 0,9 metros de puntal. Llevaría entre sesenta y uno y ciento veintiún hombres, según si utilizaba uno o dos por cada remo.
El knarr era la versión comercial del drakar, especialmente construido para todo tipo de carga incluido tropas si era necesario, ganado y comercio de thralls (esclavos).
Su abuelo le contó otros saqueos y luchas que mantuvo en distintos sitios, pero nunca fue tan lejos de su patria, como en la primera vez, y de aquella aventura se había traído dos cosas, entre otras, a las que tenía mucho cariño, un casco con cota de malla, y una cota de malla corporal, y que le había dado a Gunnar con todo el cariño, pues era de alguien tan corpulento como él.
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Vestía pantalón largo y con cierto vuelo por encima de los calzones largos de lana, el torso lo cubría con una camisa amplia que llegaba hasta medio muslo y que llevaba entallada con un cinturón de cuero. Un gorro de lana, en la cabeza, y en los pies zapatos hechos de una única pieza de cuero ingeniosamente doblada, reforzada con una suela y atada alrededor del tobillo con un cordón enrollado. En las manos, para protegerse del frío, gruesas manoplas de fieltro. Encima de la camisa lleva una especie de capa de una sola pieza, sin mangas, fijada por encima del hombro derecho mediante un broche. Con larga cabellara de color rubio que apenas se dejaba entrever debajo de su gorro, y a la espalda, en una bolsa de piel, llevaba todos los enseres necesarios para la aventura que ansiaba, una armadura de pieles y cueros, escudo, hacha de guerra, espada y daga, todo ello convenientemente tapado con una piel impregnada en grasa para evitar la humedad. Además, llevaba los regalos que le había dado su abuelo, el casco o yelmo y la cota de malla.
La más cómoda de las «armaduras» escandinavas es un pesado conjunto de pieles y cueros. Después de todo, los fríos del norte hacen de estas prendas una necesidad práctica. Un buen conjunto de pesadas pieles puede aminorar el impacto de algunos golpes, y el cuero endurecido puede detener flechas e incluso tajos de dagas. Puesto que el material es barato y fácilmente adquirible, los guerreros vikingos suelen optar por este tipo de armadura.
Respecto de los escudos, los que portaban espadas y hachas llevaban por lo general escudos circulares de madera, generalmente conocidos como escudos redondos. Estos escudos se realizaban a partir de tablones de madera unidos por un borde metálico circular que iba remachado. Algunas veces, la parte frontal del escudo iba cubierta con cuero pesado para ofrecer una protección adicional; otras veces los pintaban de vivos colores o símbolos guerreros, especialmente de su familia. Un escudo redondo exigía el uso completo de uno de los brazos del guerrero, pues aunque muy pesado y algo inmanejable proporcionaba gran protección (un hombre habilidoso con el escudo era muy difícil de alcanzar) y era relativamente barato. Esto hacía muy populares los escudos entre los invasores vikingos de recursos limitados.
Los vikingos son extraordinariamente propensos a utilizar hachas de batalla, posiblemente debido al gran destrozo que pueden producir estas armas. Después de todo, un correcto hachazo puede cortar las extremidades con aparente facilidad. Además, el uso del hacha supone una prueba de fuerza, especialmente si se acompaña de un escudo (lo que significa manejarla con una sola mano). La típica hacha nórdica está fabricada con hierro, a veces con una delgada franja de acero en el filo, y con un mango de 10 a 120 cm de longitud que permite ejercer una gran fuerza en los golpes. Las primeras hachas eran por más que unas herramientas de labranza con forma de martillo, pero la evolución del hacha como arma de guerra implicó un aumento de tamaño, peso y efectividad. El hacha de batalla escandinava tenía un peculiar saliente cuadrado al final de la hoja que era muy útil en el combate naval y como especie de gancho para clavarla y trepar; este particular saliente da origen al «hacha de abordaje».
Al igual que la gente del continente, es casi imposible ver a un escandinavo sin su daga al cinto. La típica daga tiene una longitud de 20 a 50 cm, doble filo, y se considera tanto una herramienta como un arma para el combate cercano.
Las espadas que podemos encontrar entre los nórdicos son sencillas y prácticas. Una hoja de doble filo, de unos 90 cm de longitud va montada con un travesaño y una empuñadura para usar a una mano. Las espadas nórdicas se graban en raras ocasiones con algún tipo de adornos o embellecedores que no sea trabajos de alambre o diseños en el pomo (en el extremo de la empuñadura); las acanaladuras para la sangre en la hoja son casi desconocidas. Contrariamente a la creencia popular, las espadas de este tipo no tenían unos bordes demasiado afilados; estaban realizadas con el filo del estilo de un escoplo, para que pudieran atravesar la armadura (las armas de hierro perdían de todas formas el filo en combate). Solo algunas hojas de periodos posteriores se acaban en punta para poder atravesar. En verdad, un guerrero con armadura podía perfectamente ser golpeado hasta la muerte sin haber sufrido un solo corte.
Antes del 900, las espadas escandinavas eran forjadas mediante el procedimiento de diseño-entrelazado; las barras de hierro eran calentadas en bloques de carbón vegetal para que pudieran absorber el carbón y transformarse en buen acero. Las barras eran luego cortadas y reforzadas de nuevo repitiendo varias veces el proceso, formándose una mezcla de masa arremolinada de acero que dio origen al nombre de «diseño-entrelazado» debido a los diseños serpenteantes y sinuosos que se formaban al mezclarse el oscuro hierro y el acero antes brillante. Después del 900, las mejoras del mineral y la fundición del plomo condujeron a un desarrollo de espadas más ligeras y mejor afiladas realizadas en acero de calidad. De cualquier forma, la espada es un arma ligera de una mano usada para dar cortes y pegar tajos, casi siempre combinándose con saltos y esquives rápidos.
Contrariamente a lo que se cree, los vikingos no llevaban yelmos con cuernos. En realidad, aquellos que podían permitirse alguna protección metálica para la cabeza llevaban simples cascos con protección para los ojos y una banda metálica como protector nasal. Estos yelmos solían dejar sin protección los pómulos y la mandíbula, pero protegían contra los golpes dirigidos al cráneo.
Cota de malla se denomina a la protección metálica conformada por anillas de hierro forjado, o acero, dispuestas de forma que cada anilla está ensartada al menos a otras cuatro formando un tejido. Esta denominación es una adaptación literal del francés cotte de maille que significa «túnica de anillos». En castellano también se conoce comúnmente como loriga.
La cota de malla (lorica hamata en latín) era la armadura típica en el imperio romano antes de la introducción de la lorica segmentada (armadura segmentada) y continuó en uso entre los auxiliares y legionarios durante todo el periodo imperial. No se conoce la proporción de uso entre hamata y segmentata entre los legionarios durante el primer siglo después de Cristo, pero es posible que la primera fuera más popular por ser menos costosa. La cota de malla era usada también por los vexillarii y signiferii (portadores de banderas y estandartes), los músicos y también los centuriones, además de las tropas auxiliares.
Para conseguir la máxima protección era muy conveniente vestir un subarmalis acolchado debajo de la cota de malla. La malla protege muy bien de los cortes y golpes perforantes, pero protege bastante mal de las contusiones, a diferencia de las armaduras de placas que reparten la fuerza de los golpes por toda la extensión de la placa. Es por eso por lo que un acolchado interior multiplica la efectividad de la malla.
Cuando no se llevaba puesta, solía enrollarse sobre sí (a modo de persiana) para guardarla en una bolsa y transportarla de forma más cómoda. El peso de una cota de malla en hierro está sobre los veinticinco kilogramos.
La armadura de malla es una armadura constituida de anillos de hierro entrelazado entre sí en un patrón complejo que se denomina 4 en 1 es decir un anillo sujeta cuatro.
Existen tres tipos de armadura de malla:
Cota de malla: La cota de malla es básicamente un camisón; los había de dos tipos para infante y para caballero. Las de caballero eran de manga larga con mitones incluidos, las de infante normalmente eran de manga 3/4 o incluso sin mangas.
Almófar: El almófar es una protección para la cabeza, el cuello y una extra para los hombros, se hacía de tres piezas; Gorro, cubría la cabeza. Sabana, cubría el cuello y parte de la garganta. Manto de obispo o gola, cubría los hombros. Además de esto, el almófar tenía una extensión en la sabana en la parte baja para cubrir el cuello.
Brafoneras: Las brafoneras eran protección para las piernas, algunas cubrían los pies, hay de dos tipos:
Cerradas, las brafoneras cerradas cubrían toda la pierna por completo pero la movilidad era escasa
Ajustables, las ajustables como su nombre lo dicen se ajustaban a la pierna por medio de unas correas que se ponían atrás de la pierna.
Los vikingos con recursos pueden llevar una «byrnie» o cota de malla que es en esencia una camisa de manga corta realizada a partir de anillos metálicos entrelazados. La mayoría de las veces, estos anillos son finos eslabones circulares que se cortan y luego se unen. Hacia el 900 AC, no obstante, los anillos se martillean y dejan planos, se cortan, se unen y luego se sellan con remaches, reduciendo significativamente la pérdida de la cota de malla debido a los golpes. Con un buen acolchado detrás, esta armadura protegía contra los golpes y los tajos, proporcionando una protección efectiva contra espadas y hachas. Mientras en Europa los soldados van equipados con cota de malla desde los pies hasta la cabeza, los nórdicos raramente usan más que una larga cota de malla. Sin embargo, la protección que ofrece al torso esta cara armadura es de gran valor a los jarls de Escandinavia.
El resto de armamento vikingo estaba compuesto por lanzas, matillos y arcos.
La lanza portada por el dios Odín y de un valor incalculable en el combate naval, la lanza es un arma habitual entre los nórdicos, y casi todos los guerreros saben cómo usar una. De una longitud entre 1.8 y 2.4 metros, un mango de madera de 3 cm de espesor y una hoja punzante de 15 cm de longitud en uno de los extremos, la lanza es ideal para mantener al enemigo a raya. El mango es a veces reforzado con púas o bandas metálicas para que sea difícil cortarla en dos. Las lanzas pueden usarse para la caza y la pesca tanto como en la batalla, convirtiéndose el algo utilitario y practico (algo muy apreciado por los nórdicos). Sin embargo, las formaciones masivas de lanceros son desconocidas a los vikingos; en su lugar, las lanzas se utilizan de forma individual para mantener a raya y ensartar a los adversarios, soltándola luego para sacar las espadas u otras arenas para el combate cuerpo a cuerpo. Las lanzas vikingas son básicamente armas arrojadizas; en realidad, las primeras lanzas de anchas puntas de los escandinavos eran casi siempre usadas sólo para lanzarse, aunque diseños posteriores también se fabricaban para clavarse en distancias cortas. Algunos vikingos llevan un escudo además de la lanza, pero ésta se controla mejor si se utiliza con las dos manos.
Debido a que no necesita afilarse, el martillo requiere un escaso mantenimiento y se puede fabricar con poco coste. Semejante al hacha, el martillo de guerra tiene una única cabeza golpeadora colocada sobre un mango de sesenta a noventa centímetros de longitud, y los nórdicos lo aprecian por su contundencia a la hora de pulverizar los huesos de los oponentes, por mucha armadura que llevan encima. Una punta en el centro de la cabeza de algunos martillos, unidos al tremendo peso del martillo, puede fácilmente atravesar las armaduras y escudos. Al contrario que otras armas, los martillos llevan a veces runas relacionadas con la fuerza y la victoria.
Los vikingos no suelen usar las ballestas (puesto que estas armas hacen uso de una tecnología para ellos desconocida), pero utilizan frecuentemente el típico arco de caza. Aunque el tiro con arco es una afición respetada, no otorga la gloria del combate cuerpo a cuerpo, por lo que es una habilidad de combate secundaria para la mayoría de los guerreros escandinavos. El arco nórdico es un arma de caza de una longitud aproximada entre 1.2 y 1.5 metros, y no tiene un poder penetrante excesivo; no le llega a la suela del zapato al arco largo inglés. Además, los vikingos no establecen formaciones en el combate, por lo que son raros los grupos organizados de arqueros; el uso de los arcos está más extendido en el combate naval, para atacar a un velero que se aproxima.
La espada era la típica espada vikinga de la época, pero para Gunnar tenía un valor especial, pues su padre además de granjero era el herrero de la aldea y se la había fabricado para él. A pesar de los deseos de su padre, que fuera ágil con la espada, en realidad en lo que más destacaba Gunnar era en el uso y lanzamiento del hacha de guerra. Con esta arma es con la que más familiarizado estaba en su uso, tanto en cuanto a arma de ataque como a su lanzamiento, lo cual había practicado tanto que nunca erraba el tiro. Ahora bien, tenía muy presente lo que su padre le repetía constantemente, si arrojaba el hacha contra su enemigo, se quedaba sin ella y por lo tanto indefenso.
Contaba Gunnar con veinte años de edad cuando se dirigía por esos escarpados senderos a embarcarse en su aventura, que tanto ansiaba, y mientras ojeaba el terreno por el que pisaba para no resbalar, no se había dado cuenta de que entre las brumas disipadas durante un instante se veían, de vez en cuando, las aguas del fiordo.
Un fiordo es un valle excavado por un glaciar que luego ha sido invadido por el mar, dejando agua salada. Normalmente, son estrechos y están bordeados por empinadas montañas que nacen bajo el nivel del mar. Suelen ser largos, estrechos y de gran profundidad. La palabra fiordo proviene de fjord, palabra que existe en las lenguas escandinavas: noruego, sueco y danés.
Tras unos instantes para coger aliento, divisó en lo más profundo y alejado el lugar a donde se dirigía, una pequeña aldea junto a un gran y torrente caudal que vertía sus aguas en el fiordo donde comenzaría su aventura. Muchas veces había viajado a esa aldea y a ese fiordo, pero nunca se había embarcado, y casi siempre lo había hecho con caballería, por la parte menos abrupta y el camino más largo hacia su aldea. Así que esta vista de la aldea y del fiordo, con los drakars fondeados en sus aguas, siempre le parecía maravillosa. Se recreaba con la vista, y se preguntaba para sus adentros en cuál de aquellos barcos partiría a su aventura.
Las brumas se estaban quedando en cotas elevadas, y aún que la lluvia, escasa pero constante no le dejaba ver perfectamente la aldea, ya se distinguían las casas de sus moradores, puesto que desde más arriba, los tejados recubiertos de hierba, ayudado por las brumas, no lo permitían a los ojos del joven. Al otro lado del fiordo, las paredes rocas eran tan abruptas que ni siquiera eran aptas para poder bajar por ellas a una persona. Por esa pared casi vertical, numerosos hilos de agua caían casi directamente a las aguas del fiordo. Eran incontables las cascadas delgadas que allí había, pero en aquellos momentos sólo se podían ver en su proximidad a las aguas marinas, debido a las brumas que ocultaban a la vista de Gunnar las cumbres de donde procedían.
De haber venido por esta ruta que hacía a pie con su caballo, seguramente le hubiera resultado imposible, y además, lo más probable es que el animal se hubiera quebrado una pata a la primera de cambio.
Unos metros más abajo, y al haber avanzado el día, las brumas, también por cuestión de altura, se fueron disipando, y la lluvia cesó de caer, era el momento de parar a descansar y tomar algo del alimento que traía consigo. Aprovecharía también para acomodar la carga que traía a sus espaldas y que con los saltos y desniveles de la ruta, se le había movido peligrosamente. La piel que cubría toda la carga no la recogería a fin de que se fuera secando, pues así ofrecía más superficie al aire y tardaría menos.
Unas cuatro horas después, y continuando descendiendo todo el rato, se encontró casi a orillas del fiordo, pero unos cuatrocientos metros separados de la aldea, y al ir hacia ella, comprobó que tras unas rocas, bajaba una cascada de agua, y que lo hacía torrencialmente, lo que le imposibilitaba seguir hacia la aldea. Solo tenía dos caminos, el agua del fiordo o la montaña de nuevo. Si tenía que ascender de nuevo hasta encontrar algún punto donde saltar esa corriente de agua, o poder usar la cuerda para tal fin. Unos cien metros arriba pudo saltar la corriente de agua entre dos rocas, no sin cierto peligro, por lo que hubo de calcular bien el salto. Después el camino hacia la aldea no ofrecería ningún obstáculo más.
Cuando se aproximaba a la aldea dos guerreros le dieron el alto, así que mientras decía que era Gunnar, pues era conocido en la aldea desde hacía varios años, se destapaba la cara y cabeza para dejarse ver.
—Así tan tapado, ni se te conocía Gunnar, parecías un troll, —dijo uno de ellos, y se echaron a reír ambos.
—Con la que me ha caído encima, no ha parado de llover desde que salí de mi aldea hace dos días, ya me contaréis si no vengo bien cubierto, no me he parado ni a comer, hasta hace un rato allá arriba, —y señaló la zona donde lo había hecho, —y encima ya casi al final he tenido que volver a subir para poder saltar aquel torrente, —añadió.
—Anda ve hasta la aldea y aposéntate, sécate las ropas y ponte cómodo, que lo necesitas Gunnar, —y se echaron a reír los dos, y en las risas les acompañó Gunnar.
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Como cada vez que viajaba desde su aldea a esta del fiordo, pernoctaba en las dependencias que una familia del lugar tenía para el ganado, allí se acomodaba mientras permanecía en la aldea intercambiando pieles por pertrechos o cualquier otra cosa que necesitara, claro que para su trasporte venía con su caballo pero por la parte del fondo de fiordo, que era menos peligrosa, aunque había más distancia. No solía permanecer más que dos o tres días en aquellos viajes, pero esta vez no sabría cuánto estaría allí pernoctando, aunque calculó que no sería mucho tiempo, hacía ya dos semanas que el fiordo se había deshelado por completo y era navegable en su totalidad, de hecho, los drakars ya estaban en el agua, donde se habían puesto desde sus lugares para pasar el invierno.
De hecho, según le habían contado en los primeros momentos de su llegada a la aldea, se estaban poniendo a punto todas sus jarcias, maderas y remos que presentaban algún desperfecto, desde hacía más de un mes, y estaban casi terminados. Las tripulaciones estaban casi al completo, sólo se esperaba a que llegaran algunos vikingos de las tierras altas, como él mismo, para completarlas, lo que se haría en unos días y se zarparía.
Ahora tenía veinte años de edad, pero bajaba a la aldea desde los doce años, desde aquella primera vez que lo hiciera con su padre, habían pasado muchos años, y en todos ellos, menos en el primero, en que había bajado con su padre, se había alojado en el mismo lugar, perteneciente a una familia del lugar, compuesta por padre, esposa y dos hijos, uno de ellos una niña tres años menor que Gunnar. Dicha niña, de nombre Finna, ya en los últimos años miraba de forma especial a Gunnar, y no se separaba de él mientras permanecía en la aldea.
Aquel día estaba contento, había sido admitido como tripulación en uno de los drakars, pero ya se le había advertido de que ese drakar ni iba a volver para el invierno, sino que la campaña la llevaría a cabo en dos veranos o tres. Gunnar estuvo de acuerdo, pues eso casi representaba ir más lejos, y por consiguiente más aventura que era lo que él deseaba. Cuando preguntó hacia adonde iban a navegar, el capitán del drakar le dijo que se presentara en el amanecer del tercer día que entonces lo sabría. Finna le había acompañado y se había quedado un poco triste con la perspectiva de que Gunnar se fuera tan pronto.
Gunnar era objeto de las alegrías de su corazón, no cabía en sí de gozo ante las expectativas que en su mente se le abrían con la imaginación de grandes proezas allende los mares, a donde nunca había ido, quizás fuera donde su abuelo, quizás fuera al oeste al gran mar, él quería volver con riquezas, pero sobre todo lo que quería era vivir aventuras como las de su abuelo. Mientras su mente hacía que se quedara absorto de su realidad, Finna le propinaba golpecitos y le hacía bromas, y hasta se reía de él, porque lo veía pensativo, pero en realidad la joven albergaba en su corazón un gran pesar. Se iba, sólo faltaban dos días con sus dos noches y se iría, quizás para no volver nunca más. Ella sabía que muchos se iban pero volvían pocos, ricos sí, pero vivos volvían muy pocos.
—Gunnar, —le decía ella entre risas, —espero que no me olvides y que regreses, yo te estaré esperando hasta que llegues.
Él no era consciente en aquel momento que Finna le estaba declarando su amor. En realidad estaba enamorada de Gunnar desde la primera vez que llegó a la aldea acompañando a su padre, y eso que entonces era una niña. Después y de repente, Finna se puso seria y dijo que se tenía que ir a casa a ayudar a su madre, que luego se verían, y se alejó de Gunnar sin que éste casi se diera cuenta, absorto en sus pensamientos, en sus aventuras imaginarias. Ella se fue corriendo, se fue llorando, no lo podía resistir más, se había derrumbado ante la sola idea de perder a su amado para siempre.
Gunnar y Finna no se volvieron a ver aquel día, ni el siguiente, y hasta el punto de que Gunnar no quería irse sin despedirse de ella, era que preguntó en varias ocasiones a sus padres por su paradero, pero ellos no sabían responderle acerca de cuál era, en realidad no lo sabían, desaparecía por la mañana y no volvía hasta por la noche, en realidad desde la hora del desayuno y no volvía hasta después de la hora de la cena, pues en aquella época, finales del mes de junio, nunca llegaba a ser de noche totalmente, quizás unas horas de penumbra, pero nada más.
Gunnar se acostó pronto, en la mañana siguiente tenía que presentarse después del desayuno para embarcarse en el drakar convenido; ya tenía preparados todos sus enseres, convenientemente empaquetados para el viaje. Había dejado, a fin de colocárselo, todo el armamento que trajo a la aldea. Poco a poco perdió la consciencia, entre sueños, aventuras imaginarias, y alegría contenida, y cayó rendido.
El rostro de Finna se le acercaba y le susurraba palabras que no entendía al oído, le hacía caricias y lo besaba constantemente en su cara, en sus labios, en su boca. Finna se quitó el vestido de lana que llevaba puesto de color marrón, sobre una blusa, y sobre estos una especie de delantal. Se lo quitó todo delante de su amado. Se soltó más aún los cabellos largos y rubios que llevaba sueltos como corresponde a una mujer soltera, y se acurrucó junto a Gunnar, junto a su amado.
Aquella noche, Finna, ante el temor de perder a su amado, y egoístamente, había decidido yacer con él, quería, necesitaba quedar encinta de Gunnar, pues temía que no regresara. Hizo el amor con Gunnar, casi sin que se despertara, parecía que estuviera soñando, o al menos no era consciente de lo que estaba pasando en realidad. Ella se tomó su tiempo, no tenía prisa, no quería despertarlo, de tal forma que pudo hacerlo sin que Gunnar llegara a abrir siquiera los ojos, preparándole previamente, con sus manos, con su boca después, y cuando vio que era el momento propicio, poniéndose en cuclillas encima de él, se introdujo su miembro lo más profundo que pudo, y lo cabalgó lenta pero inexorablemente, hasta que respondió a sus envites y eyaculó dentro de ella.
Ella rogaba a los dioses que la hubiera dejado embarazada, así si no volvía nunca más Gunnar, al menos tendría algo de él para siempre. Lo amaba, lo amó desde que lo vio por primera vez. Nunca hubiera pensado que las cosas fueran de esta manera. Hubiera dado lo que fuera porque su amado no marchara mar adentro, pero lo amaba y no podía impedírselo, ni siquiera lo intentaría, porque lo amaba y era lo que Gunnar más deseaba.
4
Cuando despertó Gunnar, se sintió totalmente feliz, había tenido un sueño que le había dejado relajado, de una forma especial, y no sabía por qué pero pensaba de otra manera en Finna, se decía para sus adentros que en cierto modo lo hubiera deseado de verdad.
Se vistió, se colocó todo su armamento, cual guerrero que iba a ser desde ese momento, cogió todos sus enseres, y fue a desayunar, por última vez, con la familia de Finna, a la que no pudo ver por no encontrarse allí, se había marchado. Muy a su pesar, se despidió del resto de la familia, a la que la noche anterior había abonado los gastos de su estancia, y se dirigió hacia el muelle.
A medida que avanzaba, Gunnar miraba a todos los lados, deseaba ver a Finna, deseaba despedirse de ella, deseaba darle un beso, aunque luego y sorprendido por ese deseo, se dijo que él no era quién para hacer tal cosa, e intentó borrar ese último deseo hacia Finna.
Estaba llegando al muelle, y se dio la vuelta, alguien parecía gritar su nombre a lo lejos, miró, miró por encima de los que se hallaban junto a él, y le pareció ver correr en su dirección a Finna, gritando su nombre.
—Gunnar, Gunnar, —decía Finna a gritos.
—Finna, —gritaba Gunnar a la vez que dejaba el paquete que portaba en el suelo y agitaba el brazo derecho en alto para que lo viera.
Cuando lo alcanzó, ella se echó en los brazos de su amado, y le dio un beso en los labios. Gunnar se quedó perplejo, sin saber qué hacer, pero le dejo a ella llevar la iniciativa.
—Te echaré mucho de menos amor mío, me has hecho muy feliz, anoche me sentí la mujer más feliz del mundo, — le susurró Finna al oído, de tal forma que sólo lo pudiera escuchar él. —Te esperaré hasta tu regreso Gunnar, —agregó, ya con un tono más elevado.
—Nos veremos pronto, Finna, ya verás que pronto pasa el tiempo, —dijo un tanto azorado.
Gunnar, después de haberse despedido de Finna que se alejó del lugar corriendo, ocultando su rostro de nuevo para que no se la viera llorar, y tras las presentaciones precisas, subió al drakar en el que iba a comenzar su aventura.
Junto al muelle y más allá, había multitud de barcos vikingos que se aprestaban a zarpar, se estaban ultimando los últimos preparativos, pasando lista a las tripulaciones de cada embarcación, llenándola de los pertrechos y víveres necesarios según destino. Era una gran actividad, parecía que la aldea, pacientemente dormida durante el invierno y parte de la primavera, cobrara con la llegada del verano y tras el deshielo de las aguas del fiordo una actividad inusitada.
Allí había diversos tipos de drakars, en el que se embarcó Gunnar era de tipo skeid, utilizada por los vikingos en sus incursiones tanto costeras como del interior. Los skeid eran las embarcaciones de guerra más grandes, de treinta y cinco a cuarenta y cinco metros de eslora, y generalmente con una tripulación de doscientos hombres Siendo el mayor exponente del poderío militar de los vikingos que los consideraban como su más valiosa posesión. Sin embargo, no llegaba a alcanzar las dimensiones de los que eran propiedad de grandes nobles o reyes de la época. El barco de treinta metros de eslora, 3,9 metros de manga y 0,9 metros de puntal llevaba una tripulación de ciento veinte hombres a los remos, dos por cada uno de ellos, cinco marineros, propiamente dichos, entre los que se encontraba el timonel y el capitán de la nave. Era una de las naves de mayor tamaño que había en el fiordo, sólo había cinco como ella, y las demás eran más pequeñas.
Eran naves para la guerra, por lo tanto estaba equipadas con skjaldrim, un escudo especial en los puestos laterales de los remeros que servía como protección contra los proyectiles.
De pronto sonó un cuerno, era la señal de prevenidos que se daba a los capitanes de cada embarcación para que aprestaran a sus tripulaciones a los remos, terminaran de realizar la carga que pronto partirían. El capitán del drakar dio las órdenes oportunas y los hombres corrieron rápido a situarse en los lugares previamente convenidos para asir los remos. Los marineros comenzaron a soltar las amarras y comprobaron la sujeción de las jarcias.
A Gunnar, por ser uno de los nuevos, se le había colocado en la parte de atrás de la embarcación, y en la parte del remo más próxima al centro del barco. No había pasado más que unos minutos y un largo sonido de un cuerno dio la señal de partida, y cuando aún no se había dado ni siquiera la orden de zarpar, los habitantes de la aldea, en su gran mayoría, mujeres, niños y ancianos, vitoreaban a los barcos y agitaban prendas para que les vieran desde las naves, sus hombres: padres, hermanos, novios, a los que algunas mujeres despedían como si fuera la última vez que volverían a verlos, y de hecho así era en muchas de las ocasiones. Los drakars salían de los fiordos juntos, pero a vuelta sería un cuentagotas constante desde el final del verano, en que volvieran los más rápidos, a uno o dos años que volverían los últimos. Ninguno volvía con la tripulación al completo, algunos no volvían nunca, y no habría alboroto a la vuelta, en la aldea, sabían que al día siguiente se oficiarían los funerales de los que faltaban.
5
El segundo toque de cuerno dio aviso a los capitanes de cada embarcación a dar las órdenes de partida, así que en cada barco, comenzaron los remos a moverse al unísono, en una marcha al principio lenta y luego constante que hacía que los barcos grandes salieran navegando del muelle. En el que iba Gunnar se puso en la posición cuarta, de los que comenzaban a navegar por las aguas tranquilas del fiordo. Aquello era espectacular, como más de cuarenta drakars no sólo no chocaban entre ellos al partir, sino que parecía que se posicionaban en un orden concreto y predeterminado con anterioridad.
Las paredes de fiordo en algunos casos, casi verticales, se cubrían de brumas y hacían imposible en algunos sitios ver sus cumbres que no dejaban de manar agua en miles de hilos por entre las rocas.
A medida que el barco de Gunnar avanzaba, la aldea se iba haciendo más pequeña, aunque él no pudiera verlo por la posición que tenía en el barco, de espaldas a popa, y en la parte interior. El barco navegaba tan sólo por el impulso de los remos, las aguas estaban tranquilas y el viento era escaso. De todas formas, la navegación por los fiordos casi siempre se hacía a remo, en exclusividad. Los remeros iban cogiendo el ritmo poco a poco y lo que en un principio parecía un caos de barcos en el muelle, se convirtió en una formación de drakars navegando por el fiordo en columna de a dos, perfectamente acompasados.
Desde las orillas, allá donde había alguna granja, sus habitantes saludaban al paso de los drakars, con alegría, con ilusión y con tristeza, pues todos ellos tenían un familiar en alguna embarcación.
Al poco de salir y tras unos minutos navegando se pudo ver una gran cascada que vertía sus aguas en el fiordo, en su parte derecha. Gunnar, sin dejar de remar, la miraba extasiado, era de una belleza sin igual. Siguieron avanzando y tomaron una ligera curva que describía el fiordo a la izquierda, y entonces al salvar las rocas que había en un principio, se pudo observar una pared de roca, a la derecha en la que cascadas en número de siete vertían sus aguas al fiordo, como hilos de agua que caían apaciblemente. Pero hubo algún alboroto, cuando la mayoría de los remeros, que era la primera vez que recorrían navegando el fiordo, vieron frente a esas siete cascadas, en el otro lado, una cascada que violentamente echaba con fuerza las aguas al fiordo, y que venía de lo más alto de las rocas, y que las brumas ya disipadas permitían ver. Al principio era un solo hilo casi inapreciable a unos mil metros de altura, pero lo que llegaba al fiordo lo hacía con una fuerza descomunal.
Después el fiordo se abría en dos ramas, la de la izquierda daba a una localidad junto a un torrente de agua enorme, de donde salieron más drakars para unirse a la comitiva que ya navegaba, con el sonido de los cuernos a lo lejos y el natural algarabío de las gentes, familiares y amigos que los despedían. Desde los drakars grandes que navegaban en primer lugar, se saludó con sonidos de cuernos a los que se unían.
Cogieron el brazo de la derecha del fiordo, y en un mar entre montañas, podía decirse, siguieron navegando hacia mar abierto. Desde luego los paisajes desde este nivel eran nuevos para Gunnar que sin dejar de remar, los observaba maravillado y hasta orgulloso de su tierra, muy hostil, en gran parte del año, pero su tierra al fin y al cabo.
Después poco a poco llegaron a la unión del fiordo con el mar, y las brumas volvieron a ocupar las altas cumbres, parecía que las brumas, pegadas a las paredes de las rocas no se quisieran desprender de ellas. También se encapotó el cielo y los leves momentos en que el sol brilló anteriormente desaparecieron de nuevo, con las vistas de las islas de la entrada del fiordo. El viento comenzaba a soplar ligeramente, pero ellos seguían remando al mismo ritmo que traían aguas atrás. El timonel del barco, como todos los de la flota, se sabía el camino de memoria, pero no iban todas embarcaciones en la misma dirección, algunos tomaron dirección oeste, por lo que bordearon una isla por su derecha, otros pasaron por su izquierda, y el barco de Gunnar y otros dos más, que según le habían dicho iban juntos tomaron dirección sur, girando a la izquierda y comenzando a navegar a cabotaje dirección sur. Cuando Gunnar preguntó que a dónde iban los demás barcos, los compañeros remeros le indicaron que unos iban a Islandia, y Groenlandia los que más, y algunos iban a Escocia, Irlanda e Inglaterra, y otros a las islas del mar de norte, pero que ellos iban al sur, a un gran mar cálido, el Mediterráneo, que por eso su campaña duraría dos o tres veranos, porque estaba más lejos y para una campaña normal de un verano no merecía la pena viajar hasta allí. Mientras casi toda la flota iba a bases ya establecidas de vikingos en Islandia, Groenlandia y Escocia, ellos iban más allá, pues hasta entonces, y en territorio sarraceno, tan sólo se había hecho una incursión con una gran flota, más allá de Sevilla, en el levante ibérico, pero que se unirían probablemente a vikingos daneses en Normandía.
—Mi abuelo estuvo en la de Sevilla, —dijo Gunnar todo orgulloso.
—El mío murió allí, —dijo algo triste, su compañero de remo.
Seguían haciendo navegación de cabotaje, y las brumas persistían como pegadas a las rocas de las islas y acantilados de la costa, según descendían se cruzaban con otros drakars que de fiordos más al sur iban en dirección contraria, seguramente a Islandia o Escocia, con lo que los saludos entre los tripulantes de los barcos era continuo. En un momento dado, el viento comenzó a soplar más fuerte a medida que se iban alejando de la costa y el capitán dio las órdenes oportunas para que desplegaran la vela del barco. La tela se hinchó con la fuerza del viento y el barco tomó nuevos bríos en la navegación. El capitán dio la orden de recoger los remos y dejar de remar, a partir de ahí navegarían con el viento, hacia el sur, siempre hacia el sur.
Para orientarse, el capitán manejaba un cristal al que daban en llamar la piedra solar y con ella eran capaces de situar con mucha aproximación la situación del sol, aun cuando no lo vieran por las eternas brumas del norte que cubrían los mares y océanos, durante el largo día de verano (que dura meses), lo que les imposibilitaba guiarse por las estrellas.
Dice una vieja leyenda vikinga que los marinos, para encontrar su camino en el océano, utilizaban una «piedra solar» brillante que, elevaba da hacia el cielo, revelaba la posición del Sol incluso en un día nublado. Suena a magia, pero los científicos creen haber resuelto el misterio. La mítica piedra solar podría consistir, en realidad, en unos cristales polarizadores. Este instrumento podría haber ayudado a los antiguos marinos a cruzar el Atlántico norte. El informe se publica en la revista Philosophical Transactions of the Royal Society B1 y que recoge Nature online. Los vikingos, lobos de mar de Escandinavia que viajaron a lo largo y ancho del Norte de Europa, las Islas Británicas y el Atlántico norte de los años 750 a 1050, eran excelentes navegantes, capaces de cruzar miles de kilómetros de mar abierto entre Noruega, Islandia y Groenlandia.
Posiblemente, la luz diurna perpetua durante la estación de verano en el extremo norte habría evitado que usaran las estrellas como guía para posicionarse, y la brújula magnética aún no se había introducido en Europa, aunque habría tenido un uso limitado tan cerca del polo norte. Pero las leyendas vikingas, que incluyen la saga islandesa centrada en el héroe Sigurd, apuntan a que estos marinos tenían otra ayuda de navegación a su disposición: una «sólarsteinn». Una piedra solar. La saga describe cómo, durante los días nublados o cuando azotaba la nieve, el rey Olaf consultaba a Sigurd sobre la posición del Sol. Para comprobar la respuesta, Olaf «sostenía una piedra solar, miraba al cielo y observaba de dónde procedía la luz, a partir de lo cual adivinaba la posición del invisible Sol».
En 1967, Thorkild Ramskou, un arqueólogo danés, sugirió que esta piedra podría haber sido un cristal polarizador como el espato de Islandia, una forma trasparente de calcita que es común en Escandinavia. Funciona así: La luz contiene ondas electromagnéticas que oscilan de forma perpendicular a la dirección en la que viaja. Cuando las oscilaciones apuntan todas en la misma dirección, la luz está polarizada. Un cristal polarizador permite que pase a través de ella sólo la luz polarizada procedente de ciertas direcciones. Por esto, Ramskou defendía que, sosteniendo un cristal de calcita ante el cielo y rotándolo para comprobar la dirección de la polarización de la luz que pasa a través de él, los vikingos podrían haber deducido la posición del Sol, incluso cuando estaba oculto tras las nubes o la niebla, o estaba justo bajo el horizonte. Los historiadores han debatido la hipótesis desde entonces.
La tierra quedaba a sus espaldas, y estando descansando Gunnar, se quedó absorto en sus pensamientos, sobre las perspectivas de la aventura, pensaba en ese mar al que iban, en Sevilla, en la aldea que dejó atrás, en su tierra que no sabía si volvería a ver, en Finna, con la que había soñado que hacía el amor tan placenteramente la noche anterior, o quizás no fue un sueño, se preguntaba.
Las brumas del norte se disiparon y dejaron pasar a un sol radiante, mientras tres drakars, navegaban hacia el sur, y Gunnar se debatía en sus dudas sobre su sueño.