Capítulo XV: Agua, rocas y hielo
1
El fiordo
Faridah no era como Gunnar, no era vikinga, no llegaba a su tierra, lo que todo era alegría para Gunnar y sus compañeros, para ella tan sólo eran temores, preguntas sin respuesta. Ella no veía aquella tierra como algo suyo, sino que la veía como algo extraño, y desde luego lo era para ella. Se aferraba a su hija que estaba asustada por los toques de los cuernos retumbando por todo el fiordo.
Los ecos de los sonidos al chocar con las altas paredes que delimitaban el fiordo, aún engrandecían más los sonidos, y los mezclaban con los que producían los cuernos al ser tocados. En realidad, aquella era una sinfonía de toques que partiendo de los drakkars y de las aldeas de las orillas del fiordo, hacía que los guerreros se sintieran orgullosos a cada momento, y ese orgullo, en aquel momento se manifestaba con una disciplina en el remar, como nunca la habían realizado. Las naves surcaban las aguas tranquilas por impulso del orgullo de los vikingos que regresaban a su tierra.
La entrada al fiordo se podía decir que era un auténtico laberinto, formada por multitud de islas y penínsulas, cualquier navegante que se acercara al lugar sin conocer cuál era el canal que tenía que seguir podía perderse con facilidad. Se había virado varias veces y por distintos canales, o al menos eso le parecía a Faridah.
Aunque en un principio las islas y penínsulas le parecieran, aquel día de espesas brumas, fantasmagóricas y hundidas en el océano, poco a poco su vista fue acostumbrándose al paisaje, pero cuando entraron en el fiordo propiamente dicho, sus ojos se elevaron por las paredes de roca, por entre las cuales caían numerosas cascadas, y arriba, a veces la bruma le dejaba ver algo que hizo que se le agrandaran los ojos enormemente, por su sorpresa.
— ¿Aquello es nieve?—, preguntó a Gunnar, sin poder llegar a creerlo, pues estaban en pleno verano.
—Si Faridah, es nieve, aunque estemos en el verano, la nieve no se quita del todo de las cumbres. Ya verás que el clima aquí es distinto del sur. También lo son los paisajes, como puedes ver—, añadió.
Y tanto si lo eran, pensó Faridah, el fiordo era como un gran lago, pero con acceso al mar, estaba rodeado de acantilados verdes por donde caían cascadas, se supone que directamente del deshielo de la nieve, y caían desde gran altura, moldeando las rocas. Todo ello estaba cubierto por una capa de bruma que imposibilitaba ver la mayoría de las veces las cumbres de esas paredes, pero cuando se veían, se veían llenas de un manto blanco que para ser en el verano parecía inconcebible.
Cascadas a la izquierda, cascadas a la derecha, al fondo del fiordo, en las montañas más lejanas, en las más próximas. Todas vertían sus aguas al fiordo, a veces directamente, con una violencia inusitada, y con un ruido ensordecedor, otras con un cuidado que hacía que no se apreciara la conjunción de las aguas en la superficie.
Los remeros no miraban el paisaje, se lo conocían de memoria, eran de allí. Ellos sólo remaban, al unísono, nadie les marcaba ya el ritmo, se lo marcaba su corazón y no eran los latidos. Incluso les quedaban unos 12 kilómetros para llegar a la primera de las aldeas donde se quedaría una de las naves.
La de Gunnar y Faridah habrían de pasar todavía por las cascadas más bonitas del fiordo hasta llegar a la suya.
Aquella primera aldea estaba a la derecha de una cascada que bajaba con gran virulencia hasta el fiordo, se llamaba Hellesylt que se encuentra en la rama Storfjord, del Sunnylvsfjord, que es como se llama en realidad el fiordo. En la rama Geirangerfjord al final, es donde se encuentra la localidad de Geiranger, donde iba la otra nave.
2
Geiranger
El drakar donde iban Gunnar y Faridah se acercaba a la localidad de Geiranger, tras haber pasado una serie de cascadas a las que Faridah había mirado asombrada, puesto que eran enormes, en altura, y el agua que vertían sobre el fiordo, lo que le había dado la referencia de su tamaño con respecto a la nave en que viajaban, cual si se tratara de un simple palillo en las aguas del fiordo.
Al fondo, Geiranger aparecía entre ruidos de cuerno que anunciaban la llegada del drakar. No era una gran población, ni tan siquiera merecía el nombre mayor de aldea, pero era donde se dirigían, y ella comenzó a tener sus temores.
Detrás de la aldea, se podía ver cómo había un río o cascada que vertía sus aguas y como las orillas de aquel se convertían en laderas, que cuando las brumas se disipaban, de vez en cuando, dejaban ver grandes acantilados repletos de pequeños hilos de agua que caían desde gran altura, por entre las rocas. Y al final, la nieve y el hielo.
Aquel era un mundo distinto del que había conocido hasta entonces, y como la había dicho Gunnar, no era más que agua, roca e hielo. La parte destinada a las granjas era ínfima.
Cuando llegaban a Geiranger también era verano, las aguas del deshielo constituían las cascadas que vertían sus aguas al fiordo. En invierno, el paisaje cambiaría completamente, y eso Faridah aún no lo sabía, aunque lo sospechaba.
A medida que habían estado navegando hacia el norte, las noches eran cada vez más cortas, y aquel era un fenómeno por el que le había preguntado a Gunnar, pues ella lo desconocía.
—Ahora las noches son muy cortas, y los días muy largos—, le había dicho Gunnar, y añadió —en junio, hay unos días que casi las noches no existen, son una especie de poca luz, una luz tenue que lo embarga todo por un par de horas o tres, sin que llegue a producirse la noche como la hemos conocido más al sur.
—A los días le ocurre lo contrario a últimos de diciembre, en realidad no aparece la luz del sol, es un resplandor tenue en el horizonte por unas horas—prosiguió Gunnar—.
Mientras Faridah asimilaba aquella información, Gunnar le dijo más.
—Verás la mayoría de las comunicaciones de esta tierra se realizan a través del mar y los fiordos, pero eso se acaba dentro de un par de meses o poco más, cuando los fiordos se congelen y no se pueda navegar.
Faridah abrió los ojos, asombrada, pensando qué frío tendría que hacer para congelar tan ingente masa de agua.
Ella preguntó entonces por las comunicaciones terrestres, si se hacían con carruajes y caballería.
Gunnar le señaló las paredes de los fiordos, los barrancos y torrentes de las lenguas de los glaciares, y le pregunto si de verdad pensaba que el caballo era un buen animal para el transporte en aquellas tierras. Se quebrarían las patas antes de recorrer media jornada por aquellas tierras, le dijo.
Ella asintió, dando muestras de comprender lo que le había dicho.
La nave atracaba en el pequeño muelle de la población, allí se encontraban muchos hombres y mujeres, pero los más bulliciosos que esperaban que fueran los niños que saltaban y reían plenamente entusiasmados ante la presencia del drakar que volvía.
Cuando se puso la pasarela, los navegantes por orden el capitán fueron saliendo de la nave, con todas sus galas de guerreros, y no fueron pocos los que recibieron los abrazos de sus madres, y amadas, además de sus hijos, algunos.
Los padres permanecieron allí de pie hasta que los hijos corrieron al encuentro y se abrazaron mutuamente.
También hubo llantos de aquellas familias que por fin comprendieron que sus hijos no iban a bajar del barco, lo cual significaba su muerte en algún lugar lejano y remoto, en algún lugar sin nombre o que lo ignoraban.
El reparto del botín se haría al día siguiente, mientras tanto permanecería en las bodegas de la nave, convenientemente custodiado por varios guerreros.
Una muchacha rubia corría hacia el barco, gritando el nombre de Gunnar repetidas veces, cuando este se disponía a dejar el barco y bajar del mismo. Detrás de ella iba un muchacho de unos tres años que no alcanzaba a su madre.
La muchacha se llamaba Finna, y al llegar a la altura de Gunnar se lanzó sobre él y lo besó con pasión. Poco después llegó el niño que se abrazó a las faldas de su madre.
La escena era vista desde la nave, por Faridah que todavía no la había abandonado.
3
—Ella es Finna—, le señaló Gunnar a Faridah—, y añadió—, es Faridah—, dirigiéndose a Finna.
Ninguna de las dos mujeres dijo nada, pero ambas se miraron, y lo hicieron como rivales. En aquellas miradas, ambas supieron que eran rival de la otra, pero Gunnar, no apercibió los pensamientos de las mujeres.
— ¿Eres su esposa?—, le preguntó Faridah a Finna.
La rubia vikinga se sorprendió por lo directa de su pregunta, y porque siendo de tez más morena y pelo negro, se notaba que no era vikinga, pero hablaba con corrección el idioma, aunque con cierto acento. Acto seguido se rió forzadamente y dirigiéndose a Gunnar, le preguntó.
— ¿Es una de tus thralls?—, menospreciando así a Faridah, al dirigirse a Gunnar.
—No Finna, si bien la he adquirido en un asalto a un barco sarraceno, y he luchado para quedarme con ella, como parte del botín, no es mi esclava, aunque antes si lo fuera, la he traído conmigo para que sea mi esposa, y la niña Meroe, mi hija.
Ante tal perspectiva, Finna, que también seguía enamorada locamente de Gunnar, no tuvo más remedio que aceptar la realidad de las cosas y se acercó a Faridah, y besándola le dio la bienvenida a la aldea, como una mujer vikinga libre lo hace con otra de igual condición.
Cuando Gunnar preguntó a Finna por el padre del muchacho que iba con ella, Finna, no pudo por menos de ruborizarse.
—No tiene padre, Gunnar—, aclarando así su condición de madre soltera.
—Y cómo se llama el chico, Finna, —preguntó Gunnar.
—Se llama igual que tú, se llama Gunnar—, respondió ella, sin poder resistirse a mirar a Faridah, con la que cruzó la mirada, y al hacer esto, la rubia Finna bajó la suya.
Faridah no tuvo más que atar conjeturas, el chico se llamaba igual que Gunnar, tenía una edad que compaginaba perfectamente con la partida de la aldea por Gunnar. A Finna se la veía enamorada de él, y a ella la había tomado como rival desde el primer momento. Estaba claro, pensaba Faridah, el niño era hijo de Gunnar, o al menos eso pensaba.
Cuando se dirigían a la aldea, Gunnar y Finna iban en cabeza y Faridah, acostumbrada durante tanto tiempo que fue esclava, a marchar detrás de su amo, lo hacía de esta forma, llevando a su pequeña en brazos.
Al llegar a la casa de Finna, y tras los saludos a los padres de la muchacha, y tras presentar a Faridah, como su esposa, acordaron el alquiler de una habitación en la casa para pernoctar mientras estuvieran en la aldea, pues era propósito de Gunnar ir a la casa familiar, en cuanto hubiera dispuesto lo necesario para establecerse allí mismo.
Gunnar pensaba comprar algunas tierras y hacerse construir casa y establos para la granja que pensaba llevar en las inmediaciones de la aldea. Había traído un tesoro y tenía de sobra para eso y más.
Estuvieron allí todavía unas dos semanas más. En ese tiempo Gunnar había recibido su parte del botín, había pagado las tierras que había comprado cerca de la localidad, en el margen izquierdo del torrente que desembocaba allí desde las cumbres nevadas. También había dejado pagada la casa que le construirían durante lo que quedaba de verano y el siguiente invierno, los establos, y edificios anexos.
Había apalabrado y pagado también parte de la ganadería de la que se haría cargo en la primavera del próximo año, al regreso a la aldea.
4
Hacia las tierras altas
Gunnar iba a pie, era un vikingo, y estaba acostumbrado a andar por aquellas pendientes de esa manera, pero en este viaje llevaba a Faridah y a Meroe, y la primera no podía hacer aquel trayecto a pie. Había comprado un caballo para ellas y otros tres para la carga, botín y pieles y enseres que había comprado para regalar a toda su familia.
De haber hecho el trayecto a pie solo, si hubiera salido temprano hubiera llegado unas doce o catorce horas después donde vivía su familia, claro que lo hubiera hecho por la parte escarpada de las paredes rocosas que dan al fiordo.
Al ir con caballería, no podría viajar por aquellos senderos donde los caballos no podían pasar, y lo estaba haciendo por la parte menos pronunciada de las pendientes que iban al fiordo, por la parte donde corría el torrente de agua que desembocaba en el fiordo en Geiranger.
Cuando llegaron a un alto, desde donde se divisaba la aldea, le indicó a Faridah que mirara hacia ella. A la joven le costó localizar la aldea, por dos circunstancias concretas, las brumas que en algo imposibilitaban la visión tiñendo de un manto gris brillante todo y la otra circunstancia era el verdor de los tejados de las casas y establos, en general de todas las construcciones de la aldea.
Gunnar le explicó que respecto de las construcciones, la forma básica del edificio era la misma: rectangular, a veces con muros curvos y de longitud variable. La anchura, sin embargo, no solía medir más de cinco metros y dependía de las dimensiones de las vigas de madera que soportaban el techo. Éstas eran a su vez soportadas por dos filas de postes que recorrían la longitud del edificio y lo dividían longitudinalmente en tres secciones, que consistían en una nave central y dos naves laterales bastante más estrechas.
En vez de chimeneas y el humo del hogar salía por claraboyas en el techo que estaba cubierto de paja, tepe o tablillas de madera, según la disponibilidad de materiales locales, que se llamaba zarzo. Sin embargo, las tablas de madera se sustituían por cortezas de árboles.
Gunnar le hizo ver a Faridah la aldea desde esta altura por que en días anteriores Faridah le había preguntado por qué razón los vikingos recubrían los tejados de hierba en sus construcciones. Eso le había chocado mucho.
En primer lugar, Gunnar le dijo que ese tipo de tejados era muy eficaz para aislar las viviendas del frío, pues sobre el zarzo se ponía tierra y sobre ella crecía la hierba. Esta hierba se mantenía cortada de dos maneras diferentes, o bien subía el dueño de la construcción a segarla de vez en cuando, o se subía una o dos cabras al tejado, dependiendo de su superficie, y pastando tranquilamente mantenían segado el césped a una altura ideal.
Otra razón, tan importante o más que la primera, es que al estar las casas en las partes bajas, junto a fiordos o ríos, y en los valles, el tejado de hierba las hacia confundirse con el paisaje, pues los enemigos posibles siempre venían de las tierras altas.
Seguían ascendiendo lentamente bordeando las laderas de las montañas, lo que hacía la subida más tranquila, pero muy lenta. Al llegar a la cumbre, deberían hacer noche y descansar, para el día siguiente reanudar la marcha ya por las altiplanicies.
Gunnar había llevado todo lo necesario para acampar, y hacer llevadero el viaje a Faridah y Meroe. Cuando tuvo dispuesto el campamento, a la abrigada de unas rocas y un saliente, junto a una pequeña cascada que les aprovisionaría de agua, comieron algo de carne seca, salmón ahumado y bebieron leche.
Mientras Faridah amamantaba a Meroe, Gunnar tensaba los vientos de la tienda de campaña que había improvisado con unos cueros cosidos al efecto, y acomodaba las mantas para pasar la noche. Tendrían que dormir muy juntos y con la niña entre ambos, para guardar el calor. Era verano, pero las noches a la intemperie eran frías. En realidad, noche sólo sería poco más de tres horas en aquella época, pero había que dormir y recuperar fuerzas.
También había montañas más altas, cubiertas de hielo y nieve, a pesar de estar en el verano.
Al día siguiente, retrocederían hacia el fiordo, por las altiplanicies y bajarían al valle donde se encontraba la granja de la familia de Gunnar.
5
La mañana siguiente, si contamos desde que se despertaron, puesto que la luz hacía horas que había vuelto, comenzó con una fina capa de lluvia que caía, lenta pero constante, y que empapaba todo cuanto a su alcance estaba.
A las brumas se le unieron las cortinas de agua que hacían casi imposible ver en la distancia, y que se preveía duraría si no días, al menos sí horas. En aquel lugar, debajo del saliente rocoso y resguardados del viento por otras rocas, aunque la humedad era elevadísima, la temperatura no era fría y podían estar secos, por lo que Gunnar decidió no continuar el camino hasta que amainara la lluvia, pues de haber continuado, no sólo se habrían calado hasta los huesos, sino que corrían el peligro de perderse, debido a la poca visibilidad.
Tenían comestibles, además de carne seca, y no tenían tanta prisa para arriesgarse sin motivo.
Permanecieron en el lugar más de dos días, tiempo durante el cual no paró de caer agua, a veces y debido al viento que hacía remolinos, tuvieron que resguardarse debajo del cuero y con las mantas, para no mojarse.
Faridah estaba tomando consciencia de la naturaleza de la tierra donde iba a vivir, muy distinta de las que hasta ahora había conocido. Agua, roca e hielo eran los elementos más comunes de aquella parte de la tierra tan inhóspita como la que estaba conociendo.
Cuando reanudaron la marcha parecía que el sol quería aparecer entre los bancos de brumas que dominaban las cumbres a pocos metros por encima de sus cabezas. Ahora se dirigían hacia la margen izquierda del fiordo, hacia aquella parte que desde la aldea era dominada por un gran macizo rocoso, en donde multitud de hilos de agua de más de quinientos metros de altura vertían sus aguas directamente en el fiordo. Estaban retrocediendo hacia la entrada del fiordo le había dicho Gunnar, sólo que lo hacían por las altiplanicies.
Sabían que el fiordo estaba a su izquierda pero no podían ver sus aguas, tan sólo las cumbres nevadas del otro lado.
El camino era tortuoso, tan pronto bajaban como subían pendientes, giraban a un lado o a otro hasta encontrar el lugar idóneo donde vadear las multitudes de corrientes de agua que con diversa fuerza discurrían hacia el fiordo. La gran mayoría de ellas de poca profundidad. Tan sólo en unos siete torrentes hubo Gunnar de extremar el cuidado al pasarlas, tanto él como las caballerías. Allí no había puentes, allí sólo había rocas o árboles donde amarrar las cuerdas para poder pasar el agua con seguridad. Y en eso Gunnar, se veía, era un experto.
Tras aquel terreno lleno de torrentes, llegaron a una planicie de gran tamaño, y elevada sobre el terreno circundante, en la que no era difícil llevar el paso para las caballerías. Durante aquel trayecto, Faridah observaba su entorno, y sólo seguía viendo hielo, rocas y agua. Desde luego la tierra era inhóspita y eso daría lugar a que gran parte de la gente viviera en las pocas zonas fértiles y habitables que hubiera, lo cual indicaba que no habría gran número de habitantes.
Cuando llegaron a un lugar idóneo para acampar y pasar unas horas descansando, Gunnar le comunicó a Faridah que ahora se encontraban a la mitad del camino, aproximadamente.
Habían tomado un día para subir las pendientes junto al torrente que desembocaba en Geiranger, dos más soportando la lluvia, otro caminando, y llevaban cuatro. Aún estaban en la mitad de camino, así que si todo iba bien les quedaba como dos días más hasta llegar a la granja de donde era Gunnar.
Ella pensó que allí pasarían el invierno, y conocería a la familia de Gunnar, lo cual le embargaba el ánimo, pues no sabía cómo la aceptarían. Todavía pensaba de sí misma como esclava, y eso le hacía que se menospreciara.
6
A un día de marcha de la granja, habían tenido que parar y resguardarse de la fina y constante lluvia que no cesaba de caer desde hacía ya tres días.
Tenían ropa engrasada para la lluvia, pero Gunnar no quería marchar, por el peligro que suponía para Meroe tanta humedad y la falta de visibilidad que aumentaba con las cortinas de lluvia que se sumaban a las brumas y nieblas que había en algunas zonas.
Estaban descansando en el abrigo de las rocas y bajo el cuero, cuando de pronto Gunnar abrió los ojos, y levantó la cabeza como queriendo oír algo. Sigilosamente se apartó de Faridah y se irguió. Oteaba a través de la lluvia, a través de las brumas y no veía nada, pero Gunnar estaba alerta, algo pasaba.
Faridah que se había desvelado al separarse de ella Gunnar, abrió los ojos, y lo vio, lo vio expectante, nada dijo, pero se temía lo peor. Si Gunnar se había alarmado, era por algo. Lo vio acercarse a uno de los animales, no le importaba mojarse.
Estaba recogiendo su cota de malla, y se la ponía, se puso su casco. Antes se había calzado convenientemente. Se ajustó el cinturón con «la espada negra» en su funda, se puso los guantes y asió su hacha.
No había duda, Gunnar iba a combatir, pero ella todavía hasta ese momento no sabía contra que o contra quienes.
Poco a poco, casi sin llegar a percibir los cambios en los sonidos, a sus oídos llegaron los ruidos de los cascos de caballos sobre las rocas, y palabras. No había duda, más adelante, sin que se pudieran ver, aún, entre las brumas y el agua, alguien venía.
Gunnar se acercó a Faridah, y le dio un beso de pasión en los labios, correspondiéndole ella con igual o más pasión si cabe. Le entregó un puñal y la miró a los ojos, sin decirle nada, pero ella comprendía lo que quería decirle.
Volvió a levantarse, y al darle la espalda a ella mientras avanzaba unos pasos, se volvió a colocar el casco y agarró el hacha de combate con las dos manos. «El hacha Gunnar» estaba dispuesto a luchar.
Faridah guardó el puñal, y observó a su hija que dormía plácidamente ajena al peligro que se acercaba hacia ellos.
Reinaba un silencio especial, Faridah podía escuchar el ritmo pausado de la respiración de Gunnar, y por encima de sus propios latidos, los del corazón de Gunnar, o eso le parecía sentir. Tenía miedo, pero no le diría nada a Gunnar, no le distraería, ahora que estaba concentrado en evitar la muerte que se acercaba.
Entre las brumas y las cortinas de agua, comenzaron a dibujarse unas sombras, sombras de hombres a caballo. Las monturas iban al paso, los cascos así lo denotaban al chocar con la roca. Sus figuras se recortaban en el resplandor que tenían detrás, y entre la lluvia y las brumas, se asemejaban a sombras negras.
A cada momento estaban más cerca, y aunque ellos no podían ver a Gunnar y el campamento, por tener detrás rocas, algo debió de presentir el que iba en primer lugar, pues se pararon de golpe. Sus monturas se pusieron en fila. Eran cuatro o cinco jinetes que entre las sombras se pudo apreciarse que agarraban sus escudos y asían sus espadas que levantaban en alto. Iban a atacar.
Gunnar miró por última vez a Faridah e hizo el movimiento que pondría el hacha en posición de matar.