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Capítulo XVII: La esclava del Hersir

1

Voss, invierno de 937

Faridah estaba atada por las muñecas con una cuerda que sujetaba sus brazos a lo alto de una argolla de una viga de madera que atravesaba la estancia del Hersir de Geiranger.

Estaba completamente desnuda, sin ninguna tela o joya que ocultara parte alguna de su cuerpo, ni siquiera tenía bello en sus partes íntimas, costumbre que había adquirido desde que su amo fuera el árabe Ibrahim.

Había atendido a su hija Meroe, y tras dejarla acostada se había presentado en la estancia, como le había ordenado su amo, el hersir. Ella sabía la noche que iba a tener. Sería una noche de sexo y lujuria, en la que ella, sin que su amo lo supiera, disfrutaría lo más posible.

Después de ser atada por un ayudante de cámara del hersir, se quedó sola esperando que apareciera, imaginado las cosas que iba a hacerle, y sin poder evitar excitarse.

Cuando poco tiempo después apareció el hersir en la estancia, ella se estremeció, pero no lo hizo de miedo, aunque se lo tuviera, lo hacía de placer, en esos momentos mandaba su cuerpo y no su corazón.

Aquel hombre cogió unas tiras de cuero unidas en su extremo por un mango que sujetaba con su mano y comenzó a azotar a Faridah en sus glúteos. No le dolía en demasía, digamos que era soportable el dolor que le infringía, pues no era ese el cometido que pretendía su verdugo, sino que era el ponerle las carnes rojas, carmesí, pues eso le excitaba. La insultaba mientras lo hacía, para humillarla aún más. Faridah disfrutaba con aquellos castigos. Desde que fuera sometida por su amo Ibrahim, no en un principio, pero sí después había aprendido a disfrutar de los castigos de su amo, y a veces tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no llegar así a la culminación por miedo a que su amo se lo reprochara.

Los azotes se desviaron a la entrepierna, y ella por indicación de su amo, y con sumo gusto, abría las piernas lo más que podía, para llegar a abandonarse con cada azote que le propinaba. La castigaba con la humillación de azotarla todas las noches, y ella disfrutaba de aquellas caricias del cuero, pero no osaba decirle nada a su amo, pues su amo pretendía que no sintiera placer en la humillación.

Cuando más la humillaba, más excitada se encontraba Faridah. Ella misma se aguantaba para no llegar al clímax, cosa que había aprendido cuando su amo Ibrahim no se lo permitía, y sólo lo hacía cuando él le daba permiso para hacerlo, que eran las menos veces. Pero el hersir no sabía de esas cosas, su afán de venganza sólo alcanzaba la humillación de azotarla y poseerla por diversas partes de su cuerpo, partes todas ellas en las que Faridah encontraba gran placer. Faridah no hacía ascos a ninguna de las maneras que la poseyera, era tan experta en eso que aun cuando la sodomizaba, la mayoría de las veces también alcanzaba el clímax.

Después cuando se recuperaba el hersir de su eyaculación, le pedía encarecidamente que le contestara a las preguntas de siempre.

— ¿Qué eres?

—Una esclava, mi señor—, contestaba Faridah.

— ¿De quién eres esclava?

—Soy vuestra esclava, mi señor—, contestaba Faridah.

— ¿Qué es lo que más te gusta?

—Que me sometas cada noche, mi señor—, contestaba Faridah.

— ¿Disfrutas con tu amo?

—Todos los días, mi señor—, contestaba Faridah.

— ¿Serás siempre mi esclava?—, terminaba diciendo el hersir.

—Sí mi señor, es lo que más deseo, ser siempre tu esclava.

Seguramente ella había disfrutado más que él, pero eso no lo sabría nunca, Faridah no estaba dispuesta a decírselo.

Desde que era esclava del hersir, todas las noches, absolutamente todas las noches, la azotaba, la humillaba, para penetrarla y usarla como a una bestia, la mayoría de las veces contra natura, y todas las noches ella disfrutaba, cada día más. Sus aprendizajes como esclava sometida a tormentos desde el principio habían hecho de ella una mujer con un ardor sin precedentes. Su deseo sexual estaba a todas horas a flor de piel, y gozaba con cada caricia o castigo que se le infringiera. Qué lejos quedaba la dama cristiana de aquella ciudad de Miróbriga. Ahora era una esclava, una esclava para el placer sexual de su amo, pero sobre todo ella era la que disfrutaba.

El hersir era un comandante militar de un hundred de comprometida alianza con un hold, jarl, caudillo o rey. También aspiraban a ser terratenientes y, como la clase media en muchas sociedades feudales, apoyaban a la monarquía en su centralización de poder. El hersir a menudo equipaba un casco cónico y una especie de cota de malla, espada y generalmente un escudo de madera. Eran conocidos por sus habilidades con las armas, especialmente el hacha de guerra a una o dos manos. Era un guerrero vikingo habituado a la lucha cuerpo a cuerpo, normalmente formaba parte de un muro defensivo de escudos conocido como «skjaldborg» y la ofensiva «fylking», con los escudos colocados en cuña formando una estructura en zigzag. Las formaciones hersir eran excelentes para choques con tropas de infantería, pero absolutamente estériles frente a una carga de caballería.

A finales del siglo X, la independencia de los hersir desaparece para convertirse en un sirviente regional de la corona noruega.

2

No sólo se dejaba someter cada noche por su amo, sino que además atendía a su amo en todas sus necesidades de comida y vestidos, como una sirvienta doméstica, sólo que ella era su esclava.

A Faridah le había cambiado la vida desde aquel día en que su amo le preguntó delante de sus hombres, si voluntariamente aceptaba ser su esclava. Ella sin duda alguna, y alzando la voz había dicho que sí, que voluntariamente se sometía a su amo el hersir de Geiranger en calidad de esclava suya, convirtiéndose de forma voluntaria en thrall, conforme a las costumbres vikingas y a los ojos de los hombres del hersir.

Desde aquel día había atendido todo lo referente a las necesidades de su amo, tanto en el viaje a Voss como en sus estancias en esta localidad.

Quién le iba a decir a aquella joven enamorada de Gunnar que en su ausencia se iba a declarar a sí misma esclava de otro hombre, con el que en base a las vejaciones que le infringía disfrutaba sexualmente.

Claro que aquello no hubiera ocurrido si Gunnar no se hubiera ido a cazar alces; ella hubiera estado protegida y amada por Gunnar, en la granja de su familia.

Desde la marcha de Gunnar a cazar, junto con su padre y dos criados, habían pasado dos semanas o poco más, cuando el hersir de Geiranger llegó en solitario a la granja donde tan sólo estaba ella, con su hija Meroe y la madre de Gunnar.

Estaban ocupadas en los quehaceres de la granja; la madre de Gunnar le indicaba a Faridah cada día las tareas a hacer, hasta que ella debido a la experiencia de varios días y la acumulada en la granja de Normandía donde pasó un otoño y un invierno ya las realizaba sin tener que esperar a esas directrices.

Cuando lo vieron llegar pararon en sus tareas, con la incertidumbre de saber quién era. El jinete se identificó como el nuevo Hersir de Geiranger, y cuando se quitó el yelmo, pudo ser reconocido como natural de aquella localidad por la madre de Gunnar, lo cual tranquilizó a las dos mujeres.

Cuando bajó del caballo, y desde el primer momento, fue muy amable con las mujeres, incluso jugueteó con Meroe. Cuando la madre de Gunnar le ofreció quedarse a comer en la granja, pues en poco tiempo sería la hora de hacerlo, él aceptó muy amablemente.

Durante el transcurso de la comida hubo una conversación variada, él comentó que hacía poco tiempo era Hersir de Geiranger, y que había sido nombrado por el Jarl de Voss, a donde se dirigía.

La madre de Gunnar comentó que los hombres de la granja se habían marchado al norte a cazar alces y que no volverían en todo el invierno, y lo harían al final de la primavera, dentro de unos cuatro a cinco meses, cuando tuvieran llenos de pieles y carne los cinco trineos que habían llevado.

En un momento dado y mirando directamente a Faridah le hizo una observación, mientras sus ojos denotaban puro deseo.

—Ya veo, que sigues siendo tan hermosa como el día que te capturamos en el barco sarraceno, aunque entonces llevabas menos ropa encima de tu cuerpo.

—Mi señor, aquellos tiempos ya están olvidados, en la actualidad soy la esposa de Gunnar, y vivo en esta granja con su familia—, contestó con toda amabilidad Faridah, sabiendo la mirada de lascivia de su interlocutor.

La conversación fue cambiada bruscamente por el hersir, preguntando qué tal se habían dado las cosechas y la producción de los animales aquel último año. Él estaba allí para recibir los impuestos anuales y llevarlos al Jarl en Voss.

—No tenemos dinero, bien lo sabéis mi señor, pero cuando mi esposo y mi hijo Gunnar regresen, os haré llegar la suma que me digáis, bien a Voss o bien a Geiranger, como decidáis.

El invitado no dijo nada, sólo se levantó de la mesa, pues ya había acabado de comer, y salió, poniéndose su armadura, y sus armas al cinto. Se abrigó con la capa de piel que llevaba, y cogió su yelmo.

Las mujeres le acompañaron al exterior, para despedirse, pues parecía que iba a marchar.

3

En un momento dado, el guerrero desenvainó su espada y dio muerte de un solo tajo en el cuello a la altura del hombre a la madre de Gunnar. Los ojos de Faridah se abrieron como si fueran a salirse de la cara. Incrédula, no pudo ni siquiera gritar, de su garganta salió un grito gutural ininteligible para cualquier ser humano. El miedo la paralizó por completo ante lo inesperado del ataque.

Ni siquiera comenzó a huir, ni pudo reaccionar para ayudar a la madre de su amado, que por otra parte poco podía hacer, pues no había caído al suelo su cuerpo y ya se encontraba muerta.

Faridah miró aterrada al hersir, y cerró los ojos, sabedora de que la iba a matar.

—Levanta esclava—, le dijo a gritos el hersir, y añadió —ve por tu hija mientras yo acabo con todo lo demás, vendrás conmigo y serás mi esclava para siempre.

Mientras ella atemorizada corrió a por su hija, no vio que el hersir daba muerte a todos los animales de la granja, uno por uno los iba hiriendo de muerte con su espada, caballos, menos dos que salieron huyendo, vacas, cerdos, ocas, todo ser viviente murió a manos de aquel guerrero que en cada golpe de espada parecía descargar un terrible odio hacia todo aquello.

Cuando Faridah se atrevió a salir de la casa, con su hija en brazos a la que intencionadamente tapaba la cara, pudo observar la masacre que se había realizado en la granja. Muerta de miedo y habiendo sopesado las palabras que le dijera, se aproximó al hersir e hincando las rodillas en tierra le hizo la reverencia que le habían enseñado hace años en Medinaceli cuando la adiestraban como esclava, esperando así salvar no sólo su vida, sino la de su hija.

—Aprendes deprisa, esclava, vendrás conmigo, y te someterás a mí, en público delante de mis hombres, como es costumbre, o de lo contrario, a tu hija la separaré le cabeza del cuerpo.

—Sí mi amo, haré lo que me ordenéis, lo que me ordenéis mi señor.

Cuando el hersir quedó satisfecho con lo que había hecho en la granja, indicó a su esclava que cogiera ropa de abrigo para ella y su hija, que se iban a venir con él. Así lo hicieron, caminando detrás del caballo de su nuevo dueño, Faridah con su hija en brazos, convertida de nuevo en esclava, caminaba todo lo bien que podía detrás de la montura de su señor.

Después de juntarse con sus hombres el hersir se dirigió a la localidad de Voss, donde se encontraba el Jarl, para hacerle entrega de los tributos anuales de su distrito, y presentarle a sus fuerzas por si las necesitaba para algún menester.

En Voss la vida fue más placentera, sin los rigores del tiempo, ni el pasar las noches a la intemperie tras haber caminado todo el día con un solo descanso para comer.

Desde la primera noche Faridah fue sometida a la disciplina del látigo, suavemente, pues su dueño no quería magullarla, pero sí hacerle saber que podía hacerlo. Ella por el contrario, siendo conocedora de esa disciplina, gozaba con ella, y se relamía de gusto en sus pensamientos eróticos para después del látigo. Era algo indescriptible, su alma se revelaba contra su amo que amenazando a su hija la había esclavizado, y su cuerpo, por otro lado, respondía con ardor a aquellas caricias del cuero.

Desde la primera noche supo lo que le esperaba después del látigo, y gozó, gozó cada noche con aquellos sometimientos de que era objeto, y por el día los añoraba. Luego recapacitaba y lloraba, pues aunque gozaba con aquello, no era su esclava voluntariamente como había hecho creer a los hombres del hersir, ni siquiera lo amaba, es más lo odiaba. Faridah amaba a Gunnar, y se lo repetía a cada momento.

4

Caminaba despacio al final de la comitiva, y llevaba a su hija Meroe en su regazo, abrigada con pieles. Iba entre las caballerías que llevaban el bagaje de los guerreros, en número de veinte, que acompañaban a su señor el Hersir de Geiranger.

Iban de regreso a aquella localidad, y llevaban varios días de camino, durante los cuales habían pernoctado en tiendas de cuero que montaban en la hora que se correspondería con la noche en latitudes más meridianas, y que allí tan al norte no se correspondían con la oscuridad.

Era la primavera y los días se alargaban a pasos agigantados hasta llegar a finales de junio lo que se denominaban las «noches blancas», donde casi la noche era imperceptible, reducida a una semioscuridad, que no llegaba del todo, durante dos o tres horas a lo sumo. Las «noches blancas» aparecen las últimas semanas de junio, alrededor del solsticio de verano, en las zonas de las regiones polares en la que los atardeceres son finales, los amaneceres son principios y la oscuridad nunca es completa.

 Más al norte, le habían dicho a Faridah que la noche y el día se dividían en seis meses para cada período, pero eso era en el norte, en Laponia, donde abundan los alces, donde su querido y amado Gunnar, había marchado a cazar hacía tanto tiempo.

El tránsito de las altiplanicies aún heladas era lento y a veces había que retroceder debido a algún torrente nuevo que el deshielo de aquella época hacía imposible pasar, con lo que había que buscar otro camino. Debido a estos pormenores la marcha era lenta y no se avanzaba mucho en cada jornada.

Faridah se acordaba del perro de Gunnar, con qué facilidad buscaba, analizaba y decidía siempre el mejor camino a seguir. Kappi se llamaba, y recordaba el cariño que siempre le había profesado a su hija Meroe, por quien podía decirse era ciego. Faridah había llegado a comprender que aquel perro, a su manera, siempre estaba dispuesto a proteger a su hija.

Estando ensimismada en estos pensamientos, mientras caminaba, un par de ladridos de perro, o eso pensó ella que los había oído, la distrajeron de sus pensamientos. Miró hacia donde le había parecido oírlos, hacia adelante de la comitiva, en unas rocas que había junto a una escarpada de donde caía un torrente de agua de gran altura, como si de un hilo se tratara y que no se veía donde golpeaba en su caída.

Miró atenta, forzando los oídos para escuchar de nuevo los ladridos, si es que lo eran, pero no volvió a oír nada. Durante un buen rato no volvió a oír nada, así que desestimó el sonido anterior pensando que lo había imaginado mientas pensaba y se acordaba de Kappi.

La comitiva seguía avanzando como si tal cosa, los hombres no habían realizado ningún movimiento de respuesta a un ataque a su seguridad. Si definitivamente se había equivocado, los ladridos de un perro, dos en concreto, los debió de haber imaginado.

Poco tiempo después, y cuando pasaba la comitiva próxima a aquellas rocas de donde ella había imaginado habían salido los ladridos de un perro, en ese momento se paró, algo pasaba en la cabeza.

El hersir daba vueltas en su caballo, sin dirección alguna, hasta que tirando de las riendas, lo paró y bajó de él. Un guerrero se hizo cargo de la montura que llevó rápidamente a la parte de atrás de la comitiva, con los otros equinos de carga. Cuando estuvo cerca de ella Faridah le preguntó qué pasaba, al guerrero que llevaba la montura del hersir, y este le contestó que había sido disparada una flecha y había caído a unos metros por delante del caballo del hersir.

En esos momentos, y cuando Faridah estaba escuchando el motivo de por qué se había parado la comitiva, otra flecha caía y se hincaba en el suelo unos metros por detrás de la comitiva. Estaba claro que las flechas procedían de las rocas donde Faridah había pensado que procedían los ladridos de un perro.

5

Faridah ató cabos, los ladridos del perro podrían ser de Kappi y las flechas podían ser del arco de Gunnar. Su corazón comenzó a latir con mayor celeridad, y coloco mejor en su regazo a su hija, como protegiéndola aún más si cabe.

Los guerreros, a las órdenes del hersir y con éste, enseguida hicieron una formación de escudos con sus lanzas en dirección a las rocas de donde habían procedido las flechas. Aún no sabían con qué enemigo se enfrentaban, ni el número de los atacantes.

Detrás de las rocas, un guerrero, alto, fuerte, dejaba su arco y sus flechas, se ajustaba su espada, «la espada negra», y recogía su hacha de combate. Mirando al perro le volvió a insistir que no ladrara, con un gesto, no quería distracciones. El perro no ladró, pero comprendió la orden de su dueño. Agitaba la cola con celeridad, tras las rocas, estaban las personas, que llevaba varios días buscando.

Tras las rocas, apareció el guerreo colocándose el yelmo, y sujetando entonces el hacha con las dos manos, y entonces fue cuando lo vieron los guerreros de la comitiva y lo reconocieron todos ellos, el hersir y Faridah, hacia ellos y en actitud hostil, se dirigía un guerrero conocido por todos como «el hacha de Gunnar»

Kappi, que había salido por el otro lado de las rocas, fijó su mirada en la parte trasera de la comitiva, en Faridah y, sobre todo, en Meroe. Estaba contento pues meneaba la cola insistentemente, pero a medida que Gunnar avanzaba y el paralelamente con él, dejó de hacerlo. Su actitud era la de estar al acecho, sus patas se tensaron, su cuello se echó hacia adelante, los pelos de su lomo se erizaron. Iba a cazar, y frente a él no había alces.

El hersir reconociendo a su enemigo y sabiendo que iba por su esclava, dejó la formación y se dirigió a la parte de atrás de la comitiva, unos cincuenta pasos de donde estaba. Cuatro pares de ojos lo analizaban en sus movimientos, los de Gunnar y los de Kappi. Era la única persona que se movía en aquellos momentos. Cuando llegó a donde se encontraba Faridah, a voz en cuello, la conminó a que volviera a hacer público su sometimiento al Hersir de Geiranger.

Ella, a sabiendas que le iba a romper el alma a Gunnar, pero por temor ante la amenaza de que diera muerte a su hija su nuevo amo, dio un paso al frente, hacia donde se encontraba Gunnar, y gritó.

—Me he sometido voluntariamente como esclava suya, lo llevo siendo ya un tiempo, y no deseo otra cosa que seguir sometida a él.

Gunnar no dijo nada lo que Faridah gritaba, sus ojos sopesaban al enemigo, estaba analizando las fuerzas a las que iba a oponerse, y consideraba que eran demasiadas. Quizás pudiera matar a la mitad de ellos, aunque eso ya era ser muy optimista. Estaba claro que no podía rescatar a su amada y a su hija. Tendría que utilizar su ingenio por si daba resultado.

—Yo me fui a cazar alces, hace ya unos meses, y eso he estado haciendo durante todo el invierno. Cuando llegué a mi granja, hace dos semanas me encontré con el cadáver de mi madre congelado a la puerta de la casa, con un gran tajo en su cuello hecho por una espada, todos los animales de la granja fueron aniquilados, y mi esposa ha sido esclavizada, según ella por su propia voluntad, según yo Gunnar, bajo amenaza de muerte a ella y a su hija. He venido hasta aquí a rescatarlas, a vengar a mi madre, y por Thor que voy a hacer ambas cosas.

Los hombres del hersir comprendieron entonces la ausencia de aquel durante un día cuando estaban próximos a la granja de Gunnar. Hablaban entre ellos, eran compañeros de Gunnar, le apreciaban, y por otro lado le temían. Uno de ellos preguntó a Faridah si aquello era cierto.

Faridah no contestó, el hersir estaba próximo a ellas, si lo hacía podía causarles la muerte, y si callaba confirmaría las palabras de Gunnar, en cierto modo.

Los hombres, en un movimiento tranquilo, pausado, lento, primero unos pocos y después la totalidad, bajando la guardia de sus armas, rompiendo la formación, se fueron aproximando hacia donde estaba Gunnar, y se posicionaron a su lado. Los hombres habían creído la versión de Gunnar.

 

6

Cuando el hersir se vio a solas con Faridah y su hija Meroe, aparte de los pocos hombres que llevaban las cuatro monturas con el bagaje, se acercó más a ellas y desenvainó su puñal.

Se quitó el yelmo que llevaba puesto hasta ese momento y Gunnar pudo ver de quién se trataba, pues hasta entonces no lo había reconocido. Se trataba de Solvi, hermano de uno de los que le retaron en las Islas Cíes a muerte por quedarse a Faridah.

—Yo nunca tuve nada contigo, ¿por qué matar a mi madre, y esclavizar a mi esposa? —, le preguntó Gunnar a Solvi.

—Tú mataste a mi hermano, y aquel día en aquella playa jure vengarme de ti, haciéndote el mayor daño posible. Ella es ahora mi esclava y así seguirá siendo. Soy el Hersir de Geiranger y me debes obediencia, apostilló Solvi.

Gunnar, mientras mantenía esta conversación con Solvi, iba aproximándose más a donde se encontraban él y Faridah, necesitaba menos distancia para poder atacarlo. Solvi, que había reparado en eso, le conminó a que se detuviera o mataba a madre e hija. Gunnar se paró en seco, y no oso dar otro paso bajo aquella amenaza.

Los hombres habían decidido mantenerse al margen, la cosa era entre Gunnar y Solvi. Eso pensaba la mayoría.

Gunnar se quitó el yelmo, y retó a Solvi a singular combate a muerte para dirimir el contencioso, pero Solvi no era estúpido, y sabiéndose peor guerrero que Gunnar no aceptó.

Todo estaba parado, los hombres a un lado, Gunnar y Solvi frente a frente, estáticos ambos, uno con ganas de acortar distancias para atacar, el otro impidiéndolo para no ser atacado, con lo que seguía amenazando de palabra a la joven y a su hija.

Sólo se movía en la altiplanicie algo en lo que nadie había reparado, sigilosamente, poco a poco, con una inteligencia fuera de lo normal para un animal de su clase, Kappi se había ido aproximando a menos de diez pasos de Faridah y Meroe, en completo silencio como le había ordenado su dueño. Su cuerpo no estaba relajado y no movía un músculo que no fuera necesario para la caza, pues él era un experto cazador.

Gunnar sabía perfectamente la posición de su perro, lo veía de soslayo, pero no se atrevía a mirarlo por no descubrirlo ante Solvi. Este por su parte lo miró un instante, pero no lo consideró un enemigo, al fin y al cabo, no se trataba más que de un perro.

Gunnar entonces consideró que, dado que la distancia de Kappi era la mínima que podía tener para lanzar un ataque relámpago, hizo ademán de relajarse y apoyó el hacha en el suelo con la sola intención de que Solvi hiciera lo propio, se relajara ante el punto muerto que habían llegado en sus posiciones.

—Solvi, me dirás cómo vamos a arreglar esto—, comenzó diciendo Gunnar— yo he venido a vengar a mi madre y a salvar a mi esposa e hija, si no quieres luchar a muerte, ¿cómo deseas solventar esta situación?

Solvi sabía que él tenía las de ganar, al fin y al cabo la amenaza sobre Faridah y su hija paralizaba la acción de Gunnar.

—Yo me voy a ir a Geiranger con los que quieran seguirme, y si tú das un paso para atacarme, las mataré a las dos, ¿está claro? — dijo Solvi.

En ese momento en que Solvi se dirigía, gritando, a Gunnar, alardeando de su situación, regodeándose de ganar la partida, en ese instante, todos los músculos que había tenido en tensión Kappi, lanzaron como un resorte a su cuerpo hacia adelante, que cogiendo carrera en aquellos metros tomó un impulso tal que saltó con sus fauces abiertas al cuello de Solvi derribándolo en el suelo.

Solvi se había visto sorprendido por el perro cazador de alces, y ante el empuje de aquel y perdiendo el equilibrio había soltado el arma que tenía en su mano, preocupándose de defenderse del perro que le había clavado sus colmillos y ya no lo soltaría hasta ahogarlo.

Cuando Gunnar llegó a donde Solvi, no fue necesario darle muerte, el perro ya lo había hecho. Kappi soltó a su presa, y tras limpiarse sus fauces con los restos de nieve, se dirigió a donde estaba Faridah con Meroe en sus brazos, gimiendo y moviendo la cola de alegría. Faridah se agachó y dio su hija a oler al perro que les había salvado la vida.