CAPÍTULO 3
ADARA DETUVO SU MIRADA SOBRE EL HOMBRE QUE la sujetaba.
- No os estoy pidiendo que seáis un buen padre, Christian, y ni siquiera que os convirtáis en rey. Lo único que quiero son unas cuantas noches de pasión, que, estoy segura, le habéis dado a cualquier mujer que se os ha ofrecido.
En su barbilla se pudo apreciar un pequeño espasmo.
- Vos no me conocéis, majestad, para sacar semejante conclusión sobre mi carácter.
Era cierto, ella no lo conocía. Aun así, su deber era hacerlo entrar en razón. Por el bien de su pueblo, tenía que conseguir que aceptara. Un hijo garantizaría que Selwyn y Basilli no amenazaran Taagaria de nuevo.
Eso esperaba ella.
- Por favor, Christian. Puede que no os importe vuestro pueblo, pero a mi sí me importa el mío, y no puedo permitir que sea conquistado por un hombre que carece de escrúpulos. Un heredero solucionará nuestros problemas.
Él sacudió su cabeza como si le horrorizara su propuesta.
- Estamos hablando de un niño, Adara. Carne y sangre. Nuestra carne y nuestra sangre. Mis padres jamás me llamaron su heredero. Para ellos era su hijo. -Su pálida mirada la hirió mientras continuaba vociferando-. ¿Y cuánto tiempo creeríais que un hombre como Selwyn soportaría ver a nuestro hijo con vida? Acabáis de contarme que todos los miembros de mi familia fueron asesinados por sus parientes, de qué forma asesinaron a mis padres, y que tu prima Thera podría terminar pagando un alto precio por ayudarte. No quiero ver a mi hijo muerto por algo tan imprudente.
¿Por qué era tan obstinado? Tenía que ceder en algo. Estaban en juego demasiadas vidas.
- Entiendo y sé que estamos hablando de nuestro hijo. Nunca permitiría que mi hijo muriera. Creedme. Lo protegería por todos los medios.
Sus ojos la miraron burlonamente.
- ¿Os creéis una especie de amazona? ¿Una reina guerrera dispuesta a empuñar la espada contra vuestros enemigos?
- No, pero…
- No hay ningún pero, milady. Mi padre fue uno de los mejores caballeros de su tiempo y si pudieron matarlo como vos decís… Ése es un riesgo que no voy a correr.
Ella se dio la vuelta en la silla quedando cara a cara. Sus apuestos rasgos eran rígidos, implacables.
Aun así, ella trató de encontrar algún otro argumento para su causa.
- Entonces, cuando regreséis conmigo, quedaos allí para proteger a nuestro hijo.
- ¿Volver a qué? -preguntó con furia-. ¿A un reino que nunca me quiso? ¿Un reino que ha tratado de matarme varias veces? Yo tengo obligaciones aquí.
- ¿Qué obligaciones?
- No son asunto vuestro, pero las asumo con gran seriedad.
- Christian -intentó ella de nuevo-. Os pido que seáis razonable. Nuestro hijo gobernaría dos importantes reinos situados entre Trípoli y Antioquía. Piensa en las riquezas, el respeto y el poder que tendría.
- ¿Y qué beneficio saca un hombre ganando el mundo si pierde su alma inmortal? En la tierra hay cosas crueles y duras. Prefiero que mi hijo sea un simple herrero que sólo tenga su fragua, y no alguien constantemente perseguido por quienes desean matarlo por lo que posee.
- Es el rey y su justicia quien protege a vuestro herrero y le permite tener su fragua -argumentó ella-. Si el rey es corrupto, entonces los villanos ocuparán sus dominios y lo encarcelarán injustamente. No tendrá fragua, ni dignidad. Nuestro destino es defenderlo.
Él respondió con enorme rapidez.
- Un rey se sienta en su trono y no tiene ni idea de lo que acontece en su reino. Pero yo lo sé porque estoy en el terreno, y mientras permanezca allí, nadie le podrá hacer daño al herrero.
Ella exhaló un largo y cansado suspiro.
- Sois realmente un político, queráis o no. Pocos hombres pueden argumentar mejor que vos.
- Mi reina -intervino Lutian sensatamente-, yo veo otra solución.
Ella se giró para mirar a Lutian, que cabalgaba justo detrás de ellos.
- ¿Y cuál sería?
- Todo lo que verdaderamente necesitáis como prueba es el emblema heráldico del príncipe Christian. Regresad a casa embarazada, con el emblema, y no tendrán otra alternativa que aceptar vuestra palabra con respecto al padre de la criatura.
El caballero se quedó todavía más horrorizado ante aquella propuesta.
- ¿Y quién sería el padre de la criatura que ella presentaría como mía?
Lutian se enderezo en la silla.
- Humildemente, me someto a la voluntad de su alteza para usar mi dócil y viril cuerpo de la manera que considere necesario.
Adara soltó una risotada ante su amable oferta. Sólo a Lutian se le podía ocurrir una solución de esa naturaleza. Pero si las miradas mataran, Lutian habría sido partido en dos por la fiera mirada de Christian. -¿Cómo dices, bufón?
En los ojos de Adara apareció un brillo divertido a causa de la furia en el tono de su esposo. Sería agradable poder atribuirla a los celos, pero sabía que no era así.
- Sí -asintió ella, intentando provocar aún más a su marido-. Podría funcionar.
Christian la miró boquiabierto.
- ¿Os acostaríais con el idiota del pueblo? Lutian refunfuñó.
- ¿Se puede saber quién es más idiota? ¿El hombre que desearía ver a su hijo como rey, o aquel que tiene una mujer hermosa en su regazo, con la que ha celebrado el rito matrimonial, y le niega un trono y un reino lleno de riquezas y de personas dispuestas a hacer lo que él disponga? Si tenemos en cuenta el panorama completo, yo creo que soy el hombre más sabio aquí presente. -Lutian adelantó su caballo hasta ponerse junto a ellos, y haciendo una profunda reverencia en su silla, se dirigió a Adara-. Tomadme, mi reina, y os daré un heredero. Con gusto me acostaré con vos para complaceros.
Christian resopló mientras le advertía:
- Si te acuestas con ella para complacerla, bufón, jamás volverás a levantarte.
Lutian se puso pálido mientras alejaba su caballo de ellos… fuera del alcance del caballero.
- Muy bien, mi príncipe. -Se giró para mirar a Adara-. Os pido disculpas, mi reina, pero tendréis que arreglároslas sola.
- Lutian -gritó ella con fingida indignación-. ¿Y qué sucede con mi problema?
- Pues bien, milady -respondió el bufón en tono amistoso-, es vuestro problema. Lo siento. Yo… ejem… yo pretendo vivir una larga y fecunda vida.
- ¿Fecunda? -preguntó Christian, dirigiéndole un mirada fulminante.
Lutian torció su boca mientras elegía cuidadosamente las palabras.
- ¿He dicho fecunda? Creo que he hablado apresuradamente. Es probable que, de pronto, me haya quedado impotente. Verdaderamente, ya no puedo «estar a la altura» en ninguna ocasión. Seré viejo y estéril. Mis frutos se están marchitando mientras hablamos.
Adara lanzó una mirada reprobadora a su esposo y a su displicente reacción ante el plan de Lutian.
- No lo entiendo. Hace un momento no os importaban nada Elgedera o mi pueblo, ¿Por qué te molesta ahora quién ocupe el trono?
Christian permaneció en silencio.
- Responde a mi pregunta.
Él dirigió su fiera mirada hacia ella.
- Yo no soy uno de vuestros súbditos, majestad. Os sugiero que utilicéis un tono más amable conmigo.
- Lo siento -se disculpó ella sinceramente-. Pero quisiera saber por qué os oponeis a la idea de Lutian.
Su mirada la penetró, pero, bajo la ira, ella pudo entrever algo más. Algo que no supo precisar o nombrar.
- Primero, mi medallón es el último recuerdo que poseo de mi madre. Lo he protegido en los más profundos abismos del infierno para asegurarme de que nadie me lo robara. Por lo tanto no tengo ninguna intención de deshacerme de él hasta el fin de mis días. Segundo, por la memoria de mis amados padres, no puedo permitir que la prole de un idiota ocupe el trono de la familia de mi madre.
Lutian farfulló:
- En nombre de los idiotas de todo el mundo, me declaró ofendido por eso. -Christian le dirigió una mirada asesina-. Bien, mi reina, él tiene un argumento. Lo tiene en su cabeza, aunque carezca de ella.
Ella sintió como Christian se ponía en tensión, tratando de contenerse antes de lanzarse hacia el pobre bufón, que, con buen juicio, alejó inmediatamente su cabalgadura.
Permanecieron en silencio mientras Adara asimilaba la sensación de fracaso y se esforzaba pensando en un nuevo plan de acción.
Lutian también se quedó callado. Se limitó a cabalgar en silencio, temiendo que Christian perdiese los estribos a causa de alguno de sus comentarios.
Nada estaba sucediendo como ella lo había planeado.
Le había parecido todo muy sencillo: viajar a estas tierras, consumar su matrimonio, y luego regresar a casa con su esposo para presentarlo ante su pueblo como su rey.
Ahora tendría suerte si podía regresar a casa.
Sin embargo, seguía empeñada. Mientras respirase, tenía esperanzas, y mientras tuviese esperanzas, Basilli no podría derrotarla. Ya se las arreglaría para esquivar las defensas de Christian y hacerle ver la verdad de lo que le estaba ofreciendo.
Pero, de momento, tendrían que llegar a un lugar seguro.
Su corazón se paralizó cuando miró hacia abajo, percatándose que seguía estando desnuda bajo su capa. ¡Tenía que hacer algo!
Adara puso sus manos sobre las de Christian, que sostenían las riendas.
- ¿Podemos detenernos un momento? -¿Por qué?
- Si vamos a entrar en una aldea, necesito vestirme.
Christian respiró con dificultad mientras una imagen del cuerpo desnudo de Adara cruzaba involuntariamente por su mente. Durante la discusión, había olvidado que estaba desnuda, aunque no podía imaginar cómo lo había logrado.
Lutian lanzó un grito de sorpresa mientras se cubría los ojos con una mano.
- ¿Mi reina está desnuda bajo su capa? Me quedaría ciego si echara una sola mirada a su increíble belleza. -Abrió los dedos sobre sus ojos para mirarla-. O a lo mejor no. Quizás debamos probar esta teoría.
- Lutian -dijo Christian solemnemente-. Todas las personas están desnudas bajo sus ropas, y si llegas a ver la piel de Adara, lo más probable es que te quedes ciego porque yo mismo te sacaré los ojos ante semejante afrenta.
El bufón respondió con un gesto diabólico mientras retiraba la mano de su cara.
- Aunque quiera disimularlo, vuestro príncipe está celoso, mi reina. Es una buena señal.
- No estoy celoso -respondió Christian burlonamente.
- A mí me ha sonado como si lo estuvieseis -le contradijo Lutian en voz alta-. Muy celoso.
El caballero emitió un gruñido, que a ella le recordó al de un oso feroz, mientras miraba fijamente a Lutian. El bufón asumió la hosca actitud con calma.
Dominando su caballo, Christian se detuvo ante un pequeño grupo de árboles, desmontó y ayudó a Adara a hacerlo. Lutian se alejó a una distancia prudencial.
Al descender del caballo, la capa de la reina se abrió, revelando fugazmente su esbelto y hermoso cuerpo.
Christian se puso todavía más tenso ante la breve imagen del cielo que ella le había regalado.
Adara se movió con lentitud, como si supiera el efecto que estaba causando en él.
- ¿Estáis seguro que no tenéis interés en consumar nuestro matrimonio rápidamente, milord?
Para ser sincero, él la deseaba enormemente. Intentaba imaginar su dulzura, recostada entre sus brazos, con su cuerpo estrechamente enlazado al suyo. Pero no podía atender a sus necesidades más básicas. Tenía que dejarla en un lugar seguro, y liberarse de aquella involuntaria situación.
- ¿Tentáis a todos los hombres que conocéis de esta manera?
- No. Únicamente a mi esposo.
El estómago de Christian se encogió al recordarlo. Por derecho, ella era legalmente suya para hacer lo que quisiera. Y, en contra de su voluntad, aquel conocimiento cobraba cada vez más fuerza.
Ella levantó el brazo y le acarició la mejilla con su suave mano.
- Sois más apuesto de lo que pensaba… y también mucho más testarudo. Tenía que haber supuesto que ya no erais el niño que recordaba vagamente.
Mientras hablaba, él no podía apartar su mirada de su bien perfilada y tentadora boca. Era lo único que podía hacer para evitar estrecharla entre sus brazos y probar el sabor de sus labios. Eran rojos y sensuales. Sin duda serían aún más suaves que sus manos…
Afortunadamente, Lutian empezó a cantar una desafinada melodía que le recordó que no estaban solos ni eran libres, ni siquiera durante pocos minutos.
- Os recuerdo que nos persiguen, milady -dijo Christian-. Os sugiero que os deis prisa.
Ella asintió antes de alejarse de él.
Sin embargo, su dulce aroma a jazmín quedó flotando en el aire, envolviendo a Christian, que sólo pudo imaginar lo placentero que sería sepultar su cara en su abundante cabello azabache.
Qué cálido sería su cuerpo, acostado bajo el suyo, mientras él la penetraba profundamente…
Dándole la espalda, apretó los dientes tratando de alejar aquella imagen, y se ocupó del caballo para evitar que sus pensamientos lo llevaran por un camino que era mejor no recorrer.
Adara miró a su esposo a través de los árboles mientras luchaba por abrocharse el vestido. Él atendía al caballo con delicadeza y gran cuidado, a pesar de que Lutian lo importunaba con preguntas y comentarios.
- No creo que a tu caballo le guste que lo acaricies así -dijo Lutian mientras Christian lo frotaba suavemente. Se agachó y recogió dos manojos de hierba similares a los que el caballero estaba usando, y los estudió detenidamente.
Christian continuó acariciando al animal
- He tenido este caballo durante mucho tiempo y sé lo que le gusta.
- Sí, ¿pero cómo sabes que eso le gusta? ¿Acaso te lo ha dicho?
- No me ha dado ninguna coz. Y eso es una buena señal.
- Yo tampoco te he dado ninguna coz, y eso no significa que me gustes o que estaría encantado de que frotaras mi cuerpo con hierba. -Lutian se acercó uno de los puñados de hierba a la mejilla y lo frotó contra su piel-. Hmm… no obstante, a lo mejor podría resultar agradable…
El bufón se dio la vuelta y dirigió su trasero hacia Christian.
- Venid, frotadme un poco en el costado, y permitidme juzgar.
El caballero pareció horrorizarse.
- Te aseguro que prefiero no hacerlo. -Con un movimiento de su barbilla le indicó un pequeño claro donde crecían cereales silvestres-. ¿Por qué no te acercas allí y recoges algo para dar de comer a los caballos? No mucho, para que no enfermen, pero suficiente para mantenerlos con fuerzas.
Lutian tiró los manojos de hierba y fue a cumplir las órdenes de Christian.
Adara sonrió cuando su esposo soltó un suspiro de alivio extremadamente sonoro, a pesar de que, para ser honesta, estaba siendo mucho más paciente con Lutian que cualquier otro hombre que hubiese conocido. Siempre permitía que Lutian la acompañara. Xerus y los otros tendían a meterse con el pobre hombre de vez en cuando, y si no estaba ella para protegerlo, temía que hirieran sus sentimientos deliberadamente, o que cumplieran su amenaza de matarlo por sus impertinencias.
Pero Lutian no tenía malas intenciones. Era un buen hombre con un gran corazón, y había sido su único amigo de verdad. Era el único que la había consolado tras la muerte de su hermano y de su padre. Si ella se sentía mal o le pasaba cualquier cosa, siempre lograba hacerla sonreír.
Su padre siempre había dicho que uno podía apreciar cómo era un hombre por la forma en que trataba a los animales, a la gente inocente y a los niños.
Todavía le faltaba ver a su esposo comportándose con los niños, pero en vista del trato que daba a Lutian y a su caballo, podía imaginar que sería igualmente amable con ellos.
- Christian -llamó, abandonando el refugio que le proporcionaban los árboles-. ¿Podríais ayudarme, por favor?
Él se detuvo a medida que ella se aproximaba, dirigiendo su mirada al corpiño suelto que cubría sus pechos. Ella vio cómo el calor penetraba en sus pálidos ojos mientras la observaba como un hombre hambriento delante de un banquete.
Podía rechazarla, pero la deseaba, y mientras lo hiciera, ella tenía la oportunidad de seducirlo para llevarlo a su cama y hacerlo cambiar de parecer.
Aclarando su garganta, el apartó su mirada y se colocó tras ella para abrocharle el vestido. Ella cerró los ojos y disfrutó del calor de sus manos mientras rozaban la piel de su espalda, un tacto suave que le producía una dolorosa ansiedad.
Aunque era virgen, sabía perfectamente lo que ocurría entre marido y mujer. Cuando había cumplido catorce años, su padre se había ocupado de que su nodriza le enseñara muy bien los deberes de una esposa. Ellos esperaban que Christian regresara a casa aquel año.
Pero él no había vuelto.
En cambio, habían recibido la noticia de la destrucción de su monasterio y la carta de Selwyn anunciándoles su muerte.
Pobre Christian, ser tan odiado. Los celos y la codicia habían despojado a su esposo de todo, y también, le habían robado muchas cosas a ella. Tal vez Christian tuviera razón. Había momentos en los que el precio de la corona era demasiado alto.
- ¿Qué os sucedió tras el ataque sarraceno a vuestro monasterio? -preguntó ella.
- Es preferible que no lo sepas.
La ira y el odio que su voz dejaba traslucir la dejaron paralizada. Tenía mucho que ocultar y sobre lo que no quería hablar.
Ella recordó la marca de su mano. Era una marca sarracena.
- ¿Os tuvieron cautivo? ¿Como esclavo? Él se alejó sin responder.
Ella lo siguió.
- Mi madre siempre decía que las cargas resultan menos pesadas cuando se comparten con otra persona.
Él replicó en tono burlón.
- No tengo ningún deseo de recordar el pasado. Está muerto. Debemos concentrarnos en los retos a los que nos que enfrentamos.
Adara se detuvo.
¿Qué había sido aquello tan horrible que le habían hecho para que no quisiera pensar en ello?
Él condujo su caballo hacia ella, y la ayudó montar. -Lutian -llamó al bufón, que estaba dando hierba a su yegua-. Es hora de partir.
Al instante, Christian se subió a la silla, colocándose detrás de ella y volvió al camino, con Lutian detrás. -¿Christian? -preguntó ella. -¿Sí?
- ¿Me responderíais a una pregunta?
- Si lo hago, ¿me juráis que no me pediréis nada más? -Eso sería imposible.
- Entonces ésa es vuestra respuesta.
Ella decidió guardar silencio, y no volvió hablar hasta que llegaron a la aldea y él la dejó junto a Lutian ante una posada.
- ¿Os gustaría comer algo? -le preguntó a Christian antes de que éste se marchara.
- No. No tenemos tiempo. Comed vosotros algo rápido y preparaos para partir de nuevo.
La joven frunció el ceño mientras él se alejaba en dirección al establo a la salida del pueblo.
- Vuestro esposo es un hombre peculiar, mi reina. Hay mucha tristeza en su interior.
- Sí, Lutian, ya me he dado cuenta.
- Quizás debamos dejarlo caer de cabeza, y cuando despierte entre vuestros brazos estaría tan fascinado por vos como lo estuve yo.
Ella sonrió.
- ¿Quedaste fascinado?
- Sí, mi reina. Aún lo estoy. No hay nada en la vida que desee más que vuestra sonrisa. Vivo y respiro por ella. Quisiera que vuestro esposo sintiera lo mismo que yo.
Aunque su padre habría fruncido el ceño ante su osadía, ella le dio un fugaz abrazo al bufón. Ojalá Lutian fuese su esposo. No era atractivo y apuesto, pero se llevaban de maravilla. Sin embargo, a pesar de su bondad y dulzura, Lutian nunca podría gobernar un reino. Para ser un rey competente se necesitaba mucha confianza e inteligencia, por no mencionar la severidad de la que él carecía por completo.
Adara se dirigió hacia la pequeña casa que se encontraba detrás de ellos y vio a una enorme y voluptuosa mujer que abría la puerta para darles la bienvenida. Parecía pocos años mayor que ella, tenía el cabello castaño y largo y unos amistosos ojos verdes.
- Buenas noches -saludó la mujer, sonriendo amablemente-. ¿Vana necesitar una habitación para pasarla noche?
- No, sólo queremos algo de comer para nosotros y mi esposo.
La mujer miró hacia Christian que se alejaba.
- ¿Os habéis casado con un monje?
Adara sintió como se ruborizaba al darse cuenta que Christian aún llevaba su hábito negro.
- No, venimos de hacer una peregrinación -mintió.
- Ah -dijo la mujer, haciéndose a un lado para que Adara y Lutian pudieran entrar-. Mi hermano fue a Roma vestido de fraile, con un hábito de crin de caballo, y anduvo todo el camino sobre sus rodillas. ¡Hombres! A veces me pregunto qué es lo que pasa por sus cabezas.
Adara no respondió mientras la mujer los conducía a la gran chimenea en el extremo opuesto de la estancia.
- Tenemos sopa de puerros y salchicha, pastel de carne, cordero y pollo asado. ¿Qué deseáis tomar?
Adara no sabía qué le apetecería a Christian, de manera que decidió pedir lo que fuera más fácil de llevar con ellos.
- Tres pasteles, por favor, y dos odres de cerveza.
- Miró a Lutian-. ¿Tú qué quieres?
Se pasó la mano por la barba, pensativo. -Quisiera una doncella para llevarla con nosotros. Los ojos de Adara se abrieron sorprendidos mientras la mujer gritaba horrorizada. Le tapó la boca con su mano y aclaró la garganta.
- Está bromeando señora. Él desearía dos pasteles y otro odre.
La mujer entrecerró sus ojos desconfiada antes de alejarse a preparar el pedido.
- ¡Lutian! -exclamó Adara molesta-. Debería darte vergüenza.
Él sonrió maliciosamente mientras miraba la limpia pero vieja estancia, que estaba vacía, excepto por dos niñas pequeñas que jugaban con muñecas en un rincón.
La reina sonrió al verlas reír y conversar sobre nimiedades, que, sin embargo, eran muy importantes para ellas. Le encantaban los niños. Siempre había querido tener los suyos, ya desde niña. Había jugado sin parar con muñecas, esperando con ansiedad el día en que pudiera convertirse en madre.
Y había esperado demasiados años a un esposo que no tenía deseo alguno de darle lo que ella más quería.
Sintió que su sonrisa se desvanecía mientras era invadida por la tristeza. Si fuese inteligente, anularía el matrimonio y buscaría un esposo dispuesto a cumplir con su deber.
Sin embargo, aquello era todavía más difícil que convencer a su errante cónyuge de que volviera a su lado. ¿Qué hombre pondría en peligro su vida convirtiéndose en su consorte mientras estaban a un paso de entrar en guerra con un reino que pretendía anexionar el suyo?
- Adelante, mi reina -le murmuró Lutian al oído-. Aquí nadie sabe que sois de sangre real. Id y jugad con las niñas.
- No sería correcto.
- Tampoco lo es hacerse amiga de un bufón. Adara le apretó el brazo.
- Eres mucho más sabio de lo que aparentas, Lutian. -Y todo el mundo, incluso una reina, necesita un día de diversión. -Señaló hacia las niñas con su mentón-.
Adelante, mi reina, diviértete un poco.
Sin pensarlo dos veces, Adara cruzó la sala y se arrodilló junto a ellas.
- Hola, pequeñas -saludó a las niñas, mientras Lutian permanecía junto a la chimenea, esperándola-. ¿A qué estáis jugando?
- A la alegre Margarita -explicó la mayor de las niñas, que tendría, probablemente, alrededor de seis años, mientras le mostraba una muñeca hecha con lana marrón. El pelo era de crin de caballo negra y dos cruces cosidas con hilo negro formaban sus ojos. La niña pequeña tenía los mismos brillantes ojos verdes y el pelo rubio que la dueña de la posada-. Ella ha sido muy traviesa y dejó que el mendigo le robara sus zapatos. -La niña levantó la muñeca para mostrarle sus pies descalzos.
- ¡Traviesa, traviesa! -gritó la otra niña que, obviamente, era su hermana y no tendría más de cuatro años, mientras sostenía una muñeca similar en su regazo.
Christian cambió su caballo y el de Lutian por otros tres. Ninguno de ellos se aproximaba a la calidad de su corcel, pero le pagó al dueño de los establos una pequeña fortuna por cuidarle a Titán hasta que pudiera volver a buscarlo.
Abandonó la caballeriza y se dirigió a la posada donde había dejado a Adara y Lutian. Se estaba haciendo tarde y, probablemente, tendrían que pasar la noche allí. Pero no podían arriesgarse. Para empezar, a él no le gustaban los pueblos. Eran demasiado cerrados y albergaban demasiados ruidos que podían ocultar los sonidos delatores de alguien que tratara de atacarles por sorpresa.
Ató los caballos fuera de la posada, abrió la puerta y se detuvo al ver a su real esposa en el suelo, riendo junto a dos niñas campesinas. El cuadro lo impactó. Que una mujer de su estirpe hiciera algo así era impensable.
Adara tenía dos muñecas en sus manos, y las hacía bailar. Cantaba una canción en un idioma que él no había olvidado. En ese instante, recordó su propia infancia, la última vez en su vida que se había sentido verdaderamente seguro.
Amado.
Te quiero, pequeño Christian. En su mente resonaba todavía el eco de la voz de su madre mientras lo besaba en la frente y lo mecía en sus brazos. Y siempre te querré.
Le resultaba imposible recordar cuántas veces le había cantado su madre cuando era un niño. Pero aun así, su voz no podía competir con la delicadeza de la de Adara.
Aclaró su garganta, tratando de advertirles de su presencia.
La mayor de las niñas se levantó al ver que él las miraba.
- ¿Estamos haciendo algo malo, hermano? -le preguntó.
Adara se detuvo en mitad de la canción y se giró para mirarlo. Dios mío, era una mujer impresionante. Su abundante cabello negro caía ligeramente sobre su espalda como un manto de piel de marta. Y sus ojos…
Un hombre podía perder la cordura mirando aquellos amables y dulces ojos.
Ninguna reina se mostraría tan transparente e inocente y, especialmente, una que había atravesado un continente entero simplemente para seducirlo y llevarlo a su cama.
- No -dijo Christian en voz baja-. Y no soy un monje.
La niña más pequeña inclinó su cabeza al oír eso.
- Está jugando a los disfraces -dijo Adara-. Como Margarita. -Les devolvió las muñecas a las niñas, se puso de pie y se acercó a él.
- ¿No habéis comido? -preguntó él.
Ella le señaló una mesa cercana, donde una servilleta de tela cubría un pequeño montón de pasteles de carne y dos odres.
- Pensé que sería mejor comer por el camino.
- Yo ya he comido -intervino Lutian, dándose una palmadita en el estómago-. Estaba todo muy sabroso y bien condimentado. Sin embargo, hubiera preferido mi primer pedido: una doncella de primera línea para solazarme. -Se dio la vuelta para mirar a Adara-. ¿Qué hombre podría pedir más?
Christian frunció el ceño hasta que ella le pasó la mano por la frente, calmándolo de inmediato.
- No debes hacer eso tan a menudo. Te saldrán arrugas antes de tiempo.
El caballero abrió la boca para protestar, pero se detuvo al oír algo raro en el exterior. Si no supiera…
Una daga pasó silbando junto a su cara, esquivándole por poco.
Adara gritó mientras se alejaba de él para proteger a las niñas. Rápidamente, Lutian se unió a ella en el rincón.
Antes de que pudiera desenfundar su espada, la puerta se abrió de par en par y un cuerpo fue lanzado al interior de la estancia.
Christian sacó su espada y la dirigió hacia el hombre que yacía en el suelo, pero se dio cuenta de que estaba muerto. Dio un paso atrás cuando otro hombre atravesó el umbral con una daga en sus manos.
Adara acercó las caras de las niñas a su vestido para evitar que vieran al hombre muerto mientras trataba de comprender qué estaba ocurriendo. Incluso Lutian permanecía tan paralizado como una estatua.
Christian seguía manteniendo su espada preparada, pero sin hacer ningún movimiento de ataque.
El recién llegado era casi de la misma estatura que el caballero. Su cabello, largo y negro, llegaba más abajo de sus anchos hombros. A decir verdad, ella nunca había visto un hombre con el pelo tan largo. Su piel era más oscura que la de la mayoría de los europeos. Si no se equivocaba, juraría que era un sarraceno.
Pero sus ojos eran tan pálidos que, al primer vistazo, parecían blancos, y su expresión despiadada era tan impresionante como su color.
- Fantasma -murmuró Christian-. ¿Eres amigo o enemigo esta noche?
- Si fuese enemigo, Abad, ya estarías muerto -contestó el hombre con un acento normando.
Con un rápido movimiento, el Fantasma se limpió su ensangrentada daga en el muslo antes de guardarla en su funda negra.
- ¡Piedad, piedad! -gritó la dueña de la posada al entrar en la estancia y ver al hombre muerto en el suelo. Corrió hacia las niñas y luego las sacó de allí.
El Fantasma dirigió su fría y aterradora mirada hacia Adara, que quedó paralizada instantáneamente. Había algo escalofriante y terrorífico en aquel hombre. Y, al mismo tiempo, reconoció en él algo asombrosamente familiar, pero estaba totalmente segura de que no lo conocía. De ser así, lo hubiera recordado.
- ¿Qué tenemos aquí? -preguntó él con una nota de emoción en su voz.
Christian se interpuso entre los dos. -Ella no es asunto tuyo.
Una lenta y perversa sonrisa se dibujó en los labios del Fantasma.
- ¿Y es asunto tuyo?
- Sí.
El hombre inclinó su cabeza casi respetuosamente hacia ellos.
- Entonces estás en lo cierto. No es asunto mío.
- Se inclinó y cargó al hombre muerto sobre su espalda. Adara quedó extasiada ante su fuerza mientras él se levantaba y se dirigía hacia la puerta.
- ¿Qué estáis haciendo? -le preguntó.
Él se encogió de hombros, soportando el peso del otro hombre.
- Creo que la posadera y sus hijas no querrán que deje el lugar hecho un asco.
Abandonó la posada y regresó poco después sin el muerto.
- ¿Por qué te perseguía, Abad?
Christian miró a Adara y a Lutian. -Parece que alguien quiere verme muerto.
El Fantasma examinó a la reina y al bufón con curiosidad.
- Entonces, debes tener más cuidado, ¿no es así? Christian no respondió.
- ¿Que te trae por aquí?
- Iba camino de regreso a París y pensé en quedarme aquí a pasar la noche cuando vi a Titán en el establo. Mientras lo examinaba, descubrí una sombra que se dirigía a la posada. Por fortuna la seguí.
- Efectivamente.
Se notaba que los dos hombres estaban incómodos.
Adara se preguntó cuál sería la razón.
- Muchas gracias, amable señor -dijo ella, interrumpiendo su forzada conversación. Fantasma frunció el ceño.
- Conozco ese acento. ¿Reina Adara?
Su sangre se congeló al ver que él, repentinamente, la había reconocido.
- ¿Vos me conocéis? -preguntó al mismo tiempo que Christian interrogaba:
- ¿Tú la conoces?
- Sí-dijo el Fantasma, con un misterioso destello en sus ojos-. La conozco. Incluso me pagaron para matarla. Adara dio un paso atrás, tropezando con Lutian mientras su esposo se ponía rígido como un palo. -¿Pagado por quién? -preguntó.
- No le pregunté su nombre, pero parecía bastante ceremonioso. -Se frotó la barbilla, pensativo-. Pero, relajaos los dos. Yo no cobro por matar mujeres-. Había un tono extraño en su voz que a ella le causó gran preocupación. -¿Lo hacéis por placer? -preguntó Lutian. Se rio de manera sombría.
- Hay algunas líneas que ni siquiera un hombre condenado puede cruzar. Podéis tener la certeza de que rechacé el dinero y luego le corté el cuello al hombre que me lo ofreció. Christian lo miró maliciosamente. -¿Qué hiciste con el oro? Él se encogió de hombros. -Lo entregué a los pobres.
Ella se estremeció ante su despreocupada franqueza con respecto a la muerte.
El Fantasma inclinó su cabeza como si tratara de oír algo.
- Los aldeanos se están agitando. Lo mejor es que me vaya antes de que tenga que matar también a uno de ellos.
Se encaminó hacia la puerta.
- Espera -pidió Christian-. Nosotros nos dirigimos al castillo del Escocés.
- ¿Y?
Antes de que pudieran decir otra palabra, el Fantasma había salido de la posada y desaparecido.
Adara se santiguó ante la manera impía en que se había desvanecido en la oscuridad. Había algo en él que no parecía humano y, definitivamente, no estaba en su sano juicio. Se santiguó de nuevo, por simple precaución.
- ¿Quién es ese hombre?
Christian suspiró mientras envainaba su espada. -Afirma ser el hijo del diablo y una ramera. Y, en ocasiones, no lo pongo en duda.
Lutian dio un paso adelante.
- ¿Por qué os ha llamado Abad?
Ella creyó que el caballero no iba a responder, de manera que, cuando lo hizo, la sorprendió.
- Vivimos en un lugar donde los nombres no tenían importancia. De hecho, era más fácil creer que no teníamos nombre. Mis compañeros me llamaban el Abad porque sabían que había vivido en un monasterio y muchos de ellos pensaban que era monje.
- Ah, me imagino que el Fantasma fue llamado así porque parece un fantasma sin dios ni ley -dijo Lutian. Él caballero asintió.
- Y también se mueve de la misma forma. El único problema fue que nunca tuvimos la certeza de saber de qué lado estaba.
Ella lo entendió perfectamente.
- A mí me parece que está de su propio lado.
- Sí, pero cuando parece que es así, hace algo totalmente altruista, como matar al hombre que nos seguía y correr un gran riesgo para ayudar a otro. -Christian les hizo una señal para que se acercaran-. Vamos, es mejor que continuemos nuestro camino.
Adara recogió la comida y los odres, y salió detrás de Christian y de Lutian.
En el exterior, los lugareños examinaban el cuerpo que el Fantasma había dejado recostado junto a un edificio, mientras la dueña de la posada les contaba lo ocurrido, describiéndoles al Fantasma.
- Era malvado -explicaba ella, jadeando-. Parecía poseído por el mismísimo diablo. Es la brujería del diablo, yo lo sé.
Adara se dirigió hacia la multitud, pero Christian la detuvo, haciendo un gesto para que ella y Lutian guardaran silencio antes de ayudarla a subir a su caballo y luego montar en el suyo. Lutian hizo lo mismo.
Tomó las riendas de la montura de Adara y la condujo rápida y sigilosamente fuera de la aldea.
- ¿Por qué habéis hecho eso? -le preguntó ella cuando se encontraban ya a una cierta distancia.
- La posadera pudo ver que yo conocía al Fantasma, y no quería que empezaran a señalarnos y a acusarnos de brujería. Lo mejor era salir de allí antes de que fuese demasiado tarde.
Ella estuvo de acuerdo.
- Debo decir, milord, que tenéis extraños compañeros.
Él resopló.
- Y todavía no habéis conocido a los más interesantes.
Hmm, podía ser cierto. Pero ella dudaba que hubiese un hombre más interesante que aquel a quien miraba en ese momento.
Christian era un enigma para ella. ¿Qué tipo de hombre se vestía como un monje, mientras ocultaba una espada y una armadura bajo sus vestiduras monacales? Y además, ¿qué clase de hombre cedía su reino para estar en compañía de un impío asesino?
Y el Fantasma ni siquiera era el miembro más interesante de su compañía, según sus propias palabras. ¿Con qué clase de hombre estaba casada?
Pero a esas alturas, ¿qué importaba? Príncipe o demonio, ella le necesitaba para asegurar su reino, y ésa era, de alguna manera, su prioridad. Debía seducirlo para que se uniera a su causa.
Adara miraba a Christian mientras la conducía por la oscura y desconocida campiña. Apenas podía distinguir sus facciones, pero su imponente presencia y su fuerza eran innegables. Aquel hombre había soportado una dura y áspera vida.
- ¿Christian? -preguntó en voz baja.
- Decidme, Adara -Había una cansada nota de exasperación en su tono.
- ¿Existe algún lugar que vos consideréis vuestro hogar?
El caballero permaneció en silencio, como si estuviera meditando su respuesta.
Hogar. Era una palabra sencilla, pero, para ser totalmente sincero, él no conocía su significado. Cuando era niño, él y sus padres habían viajado constantemente. Se habían alojado en hospederías y posadas, o en casas de amigos. Ocasionalmente, pasaban algún tiempo en Ultramar, donde la familia normanda de su padre tenía posesiones, pero esos momentos habían sido muy poco frecuentes.
No podía ni siquiera enumerar todos los países que habían visitado. Algunos no eran más que borrosos recuerdos, mientras que otros habían permanecido más claros en su memoria. Dormía en una cama una noche y cuando se despertaba, se encontraba en los brazos de su padre, dirigiéndose a otro lugar. Siempre que le había preguntado a sus progenitores porque viajaban constantemente, le contestaban que les gustaba conocer diferentes personas y países.
Ahora le intrigaba la verdad. ¿Los estaban persiguiendo?
Malditos sean por no habérselo contado.
Pero, en realidad, no podía maldecir a los padres que tanto había amado. Durante todos aquellos años, el amor de sus padres por él había sido la única cosa a la que se había aferrado para escapar de la locura. La única cosa que lo había hecho seguir siendo humano.
Lo más cercano a un hogar que había conocido había sido el monasterio. Pero si aquello era un hogar, podían quedarse con él.
- No, milady -dijo en voz baja-. No tengo hogar. -¿Entonces cómo vivís? ¿Dónde os ganáis la vida? -Yo vivo con mi espada. Ella me protege y me alimenta. En cuanto a mi sustento, tengo lo suficiente. Si necesito más, compito en torneos para ganarlo.
- Quien a hierro mata, a hierro muere -intervino Lutian detrás de ellos.
Ignorando al bufón, la reina experimentó una sensación de humildad ante las palabras de Christian, que le tocaron el corazón.
- ¿Siempre viajáis solo? -Sí.
- ¿Y esta vida os satisface? -Sí.
Adara frunció el ceño al oír su respuesta. ¿Cómo podía ser así? ¿Cómo podía un hombre estar completamente solo en la vida y no querer amigos o una familia a su lado? Para ella eso no tenía sentido.
- Sois un hombre solitario, Christian de Acre. Basilli y Selwyn me han quitado mucho, pero vos… vos lo habéis perdido todo, ¿no es cierto?
- No, Adara, no es así. Aún tengo mi vida, mi dignidad y mi ética. Creedme cuando os digo que todavía tengo mucho que perder.
El tono de su voz fue lo suficientemente elocuente, y mientras ella recordaba al Fantasma, se dio cuenta de que Christian estaba en lo cierto.
- Entonces, me alegro por vos. Debéis haber luchado mucho para mantener las tres cosas.
Él detuvo su caballo y no habló hasta que no estuvieron uno junto al otro. La mirada que le dirigió le enfrió el alma profundamente.
- No tenéis ni la menor idea, milady, y espero que nunca lo aprendáis.
- ¿Lo esperas o rezas por ello?
Él soltó una risa breve y amarga.
- Lo espero. Dejé de rezar hace mucho tiempo. Espoleó su caballo y la dejó atrás pensando en aquella revelación. Miró a Lutian, que intercambió una incómoda mirada con ella.
- Es un hombre con muchos demonios en su interior, mi reina -susurró.
Adara estuvo de acuerdo, pero se sintió todavía más confundida. Azuzó a su caballo hasta alcanzar a Christian.
- No entiendo. Si habéis dejado de rezar, ¿por qué vestís ropas de monje?
- Porque me apetece.
- ¿Por qué?
Él frenó un poco el paso y le lanzó una penetrante mirada que ni siquiera la oscuridad pudo ocultar.
- ¿Y vos por qué vais vestida como una campesina? -No quería que nadie supiera que soy una reina. -¿Por qué?
- Porque mi vida podría estar en peligro si… -Adara frunció el ceño mientras trataba de pensar-. ¿Vos no teméis por vuestra seguridad?
- No. Nunca. Para ser sincero, poco o nada me importa mi seguridad. Me visto como lo hago para que la mayoría no me haga preguntas y me deje en paz.
Ella notó un ligero movimiento en las comisuras de sus labios.
- Seguid así, Christian, y quizás logréis esbozar una sonrisa.
El rostro de Christian recobró su seriedad.
- En esta situación, hay pocas cosas que parezcan divertidas, Adara.
- ¿Tan seguro estáis, milord? Por mi parte, encuentro divertido que me hayan lanzado desnuda por una ventana. O, al menos, estoy segura de que me reiré cuando se me pase la vergüenza.
Ella tuvo la clara impresión de que él se estaba esforzando para no sonreír.
- ¿Cómo podéis encontrarle la gracia a lo que os ha ocurrido?
Ella se encogió de hombros.
- Siempre hay algo de comicidad en la mayoría de los lugares. Mi padre siempre decía que el hombre sabio es aquel que puede reírse de sí mismo.
- Únicamente un tonto se ríe de sí mismo, y aún es más tonto quien permite que otros se rían de él.
- ¿Perdón? -intervino Lutian.
Adara le hizo señas para que guardara silencio.
- La risa es la música de los ángeles. Libera el alma de su melancolía y le añade belleza a nuestras vidas. Por eso valoro tanto a Lutian. Sin risa y sin humor, todos somos terrenos baldíos por dentro.
- Entonces yo soy un terreno baldío. Y ahora ¿podéis dejarme en paz?
Adara suspiró, pensando que el hombre que habían elegido sus padres para convertirse en su esposo era muy sombrío. Pobre Christian, carente de alegría.
Abrió la boca dispuesta a hablar, pero él levantó su mano y le hizo guardar silencio.
Tiró de las riendas de su caballo y ladeó la cabeza intentando escuchar algo en el bosque que los rodeaba. -¿Algo no va bien? -murmuró ella. -Sí. Nos están siguiendo.