CAPÍTULO 13
La reina miró hacia arriba desde donde se estaba lavando la cara y vio al Fantasma entrando a su tienda, con Lutian detrás de él. Con su largo pelo azabache atado a la nuca con un cordón negro, el Fantasma vestía todo de negro con bordados plateados, mientras Lutian venía ataviado con un largo manto marrón que cubría unas calzas del mismo color y una túnica amarilla. Los dos hombres parecían un poco apesadumbrados, lo que sería normal si habían sido enviados por Christian. Tendrían que enfrentarse a su cólera si osaban mencionarle su nombre. Ella no se encontraba con ánimos para discutir con ningún hombre en aquel momento.
Por fortuna, hacía sólo unos instantes que habían cesado sus últimos mareos matutinos, que extrañamente la estaban atacando a medio día en lugar de por la mañana.
Se apretó el paño frío que tenía en la nuca para aliviar más su revuelto estómago.
- Dejadme sola. No me encuentro bien en este momento.
El Fantasma miró a Lutian y luego de nuevo a Adara. -Os garantizo que vais a sentiros peor.
Ella lo miró con curiosidad.
- No estoy de humor para lidiar con vos v con vuestras ocurrencias.
- Mi reina, por favor -dijo Lutian acercándose-, debéis venir con nosotros de inmediato. -¿A dónde?
Un ligero estremecimiento se hizo visible en la barbilla del Fantasma.
- A la tienda de Christian.
La furia la azotó. De manera que no se había equivocado sobre el propósito de su visita. Bien, si su esposo quería que volviera, podía venir en persona y enfrentarse a la ira que había desatado.
- ¡Ya podéis olvidaros de eso! Prefiero que primero se lo lleve el diablo y…
- Pues vuestros deseos están a punto de cumplirse. Las escuetas palabras de Fantasma la hicieron detenerse.
- ¿A qué deseo os referís?
- El diablo está a punto de llevárselo. Ella frunció el ceño, confundida. -¿Qué habéis dicho?
Fue Lutian quien respondió.
- Vuestro príncipe yace mortalmente herido, mi reina. Probablemente le quedan pocos instantes de vida. Adara sintió que su cabeza daba vueltas ante la noticia. Sus rodillas flaquearon, inestables. -¡Estáis mintiendo!
El Fantasma negó con la cabeza, consternado.
- Uno de nuestros compañeros fue a la ciudad a la misa del mediodía y lo encontró. Parece que Christian fue atacado al salir de la catedral por unos asaltantes desconocidos. Por la manera cómo y dónde fue agredido, apostaría a que fueron los sesari… Le quitaron la espada de su padre y el medallón de su madre.
La pena la invadió al oír la noticia. Aquello no podía estar sucediendo.
¿Christian muerto?
Quería gritar, sumergirse en sus lamentaciones, sin embargo, imperó en ella ese sentido real de la compostura. Las emociones no la llevarían a ningún lado. Debía permanecer tranquila. Su esposo la necesitaba.
Sin hacer comentario alguno, salió de su tienda y corrió hacia la de Christian, que estaba atestada de miembros de la Hermandad que habían estado encarcelados con él. Todos estaban tan apenados como ella, mientras discutían quién podía haber hecho semejante cosa a un guerrero tan experimentado como Christian.
- Ni siquiera parece que haya tratado de protegerse -dijo un hombre.
- Si fue un ataque suficientemente rápido, quizás no tuvo tiempo de desenfundar su espada -respondió otro.
Joan estaba cerca del camastro, observándola.
El corazón de Adara latió con fuerza, siguiendo su mirada hasta posarla en Christian, tendido allí. Su piel había adquirido una tonalidad grisácea. Sus labios ya estaban azules. Podía ver los vendajes ensangrentados.
Tenía tantas heridas…
Caminó entre la multitud con la cabeza alta, pero a medida que se acercaba no pudo mantener su compostura, que se desvaneció bajo el peso de su pena. Habría caído al suelo si loan no llega a sostenerla cuando empezó a sollozar inconsolable.
- No me toquéis -le gritó, empujando a loan. Deseaba sentir el tacto de un solo hombre.
Y ahora, probablemente, no podría volver a sentirlo nunca más.
Cayó de rodillas junto a la cama, recostó la cabeza en el brazo de Christian y lloró, alargando el brazo sobre su pecho como si deseara protegerlo. No le importaba cuántos estuviesen allí presenciando su comportamiento. Nada le importaba salvo su esposo, que yacía tan cercano a la muerte.
- Te lo ruego, Christian -sollozó-. Por favor, no me abandones. Te prometo que nunca jamás volveré a enfadarme contigo.
Pero él no se movió ni respondió.
Adara se tendió en la cama junto a él y se recostó para poder abrazarlo durante aquellos últimos minutos. Ésta podía ser la última vez en su vida que podría mirarlo y tocarlo.
Y eso era suficiente para paralizarla de dolor.
Oyó que loan estaba echando a los demás de la tienda, mientras ella pasaba su mano por el dorado cabello de su esposo. Su piel estaba muy húmeda y fría. Había perdido toda su vitalidad, ese fuego que lo caracterizaba.
En ese momento, supo que habría vendido gustosa su alma por dar marcha atrás en el tiempo, y volver a unas pocas horas antes cuando habían discutido.
- Lamento tanto haber venido hasta aquí a buscarte -le murmuró al oído-. He debido dejarte en Inglaterra donde estabas a salvo. ¿Qué he hecho?
Entonces lo supo. Ella lo había matado. Si no hubiese sido por ella, él estaría ahora en Inglaterra con sus amigos. Vivo…
La invadió una angustia aún más terrible al tratar de imaginarse cómo sería su vida sin él. Se habían conocido durante muy poco tiempo y, sin embargo, él había llegado a significar muchísimo para ella.
Adoraba que su rostro fuese lo primero que ella veía por las mañanas. Y sus caricias lo último que sentía por las noches.
Todo eso había llegado a su fin.
- Oh, Christian -sollozó, hundiendo su cara entre sus brazos-. No quiero vivir sin ti.
Al fin, había comprendido lo que él había querido decir cuando le había hablado tan amargamente sobre el amor, y por qué se negaba a amarla. No resultaba extraño que hubiera buscado protección contra ello.
- ¿Adara? -preguntó loan casi susurrando detrás de ella.
- Dejadnos a solas -ordenó con voz entrecortada-. Quiero estar con él el mayor tiempo posible.
Él le puso la mano en el hombro, dándole un suave y consolador apretón.
- Estaré fuera.
Adara levantó la cabeza del pecho de Christian al sentir que se alejaba.
- ¿Ioan?
Él se detuvo a mirarla.
- ¿ Sí?
- No me importa el tiempo que necesitéis. Encontrad a los responsables y traédmelos.
- Les arrancaré la cabeza,…
- No -dijo ella, apretando los dientes mientras una nueva ola de rabia la invadía-. Los quiero vivos para que yo misma pueda tener el placer de hacerles pagar su crimen. -Enviaré a mis hombres.
loan salió rápidamente.
Con el corazón destrozado, regresó junto a Christian y recostó la cabeza contra su pecho para poder oír los tenues y débiles latidos de su corazón. Cerrando los ojos, trató de imaginarse que era el día anterior, cuando todo iba bien entre ellos dos.
Christian había pasado una hora entera por la mañana haciéndole el amor. Había bromeado con ella y, acariciándola, le había comentado que estaba cansado de pelear con loan sobre el avance hacia Elgedera.
La había sostenido en sus brazos y acariciado su cabello mientras hablaban sobre un montón de cosas importantes e insignificantes. En aquel momento, le había querido contar que estaba esperando un hijo. Pero Christian estaba de tan buen humor que ella había dudado.
Y ahora esto…
- Te amo, Christian -le dijo al oído-. Desearía habértelo dicho cuando podías oírlo.
Ahora era demasiado tarde. Él nunca sabría todo lo que representaba para ella, todo lo que significaba. Nunca conocería el sonido del llanto de su hijo o la alegría que ella había sentido al enterarse de que llevaba aquella pequeña parte de él.
- Te lo juro, Christian, no voy a permitir que nuestro hijo muera o sea utilizado. Nadie va a poder hacerle daño como te lo hicieron a ti. Lo juro sobre mi alma inmortal.
Deseaba haber cuidado a su esposo con esa misma devoción.
Transcurrieron varios días con Christian aferrado al umbral de la muerte. Ninguno de los médicos podía curarlo y, para ser precisos, dada la gravedad de sus heridas, debería estar ya muerto.
No lo estaba.
Eso le daba esperanzas a Adara.
- Quédate conmigo, mi príncipe -le murmuraba, sosteniendo su mano y besando sus nudillos marcados por las cicatrices de antiguos combates.
La reina se pasaba horas cantándole en su idioma y en elgederiano, y empleaba todavía más tiempo rezando por él. Los días de su vigilia se entremezclaban borrosos unos con otros mientras esperaba a que finalmente regresara a su lado. Sólo turnaba su guardia con Lutian y el Fantasma.
- Va a sobrevivir, Adara -le dijo el Fantasma al llegar a relevarla el tiempo suficiente para que ella se lavara y aliviara sus necesidades básicas-. Lo sé.
Eso esperaba ella. No soportaba pensar lo contrario. -Tan sólo deseo que abra sus ojos y me mire. Entonces lo creería yo también.
Le apartó el pelo de la frente. Aquel día parecía tener mejor color. Ya no era tan ceniciento y la fiebre había disminuido.
Pero estaba tan demacrado, y sus heridas eran tan profundas…
Si pudiese poner sus manos sobre los villanos responsables de aquello, se verían desbordados por una ira superada únicamente por la del mismísimo diablo.
Con el corazón entristecido, empezó a levantarse, pero sintió que su esposo le apretaba la mano levemente.
Al instante, Adara se quedó helada.
- ¿Christian?
Apretó la mano un poco más, como si quisiera hacerle saber que la oía. La joven sintió que la invadía la felicidad a medida que las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
- Fantasma, ve a buscar al médico.
Él salió corriendo sin dudarlo un minuto.
Vio cómo el pecho de Christian se inflaba con la primera respiración profunda que daba desde que lo habían encontrado y lo habían traído allí. Lloró sin poder controlarse mientras lo estrechaba.
Empezó a respirar irregularmente, sin duda a causa del dolor que estaba sintiendo.
Temerosa de hacerle daño, se apartó.
Christian parpadeó y abrió sus ojos para mirarla, y en aquel momento ella pudo percibir su agonía física.
- Ya lo sé, mi amor -le murmuró Adara, queriendo aliviarle su dolor-. Procura no moverte y respira lentamente. -Adara fue a buscar una copa de vino para deslizar unas cuantas gotas en su boca y aliviar la amarga sed que debía tener.
El médico entró en la tienda y se quedó sorprendido al ver que Christian había abierto los ojos.
- Es increíble -musitó santiguándose.
Mientras el médico se aproximaba, ella vio como Christian se tocaba el cuello buscando su medallón. La enorme pena que reflejaban sus ojos la atravesó.
- Todo va a ir bien -le murmuró, besándole la frente.
Intentó hacerse a un lado para permitir que el médico lo atendiera, pero su esposo no quiso soltarla. Una lágrima solitaria rodó de su ojo izquierdo, resbalando por la sien. No le soltó la mano.
Adara le quitó la lágrima con un beso, deseando borrar su pena con la misma facilidad. No sólo habían destrozado su cuerpo, sino también su alma. Le habían arrebatado el último vínculo con sus padres. Esperaba que pudiesen recuperar aquellas cosas…
Y encontrar a los ladrones.
El médico permaneció sólo el tiempo suficiente para revisar sus vendajes y proclamar que aquélla era la recuperación más milagrosa que había presenciado en su vida.
- Avisaré a los demás -dijo el Fantasma.
Adara asintió, sentada en el borde de la cama de Christian. Él todavía no había pronunciado ni una sola palabra. Pero su mirada amorosa se lo decía todo. -Bienvenido al mundo de los vivos, Christian. El tragó saliva, luego tosió.
- Tranquilo -dijo ella, temiendo que reventaran las suturas que tenía en el pecho.
- Lo siento, Adara -se disculpó él, con la voz áspera y forzada.
Sus palabras la sorprendieron. -¿Qué es lo que lamentas?
- Te he decepcionado.
Ella empezó a llorar de nuevo.
- Nunca me has decepcionado, Christian. Nunca… a menos que te mueras y me dejes. Eso me desilusionaría enormemente, y entonces tendría que matarte por ello.
Los labios de Christian se alzaron ligeramente, como si tratara de esbozar de sonrisa.
De repente, la tienda se llenó de actividad con la llegada de loan y los demás para ver con sus propios ojos que Christian se había despertado y estaba vivo.
Pero Adara no quiso que permanecieran mucho tiempo por temor a que lo debilitaran. Los fue echando uno a uno, hasta que quedaron sólo ella y loan, mientras el Fantasma iba a buscar una taza de caldo para Christian.
- Nos has dado un buen susto a todos, Abad -dijo loan serio-. De nada nos serviría recuperar un trono para un cadáver.
Christian resolló.
- Sí, pero ahora eso nos proporciona una ventaja, ¿no es así?
loan asintió.
- Pensarán que damos la vuelta ahora que tú no estás para dirigirnos.
Adara se excusó para atender sus necesidades.
- ¡No! -replicó Christian con voz ronca-. Podrían encontrarse ahí fuera, vigilándote-. Se giró a mirar a loan-. Asegúrate de que alguien la acompañe en todo momento.
- Considéralo hecho. -loan se detuvo antes de salir-. Tengo una espada de repuesto para ti. Sé que no es igual que la de tu padre, pero es un arma excelente.
Un músculo se movió en la barbilla de Christian, pero no dijo nada mientras ellos salían.
El caballero permaneció acostado en silencio, repasando mentalmente lo que había sucedido fuera de la catedral. Nunca había estado tan enfadado.
Estaría más alerta en el futuro. Ninguno de ellos podía permitirse bajar la guardia en momento alguno. Tenía suerte de no estar muerto.
No, no era suerte. Él sabía por qué había luchado tanto para recuperar la conciencia.
Adara.
Ella era su respiración, su fortaleza. ¿Cómo podía negar la verdad?
Otros te necesitan.
Yo la necesito a ella.
Era así de fácil y así de difícil. No quería vivir sin ella, pero ¿cómo podía abandonar a quienes lo necesitaban para ayudarles?
Al contrario que la guerra por Elgedera, él no sabía cómo podía ganar en esta cuestión.
Christian no volvió a respirar con tranquilidad hasta que Adara regresó a la tienda y pudo verla de nuevo y estar seguro de que estaba bien.
- Pareces cansada -le dijo cuando volvió a su lado. loan resopló.
- Casi no ha tenido un minuto de reposo desde que te hirieron. Tratamos de que descansara, pero fue casi imposible.
Ella se ruborizó, hermosa, acercando una silla a la cama.
- Ven aquí, mujer. -Estiró la mano. loan se aclaró la garganta.
- Ahora que ella ha regresado a tu lado, os dejaré a solas. -Les hizo una inclinación con la cabeza antes de dirigirse a la salida.
- ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? -le preguntó.
- Poco más de una semana.
- Siento haberte preocupado.
- Y deberías lamentarlo más -le dijo ella con una voz seria que su mirada traviesa desmentía-. Me he desgastado las rodillas rezando por tu despreciable pellejo durante estos últimos días.
- ¿Despreciable?
- Sí. No sé por qué me he tomado la molestia.
A pesar de todo, él pudo ver el alivio y la mirada burlona en sus ojos oscuros, y eso lo inflamaba más que una hoguera llameante.
- Me alegro de que te hayas tomado la molestia. Ella sonrió, luego se puso seria. -¿Quién te atacó?
- Los sesari -afirmó, mientras la rabia se asentaba en su corazón-. Sin duda le llevaron mi medallón a Selwyn como prueba de que he sido asesinado.
Adara lo miro con los ojos entrecerrados.
- Es preferible que se hayan llevado eso y no tu cabeza.
- Tienes razón. Puedo vivir sin el medallón, pero no sin cabeza.
De pronto, se oyó un alboroto en el exterior. Christian se levantó a pesar de las protestas de Adara por sus movimientos.
Repentinamente, un grupo de los caballeros del obispo entró en la tienda.
- ¿Qué es esto? -preguntó Christian.
- Estamos aquí para arrestar a la bruja. Christian sintió que su cara palidecía.
- Entonces habéis venido al lugar equivocado. Aquí no hay ninguna bruja.
Sin titubear, se acercaron para alejar a Adara de su lado.
Su esposo se levantó de la cama al mismo tiempo que entraban Joan, Lutian y el Fantasma. Trastabilló, pero no cayó.
- ¡Soltadla!
- No. Estamos a las órdenes de la Iglesia. La bruja debe ser juzgada por sus crímenes.
- ¿Qué es lo que ha hecho? -preguntaron Christian y loan al mismo tiempo.
- Según su acusador, ella invocó el diablo para salvarte. Vos deberíais estar muerto.
- ¡Eso es absurdo! -vociferó Christian-. Aquí no hay ningún diablo.
- Yo no he hecho nada -se defendió Adara. -Silencio, bruja. -Uno de los caballeros levantó la mano para pegarle.
Christian agarró al hombre y, aún convaleciente, lo empujó apartándolo de ella.
- Si le pones la mano encima a mi esposa, no habrá poder sobre la tierra o fuera de ella que pueda salvarte de mi ira. Ninguno. Si queréis un prisionero, llevadme a mí.
- El obispo Inocencio desea interrogarla personalmente por los cargos en su contra.
- Todo irá bien, Christian -afirmó Adara-. Soy inocente. Tú descansa y yo regresaré pronto.
Pero él sabía que no iba a ser así. Había estudiado las leyes de la Iglesia ampliamente. Conocía de primera mano los métodos que usarían para sonsacarle una confesion.
- Decidle al obispo que no se le acerque hasta que yo hable con él.
El caballero se rio.
- El obispo no habla con paganos que están aliados con brujas.
Antes de que él pudiera moverse, la habían sacado a rastras de la tienda.
Se sentó en la cama, demasiado débil para detener aquella parodia.
- ¿Qué hacemos? -preguntó Ioan.
Christian miró al Fantasma. Tardarían demasiado tiempo en llegar hasta el papa. Para entonces, Adara, probablemente, habría sido condenada y ejecutada… eso, si sobrevivía al interrogatorio.
- Seguidlos y decidme a dónde la llevan.
El Fantasma salió inmediatamente. Christian se acercó a su baúl para sacar su hábito de monje.
Loan extendió su mano para detenerlo. -Casi no puedes tenerte en pie. Christian se soltó de la mano de su amigo.
- Tú sabes tan bien como yo lo que le van a hacer.
No puedo permitirlo.
- Si vas a defenderla, podrían acusarte también de brujería.
- Entonces moriré.
Joan sacudió la cabeza.
- Muy bien. Entonces moriremos juntos.
Adara tropezó cuando le empujaron al interior de una pequeña celda y la cerraron dando un portazo. Su corazón martilleaba poseído por el pánico. A su alrededor, oía el eco de gritos, alaridos y oraciones. Los sonidos de gente que estaba siendo azotada. Todavía no podía creer la manera en que la habían arrastrado por toda la ciudad.
- ¡Soy una reina! -gritó mientras corrían el cerrojo de la puerta.
El caballero se rio.
- ¿Dónde está tu traje real, majestad? -preguntó burlándose-. ¿No sabes que la pena por hacerse pasar por noble es la muerte?
- Yo no me estoy haciendo pasar por nadie. Soy la reina Adara de Taagaria.
- Y yo el rey David. -Riéndose, se alejaron, dejándola allí.
Adara sintió que su coraje vacilaba cuando oyó el ruido de los ratones corriendo por los oscuros rincones de su celda.
- Esto no puede estar sucediendo -murmuró, apretando los brazos a su alrededor, como si quisiera protegerse de la atrocidad.
Las paredes estaban húmedas y frías, el aire rancio y acre. Unas sombras imposibles de identificar parpadeaban inquietantemente sobre los muros a la luz de las antorchas colocadas en la pared. Era verdaderamente el infierno en la tierra.
Y Christian había vivido los años de su juventud en un lugar como aquél.
Por primera vez, comprendió plenamente lo que pudo haber sentido. Con razón odiaba los espacios cerrados. Esto era lo más aterrador que podía imaginar.
Ella no había hecho nada malo, pero, al fin y al cabo, Christian tampoco.
- ¿Qué voy a hacer?
¿Qué pasaría si no la creían? Había oído muchas historias sobre la Iglesia de occidente y la locura que, en ocasiones, parecía poseer a sus clérigos. Eran conocidos por quemar brujas y herejes, y torturarlos hasta que confesaban cualquier crimen con tal de poner fin a su suplicio.
Yo soy inocente.
Pero, a fin de cuentas, ¿eso les importaría?
- Dios, sálvame -rogó susurrando, esperando un milagro.