CAPÍTULO 4
EL CORAZÓN DE ADARA VOLVIÓ A LATIR DE MANERA frenética mientras miraba a su alrededor, tratando de ver algo en el oscuro bosque que estaban atravesando.
- ¿Dónde?
Con un dedo sobre los labios, el caballero le indicó que guardara silencio, intentando distinguir un sonido lejano. Transcurrido un minuto, acercó su caballo al de ella para poder hablarle en voz baja. Lutian se acercó por el otro lado para poder oír también.
- La abadía de Withernsea está tan sólo a una legua de aquí. Si somos atacados antes de llegar allí, continuad cabalgando hacia el norte a toda velocidad. No os detengáis a mirar atrás, ni aminoréis el paso hasta llegar a las puertas de la abadía. Id a la parte de atrás, donde el hermano Thomas debe estar a cargo de la portezuela de caridad. Decidle que Christian de Acre os ha enviado en busca de refugio. ¿Habéis comprendido?
Ella asintió.
- Muy bien. Ahora, al galope.
Adara golpeó el costado del caballo con sus rodillas. El animal aumentó su velocidad. En principio, pensó que todo iría bien hasta que oyó un alarido inhumano. Era el grito de los sesari, un grupo de élite especial del ejército elgederiano. Eran los guardaespaldas del rey, rápidos como un rayo.
Frenó su caballo.
- Son vuestros hombres -le dijo a Christian.
- ¿Qué?
- Conozco ese sonido. Son los guardaespaldas del rey. Están aquí para proteger…
Antes de que pudiera terminar la frase, los sesari atacaron.
- ¡Adelante! -gritó Christian, golpeando el flanco del caballo de Adara con sus riendas.
Ella tomó las riendas de su corcel mientras él desenfundaba su espada.
- No pueden haceros daño. Está prohibido.
Una flecha pasó silbando entre los dos.
Christian la miró con fiereza.
- Aparentemente no comparten vuestras creencias, Adara. Ahora iros, para que yo pueda luchar sin temer que os hagan daño. -Miró a Lutian-. Llévala a un lugar seguro.
La joven no quería dejarlo en aquella situación, pero sabía que él tenía razón. Ella no era un guerrero y tampoco Lutian. Lo único que lograrían sería entorpecer la capacidad de Christian para derrotar a sus atacantes.
- Ecri denara -dijo ella, deseándole suerte en su idioma nativo. Por el rabillo del ojo vio algo azul en el bosque, un instante antes de hundir sus talones en el caballo y salir a toda velocidad rumbo al norte, con Lutian siguiéndola de cerca.
Christian respiró profundamente, aliviado al ver que ella le había obedecido. Ahora sólo le quedaba la esperanza de contener a los atacantes para que Adara y Lutian tuvieran tiempo para llegar a su destino.
Empuñando su espada con fuerza, le dio vuelta a su montura y vio cómo seis hombres con túnicas de color azul oscuro salían del bosque hacia el pequeño claro.
Una nítida voz masculina resonó, hablando elgederiano cuando lo descubrieron.
- El regente quiere al impostor muerto. Al que lo consiga le esperan el paraíso y riquezas.
Christian se rio. Pobres hombres. No tenían ni idea de con quién o con qué estaban a punto de enfrentarse.
- El paraíso o el infierno sólo son competencia del Señor nuestro Dios -les dijo en elgederiano-. No de vuestro gobernante. El que quiera enfrentarse a su juicio final esta noche, que dé un paso adelante, y yo estaré más que complacido de acelerar su partida.
Su caballo intentó retroceder, asustado, presintiendo la batalla inminente. Christian retomó el control del animal y lo dirigió hacia quienes querían matarlo.
Y a medida que se aproximaba a ellos, se percató de que se trataba tan sólo de la vanguardia de un grupo más numeroso.
Adara pensó que su corazón iba a estallar, hasta que, finalmente, divisó las murallas de la antigua abadía frente a ella. La luz de la luna brillaba contra la austera piedra. Tal y como Christian le había ordenado, cabalgó hasta la parte posterior y encontró la pequeña puerta que él había descrito.
Desmontó rápidamente, corrió hacia ella y golpeó con fuerza la vieja madera gris azulada, esperando que los monjes no se encontrasen en una de sus horas de oración.
Una trampilla se abrió en la puerta.
- No tenemos más limosnas para los pobres -dijo el viejo monje-. Vuelve mañana hija mía. -Con dos dedos estirados, hizo la señal de la cruz en la pequeña abertura-. Pax vobiscum.
- ¿Hermano Thomas? -preguntó ella antes de que pudiera cerrar la ventana por completo. Él la abrió para poder verla mejor. -¿Sí?
Ella dejó caer su capa y se alzó de puntillas para que él supiera que no representaba ninguna amenaza.
- Me envía Christian de Acre. Me dijo que os pidiera refugio.
La cara del anciano se convirtió en una máscara horrorizada. Cerró la trampilla de un golpe, y abrió la puerta de inmediato.
- Entrad, hija mía. ¿Christian está…?
Ella pudo ver que él no se atrevía preguntar, por miedo a que las noticias fueran dolorosas.
- No lo sé. Nos dirigíamos hacia aquí cuando fuimos atacados. Él nos envió… -afirmó, señalándose a sí misma y a Lutian- delante y se quedó enfrentándose a nuestros perseguidores.
- Que Dios lo acompañe -murmuró él, santiguándose. Esperó a que entraran en los confines del monasterio y luego cerró la puerta con llave.
Adara contuvo la respiración cuando vio una pequeña marca en la mano del monje. No se detuvo a pensar. Le tomó la mano y la sostuvo bajo el candil para ver la misma señal que Christian tenía grabada en su mano.
- Esta marca… ¿qué significa? -La palidez del monje aumentó-. Por favor, hermano. Christian también la tiene y se niega a hablarme de ella.
- ¿Y quién sois vos?
- Soy su esposa. Adara.
Las lágrimas brotaron de los ojos castaños del hombre mientras la miraba como si se tratase de un fantasma. La abrazó como si fuera una hermana, dándole palmadas en la espalda.
- Adara -murmuró mientras seguía abrazándola-. Este viejo corazón se regocija al ver que Christian finalmente ha encontrado algún consuelo en este mundo. Dios sabe que se lo merece.
Lutian abrió la boca para hablar, pero Adara le dio un manotazo en el estómago en señal de advertencia. Rápidamente, cerró la boca y la miró, frotándose la zona donde ella lo había golpeado.
Sorbiendo las lágrimas, el viejo monje dio un paso atrás y le sonrió.
- Sois muy hermosa, hija mía.
- Muchas gracias, hermano. Pero ¿y la marca? -preguntó-. Necesito entender por qué provoca tanto dolor en mi esposo cuando le pregunto por ella.
Por su expresión, ella notó que aquella señal lo perturbaba también a él.
- Es la marca de nuestro cautiverio y, desde entonces, se ha convertido en el símbolo de nuestra Hermandad.
- ¿La marca de vuestro cautiverio? -repitió Lutian.
- Sí. Cada uno de nosotros fue capturado de forma diferente y arrojado a las entrañas de una oscura mazmorra. Los paganos nos pusieron la marca para recordarnos nuestra servidumbre y nuestra humillación. -Se giró para a mirar a Adara-. Gracias a hombres como vuestro esposo, se convirtió en el signo que nos unió y nos dio fortaleza para sobrevivir.
Aquellas palabras le dieron esperanzas a Adara de que entre los monjes se encontraran, al menos, uno o dos guerreros.
- ¿Hay alguien aquí que pueda acudir en ayuda de Christian?
La mirada del monje se entristeció.
- Nada desearía más, milady. Pero, por desgracia, aquí no hay ningún caballero, sólo defensores de Dios. Pero conozco a Christian muy bien. Sobrevivirá.
Adara rezó para que aquello fuera cierto, pero ella también conocía bien a los sesari y no eran fáciles de derrotar.
Barajó la idea de regresar ella misma, pero lo último que Christian necesitaba era que ella hiciese una cosa tan estúpida.
- Él estará bien, mi reina -dijo Lutian.
Los ojos del hermano Thomas se abrieron de par en par.
- ¿Reina?
Ella sintió como se ruborizaba. Hubiese preferido que el monje no supiera nada sobre su verdadera identidad. -Sí, hermano. Soy reina.
- ¿Entonces es cierto que Christian es un príncipe? -Sí.
Él sacudió la cabeza mientras agarraba el candil y los conducía hacia un pequeño grupo de edificios en el centro del patio.
- Vaya. Es agradable saber que finalmente ha descubierto su lugar en el mundo. Pensé que nunca encontraría la paz o un hogar.
Ella no tuvo el coraje de corregir al hombre y contarle que Christian no tenía el menor deseo de ser su esposo ni de regresar a su casa. Se negaba a ambas cosas con el mismo fervor.
- ¿Vos estuvisteis con Christian en Tierra Santa? -preguntó ella.
Thomas asintió mientras atravesaban el bien cuidado patio.
- Yo ya estaba cautivo cuando lo apresaron. En aquellos días, yo era un comerciante que había viajado a Jerusalén en peregrinación, y me entristece decir que había perdido toda mi fe en Dios después de ser capturado. Es difícil mantener la fe cuando no obtienes respuesta a tus oraciones en medio de un constante sufrimiento y de una muerte sin sentido. Después trajeron a aquel muchacho que se enfrentaba con fortaleza a nuestros torturadores sarracenos. Era como un león poseído por la fe y el amor de Dios.
Siempre que deseábamos morir, las palabras de consuelo y esperanza de Christian nos mantenían vivos. Su fe nos sacó adelante a todos. -Sus viejos ojos parecían embrujados-. De hecho, él era el único que teníamos para confesarnos y administrar la extremaunción a quienes no lograron sobrevivir. La mayoría de los muchachos de su edad formaban parte de la muerte constante que nos rodeaba, pero no Christian. Él no permitiría que nadie ardiese en el infierno a causa de su fe. No le importaba cuál era la enfermedad o la herida, él decía las últimas palabras para salvar sus almas. Dios bendiga su amabilidad y entereza.
Adara sintió un nudo en la garganta mientras pensaba lo horrible que debía haber sido para él. No podía imaginar una responsabilidad mayor. Ni siquiera como gobernante.
- ¿Por eso lo llamaban el Abad?
- Sí. Desde entonces, hice mis votos para poder servir mejor a Dios, pues fue Él quien nos envió a Christian para darnos la fortaleza para sobrevivir a nuestra pesadilla.
- ¿Y de verdad no hay nadie a quien podamos enviar ahora para ayudarle en este momento de necesidad? -preguntó ella de nuevo.
- No, hija mía. Pero no temas. En un combate, Christian no tiene rival.
Christian hundió su espada en el cuerpo de su último atacante. Había logrado mantenerse, pero las tornas estaban cambiando desfavorablemente para él. Varios enemigos lo habían herido y su espada parecía pesar cada vez más con cada latido del corazón.
Cuanto más cansado estaba, mayor era el número de sus agresores.
¿Cuántos serían?
Repentinamente, una luz cegadora atravesó la oscuridad. Cayó cerca de él, y luego explotó en fragmentos que volaron contra los hombres que lo atacaban. Ellos gritaron mientras el fuego ascendía por sus cuerpos y los consumía.
La lluvia de fuego se hizo más intensa. Christian se inclinó hacia atrás, alejándose de los hombres y de la fuente de sus temores.
Como si procediese de una horda demoníaca, oyó un sonido de cascos acercándose. El caballero apenas tuvo tiempo de moverse antes de que el caballo y su jinete llegaran a su lado.
- Agárrate a mi mano, Abad.
Miró hacia arriba, y se encontró con la cara del Fantasma.
Christian aferró su brazo un instante antes de que el Fantasma tirara de él, sentándolo a su espalda. Espoleó su caballo y lo puso al galope, mientras Christian trataba de sostenerse en la silla.
- ¿Dónde está tu caballo? -le preguntó el Fantasma. -No lo sé. Era el caballo de un granjero. La pelea lo asustó.
Su compañero se rio de una manera sombría. -¿Te tiró, verdad?
- Sí.
El Fantasma sacudió la cabeza mientras hacía girar su montura, adentrándose en la parte más espesa del bosque para escapar de cualquiera que los pudiese estar siguiendo.
Christian respiraba de manera lenta y entrecortada a medida que el dolor de sus heridas lo iba atravesando. Siempre era igual. Durante la batalla, la mente estaba ocupada en sobrevivir. El dolor no tenía cabida en los pensamientos de un guerrero. Pero, una vez que se había puesto a salvo, el tormento del cuerpo se manifestaba en toda su plenitud. Y el suyo estaba cantando a voz en grito esa noche.
Christian miró hacia atrás para ver si alguien los seguía, aunque no pudo ver nada entre la oscuridad.
- Necesitamos dirigirnos hacia With…
- Ya lo sé. Seguí a tu reina hasta asegurarme de que llegaba sana y salva antes de volver sobre mis pasos a ayudarte.
Aquella noticia lo sorprendió. -Pensé que ibas de regreso a París. -Mentí.
Christian frunció el ceño ante el tono suave del Fantasma.
- ¿Por qué nos seguiste?
- Tuve la sensación de que el hombre que maté no estaba solo.
- Me lo hubieras podido haber dicho y habrías viajado con nosotros.
El Fantasma resopló.
- No es mi estilo.
Christian lo entendió. El Fantasma siempre había sido una criatura solitaria. Incluso más que él mismo. En prisión, se había mostrado extremadamente reservado y hosco. Se había relacionado a regañadientes con Christian y los demás prisioneros, sin dejar de ser nunca receloso y cauteloso.
A Christian le recordaba, en cierta forma, a un perro que ha sido azotado demasiadas veces y no vuelve a dejar que nadie más se le acerque, por temor a ser herido de nuevo. Eso sin mencionar que el hombre presentaba una fea cicatriz a lo largo de su garganta, que ahora mantenía oculta. En prisión no había podido ocultar aquella marca, que parecía indicar que alguien había tratado alguna vez de cortarle la cabeza.
Christian siempre había hecho todo lo posible para respetar el aislamiento que el hombre parecía desear.
Los dos permanecieron en silencio el resto del camino hasta la abadía. Christian fue el primero en desmontar, trastabillando mientras el dolor lo invadía.
- ¿Thomas?
- Sí -dijo el viejo al aproximarse con su hábito marrón y la tonsura de monje-. Ya oí los golpes. Esperaba que fuera Christian. Tráelo por aquí. Ya tengo una habitación preparada.
Agradecido, el Fantasma lo siguió hasta una de las celdas del monasterio. Mientras cruzaban el corredor, pudo apreciar que el edificio era limpio pero austero.
El Fantasma hizo una mueca al ver la estancia, diseñada para ser práctica pero sin pensar, en absoluto, en la comodidad. Pero al menos podría librarse de aquel enorme caballero que pesaba tanto como su caballo.
Thomas retiró la áspera manta que cubría un camastro de aspecto poco acogedor. El Fantasma acostó a Christian con cuidado, antes de quitarle el hábito negro para dejar a la vista la cota de malla que llevaba debajo. Le quitó rápidamente la espada y la funda.
- Está malherido -le explicó a Thomas-. ¿Hay algún monje que pueda atenderlo?
- Sí. El hermano Bernard. Voy a buscarlo y a informar a la reina que Christian lo ha conseguido.
El Fantasma asintió mientras empezaba a desatar la cota de malla. Podía ver las brillantes manchas rojas de sangre filtrándose entre los eslabones, además de varios cortes en el metal donde las armas lo habían perforado. Tenía un buen número de heridas. Le sorprendió que Christian hubiese resistido tanto antes de desmayarse.
Ambos estaban acostumbrados al dolor.
Le quitó la cota de malla y el jubón acolchado, y se detuvo un momento al ver las viejas cicatrices sobre el hombro derecho de Christian. Sin proponérselo, sus recuerdos le invadieron.
En lugar del monasterio donde se encontraban ahora, vio los viejos muros de la prisión, cubiertos de humedad. Sintió el olor de la descomposición y la muerte. Oyó los gritos de dolor y el murmullo de las oraciones de los desesperados y de los moribundos. Incluso pudo sentir nuevamente el calor de la fiebre que había atormentado su cuerpo.
- Toma, Fantasma -le había dicho Christian, mientras le ofrecía un vaso de una extraña agua amarga para que bebiese.
El mero hecho de verlo, lo había aterrorizado. Si los descubrían con agua no racionada les darían una brutal paliza, que era lo que le había causado al Fantasma la fiebre que padecía en aquel momento.
- ¿Dónde…?
- Shhh, no temas. Sólo bebe. Hará que tu fiebre desaparezca.
El Fantasma apenas la había probado cuando el guardián los descubrió.
Christian inmediatamente tomó el vaso y fingió que era él quien estaba bebiendo.
- ¡Ladrón! -Era una de las escasas palabras en árabe que el Fantasma conocía por aquel entonces. El guardián agarró el vaso y empezó a azotar a Christian, que soportó la paliza en silencio hasta que el Fantasma trató de decirle al guardián que el agua era suya. El hombre se detuvo y le preguntó algo a Christian que el Fantasma no pudo entender. Christian respondió en árabe y luego fue golpeado aún más.
El Fantasma quería detenerlo, pero sabía por experiencia que el guardia golpearía aún más a Christian si trataba de interferir. Cuando acabó, Christian se arrastró de nuevo a su lado. Tenía el labio partido y el ojo hinchado.
- Toma -le había dicho, mientras su mano temblorosa le entregaba un pequeño odre que llevaba escondido-. Aquí hay más agua para ti.
Aún hoy, el Fantasma guardaba el mejor recuerdo de aquel sacrificio. Había sido la primera vez desde la muerte de su padre que alguien le había demostrado semejante amabilidad. Christian no tenía nada que ganar y sí mucho que perder ayudándolo.
Aquélla era la razón por la que Christian de Acre era el único hombre vivo por quien él estaría dispuesto a dar su vida, y que gozaba de la cínica lealtad del Fantasma. El resto de la humanidad podía arder en el infierno, si por él fuera.
Alejando estos pensamientos, rasgó una tira de tela de la túnica de Christian para hacer un torniquete en la peor de las heridas… un corte que descendía por el hombro y el brazo derecho.
- ¿Qué ha sucedido?
Se dio la vuelta para mirar por encima de su hombro y vio a Adara entrando a la habitación. -Fue atacado.
Ella se arrodilló junto al camastro.
- ¿Qué puedo hacer para ayudar?
- Mantened esto oprimiendo la herida y dejadme ver si hay otras más profundas.
Adara siguió sus instrucciones. Mantuvo el pedazo de tela haciendo tanta presión como podía sin provocar más daño a Christian, mientras miraba como el Fantasma le quitaba la protección de cota de malla de sus piernas y las calzas.
- Fantasma, muchas gracias por salvarlo.
Él respondió con un sutil movimiento de cabeza. Si fuera la primera vez que lo veía, ella habría jurado que sus palabras lo avergonzaban.
El Fantasma lo acaba de cubrir con la áspera manta cuando el hermano Thomas regresó con otro monje de ojos somnolientos. El robusto hombre traía su cabellera pelirroja brillante totalmente despeinada y los miraba con los ojos entrecerrados.
- No tiene buen aspecto -murmuró, aproximándose al camastro-. Hermano Thomas, tráeme mis cosas.
- Aquí están, hermano Bernard -contestó el otro monje, acercándoselas.
Bernard las miró como si fuera un extraño. Frunciendo el ceño, tomó las cosas y alejó a Adara del pequeño cofre que estaba junto a la cama.
- Es mejor que esperen fuera mientras trabajo.
El Fantasma no estuvo de acuerdo. -Yo creo que debo permanecer y…
- Lo que yo hago es el trabajo de Dios. Ahora vete. -Todo irá bien, Velizarii -le tranquilizó Thomas-.
No permitirá que le suceda nada malo a Christian. -¿Velizarii? -preguntó Adara, reconociéndolo repentinamente. Con razón había pensado que no era la primera vez que veía a aquel hombre. Lo había conocido muy bien cuando eran niños.
¿Cómo no se había dado cuenta cuando vio sus pálidos ojos?
- ¿Acaso eres Velizarii von Kranig?
Sus facciones se endurecieron.
- Soy alguien sin trascendencia alguna. -Se dio la vuelta y abandonó la habitación.
Adara corrió tras él. Cuando lo alcanzó, iba por la mitad del corredor, camino del refectorio. Ella lo detuvo.
- ¿Velizarii?
- Velizarii está muerto -masculló entre dientes, liberando su brazo de la mano de Adara-. Murió hace mucho tiempo.
Las lágrimas se asomaron a los ojos de la joven al oír el odio que afloraba en su profunda y áspera voz.
- Entonces, es una lástima. Yo quería mucho al niño que conocí.
Cuando se giró a mirarla, un músculo se movió en su barbilla. Parecía como si estuviera luchando para decidir si hablaba con ella o huía.
Ella buscó en su rostro algún rasgo del hermoso niño que había venido alguna vez a su palacio con su padre. Mientras sus padres hablaban de política y de tratados, ellos jugaban en el jardín de la parte de atrás. No quedaba ni rastro del inocente niño en el hombre que tenía ante ella. Era duro. Insensible.
Y eso le rompió el corazón.
Cuando él habló de nuevo, sus palabras fueron tan duras como su fría mirada.
- ¿Cómo pudo una princesa haber querido a un campesino?
- Vos no erais un campesino. Él rio con amargura.
- Mi madre lo era.
- Vuestro padre era un príncipe.
- Y lo único que consiguió fue una muerte prematura a manos de su propio hermano.
Ella sufría por él. Sabía exactamente lo mucho que había significado su progenitor para él cuando era un niño. Nunca se había visto a su padre Tristoph sin que Velizarii estuviera con él.
Durante muchos años, se había preguntado qué habría sido de su compañero de juegos. Pero nunca le había llegado noticia alguna, de manera que había asumido que él, al igual que el resto de su familia, había sido asesinado. -¿Christian sabe que sois su primo? -preguntó. -No -gruñó él -y nunca deberá saberlo. -¿Por qué?
- ¿Qué beneficio le reportaría si lo supiera?
- Vos sois la única familia que le queda.
- No, Adara, vos sois la única familia que le queda. Yo soy un criminal y un fantasma. Como Christian, no tengo ni el más mínimo deseo de regresar a Elgedera, donde pende sobre mí una sentencia de muerte y en donde recordaré la forma en que murió mi padre, luchando por su vida contra los miembros de su propia familia. Nuestra sangre está manchada.
Ella se negó a creer aquello.
- Sin embargo, salvasteis a Christian esta noche.
- Salvé a un hombre al que le debo la vida, eso es todo. ¿Necesito recordaros quién os quiere matar? Nuestra familia. Han golpeado de nuevo, y no descansarán hasta que todos estemos muertos.
Quizás. Pero eso no invalidaba el hecho de que Velizarii había salvado a Christian dos veces aquella misma noche.
- ¿Qué os sucedió, Velizarii? -preguntó ella, desesperada por entender cómo un niño tan alegre podía haberse convertido en el hombre huraño que tenía ante sí-. La última vez que hablamos, todo lo que querías era enorgullecer a tu padre. Ibas a ingresar en los hauen gras y algún día serías capitán.
La amargura oscureció sus ojos mientras retiraba la banda de cuero de su garganta. Allí, bajo su nuez, había una profunda y atroz cicatriz, que explicaba su cavernosa y sepulcral voz. Aquella horrible marca la hizo estremecerse, intentando compartir su dolor.
- ¿Qué pasó? Mi padre mató a mi abuelo, y en medio de la noche, siguiendo las órdenes de Selwyn, sus esbirros entraron en mi dormitorio y mataron a todos los hombres y niños que allí había para asegurarse que no pudiéramos tomar represalias contra los sesari sobornados que habían permitido los asesinatos.
Adara recordó la noche en que los hauen gras, los caballeros reales de Elgedera que protegían al país, habían sido asesinados.
- ¿Cómo sobrevivisteis?
- La tenacidad insensata es siempre el duende travieso del destino.
Su frívolo comentario la enfureció.
- ¿Cómo sobrevivisteis? -repitió.
Soltando la tira de cuero de su cuello, dirigió su fantasmal mirada al suelo. En lo más profundo de sus ojos, ella podía ver su horror. Su agonía.
- Me arrastré saliendo de debajo de los cuerpos de mis compañeros mientras los hombres de Selwyn quemaban nuestros cuarteles. Medio muerto, salí a gatas por la parte de atrás, temeroso de que en cualquier momento me vieran y acabaran conmigo. Encontré un lugar en el bosque y me escondí hasta que se fueron. Permanecí en un estado letárgico varios días hasta que un granjero encontró mi escondite y me llevó junto a su esposa para que me cuidara hasta recuperarme.
- ¿Entonces cómo terminasteis en Tierra Santa con Christian?
- La dama Fortuna. Ella siempre escupe, incluso sobre los más ingeniosos.
Adara suspiró.
- Velizarii…
- No uséis ese nombre. No tengo el más mínimo deseo de recordar esa parte de mi vida, majestad. Lo más amable que me ocurrió allí fue que me cortaran la garganta. Creedme, no desearías saber lo que realmente me sucedió tras la muerte de mi padre.
Ella le dio una suave palmada en el brazo, queriendo consolarlo, pero sabiendo que nada lo haría.
- ¿Alguien os ha entrenado a vos y a Christian para ser tan evasivos, o es un talento que habéis desarrollado por vuestra propia cuenta?
- Fue una habilidad necesaria que cultivamos para poder sobrevivir. -Se dio la vuelta y se dirigió hacia el refectorio donde ella había dejado a Lutian comiendo, cuando había ido a ver a Christian.
- Tendréis que disculparlo, alteza -dijo Thomas a sus espaldas-. De hecho, debéis disculparlos a ambos. Ninguno de ellos ha conocido jamás la serenidad o el consuelo. Han visto suficientes tragedias como para endurecer a cualquier hombre.
Ella sonrió al viejo monje.
- Y sin embargo los dos cuentan con vuestra lealtad. Él asintió.
- Eran tan sólo unos muchachos cuando los conocí, pero, sin embargo, luchaban como el más experimentado e intrépido guerrero. Tuve suerte de ser un hombre adulto antes de ser capturado. Ellos alcanzaron la madurez bajo los azotes y los abusos de nuestros torturadores. -Le hizo una seña para que se acercara-. Venid, voy a convencer al hermano Bernard para que os deje quedaros con vuestro esposo. Él necesita el suave tacto de una mujer para que lo consuele.
Adara regresó junto a la cama de Christian, donde el hermano Bernard estaba terminando de curar sus heridas. Su piel tenía un tono grisáceo. La herida del hombro estaba sangrando de nuevo.
- ¿Cómo está? -le preguntó al hermano Bernard.
- Alguien lo quería ver muerto, eso está claro. La voluntad de Dios decide en estos asuntos. -El monje hizo la señal de la cruz sobre Christian antes de recoger sus cosas y dirigirse a la puerta. Se detuvo junto a ella-. Si deseáis asistirlo, milady, podéis humedecerle la frente esta noche para que no arda a causa de la fiebre. Si empieza a retorcerse, enviad a buscarme inmediatamente.
- Muchas gracias, hermano Bernard.
El asintió y salió de la habitación.
- Estaré con Velizarii si me necesitáis -dijo Thomas.
A solas con su esposo, Adara se acercó lentamente al camastro. Acercó la banqueta que el hermano Bernard había dejado a la cabecera del hombre que, aun estando inconsciente, seguía resultando imponente.
Era un príncipe que rechazaba su trono, algo inconcebible para ella. Durante toda su vida le habían inculcado sus responsabilidades reales. Ni una sola vez había considerado dejarlas de lado y huir de ellas.
Christian lo había hecho y ella se preguntaba cómo se sentiría viviendo de esa forma, sin tener el constante y gravoso cometido de tomar decisiones que podían resultar erróneas. Ella era lo único que se interponía entre su pueblo y la tiranía. Entre su pueblo y la esclavitud.
Había momentos en que esa carga era más de lo que podía soportar. Todavía era una mujer joven. Sin embargo, en la oscuridad de la noche, cuando estaba a solas, se sentía anciana.
Al fin y al cabo, Christian no conocía a su pueblo. Nunca había visto lo hermosa que había sido Elgedera antes de los sangrientos golpes que habían dejado a su familia completamente destruida. Allí, en las verdes montañas y dorados valles había más belleza que en el propio Jardín del Edén. Al igual que habían hecho sus padres antes que ella, le gustaba cabalgar disfrazada por las aldeas que rodeaban Garzi para poder hablar con su gente, conocer su tierra como uno de ellos, y enterarse de sus problemas.
Christian no tenía la menor idea de sus costumbres o sus habilidades. Para él, eran como extraños sin nombre.
Como ella había sido siempre.
Con el corazón entristecido, agarró la pequeña jofaina donde el hermano Bernard había dejado agua y un paño. Escurrió la tela y se acercó a Christian. En el momento en que le tocó la frente, se despertó maldiciendo y le agarró la mano con un fuerte apretón, haciéndole daño.
- Tranquilo, Christian -susurró.
El caballero parpadeó al reconocer la cara de un ángel oscuro… Su esposa.
- ¿Adara? -preguntó, tratando de recordar cuándo habían llegado a la abadía.
Ella le cubrió su mano con la suya.
- Sí, ahora soltadme, por favor. Me estáis haciendo daño.
Él la soltó inmediatamente.
- Perdonadme, milady. No tengo buen despertar cuando me tocan.
- Eso ya lo he notado. ¿Cómo os sentís?
El hizo una mueca y alejó el dolor, recostándose de nuevo.
- Para ser sincero, he tenido mejores momentos. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? -No mucho.
Le puso un paño frío en la cabeza. Christian saboreó la calidez de su tacto, la suavidad de sus acciones. Habían pasado algunos años desde la última vez que una mujer lo había tocado de esa manera. Para consolarlo.
Ella todavía llevaba puesto su vestido de campesina, aunque sólo un tonto sería incapaz de reconocer la nobleza inherente a la mujer grácil y amable que tenía ante él.
- ¿Dónde está el Fantasma? -preguntó él.
- Creo que ha ido a comer algo.
- ¿Vos ya lo habéis hecho?
Ella asintió.
- ¿Queréis que os traiga algo? -No, estoy bien.
- En realidad, deberíais comer. Ni siquiera tuvimos tiempo de probar los pasteles que compramos en la posada.
Ella estaba tan cerca de él que lo único que pudo hacer fue mirarla a los ojos. No eran de un simple color castaño, estaban surcados de reflejos dorados. Su largo cabello negro le caía por encima del hombro, llegando hasta su mano. Sus puntas sedosas cosquilleaban en su piel. Casi sin pensarlo, permitió que el mechón se enrollara en torno a su dedo.
Hubo algo tremendamente irreal en aquel instante. Algo tranquilizador. Calmado. Amistoso. Ello despertó una parte extraña de su ser, que ansiaba desesperadamente momentos como aquél cuando alguien se preocupaba por él.
Desde que había escapado de su prisión, nunca había pensado en un hogar o en una familia. Su único pensamiento había sido mantenerse alejado de cualquier lazo que lo atase.
Sin embargo, lo que ella le había ofrecido esa noche…
Se llevó la mano a los labios para poder inhalar el dulce y femenino aroma de su cabello, sentir su suavidad contra su piel.
Adara no podía respirar, viéndolo disfrutar de la sedosidad de su pelo. Era como si él nunca hubiese contemplado algo tan precioso, y eso le estremeció el corazón.
El caballero acercó su otra mano para acariciar su mejilla con su áspera palma. Su dedo pulgar le rozó los labios en una sensual caricia que le hizo sentir escalofríos por todo el cuerpo.
- ¿Os han besado alguna vez, Adara?
- No, Christian. He conservado nuestros votos de la manera más sagrada. Ningún hombre me ha tocado jamás, en modo alguno.
Él la miró asombrado. Ella vio la sensación de culpa que apareció en sus ojos mientras bajaba la mano. -Yo no sabía qué estábamos casados. Ella tomó su mano entre las suyas. -Lo sé y no os culpo por eso.
- La ignorancia no tiene absolución. El adulterio se castiga con la muerte.
- No deseo vuestra muerte, Christian.
- No, sólo queréis que regrese a casa con vos. -Ella asintió-. ¿Habríais esperado toda vuestra vida hasta que yo volviera a casa?
Ella soltó un largo suspiro.
- ¿Sinceramente? Tengo que decir que desde hace mucho tiempo estoy impaciente por tener un esposo y un hijo. Si no hubiésemos estado en unas condiciones tan inestables con vuestro país, probablemente habría buscado la anulación hace años y me habría casado con otro.
Christian no estaba seguro si se alegraba o no de que ella hubiese mantenido su matrimonio. Pero acostado allí, mirándola a los ojos, sintiendo una paz que nunca antes había conocido, pensó que únicamente podía sentirse complacido.
Llevó la mano de Adara a sus labios y la besó. Ella lo miró con cautela. El cuerpo de Christian ardía con su cercanía. Cada centímetro de él deseaba a aquella valiente y noble mujer que había venido a buscarlo. Ella lo atraía con una trampa que era prácticamente irresistible.
Y, sin embargo, como una bestia enjaulada, él no podía sobrevivir encadenado. No podía. Otra vez no. El tiempo que había pasado en prisión le había enseñado muy bien la locura que acompañaba al cautiverio. El precio. Sin importar lo dorada que fuese la jaula, seguía siendo una jaula.
Adara vio cómo la luz se desvanecía de sus ojos un instante antes de que la soltara.
- Necesito descansar, milady. -Se dio la vuelta alejándose de ella.
Adara apretó los dientes, frustrada, mirando su ancha y musculosa espalda, hasta que se dio cuenta de las cicatrices que cubrían lo que alguna vez había sido su suave piel.
Con el corazón latiéndole a toda prisa, alargó la mano para tocar aquellas heridas antiguas.
- ¿Quién os ha hecho esto?
- La vida, Adara -replicó él sin mirarla-. De una forma u otra, nos deja cicatrices a todos.
No. No así. Jamás había visto algo semejante. Recordó las palabras de Thomas sobre sus torturadores. Su mano se detuvo en el vendaje que cubría las heridas que le habían causado esa noche. Con razón no se había quejado. Comparadas con el resto de las lesiones que había sufrido, éstas debían resultar insignificantes.
En aquel momento, sintió una profunda adoración.
- Lo lamento de verdad, Christian -murmuró suavemente.
- ¿Qué?
- Todo lo que habéis sufrido. Ha sido muy egoísta por mi parte venir a buscaros y exigiros todavía más. Habéis hecho suficiente por vuestro pueblo. No os pediré más. -Le dio un casto beso en la mejilla-. Dormid bien, mi príncipe. Que Dios os conceda una pronta recuperación.
Christian escuchó como se detenía para soplar la pequeña vela que estaba en la mesa junto a su camastro, y salía de la habitación, cerrando la puerta cuidadosamente, pero mientras yacía allí pensando, una parte de él sufría por la pérdida de su calidez.
Ni siquiera la conocía. Pero desde el momento en que sus caminos se habían cruzado, hacía tan solo unas pocas horas, su vida se había visto sumida en el caos. Sin embargo, nunca se había sentido tan vivo como ahora, con el perfume de Adara flotando todavía en la austera habitación, con el recuerdo de su roce ardiendo sobre su piel.
- Concentración -se murmuró a sí mismo. No debía pensar en ella. Tenía otros asuntos mucho más importantes en qué pensar. Había hombres buscándolo para matarlo y necesitaba descansar para poder proseguir el camino por la mañana.
Aquella noche había aprendido muy bien que no tenían escapatoria. Que ella no tenía escapatoria.
Tenía que llevar a la reina a un lugar seguro y después devolverla a su casa.
El corazón de Adara estaba entristecido cuando regresó al refectorio y encontró al hermano Thomas sentado con el Fantasma y Lutian, que intercambiaban necios comentarios.
El Fantasma le hablaba despectivamente al bufón. -¿De manera que entraste a prestarle tus servicios cayendo de un muro porque habías robado un caballo estabas huyendo de los guardias?
Lutian hizo un gesto de asentimiento pomposo, masticando su trozo de pan, y tragándolo antes de responder.
- Al fin y al cabo, no todos podemos ser el rey de los ladrones, ¿no es cierto?
Moviéndose como un rayo, el Fantasma sacó su cuchillo y lo clavó en la mesa entre dos de los dedos de Lutian.
- No me tomo a los bufones a la ligera.
Con sus ojos abiertos de par en par, Lutian cerró el puño y fue a sentarse al otro extremo de la mesa con su plato de madera y su taza, lejos del Fantasma.
Adara les prestó poca atención al entrar en la estancia. Había cometido un error viniendo aquí. Y pensar que todo le había parecido tan simple hacía unas semanas, cuando había iniciado aquel viaje…
Ahora se encontraba a un continente lejos de su tierra y no sabía qué hacer.
Pero algo había sacado en claro. Necesitaba liberar a su esposo de sus obligaciones, y encontrar otra manera de salvar a su país.
- ¿Fantasma? -Esperó hasta que él levantó la vista de su plato-. ¿Cuánto me cobraríais por llevarme de vuelta casa?