CAPÍTULO 12

CUANDO LLEGARON A VENECIA, EL TIEMPO HAbía empeorado, pero se habían unido a ellos alrededor de mil caballeros y casi el mismo número de arqueros.

Adara todavía no podía creer el tamaño que había adquirido su ejército, y cuando atravesaban algún pueblo, los habitantes los miraban aterrorizados. Algunos incluso se habían negado a permitirles la entrada, temiendo que fuesen a atacarles.

Su campamento tenía una enorme extensión. Nunca había visto nada semejante. No había muchos miembros de la Hermandad, pero algunos de ellos dirigían ejércitos que dejarían en ridículo al de Joan.

A duras penas podía recordar los nombres de todos los miembros de la Hermandad que conocían a su esposo, y se preguntaba cómo hacía Christian para que todos le mostraran su fidelidad.

Se habían acostumbrado a una llevadera camaradería. Era cierto que, de vez en cuando, se desataban algunas peleas, pero la mayor parte del tiempo se comportaban como una armoniosa muchedumbre.

Durante el largo viaje al sur, deteniéndose en pueblos y ciudades, Christian le compró vestidos o telas que encargaba coser a las mujeres que seguían al ejército. Ella tenía ahora una nutrida colección de vistosos trajes.

Siempre que intentaba agradecerle su amabilidad, él cambiaba de tema rápidamente. Mientras tanto, continuaba vistiendo su negro hábito de monje. Incluso su capa era modesta comparada con las que usaban ella y los demás caballeros.

Habían acampado en las afueras de la ciudad, permaneciendo allí durante tres días, su estancia más larga hasta la fecha.

Los hombres se estaban aburriendo y, a pesar de que loan quería reanudar la marcha, Christian se salió con la suya cuando Corryn cayó enferma.

Adara tampoco se sentía muy bien. Había tenido náuseas y vomitado todo el día. Era lo único que podía hacer para mantener su estómago tranquilo.

Estaba recostada en la cama, tratando de aliviar su malestar, cuando oyó entrar a Christian.

- ¿Adara? -preguntó él en tono preocupado, corriendo a su lado-. ¿Estás enferma?

Ella abrió los ojos, sintiendo que la habitación giraba a su alrededor, pero respiró profundamente para mitigar aquella desagradable sensación.

Había llegado el momento de ser honesta con su esposo. Había guardado silencio durante casi dos meses, pero ahora estaba casi totalmente segura.

La estancia en Calais le había dejado un recuerdo muy especial.

- Sí y no.

Christian se mostró confundido por su respuesta. -O es sí, o es no, milady. No puede ser ambas. -Entonces sí, Christian, en este momento estoy muy enferma.

Su esposo no pudo evitar un gesto de preocupación mientras le ponía la mano en la frente para controlar la temperatura.

- Voy a buscar a un médico.

- No, esposo, no hay necesidad de hacer perder el tiempo al buen hombre.

- Pero si estás enferma.

- Mi enfermedad se me pasará en las próximas semanas, al menos eso es lo que Renata me ha dicho. Él pareció quedarse todavía más confuso. -¿Quién es Renata?

Ella se obligó a no sonreír mientras saboreaba la noticia que estaba a punto de darle. Pero quería irse por las ramas un rato más para atormentarlo.

- La vieja lavandera que viaja con los hombres del Halcón.

- ¿Por qué has consultado a una lavandera sobre tu salud?

- Ella es la partera de las mujeres que están embarazadas.

Le observó a medida que él se iba dando cuenta de todas las implicaciones de su «enfermedad». No pudo evitar abrir la boca por la sorpresa al mirarla.

- ¿Vas a tener un niño?

- Sí. Daré a luz el verano que viene.

Christian sintió la urgente necesidad de sentarse. Sus rodillas se habían debilitado por completo. Una parte de él gritaba de orgullo y emoción, mientras la otra estaba aterrada, oprimiéndole el pecho.

Adara llevaba a su hijo en sus entrañas. -¿No estás emocionado?

El caballero se arrodilló a su lado mientras sus palabras resonaban dentro de él.

- Sí, Adara. La noticia es más que bienvenida. -Entonces ¿por qué estás tan pálido?

¿Terror? ¿El horror más despreciable? ¿Pánico?

¿Aprensión? Ella podía elegir cualquiera de esas emociones que habían provocado la tremenda palidez de su rostro. -Creo que Corryn me ha contagiado su enfermedad. Ella no le creyó.

- Entonces no estás contento.

Él empezó a mentirle, pero ¿con qué objeto? -Tú sabes que yo no quería tener hijos. Adara se enfureció.

- Entonces has debido mantener tu miembro viril dentro de tus calzas, milord.

Él se sorprendió ante tanta crudeza.

- ¿Dónde has aprendido a hablar así?

- ¿No conoces a las mujeres que viajan con los hombres? Son un grupo rudo y me han enseñado muchas cosas durante estos últimos meses.

Su cara enrojeció mientras se sentaba en la cama. -Te dije cuando nos conocimos que nunca esperaría que te quedaras conmigo. No voy a necesitarte para que hagas el papel de padre de mi hijo cuando es obvio que no tienes el menor deseo de estar junto a él.

Se puso de pie y lo obligó a mirarle.

- De hecho, ¿por qué no empezamos otra vez? El bebé no te necesita para nada en este momento. ¿Por qué no pasas esta noche en la tienda de Ioan? -¿Cómo dices?

- Ya me has oído -respondió ella en el más imperativo de lo tonos-. Ni el bebé ni yo te queremos cerca de nosotros. Así que aléjate de mi presencia.

Christian estaba sorprendido por su ira infundada. Él no había hecho nada malo.

- Ésta es mi tienda.

- ¡Muy bien!

El caballero vio impresionado cómo ella se dirigía a la salida.

La siguió mientras la joven avanzaba rápidamente entre una hilera de tiendas, y trató de detenerla. -¿Adara? ¿A dónde vas?

- ¿Y a ti qué te importa? Ya has hecho el daño que tenías que hacer. Aléjate de mí, maldito truhán.

A su alrededor, se oyeron las risas de varios hombres que se habían detenido a observarlos. Los miró enfadado y luego se dio cuenta de que Adara había salido de la tienda sin su capa. Estaba allí, en medio de aquel gélido frío cubierta únicamente por su vestido.

- Vuelve adentro conmigo, Adara. Aquí hace frío.

Ella resopló.

- Preferiría sentarme con el mismísimo diablo. -Se dio la vuelta y empezó a ascender por la colina en dirección a la tienda de Lutian.

El caballero la siguió, y cuando llegó, el bufón ya le estaba ofreciendo una silla para que descansara. -Échalo de aquí, Lutian -le ordenó. Él miró al bufón enardecido.

- Tócame, Lutian, y te aseguro que, esta vez, te sacaré los sesos.

- Si no lo echas, yo te arrancaré algo que valoras mucho más. -La mirada de la reina se dirigió explícitamente a la ingle.

Boquiabierto, el bufón se cubrió el miembro con la mano.

- Creo, mi príncipe, que entenderéis si os indico la salida. Es mejor perder el cerebro que otra cosa.

Christian gruñó enojado por el temperamento irracional de su esposa.

- Está bien, Adara. Cuando decidas madurar y actuar responsablemente, estaré en nuestra tienda.

- ¿Yo, irresponsable? Tú eres el que quiere huir. De manera que anda. Vete. Creta. Good bye. Au revoir. Bon voyage. Auf Wiedersen. Vaarwel. Arrivederci…

Christian la miró con rabia a pesar de que ella no lo estaba mirando.

- Ya te he entendido la primera vez.

- Entonces ¿por qué sigues aquí? Ignorándola, se giró hacia Lutian.

- No le quites el ojo de encima, Lutian. No permitas que haga algo insensato.

- Demasiado tarde -exclamó ella con furia-. Él ya me permitió entregarme a ti. ¿Qué podría ser más insensato que eso?

El caballero quería discutir, pero conocía lo suficientemente bien a Adara para saber que nunca entraría en razón mientras estuviese en ese estado.

Lo mejor que podía hacer era dejarla y darle tiempo para calmar sus ánimos. Se dio la vuelta, dejándola con Lutian, que lo miró con compasión.

Sentada en la silla de campaña que le había ofrecido Lutian, Adara trató de tranquilizarse. Su esposo podía llegar a ser el hombre más enervante que había bajo las estrellas.

¿ Qué otra cosa esperabas?

Para ser sincera, ella quería que él fuera feliz. Habían pasado muchas noches maravillosas juntos, conociéndose el uno al otro. Adara pensaba que la noticia le alegraría. Pero él no había cambiado. Ni siquiera un poquito.

- ¿Estáis bien, reina mía? -le preguntó Lutian acercándose.

- Estoy destrozada, Lutian. Me temo que no hay nada que pueda hacerse. Christian me ha roto el corazón.

- ¿Qué os ha hecho? Una orden vuestra y os juro que le… bueno, él me enviará de vuelta de un manotazo. Pero al menos le descompongo sus vestiduras por el esfuerzo y le sangro encima para fastidiarlo.

Adara sonrió ante sus nobles palabras.

- Le dije que estoy esperando un hijo y no se alegró al oír la noticia. ¿No debería estar saltando de júbilo?

No esperaba que Lutian mostrase desacuerdo con ella.

- Quizás no, mi reina.

- ¿Cómo dices?

Lutian se mostró algo cohibido.

- Es una carga pesada para cualquier hombre. Incluso yo me preocuparía con esa noticia.

- ¿Por qué debe preocuparle un bebé cuando lidera a miles de hombres? ¿Tú me ves a mí inquieta? -En realidad, sí, mi reina.

Ella entrecerró los ojos.

- ¿Qué os sucede a los hombres, que os apoyáis unos a otros en asuntos como éste? ¡Ojalá tú también ardas durante toda la eternidad!

Adara se dio la vuelta inmediatamente y salió de la tienda, tropezando con el Fantasma. Lo miró enojada.

- Fuera de mi camino, hombre, y al diablo tú y todos los de tu calaña.

El Fantasma enarcó una ceja cuando pasó, empujándolo. Con un brillo divertido en sus ojos, la vio alejarse. -¡Mi reina! -llamó Lutian saliendo de la tienda. Ella no se detuvo.

- ¿Y cuándo nacerá el niño? -preguntó el Fantasma.

Lutian frenó en seco.

- ¿Cómo sabéis que está embarazada?

- ¿Una explosión emocional sin explicación alguna, en la que maldice a todos los hombres? Embarazada, sin la menor duda. -Sacudió la cabeza-. Pobre Christian. Siento lástima por cualquier hombre que deba enfrentarse a una esposa embarazada. Pueden ser de lo más irracionales.

- Como lo serías tú si te estuvieran pateando la barriga cada vez que te mueves. -Se giraron y vieron a Corryn detrás de ellos, mirándolos con frialdad-. Deberíais avergonzaros. Cuando una mujer se encuentra en ese estado, siempre existe un gran temor. ¿Ninguno de vosotros sabe cuántas mujeres mueren durante el parto?

Eso los hizo ponerse serios instantáneamente.

El Fantasma sintió cómo se le apretaba el gaznate al caer en la cuenta de esa realidad, y se preguntó si le habría ocurrido lo mismo a Christian.

Adara había pedido a Joan que le montaran una tienda independiente para ella, y aunque sabía que no estaba siendo del todo razonable, no le importaba.

Aquél debería haber sido uno de los momentos más felices de su vida. Christian tendría que haber compartido su alegría. Había ensayado una y otra vez mentalmente la mejor forma de abordar el tema con él, pero en todos los escenarios que había imaginado, su esposo se había deleitado con la noticia.

¿ ¡Cómo se atrevía a arruinar este momento!?

Las lágrimas se asomaron a sus ojos. ¿Por qué no podían tener el matrimonio que tanto anhelaba? No, Christian se esforzaba en conseguir que fuese imposible. Bien. Ahora, le tocaba a ella hacerse la imposible.

El Señor actúa de maneras misteriosas…

Christian se detuvo un instante al salir de la catedral a donde había ido en busca de la absolución y no la había encontrado. Al menos no la suya propia. Nunca había estado totalmente seguro de las razones que le impulsaban a seguir confesándose o asistiendo a misa cuando su fe en Dios había sido totalmente destruida hacía tantos años. Quizás sólo se tratara de una cuestión de costumbre. Era todo lo que podía decir. No había prestado atención a las palabras en latín mientras permanecía de pie entre los fieles, tratando de encontrar algo para mitigar la amarga furia que habitaba dentro de él a causa de lo injusta que era la vida.

Nunca había encontrado la paz. Nunca, hasta que una reina entró en su habitación y se acostó desnuda a su lado.

En más de una forma.

Ella había silenciado sus demonios. Su risa musical los había alejado por completo.

Y ahora le aterrorizaba su vida, todavía más que antes. A decir verdad, temía ser feliz. Tenía un miedo atroz a conocer la alegría de nuevo.

¿Cuánto podría durar?

¿Por qué no puede durar? Titubeó al oír las voces dentro de su cabeza. Hay un tiempo para cada cosa, y un momento para cualquier propósito bajo el cielo: un tiempo para matar, y un tiempo para curar; un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; un tiempo para lamentarse, y un tiempo para bailar.

Él había llorado y se había lamentado. ¿No podía haber llegado el momento para la alegría? Una mujer a quien amar y un hijo a quien proteger. ¿Por qué no podían ser ellos su recompensa por todo lo que había sufrido?

Era posible.

Sonriendo ante la perspectiva, dobló una esquina para dirigirse de vuelta al campamento. Al hacerlo, tropezó con un extraño que vestía como un mercader.

- Mis disculpas -le dijo y, repentinamente, sintió un pinchazo agudo invadiéndole el pecho.

Fue seguido por otro que le llegó por la espalda, y luego uno más en una rápida secuencia. Sus piernas flaquearon mientras el dolor invadía todo su cuerpo. Cayó al suelo, viendo a los hombres que lo habían apuñalado.

El villano con el que había tropezado sonrió al que lo había atacado por la espalda.

- Te dije que la paciencia era la clave. Que tarde o temprano se alejaría de los otros y caería en nuestras manos.

- Basilli nos pagará muy bien.

Christian trató de desenfundar su espada, pero antes de poder hacerlo el «mercader» se la arrebató. Cuando se dio cuenta de que el hombre buscaba el medallón de su madre, trató de resistirse, pero fue apuñalado de nuevo.

Todo su cuerpo se convulsionó y tembló.

- El príncipe ha muerto -anunció el hombre con un tono de alegría en su voz-. Larga vida al Rey. Riendo, cerró su mano sobre la cadena y le sonrió a su compañero.

- Ven, vamos a ahuyentar los temores del príncipe Basilli y a contarle que el impostor ha dejado de existir.

Christian luchaba por permanecer consciente. No quería morir. No de esa manera. No acuchillado en la calle por sus enemigos.

Él quería…

Él quería a Adara. Quería vivir para ver nacer a su hijo. Para ver cómo el vientre de su esposa crecía por la vida que juntos habían creado.

Y más que nada, quería poner su mano contra su delicada mejilla por última vez y oír el suave sonido de su voz mientras tarareaba una cancioncilla, preparándose para ir a la cama. Pero lo que más le dolía era saber que el último recuerdo que ella tendría de él no procedería del amor, sino de la ira

Ni ella ni su hijo llegarían a saber cuánto los había amado, cuánto habían llegado a significar en su dura y difícil vida.

No, él no podía morir de esta manera, sin que ella lo supiese.

Con la furia palpitando entre sus sienes, se obligó a darse la vuelta y arrastrarse por la calle para buscar ayuda. Pero las heridas eran demasiado profundas. Todo el cuerpo le ardía agonizante.

Había logrado moverse tan sólo unos cuantos centímetros cuando todo se volvió negro.