7

A las tres y cuarto de la noche mis tímpanos se vieron conmovidos por el tronar del timbre de mi apartamento. De un empujón mi mujer me echó de la cama, mandándome a ver quién era. Busqué mi turbante para ponérmelo, pero lo había dejado olvidado en la cárcel. Abrí la puerta. Lucy estaba ahí, temblando como un feto de ratón prematuro sacado de la incubadora.

—¿Qué pasa? —le ladré.

—El tictac de los relojes —contestó—. Está sonando demasiado fuerte. Te lo juro. No vendría a molestarte si no fuera cierto.

—¿Te teñiste el pelo? —le pregunté. Tenía mechones blancos.

Negó con la cabeza. Yo fui a ponerme una bata y la acompañé hasta su casa. Al llegar comprobé que, en efecto, los despertadores mecánicos estaban latiendo a un volumen ensordecedor. Inútilmente, además, ya que todos carecían de agujas.

—Prestame una tijera —dije, casi a los gritos—. Te voy a cortar esos mechones blancos.

—No tengo tijera.

—Oíme, Lucy —la tomé de los hombros—. ¿Dónde fue que te escondiste, ayer, cuando vinimos para acá?

—No me escondí —gritó ella, pero aun así el ruido era tal que me costó entenderle—. Me fui para Punta del Este.

La abofeteé. Luego salí a buscar la farmacia de turno más próxima y allí compré unos tapones para oídos. Se los llevé a Lucy, pero ella ya había conseguido dormirse.

Me fui. Caminé unas cuadras y aparecí en un bar. Me senté y pedí dos medidas de caña. Al servir la segunda, el cantinero volcó un poco. Le di unos instantes para ver si reponía lo que faltaba en mi vaso; pero cuando iba a recriminar al hombre por no hacerlo, me acordé de que no llevaba dinero encima.

—Disculpe —dije—, pero acabo de recordar que el alcohol es perjudicial para la salud. No voy a tomar esto.

—No me importa si lo toma o no —dijo el cantinero—. Pero páguelo.

—Yo no pago lo que no compro.

Caminé hacia la puerta.

—No dé un paso más.

Me volví y vi que el tipo me apuntaba con una vieja escopeta.

—Déjelo ir —dijo un individuo desde una de las mesas del fondo—. Yo pago.

Unos centímetros sobre la cabeza del cantinero había un reloj eléctrico que indicaba las tres y diez.

—Su reloj atrasa —dije, y me retiré dando un portazo.