LA CARAVANA DE LA MUERTE
EL 11 de septiembre de 1973, a las siete en punto de la mañana, la Marina chilena tomó Valparaíso. A las ocho en punto, el ejército se hizo con Santiago. A las nueve en punto, el ejército tomó el control de la mayor parte del país sudamericano. En su último discurso, el presidente Salvador Allende declaró: «Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen... ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. [...] Estas son mis últimas palabras, y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición». A las doce en punto, un escuadrón de cazas Hawker Hunter llegaba por fin al espacio aéreo del palacio presidencial, ubicado en el centro de Santiago. Las aeronaves liberaron su carga de bombas sobre el edificio. Allende murió poco después. Una versión del suceso asegura que se suicidó con un fusil AK-47 que en su día le había regalado Fidel Castro, y que en una placa de oro llevaba grabadas las siguientes palabras: «A mi buen amigo Salvador, de Fidel, que por diferentes medios intenta alcanzar los mismos objetivos».
El comandante en jefe del Ejército, Augusto Pinochet, ocupó la presidencia de Chile.
El acontecimiento apenas si tuvo repercusión fuera del país. Miles de personas murieron o desaparecieron en el transcurso de los años siguientes. El Estadio Nacional de Chile se utilizó como campo de internamiento para más de cuarenta mil personas. En cierto momento, un escuadrón asesino del Ejército conocido como la «Caravana de la Muerte» peinó el país en enjambres de helicópteros para llevar a cabo ejecuciones en masa. En total murieron, por lo menos, tres mil personas.
¿Estaba Estados Unidos detrás del golpe?
—No lo hicimos nosotros. Quiero decir que los ayudamos —le dijo por teléfono el secretario de Estado Henry Kissinger al presidente Nixon cinco días más tarde. Eran las 11.50 a. m. Comenzaron la conversación hablando de fútbol americano.
—¿Hay alguna noticia de relevancia? —preguntó el presidente.
—Nada especialmente importante —contestó Kissinger.
Cuando tuvo conocimiento de que Allende había sido elegido presidente, el embajador de Estados Unidos en Chile, Edward M. Korry, dijo: «Haremos cuanto esté en nuestra mano para condenar a Chile y todos los chilenos a la marginación y la pobreza absolutas».
Un comunicado remitido a la base de la CIA en Chile el 16 de agosto, menos de un mes antes del golpe, anunciaba: «Es firme y se mantiene la decisión de derrocar a Allende por medio de un golpe. Continuaremos ejerciendo toda la presión posible a tal efecto, para lo cual emplearemos todos los re cursos disponibles. Es fundamental que tales acciones se lleven a cabo de manera clandestina y con las oportunas medidas de seguridad a fin de que la mano del Gobierno de Estados Unidos permanezca oculta».
Fuera de Chile pocos recordaron aquella fecha.