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GÉNESIS

UNA BANDADA DE PÁJAROS ROJOS descendió en picado. Se enrolló sobre si misma batiendo sonoramente sus alas y enderezó otra vez hacia el cielo verde abriéndose en amplio abanico. Millares de jóvenes ovacionaron la proeza.

Los heridos lanzaban sus carcajadas porque se sentían curados y sus brazos se agitaban gozosamente, libremente, como el plumaje bermellón de las aves. La revolución había triunfado y las multitudes danzaban alrededor del gran pantano amarillo. En el centro fue instalado un enorme cartel: «Monumento histórico internacional». Allí explotaban en burbujas malolientes los restos de la vieja sociedad y sus otrora codiciados valores. Una complicada red de cloacas traía desde los más alejados rincones de la corteza terrestre esa pegajosa materia áurea. Era el sedimento despreciable que producían los alambiques de te revolución al destilar los elementos abstractos y concretos del mundo perimido.

Juntas, envueltas en sangre, cayeron al pantano una bota y una cruz. La bota se fue llenando de ese oro líquido y empezó a hundirse pero se trabó en un brazo de la cruz. Pudieron flotar aún sobre ese fango que había sido su motor de siglos y ahora amenazaba ahogarlas. Les esperaba una muerte prefigurada por el rey Midas. La bota creyó estar segura con la protección de la cruz y en su puntera se esbozó una sonrisa. Pero ya había tragado mucho oro y pesaba demasiado. Lentamente, rodeadas por un collar de burbujas pestilentes, se hundieron. La cruz intentando salvar a la bota y la bota arrastrando a la cruz.

Entonces el Faraón mandó buscar a José para que le explicase su sueño. Llegó José, rodeado por guardias.

—¡Déjenlo libre! —exclamó el soberano, y los guardias obedecieron su orden, opuesta a la del día anterior.

José se acercó. Su aspecto era idéntico a Carlos Samuel Torres.

—Descifra mi sueño —pidió el Faraón.

Entonces Torres (que era José) dijo:

—La bota y la cruz afirman que protegen y liberan, pero la bota sólo libera al que la calza.

—¡Explícate!

—Libera los instintos. Gracias a ella el Coronel Pérez torturó y humilló.

—¿Ésa es una liberación?

—Él la siente así. Es efímera, subjetiva y falsa.

El Faraón acarició reflexivamente su puntiaguda barbita negra.

—¿Y la cruz? —preguntó.

Torres sonrió feliz: era su tema favorito.

—La cruz es el símbolo de la represión. Con ella impidió Roma que se liberaran sus esclavos. En la cruz fueron colgados millares de hombres, dando su vida por los otros y a ella eligió el Hijo de Dios para señalar con máxima evidencia su abierta complicidad con los oprimidos. Jesús crucificado es un reto a los explotadores y una acusación contra sus bestiales métodos de dominio. La cruz de tu sueño, trabada a una bota en el fango de oro, no era una cruz: durante siglos los reyes y señores aprovecharon una ilusión óptica. Fíjate bien: esa cruz, en realidad, era una espada sostenida por el extremo de su hoja.