«[…] habiendo llegado a establecer, en el día de hoy, por manifestaciones de empleados policiales complicados en el encubrimiento del delito, y que se encontraban preventivamente detenidos e incomunicados, como así también por otros indicios, que desgraciadamente el doctor Juan Ingalinella habría fallecido a consecuencia de un síncope cardíaco durante el interrogatorio, en el que era violentado por empleados de la Sección Orden Social y Leyes Especiales».
(Rafael César Tabanera, ministro de Gobierno, Justicia y Culto de la provincia de Santa Fe. 27 de julio de 1955).
Pasaron 17 años y la casa, el barrio, la gente, han cambiado apenas; las fachadas están algo más sucias y descascaradas, o una mano de pintura les cambió la apariencia. Las gentes se ven gastadas por el paso del tiempo, hay canas y arrugas, hay otros hijos y el recuerdo de algunos muertos en paz.
La casa de la calle Saavedra 667, en el barrio San Martín de Rosario, agregó una chapa de bronce a su frente gris, tocado por una verja: el homenaje de los vecinos al médico Juan Ingalinella, detenido la noche del 17 de junio de 1955 por cuatro policías y que, según lo reconoció el propio ministro Rafael Tabanera el día 27 de julio, murió en la mesa de torturas del Departamento Central de Policía.
Todo está igual. Rosa Ingalinella saluda a los vecinos como antes, traspone las puertas de su casa ya sin dolor, ve pasar los días limpios de rencor para con los asesinos a los que de vez en cuando ve por la calle o en la ventanilla del banco donde cobra su jubilación de maestra.
Tiene el rostro severo pero dulce, repudia pero comprende, sube a la tribuna del Partido Comunista y arenga con voz firme aunque a veces quebrada. Con ella está la hija que hace 17 años presenció el drama, las nietas que solo conocen la imagen de aquel médico de barrio dicharachero y nervioso. No le cuesta nada recordar con detalles.