-Lamento que tengas problemas por mí -se excusó Eragon
dirigiéndose a Orik.
-No te preocupes -contestó el enano mesándose la barba-.
Ajihad me ha dado justo lo que quería.
A Eragon le sorprendió el comentario. -¿Qué quieres decir?
-preguntó-. No puedes entrenarte ni pelear y estás obligado a
hacerme de guardián. ¿Cómo puede ser eso lo que
querías?
-Ajihad es un buen líder -repuso Orik mirando a Eragon con
tranquilidad-. Él sabe cómo hacer cumplir la ley sin dejar de ser
justo. He recibido el castigo de su autoridad, pero también soy
súbdito de Hrothgar. De modo que, bajo la ley del monarca, sigo
siendo libre de hacer lo que quiera.
Eragon tomó nota de que no sería inteligente olvidar la doble
lealtad de Orik ni la naturaleza bicéfala del poder dentro de
Tronjheim.
-Entonces Ajihad te acaba de otorgar una posición de poder,
¿no?
Orik soltó una profunda carcajada.
-Efectivamente, y lo ha hecho de tal manera que los gemelos
no pueden protestar. Seguro que eso los irritará. Ajihad es muy
astuto, vaya que sí. Vamos, compañero, seguro que estás hambriento.
Y hemos de instalar a tu dragón.
Saphira resopló.
-Se llama Saphira -dijo Eragon.
-Perdón -se disculpó Orik, y le dedicó una breve reverencia-.
Me aseguraré de recordarlo a partir de ahora.
Tomó una antorcha de color naranja de la pared y los llevó
pasillo adelante. -¿Hay alguien más que sepa usar la magia en
Farthen Dür? -preguntó Eragon.
Al muchacho le costaba cierto esfuerzo seguir los ágiles
pasos del enano al tiempo que sostenía a Zar'roc con cuidado para
tapar con el brazo el símbolo de la funda.
-No muchos -contestó Orik encogiéndose de hombros, bajo la
cota de malla, con un movimiento rápido-. Y los pocos que la
conocen apenas pueden hacer más que curar rasguños leves. Hacía
falta tanta potencia para sanar a Arya que ha habido que reunirlos
a todos.
-Salvo a los gemelos.
-Oeí -gruñó Orik-. De todas formas, a la elfa no le habría
servido de nada su ayuda. Las artes de los gemelos no son
curativas, sino que el talento que tienen consiste en tramar y
conspirar en busca de poder, en detrimento de los demás. Deynor, el
predecesor de Ajihad, les permitió unirse a los vardenos porque
necesitaba su apoyo… No te puedes enfrentar al Imperio sin
hechiceros capaces de desempeñarse en el campo de batalla. Son una
pareja desagradable, pero resultan útiles.
Entraron en uno de los cuatro túneles principales que
dividían Tronjheim.
Grupos de enanos y de humanos lo recorrían, y el eco de sus
voces resonaba con fuerza sobre,el pulido suelo. Las conversaciones
se detuvieron de golpe al ver a Saphira; todas las miradas se
concentraban en ella. Orik ignoró a los espectadores ytorció a la
izquierda para dirigirse hacia una de las lejanas puertas de
Tronjheim. -¿Adónde vamos? -preguntó Eragon.
-Vamos a salir de estos pasillos para que Saphira pueda subir
volando a la dragonera que hay por encima de Isidar Mithrim, la
Rosa Estrellada. Como la dragonera no tiene techo porque el punto
más alto de Tronjheim, como el de Farthen Dür, queda abierto hasta
el cielo, ella, o sea tú, Saphira, podrás volar directamente hasta
allí. Es donde solían alojarse los Jinetes cuando visitaban
Tronjheim. -¿Y sin techo no resulta frío y húmedo?
-No -contestó Orik-. Farthen Dür nos protege de los
elementos. Allí no llega la lluvia ni la nieve. Además, en las
paredes de la dragonera hay cuevas de mármol para los dragones, y
en ellas tienen el refugio necesario. Sólo hay que temer las
estalactitas; en más de una ocasión, al caer han acuchillado a
algún caballo.
Está bien, está bien -le aseguró Saphira-. Una cueva de
mármol parece más segura que cualquier otro lugar en que haya
estado.
A lo mejor… ¿Crees que Murtagh estará bien?
Tengo la sensación de que Ajihad es un hombre honrado. No
creo que hagan daño a Murtagh, a no ser que intente
escapar.
Eragon se cruzó de brazos, incapaz de seguir hablando. Le
abrumaba el cambio de circunstancias desde el día anterior. Su
descabellada huida de Gil'ead había terminado por fin, pero se
sentía preparado físicamente para seguir corriendo y cabalgando.
-¿Dónde están nuestros caballos?
-En los establos, cerca de la puerta. Los visitaremos antes
de marcharnos de Tronjheim.
Para salir de la ciudad usaron la misma puerta por la que
habían entrado. Los grifos de oro brillaban al reflejar los
coloreados haces luminosos que les enviaban montones de antorchas,
puesto que durante la conversación entre Eragon y Ajihad, el sol se
había desplazado y la claridad ya no entraba en Farthen Dür por la
abertura del cráter. Sin aquellos puntos de luz, el interior de la
montaña hueca quedaba sumido en una negrura aterciopelada, y la
única luz provenía de Tronjheim, que relucía en la penumbra. El
fulgor de la ciudad-montaña bastaba para iluminar el suelo a
decenas de metros de distancia.
Orik señaló la bóveda blanca de Tronjheim.
-Ahí arriba te espera carne fresca y agua pura de montaña -le
dijo a Saphira-.
Te puedes quedar en alguna de las cuevas. Cuando hayas
escogido, te prepararán un lecho, y luego nadie te
molestará.
-Creía que iríamos juntos. No quiero que nos separemos
-protestó Eragon.
-Jinete Eragon, haré cuanto sea necesario por tu comodidad
-le dijo Orik volviéndose hacia él-, pero sería mejor que Saphira
esperase en la dragonera mientras tú comes.
Los túneles que van hasta las salas de banquetes no tienen la
amplitud suficiente para que pueda acompañarnos. -¿Por qué no me
subes la comida a la dragonera?
-Porque -contestó Orik con expresión reservada- la comida se
prepara aquí abajo, y el camino hasta arriba es muy largo. No
obstante, si quieres podemos enviar a un sirviente con tu comida a
la dragonera. Tardará un rato, pero así podrías comer con
Saphira.
«Lo dice de verdad», pensó Eragon, sorprendido por todo lo
que estaban dispuestos a hacer por él. Pero por la manera de hablar
de Orik, se preguntó si el enano lo estaba sometiendo a una
prueba.
Estoy agotada -dijo Saphira-. Y esa dragonera tiene buen
aspecto. Ve a comer y luego ven a verme. Nos sentará bien eso de
descansar juntos sin temor a los animales salvajes o a los
soldados; hemos pasado demasiado tiempo sufriendo las penalidades
del camino.
Eragon la miró pensativo y al fin dijo a
Orik:
-Comeré abajo.
El enano sonrió, aparentemente satisfecho. Eragon desató la
silla de Saphira para que pudiera tumbarse con más comodidad. ¿Te
quieres llevar a Zar'roc?
Sí -respondió ella cogiendo la espada y la silla entre las
zarpas-. Pero conserva el arco. Está bien que nos fiemos de esta
gente, pero no hasta el extremo de la estupidez.
Ya lo sé -contestó él, inquieto.
Con un potente salto, Saphira abandonó el suelo y se elevó
por el aire en calma.
En la oscuridad sólo se oía el batir regular de las alas de
la dragona. En cuanto desapareció por encima del punto más alto de
Tronjheim, Orik soltó un profundo suspiro. -¡Ah, muchacho, menuda
bendición! Siento un anhelo repentino de estar al aire libre y
subir a las cumbres, y añoro la emoción de cazar como un halcón.
Sin embargo, estoy mejor con los pies en el suelo. O, mejor aún,
bajo el suelo.
Dio una sonora palmada.
-Olvidaba mis obligaciones como anfitrión. Sé que no has
comido nada desde la penosa cena que se avinieron a darte los
gemelos, de modo que vamos a buscar a los cocineros para pedirles
un poco de carne y pan.
Eragon siguió al enano de regreso hacia el interior de
Tronjheim, pasando por un laberinto de corredores, hasta que
llegaron a una amplia sala repleta de hileras de mesas de piedra
por cuya altura se notaba que los enanos comían en ellas. Detrás de
un largo mostrador, el fuego refulgía dentro de los hornos de
esteatita.
Orik habló en un idioma extraño con un enano robusto de tez
rubicunda, y éste les dio de inmediato unas bandejas de piedra,
llenas de setas y pescado humeantes.
Luego Orik llevó a Eragon por una escalera hasta llegar a un
pequeño hueco excavado en la pared exterior de Tronjheim, donde se
sentaron con las piernas cruzadas. Sin decir palabra, Eragon se
concentró en la comida.
Una vez terminaron lo que había en las bandejas, Orik suspiró
contento y sacó una pipa de tubo largo. La encendió y
dijo:
-Una buena comilona, aunque habría hecho falta un buen trago
de aguamiel para bajarla.
Eragon echó un vistazo a la tierra que se veía por debajo de
donde se encontraban. -¿Se cultiva algo en Farthen
Dür?
-No. La luz del sol apenas da para musgo, setas y moho.
Tronjheim no puede sobrevivir sin las provisiones de los valles
contiguos, razón por la que muchos de nosotros preferimos vivir en
otros lugares de las montañas Beor.
-Entonces, ¿hay otras ciudades de enanos?
-No tantas como nos gustaría, pero Tronjheim es la más
grande. -Orik recostó el peso del cuerpo en un codo y dio una
profunda calada a la pipa-. No te has dado cuenta porque sólo has
visto los niveles inferiores, pero la mayor parte de Tronjheim está
deshabitada. Cuanto más arriba, más vacía. Hay sitios en los que
hace siglos que no entra nadie. La mayoría de los enanos prefieren
vivir por debajo de Tronjheim y de Farthen Dúr, en las cavernas y
en los pasadizos que recorren la roca. Durante siglos hemos ido
cavando extensos túneles bajo las montañas Beor, de manera que se
puede caminar de un extremo a otro de la cadena montañosa sin poner
un solo pie en lasuperficie.
-Parece un desperdicio tener tanto espacio sin usar en
Tronjheim -comentó Eragon.
Orik asintió.
-Hay quien defiende la necesidad de abandonar este lugar
porque nos limita mucho los recursos, pero Tronjheim cumple una
tarea de mucho valor. -¿Cuál?
-En épocas de infortunio puede alojar a toda nuestra nación.
Sólo ha habido tres épocas de nuestra historia en las que nos hemos
visto forzados hasta ese extremo, pero en cada una de esas
ocasiones nos ha salvado de una destrucción segura y
definitiva.
Por eso la mantenemos siempre guarnecida y a punto para el
uso.
-Nunca había visto nada tan espléndido -admitió
Eragon.
Orik sonrió sin soltar la pipa.
-Me alegro de que te lo parezca porque ha costado
generaciones enteras construir Tronjheim, y eso que vivimos muchos
más años que los humanos.
Desgraciadamente, por culpa del maldito Imperio, son pocos
los foráneos que pueden admirar su esplendor. -¿Cuántos vardenos
viven aquí? -¿Enanos o humanos?
-Humanos. Quiero saber cuántos han huido del
Imperio.
Orik exhaló una larga bocanada de humo que se enroscó
lentamente en torno a su cabeza.
-Aquí habrá unos cuatro mil de los tuyos. Pero no es un buen
indicador para lo que quieres saber. Aquí sólo vienen los que
quieren luchar. Los demás están en Surda, bajo la protección del
rey Orrin.
«¿Tan pocos?», pensó Eragon con sensación de desánimo. El
ejército del rey, por sí solo, llegaba a los dieciséis mil cuando
se completaba la leva, sin contar a los úrgalos. -¿Y por qué no
pelea Orrin contra el Imperio? -preguntó.
-Si demostrara abiertamente su hostilidad -explicó Orik-,
Galbatorix lo aplastaría. Tal como están las cosas, éste refrena la
destrucción porque considera Surda como una amenaza menor, lo cual
es un error. Los vardenos conseguimos la mayor parte de nuestras
armas y provisiones gracias a la ayuda de Orrin. Sin él, no
podríamos ofrecer resistencia al Imperio. »No te desanimes por la
cantidad de humanos que hay en Tronjheim. Hay muchos enanos, muchos
más de los que has visto, y todos lucharán cuando llegue la hora.
Orrin también nos ha prometido tropas para cuando nos enfrentemos a
Galbatorix. Incluso los elfos han comprometido su
ayuda.
Distraídamente, Eragon contactó con la mente de Saphira y se
la encontró devorando con fruición una pierna de venado. Entonces
se fijó una vez más en el martillo y en las estrellas grabados en
el yelmo de Orik. -¿Qué significan esas imágenes? Las he visto
también en el suelo de Tronjheim.
Orik se quitó el yelmo de hierro y pasó uno de sus burdos
dedos por el grabado.
-Es el símbolo de mi clan. Somos los ingietum, trabajadores
del metal y maestros de la herrería. El martillo y las estrellas
están grabados en el suelo de Tronjheim porque eran el emblema
personal de Korgan, nuestro fundador. Representa un clan dirigente,
rodeado por los otros doce. El rey Hrothgar es también el dürgrimst
ingietum y ha aportado a nuestra casa mucha gloria y mucho
honor.
Cuando fueron a devolver las bandejas al cocinero, pasaron
junto a un enano por el pasillo. Éste se detuvo ante Eragon, hizo
una reverencia y dijo con mucho respeto:
-Argetlam.
Eragon titubeó en busca de respuesta, sonrojado e incómodo,
pero también extrañamente complacido por el gesto. Nadie le había
hecho nunca una reverencia. -¿Qué ha dicho? -preguntó acercándose a
Orik, que se encogió de hombros, avergonzado.
-Es una palabra élfica que se usaba para referirse a los
Jinetes. Significa «mano de plata». -Eragon se miró la mano
enguantada y pensó en la gedwey ignasia que le blanqueaba la
palma-. ¿Quieres volver con Saphira? -¿Hay algún lugar donde pueda
darme antes un baño? Hace mucho tiempo que no me quito la mugre del
camino. Además, tengo la camisa ensangrentada y rasgada, y apesta.
Me gustaría cambiármela, pero no tengo dinero para comprar otra.
¿Puedo trabajar en algo para pagarla? -¿Pretendes ofender la
hospitalidad de Hrothgar, Eragon? -preguntó Orik-.
Mientras estés en Tronjheim, no tienes que comprar nada. Lo
pagarás de otra manera.
De eso se encargarán Ajihad y Hrothgar. Ven. Te enseñaré
dónde puedes lavarte y luego te traeré una camisa.
Bajó con Eragon una larga escalera hasta que llegaron muy por
debajo de Tronjheim. Allí los pasadizos se convertían en túneles y
Eragon se vio obligado a agacharse, pues apenas alcanzaban poco más
de metro y medio de altura. En ese lugar todas las antorchas eran
rojas.
-Es para que no te ciegue la luz cuando entras o sales de una
caverna oscura -explicó Orik.
Entraron en una sala vacía con una pequeña puerta al otro
lado, que Orik señaló.
-Ahí están los baños, donde encontrarás también cepillos y
jabón. Deja tu ropa aquí. Cuando salgas, te habré traído ropa
nueva.
Eragon le dio las gracias y se empezó a desnudar. Bajo
tierra, la soledad resultaba opresiva, sobre todo por la escasa
altura del techo de roca. Se desnudó deprisa y, congelado de frío,
traspuso la puerta para encontrarse sumido en la oscuridad
total.
Avanzó despacio hasta que tocó el agua caliente con los pies
y luego entró en ella.
El baño era de agua salada, pero estaba en calma y era
relajante. Al principio temió que la corriente lo alejara de la
puerta y lo llevara a aguas profundas, pero al avanzar se dio
cuenta de que el agua apenas le llegaba a la cintura. Tanteó la
resbalosa pared hasta que encontró el jabón y los cepillos, y luego
se frotó a fondo. Después se mantuvo a flote con los ojos cerrados
y disfrutó del calor.
Cuando al fin salió goteando y se dirigió a la habitación
iluminada, encontró una toalla, una camisa de delicado lino y unos
calzones. La talla le sentaba razonablemente bien. Satisfecho, echó
a andar por el túnel.
Orik lo esperaba, pipa en mano. Subieron la escalera hacia
Tronjheim y luego salieron de la ciudad-montaña. Eragon miró hacia
la cumbre y llamó a Saphira con la mente. Cuando ella descendió
volando de la dragonera, preguntó: -¿Cómo os comunicáis con los que
están en la parte alta de Tronjheim?
-Ese problema lo solucionamos hace mucho tiempo -repuso Orik
riendo-. No te has dado cuenta, pero detrás de los arcos abiertos
que señalan cada nivel hay una escalera continua que sube en
espiral en torno al muro central de Tronjheim. Esa escalera llega
hasta la dragonera, por encima de Isidar Mithrim, y la llamamos Vol
Turin, la Escalera Infinita. En caso de emergencia, es demasiado
lento subir o bajar por ella, y tampoco resulta cómoda para el uso
cotidiano, así que lo que hacemos es usar antorchas de destellos
para enviarnos mensajes. También hay otra manera, aunque apenas se
usa: cuando se construyó la Vol Turin, se excavó a su lado un
pulido surco,que funciona como si fuera un tobogán gigante, tan
alto como la montaña.
Eragon hizo una mueca para mostrar una sonrisa. -¿Es
peligroso?
-Ni se te ocurra probarlo. El tobogán se construyó para los
enanos y es demasiado estrecho para un hombre. Si resbalaras,
caerías en la escalera y chocarías con los arcos, o tal vez incluso
te precipitarías al vacío.
Saphira aterrizó a tiro de lanza, con un rumor seco de
escamas. Mientras saludaba a Eragon, salieron humanos y enanos a
raudales de Tronjheim y la rodearon entre murmullos de interés.
Eragon, incómodo, contempló la creciente multitud.
-Será mejor que os vayáis -dijo Orik al tiempo que lo
empujaba-. Nos encontraremos junto a esta puerta mañana por la
mañana. ¡Aquí os espero! -¿Cómo sabré que se ha hecho de día?
-gritó Eragon.
-Me encargaré de que os despierten.
¡Marchaos!
Sin protestar, Eragon se coló entre el grupo de gente apiñada
que rodeaba a Saphira y se montó en la grupa de la
dragona.
Sin darles tiempo a despegar, una anciana dio un paso
adelante y agarró a Eragon por un pie con todas sus fuerzas. Él
intentó liberarse, pero la mano de la mujer era como un grillete de
hierro en torno al tobillo del muchacho; no había manera de quebrar
aquel tenaz agarrón. La mujer de ojos grises -rodeados por las
arrugas de toda una vida, que se le plegaban en surcos tan largos
que le llegaban hasta las hundidas mejillas- fijó en él una mirada
ardiente. En el brazo izquierdo de la anciana descansaba un bulto
andrajoso.
Asustado, Eragon preguntó: -¿Qué quiere?
La mujer inclinó el brazo, y un trozo de tela del bulto se
deslizó y dejó al descubierto el rostro de un bebé. Ronca y
desesperada, la mujer dijo:
-Esta niña no tiene padres. Aparte de mí, no hay quien cuide
de ella, y yo estoy muy débil. Bendícela con tu poder, Argetlam.
¡Concédele la buenaventura!
Eragon miró a Orik en busca de ayuda, pero el enano se limitó
a devolverle la mirada con expresión cautelosa. La pequeña
muchedumbre guardó silencio en espera de la respuesta del muchacho,
al tiempo que la mujer lo seguía observando fijamente. -¡Bendícela,
Argetlam, bendícela! -le insistía la anciana.
Eragon nunca había bendecido a nadie. Ese tipo de acción no
era algo que se tomara a la ligera en Alagaësía, pues una bendición
podía torcerse fácilmente y convertirse en maldición, sobre todo si
se pronunciaba con intenciones aviesas o con falta de
convicción.
«¿Me atrevo a asumir esa responsabilidad?», se
preguntó.
-Bendícela, Argetlam, bendícela.
De pronto, se decidió y buscó qué frase o expresión usar. No
se le ocurría nada hasta que, inspirado, pensó en el idioma
antiguo. Sería una bendición verdadera, pronunciada por alguien
poderoso con las palabras de poder.
Se inclinó y se quitó el guante de la mano derecha. Apoyó la
palma en la frente del bebé y entonó:
Atra gülai un ilian tauthr ono un atra ono waisé skólir frá
rauthr.
Las palabras lo dejaron inesperadamente débil, como si
acabara de usar la magia.
Volvió a ponerse el guante lentamente y dijo a la
mujer:
-Es todo lo que puedo hacer por ella. Si hay palabras que
puedan prevenir el infortunio, serán las que acabo de
decir.
-Gracias, Argetlam -susurró la mujer con una leve
reverencia.
Empezó a tapar de nuevo a la criatura, pero en ese momento
Saphira resopló ymovió el cuello para situar la cabeza sobre el
bebé. La mujer se quedó inmóvil y contuvo la respiración. Saphira
bajó el hocico, rozó a la niña entre los ojos con la punta de la
lengua y luego se apartó con suavidad.
Un murmullo se extendió entre la muchedumbre, pues en la
frente de la niña, justo donde la había tocado Saphira, apareció un
fragmento de piel con forma de estrella, tan blanca y plateada como
la gedwéy ignasia de Eragon. La mujer lanzó una mirada febril a
Saphira, con una gratitud silenciosa en los ojos.
Saphira alzó el vuelo de inmediato azotando a los asombrados
espectadores con el viento que desplazaban sus poderosos aletazos.
Al ver que se alejaba del suelo, Eragon respiró hondo y se abrazó
con fuerza al cuello de la dragona. ¿Qué has hecho? -le preguntó
suavemente.
Le he dado esperanza. Y tú le has dado un
futuro.
Pese a la presencia de Saphira, la soledad se apoderó de las
entrañas de Eragon.
Le era tan ajeno aquel entorno… Por primera vez tomó
conciencia exacta de lo lejos que estaba de su hogar, un hogar
destruido, pero aún dueño del corazón del muchacho. ¿En qué me he
convertido, Saphira? -preguntó-. Apenas hace un año que soy adulto
y, sin embargo, ya he departido con el líder de los vardenos, he
sido perseguido por Galbatorix, he viajado con el hijo de Morzan…
¡y ahora me piden bendiciones! ¿Puedo ofrecerle a la gente alguna
sabiduría que no posean ya? ¿Puedo plantearme algún desafío que no
sea más apropiado para un ejército? ¡Es una locura! Tendría que
estar de vuelta en Carvahall con Roran.
Saphira se tomó su tiempo antes de contestar, pero cuando al
fin lo hizo, sus palabras fueron amables.
Un embrión, eso es lo que eres. Un embrión que lucha por
pertenecer al mundo. Tal vez yo tenga menos años que tú, pero en
mis pensamientos soy anciana. No te preocupes por esas cosas. Busca
la paz dondequiera que estés y en aquello que seas. La gente suele
saber lo que debe hacerse, y tú sólo debes mostrarles el camino:
ésa es la sabiduría. En cuanto a los desafíos, ningún ejército
podría haber concedido una bendición como la que has dado
tú.
Pero si no ha tenido importancia -protestó Eragon-. Una
nimiedad.
No, de eso nada. Lo que has visto era el principio de otra
historia, otra leyenda. ¿Crees que esa criatura se contentará con
ser tabernera o granjera, con la marca del dragón en la frente y
tus palabras prendidas sobre ella? Subestimas nuestro poder y el
del destino.
Es abrumador. -Eragon agachó la cabeza-. Me siento como si
viviera en un mundo imaginario, en un sueño en el que todo es
posible. Ya sé que ocurren cosas asombrosas, pero siempre les
ocurren a los demás, siempre en tiempos y lugares lejanos. Sin
embargo, yo encontré tu huevo, tuve a un Jinete por tutor, me batí
en duelo con un Sombra… No son actos propios del chico granjero que
soy… o que fui. Algo me está cambiando.
Lo que te da forma es tu wyrda -dijo Saphira-. Cada era
necesita su icono; tal vez te haya correspondido esa tarea. No se
nombra primer Jinete a un chico granjero sin una
razón.
Tu nombre fue el principio, y ahora tú eres la continuación.
O el fin.
Vaya -dijo Eragon-, es como hablar con adivinanzas… Pero si
todo está predeterminado, ¿significan algo nuestras elecciones? O
¿acaso debemos limitarnos a aceptar el destino?
Eragon, yo te escogí desde dentro del huevo -contestó Saphira
con firmeza-. Se te ha concedido una oportunidad por la que muchos
darían la vida. ¿Eso te hace desgraciado?
Despeja de tu mente esos pensamientos porque no tienen
respuesta ni te van a hacer más feliz.
Cierto -contestó él con melancolía-. Y sin embargo, siguen
rebotando dentro de mi cerebro.
Todo ha sido muy… agitado… desde que murió Brom, y también ha
sido incómodo para mí -reconoció Saphira.
A Eragon le extrañó ese comentario, pues ella casi nunca
parecía inquietarse.
Ya volaban por encima de Tronjheim. Eragon miró hacia abajo
por la abertura del punto más alto y vio el suelo de la dragonera:
Isidar Mithrim, el gran zafiro estrellado.
Sabía que debajo no había más que la gran cámara central de
Tronjheim. Saphira emprendió un silencioso planeo para descender.
Pasó por encima del borde y aterrizó en Isidar Mithrim con un
contundente golpe de zarpas. ¿No lo vas a rayar? -preguntó
Eragon.
No creo. No es una gema ordinaria.
Eragon bajó de la grupa de Saphira y poco a poco giró en
redondo para empaparse de aquella vista tan inusual. Estaban en una
sala redonda, sin techo, que mediría unos dieciocho metros de
altura y otros tantos de diámetro. En las paredes se alineaban las
bocas de las cuevas, cuyos tamaños iban desde el de algunas grutas,
apenas mayores que el de un hombre, hasta cavernas abiertas y
grandes como casas.
En las paredes de mármol había lustrosos travesaños para que
la gente pudiera alcanzar las cuevas más altas. Una arcada enorme
señalaba la salida de la dragonera.
Eragon examinó la gran gema que se extendía bajo sus pies y
cedió al impulso de tumbarse en ella. Apretó la mejilla contra el
frío zafiro e intentó ver a través de él: se percibían líneas
distorsionadas y manchas temblorosas de color que brillaban por
dentro de la piedra preciosa, pero su grosor impedía discernir con
claridad el suelo de la cámara, que quedaba a unos mil quinientos
metros más abajo. ¿Tendré que dormir alejado de
ti?
No, hay una cama para ti en mi cueva -contestó Saphira
moviendo la enorme cabeza-. Ven a verla.
La dragona se dio la vuelta y, sin abrir las alas, dio un
salto de seis metros para aterrizar en una cueva de tamaño mediano.
Él trepó tras ella.
La cueva era de un tono marrón oscuro por dentro y más
profunda de lo que Eragon se había imaginado. Las paredes,
burdamente esculpidas, parecían una formación natural. Cerca de la
pared del fondo había un grueso colchón lo suficientemente grande
para que Saphira se acurrucara en él, y a su lado habían montado
una cama contra la pared. La única luz de la caverna provenía de
una antorcha roja con un dispositivo que permitía
apagarla.
Me gusta -dijo Eragon-. Da sensación de
seguridad.
Sí.
Saphira se acurrucó en el colchón y observó a
Eragon.
Él suspiró y se dejó caer en su cama, invadido por el
cansancio.
Saphira, no has hablado mucho desde que llegamos. ¿Qué
piensas de Tronjheim y de Ajihad?
Ya veremos… Parece, Eragon, que nos hemos involucrado en un
tipo de guerra distinto, en el que las espadas y las zarpas no
sirven para nada, mientras que el efecto de estos medios puede
conseguirse gracias a las palabras y a las alianzas. Sin embargo,
los gemelos no nos aprecian, de modo que haríamos bien en estar
atentos a cualquier engaño que intenten prepararnos. Tampoco hay
muchos enanos que se fíen de nosotros, y los elfos no querían un
Jinete humano, así que también habrá oposición por parte de ambas
razas. Lo mejor que podemos hacer es identificar a quienes detenten
el poder y llevarnos bien con ellos. Y, además, lo más rápido
posible. ¿Te parece que será posible conservar la independencia con
respecto a los diferentes líderes?
Ella movió las alas en busca de una posición más
cómoda.
Ajihad apoya nuestra libertad, pero tal vez no logremos
sobrevivir sin comprometer nuestra lealtad a un grupo u otro. En
cualquier caso, pronto lo sabremos.