-Una muchacha especial -contestó Orik que echó una mirada de
desaprobación a Zar'roc -. Se dedica por completo a su padre y se
pasa todo el tiempo ayudándolo.
Creo que hace más por él que lo que él mismo sabe… A veces ha
llegado a neutralizar a los enemigos de Ajihad sin que él llegara a
enterarse de la intervención de su hija. -¿Quién es su
madre?
-Eso no lo sé. Ajihad estaba solo cuando trajo a Nasuada a
Farthen Dür, de recién nacida. Nunca ha explicado de dónde
venía.
«Así que ella también se crió sin madre.» Eragon se deshizo
de ese pensamiento.
-Estoy impaciente. Me irá bien ejercitar los músculos.
¿Adónde tengo que ir para esas pruebas de Ajihad?
Orik señaló hacia Farthen Dür.
-El campo de entrenamiento queda a unos tres cuartos de
kilómetro de Tronjheim, aunque no se ve desde aquí porque está
detrás de la ciudad-montaña.
Yo también voy -afirmó Saphira.
Eragon se lo dijo a Orik, y éste se mesó la
barba.
-Tal vez no sea buena idea. En el campo de entrenamiento
habrá mucha gente, y podríais llamar la atención. ¡Yo voy! -gruñó
con fuerza Saphira. Y se terminó la discusión.
El alborotado ruido de la lucha les llegó desde el campo: el
sonoro entrechocar de los aceros, el contundente zumbido de las
flechas al clavarse en dianas acolchadas, los crujidos y los
chasquidos de las varas de madera y los gritos de los hombres en el
simulacro de batalla. Era un ruido confuso, pero cada grupo tenía
su propio ritmo.
La mayor parte del campo de entrenamiento estaba ocupada por
un compacto grupo de soldados de a pie que luchaban con escudos y
hachas, casi tan grandes como ellos mismos, y hacían la instrucción
en formación de grupo. Junto a ellos, había cientos de guerreros
que practicaban individualmente, armados con espadas, mazos,
lanzas, palos, varas, mayales, escudos de todas las formas y
tamaños e, incluso, Eragon distinguió a alguien con un tridente.
Casi todos los guerreros llevaban armaduras, por lo general cota de
malla y yelmo, pues la armadura completa no era tan
habitual.
Había tantos enanos como humanos, aunque más bien se
mantenían separados entre ellos. Tras los guerreros, una amplia
fila de arqueros disparaba sin parar a unos muñecos hechos con
sacos grises.
Antes de que Eragon tuviera tiempo de pensar qué esperaban
que hiciera, un hombre barbado, con la cabeza y los macizos hombros
cubiertos por una toca de malla, se acercó a ellos. Llevaba el
resto del cuerpo protegido por una burda piel de buey que aún
conservaba el pelaje, mientras que una espada gigantesca, casi tan
grande comoEragon, pendía de la amplia espalda del hombre. Repasó
con una rápida mirada a Saphira y a Eragon, como si evaluara el
peligro que podían representar, y les habló con tono
malhumorado:
-Knurla Orik. Llevabas mucho tiempo sin venir. Ya no tengo
con quién entrenarme.
Orik sonrió.
-Oeí, eso te pasa porque los dejas a todos heridos de la
cabeza a los pies con tu monstruosa espada.
-A todos, menos a ti -corrigió el otro.
-Porque soy más rápido que un gigante como
tú.
-Soy Fredric -dijo el hombre volviendo a mirar a Eragon-. Me
han pedido que averigüe qué sabes hacer. ¿Eres muy
fuerte?
-Lo suficiente -contestó Eragon-. Para pelear con las armas
de la magia, hay que serlo.
Fredric movió la cabeza, y la toca tintineó como un saco de
monedas.
-La magia no tiene nada que ver con lo que hacemos aquí.
Salvo que hayas luchado en el ejército, dudo que ninguna pelea en
la que hayas participado durase más de cinco minutos. Lo que nos
preocupa es saber cómo aguantarás en una batalla que dure horas
seguidas, o incluso semanas si se trata de un asedio. ¿Sabes usar
alguna arma, aparte de la espada y del arco?
Eragon reflexionó antes de contestar.
-Sólo los puños. -¡Buena respuesta! -se rió Fredric-. Bueno,
empezaremos con el arco, a ver cómo lo haces. Luego, cuando se
despeje un poco el campo, probaremos…
El hombre se interrumpió de repente y miró más allá de
Eragon, frunciendo el entrecejo con gesto de
enfado.
Los gemelos llegaron a grandes zancadas; la palidez de las
calvas les destacaba entre el color violeta de las túnicas. Orik
murmuró algo en su propio idioma al tiempo que sacaba el hacha de
guerra del cinturón.
-Os dije que os mantuvierais alejados de la zona de
entrenamiento -dijo Fredric dando un paso adelante,
amenazador.
Ante el tamaño gigantesco de Fredric, los gemelos parecían
frágiles, pero a pesar de todo lo miraron con
arrogancia.
-Ajihad nos ha ordenado que comprobemos la eficacia de Eragon
con la magia antes de que lo agotes haciéndole dar golpes a un
pedazo de metal. -¿No lo puede comprobar nadie más? -repuso Fredric
echando chispas por los ojos.
-No hay nadie que tenga suficiente poder -contestaron con
desdén los gemelos.
Saphira soltó un profundo retumbo y los fulminó con la
mirada. Después echó una línea de humo por las fosas nasales, pero
no le hicieron caso.
-Ven con nosotros -ordenaron los gemelos, y echaron a andar
hacia un rincón vacío del campo.
Eragon se encogió de hombros y los siguió con Saphira. A sus
espaldas, oyó que Fredric le decía a Orik:
-Tendremos que detenerlos antes de que lleguen demasiado
lejos.
-Ya lo sé -contestó Orik en voz baja-, pero no puedo volver a
interferir.
Hrothgar me dejó claro que no podrá protegerme si vuelve a
suceder.
Eragon reprimió su creciente aprensión. Podía ser que los
gemelos conocieranmás técnicas y palabras… Sin embargo, recordó que
Brom le había dicho que los Jinetes tenían más fuerza para la magia
que los humanos ordinarios. ¿Bastaría eso para resistir a la fuerza
combinada de los gemelos?
No te preocupes tanto; yo te ayudaré -le dijo Saphira-.
Nosotros también somos dos.
Eragon le tocó una pata suavemente, aliviado por las palabras
de la dragona.
Entonces los gemelos miraron a Eragon y preguntaron: -¿Cuál
es tu respuesta, Eragon?
Él desdeñó la expresión de sorpresa del rostro de ambos y
contestó llanamente:
-No.
Marcadas arrugas aparecieron en las comisuras de los gemelos.
Se dieron la vuelta, de modo que miraban de reojo a Eragon y,
doblando la cintura, dibujaron un largo pentagrama en el suelo.
Después se plantaron en medio del dibujo y hablaron con
severidad:
-Empezamos ya. Intentarás completar las tareas que te
asignemos… Eso es todo.
Uno de los gemelos rebuscó entre su túnica, sacó una piedra
pulida del tamaño del puño de Eragon y la dejó en el
suelo.
-Levántala hasta la altura de los ojos.
Eso es bastante fácil -comentó Eragon a Saphira-. ¡Stenr
reisa!
La piedra tembló y luego se alzó suavemente. Cuando hubo
subido apenas un palmo, una inesperada resistencia la retuvo en el
aire, mientras una sonrisa asomaba a la boca de los gemelos.
Iracundo, Eragon los miró: ¡intentaban hacerle fallar! Si se
agotaba tan pronto le resultaría imposible completar las tareas más
duras. Era obvio que los dos hermanos confiaban en que la suma de
sus fuerzas bastaría para cansarlo fácilmente.
Pero no estoy solo -gruñó Eragon para sí mismo-. ¡Ahora,
Saphira!
La mente de la dragona se fundió con la suya, y la piedra dio
una sacudida en el aire para detenerse temblando a la altura de la
vista. Los gemelos entrecerraron los ojos con
crueldad.
-Muy… bien -concedieron entre dientes. El despliegue de magia
parecía poner nervioso a Fredric-. Ahora, mueve la piedra en
círculo.
De nuevo Eragon luchó contra los esfuerzos de los gemelos
para detenerlo y de nuevo -ante el obvio enfado de ambos- venció.
La complejidad y la dificultad de los ejercicios fue aumentando
rápidamente hasta que Eragon tuvo que empezar a escoger con mucho
cuidado las palabras que usaba. Los gemelos ofrecieron severa
resistencia en cada prueba, aunque nunca se les notó el esfuerzo en
el rostro.
Eragon sólo conseguía sobreponerse gracias a la ayuda de
Saphira. En una pausa entre dos tareas, el muchacho le preguntó:
¿Por qué siguen con la prueba? Nuestras habilidades están claras
desde que inspeccionaron mi mente. -Ella ladeó la cabeza,
pensativa-. ¿Sabes una cosa? -dijo él con tristeza, cuando al fin
lo entendió-. Están aprovechando la ocasión para averiguar qué
palabras conozco del idioma antiguo y quizá quieran aprender
alguna.
Entonces habla en voz baja para que no te oigan y usa las
palabras más simples que puedas.
A partir de ese momento, Eragon usó sólo un puñado de
palabras básicas para completar lo que le encomendaban. Pero para
encontrar la manera de obtener el mismo rendimiento que le hubieran
proporcionado las frases largas hubo de apurar el ingenio hasta el
límite. Obtuvo como recompensa la frustración que retorcía la cara
de los gemelos cada vez que los derrotaba. Por mucho que lo
intentaran, no conseguían obligarlo a usar más palabras del idioma
antiguo.
Pasó más de una hora, pero los gemelos no mostraban intención
alguna de parar.
Eragon tenía calor y sed, pero se resistía a pedir un receso;
estaba dispuesto a seguir si ellos aguantaban. Hubo muchas pruebas:
manipular agua, provocar fuego, ejercicios de criptovisión, mover
rocas por el aire, endurecer cuero, congelar objetos, controlar el
vuelo de una flecha y curar rasguños. Tenía curiosidad por saber
cuánto tardarían los gemelos en quedarse sin
ideas.
Al fin los dos hermanos alzaron las manos y
dijeron:
-Sólo queda una cosa por hacer. Es bastante sencilla.
Cualquiera que sea competente utilizando la magia la encontraría
fácil. -Uno de ellos se quitó de un dedo un anillo de plata y se lo
pasó a Eragon con aires de petulancia-. Invoca la esencia de la
plata.
Eragon se quedó mirando confuso el anillo. ¿Qué se suponía
que debía hacer? ¿La esencia de la plata? ¿Qué era eso? ¿Y cómo se
invocaba? Saphira no tenía ni idea, y los gemelos no estaban
dispuestos a ayudarlo. No había aprendido el nombre de la plata en
el idioma antiguo, aunque sabía que debía de formar parte de la
palabra argetlam.
Desesperado, combinó la única palabra que podía dar
resultado: ethgrí -invocar-con argel.
Se puso muy tieso, reunió toda la fuerza que le quedaba y
abrió los labios para pronunciar la invocación. De pronto, una voz
clara y vibrante hendió el aire. -¡Detente!
La palabra se derramó sobre Eragon como agua fría: era una
voz extrañamente familiar, como una melodía que sólo se recuerda a
medias. Con el vello de la nuca erizado, Eragon se volvió
lentamente hacia donde provenía la voz.
Detrás de ellos había una figura solitaria: Arya. Una cinta
de cuero, atada sobre la frente, sujetaba la voluminosa melena
negra de la elfa, que le caía sobre los hombros en una lustrosa
cascada; de la cadera le colgaba una estilizada espada, y llevaba
un arco a la espalda; un vestido de cuero, negro y liso, cubría su
bien proporcionada figura, pero constituía una triste vestimenta
para una mujer tan hermosa; era más alta que la mayoría de los
hombres, aunque tenía un porte perfectamente equilibrado y
relajado, y en su cara no había ningún rastro de los terribles
abusos que había sufrido.
Los furiosos ojos de color esmeralda de Arya se concentraron
en los gemelos, que habían empalidecido de miedo. Ella se acercó
con pasos silenciosos y habló en tono suave pero amenazante:
-¡Vergüenza! Debería daros vergüenza pedirle lo que sólo un maestro
puede hacer. Vergüenza usar esos métodos. Vergüenza haberle dicho a
Ajihad que no conocíais las habilidades de Eragon. Él es
competente. ¡Marchaos de inmediato!
Arya frunció el entrecejo de tal modo que daba miedo, puesto
que se le habían juntado las cejas en forma de «V» como si fueran
relámpagos, y señaló el anillo que Eragon sostenía en la mano. -
¡Arget! -exclamó como un trueno.
La plata resplandeció, y una copia fantasmagórica del anillo
se materializó al lado de éste. Ambos eran idénticos, pero el que
acababa de materializarse parecía más puro y brillaba como si
estuviera al rojo vivo. Al verlo, los gemelos se dieron la vuelta y
salieron corriendo, con las túnicas ondeando frenéticamente. El
anillo sin esencia se desvaneció en la mano de Eragon y dejó tras
de sí el aro de plata. Knurla Orik y Fredric seguían en sus puestos
observando a Arya con cautela. Saphira se agachó, preparada para
entrar en acción.
La elfa los escrutó a todos con la mirada hasta que sus
rasgados ojos se detuvieron en Eragon. Luego se giró y caminó hacia
el centro del campo. Los guerreros dejaron de entrenarse y la
contemplaron asombrados. Al cabo de unos momentostodos los
presentes en el campo guardaban silencio, abrumados por la
presencia de la mujer.
Eragon se sentía empujado inexorablemente por su propia
fascinación, y cuando Saphira le habló, él no hizo caso de los
comentarios de la dragona. Enseguida se formó un gran círculo en
torno a Arya, quien, mirando sólo a Eragon,
proclamó:
-Reclamo el derecho a la prueba de armas. ¡Desenfunda tu
espada! ¡Me está retando a duelo!
Sí, pero no para hacerte daño -contestó lentamente Saphira, y
le dio un empujón con el morro-. Ve y hazlo lo mejor que puedas. Yo
estaré observando.
Eragon avanzó con reticencia. No quería enfrentarse a esa
prueba después de agotarse al practicar la magia y con tanta gente
mirando. Además, Arya no podía estar en buena forma para el
entrenamiento, pues sólo habían pasado dos días desde que le habían
dado el néctar de túnivor.
«Golpearé con suavidad para no hacerle daño»,
decidió.
Se encararon desde los extremos opuestos del círculo formado
por los guerreros.
Arya desenvainó la espada con la mano izquierda. El arma era
más fina que la de Eragon, pero igual de larga y afilada. Él sacó a
Zar'roc de la bruñida funda y mantuvo la hoja rojiza a un costado,
apuntada hacia el suelo. La elfa y el humano permanecieron
inmóviles un momento vigilándose mutuamente. A Eragon le pasó por
la mente el recuerdo de que así habían empezado muchas peleas con
Brom.
El muchacho avanzó un poco con precaución. Desdibujándose por
el movimiento, Arya saltó hacia él y le lanzó un tajo a las
costillas. Eragon esquivó el ataque por puro reflejo, y las espadas
se cruzaron entre una lluvia de chispas. Zar'roc quedó desplazada a
un lado, como si fuera una simple mosca. Sin embargo, la elfa no
aprovechó la brecha, sino que giró hacia la derecha, cortando el
aire con la melena, y golpeó por el otro lado. Eragon contuvo el
golpe a duras penas y se tambaleó hacia atrás desesperadamente,
aturdido por la fiereza y la velocidad de Arya.
Eragon recordó tardíamente que Brom le había advertido que
hasta el más débil elfo podía batir con facilidad a un humano. De
modo que tenía tantas posibilidades de derrotar a Arya como a
Durza. Ella volvió a atacar apuntándole a la cabeza, y Eragon se
agachó por debajo de la hoja, afilada como una navaja. Pero
entonces… ¿por qué jugaba con él? Durante unos segundos estuvo
demasiado ocupado rechazando los ataques de Arya, pero luego cayó
en la cuenta:
«Quiere averiguar si soy competente.»
Después de entender la intención de la elfa, Eragon inició la
serie de ataques más complicados que conocía. Pasaba de una pose a
la siguiente, combinándolas y modificándolas temerariamente de
todas las maneras posibles. Ella le imitaba las acciones con
elegancia y sin esfuerzo.
Implicados en una danza feroz, sólo las espadas al buscarse
encadenaban y separaban los cuerpos de ambos. En algunos momentos
casi llegaban a tocarse, y apenas un cabello separaba las tensas
epidermis de los dos jóvenes, pero luego la inercia del giro los
separaba, y se apartaban un segundo para volver a juntarse de
nuevo. Las sinuosas formas de Arya y Eragon se entrelazaban como
volutas giratorias de humo llevadas por el viento.
Eragon nunca pudo recordar cuánto tiempo estuvieron luchando,
puesto que el duelo iba más allá del tiempo, constituido tan sólo
por acción y reacción. Cada vez le pesaba más Zar'roc y sentía un
ardor tremendo en el brazo a cada golpe. Al fin, cuando el muchacho
hizo un movimiento hacia delante, Arya se echó a un lado con
agilidad y le rozó la mandíbula con la punta de la espada a una
velocidad sobrenatural.
Eragon, a quien le temblaban los músculos de agotamiento, se
quedó paralizadoal notar que el gélido metal le tocaba la piel.
Entonces oyó un difuso berrido de Saphira y un escandaloso vitoreo
de los soldados que los rodeaban. Arya bajó la espada y la
enfundó.
-Has aprobado -dijo en voz baja, en medio del
estruendo.
Aturdido, Eragon se puso en pie lentamente. Fredric estaba a
su lado y le palmeaba la espalda con entusiasmo. -¡Qué increíble
manejo de la espada! Hasta yo he aprendido algún movimiento nuevo
al veros pelear a los dos. Y la elfa… ¡Asombroso!
«Pero he perdido yo», protestó en silencio.
Orik alabó su exhibición con una amplia sonrisa, pero Eragon
sólo pudo fijarse en Arya, que permanecía sola y callada. Ella hizo
un gesto muy leve con un dedo, apenas un temblor, hacia un
montículo que había a más de un kilómetro del campo de
entrenamiento, luego se dio la vuelta y se alejó. La multitud se
deshacía ante ella. A su paso, el silencio se apoderaba de hombres
y enanos.
Eragon se volvió hacia Orik.
-Debo irme. Pronto volveré a la dragonera.
Con un gesto ágil, enfundó a Zar'roc y montó en Saphira. Ella
alzó el vuelo sobre el campo de entrenamiento, que se convirtió en
un mar de rostros levantados para mirarla.
Mientras volaban hacia el montículo, Eragon vio que Arya
corría por debajo con precisas y ágiles zancadas.
Te gusta su figura, ¿verdad? -comentó
Saphira.
Sí -admitió él, sonrojándose.
Es cierto que la cara de la elfa tiene más personalidad que
la de la mayoría de los humanos -dijo la dragona con cierto
desdén-, pero es alargada, como la de un caballo, y en conjunto esa
joven no tiene buen tipo. ¡Eh! ¡Estás celosa! -dijo Eragon mirando
a Saphira con asombro.
Imposible. Nunca tengo celos -contestó ella,
ofendida.
Ahora, sí. ¡Admítelo! ¡No lo estoy! -repuso Saphira cerrando
las fauces con un sonoro chasquido.
Eragon sonrió y movió la cabeza, pero dejó pasar la negativa.
Saphira aterrizó pesadamente en el montículo y le dio un empujón a
su jinete con brusquedad. Él desmontó de un salto, sin el menor
comentario.
Arya estaba un poco más atrás. Eragon nunca había visto a
nadie correr tan deprisa con aquellas zancadas tan ligeras. Al
llegar a lo alto del montículo, la elfa mantenía la respiración
regular y tranquila. Eragon sintió de pronto que se le atragantaba
la lengua y desvió la mirada. Ella pasó por delante de él y se
dirigió a Saphira.
-Skulblaka, eka celobra ono un mulabra ono un onr Shur'tugal
né haina. Atra nosu waisé fricai.
Eragon no reconoció la mayoría de las palabras, pero parecía
obvio que Saphira entendía el mensaje. Movió las alas y miró a Arya
con curiosidad. Luego la dragona asintió y soltó un ronroneo
profundo, y Arya sonrió.
-Me alegro de que te hayas recuperado -dijo Eragon-. No
sabíamos si sobrevivirías.
-Por eso he venido hoy -repuso Arya, ya de cara a
él.
Su intensa voz sonaba exótica, con marcado acento. Hablaba
con claridad, con un leve trino, como si fuera a
cantar.
-Tengo una deuda que debe saldarse. Me salvaste la vida, y
eso no se puede olvidar.
-No… No fue nada -dijo Eragon mascando las palabras porque
incluso al pronunciarlas sabía que no eran ciertas. Vergonzoso,
cambió de tema-. ¿Cómo fuiste a parar a Gil'ead?
El dolor asomó al rostro de Arya, que dejó la mirada perdida
en la distancia.
-Caminemos -propuso la elfa.
Descendieron del montículo y echaron a andar hacia Farthen
Dür. Eragon respetó el silencio de Arya mientras caminaban. Saphira
iba en silencio detrás de ellos. Al fin Arya alzó la cabeza y, con
la gracia de los de su raza, dijo:
-Ajihad me ha dicho que estabas presente cuando apareció el
huevo de Saphira.
-Sí.
Por primera vez, Eragon pensó en la energía que debía de
haberle exigido a la elfa transportar el huevo a través de las
docenas de leguas que separaban Du Weldenvarden y las Vertebradas.
El mero intento implicaba cortejar el desastre, si no la
muerte.
Las siguientes palabras de Arya fueron
graves:
-Entonces has de saber lo que te voy a decir: en el momento
en que sostuviste el huevo en tus manos, Durza me capturó. -La
amargura y el dolor tiñeron la voz de Arya-. Él era quien dirigía a
los úrgalos que emboscaron y asesinaron a mis compañeros, Faolin y
Glenwing. Por alguna razón sabía dónde esperarnos y no tuvimos
ningún aviso. Me drogaron y me llevaron a Gil'ead. Allí Galbatorix
encargó a Durza que averiguase dónde había enviado yo el huevo, más
todo lo que sabía de Ellesméra. -Volvió a clavar en la distancia
una gélida mirada, con la boca prieta-. Lo intentó sin éxito
durante meses. Sus métodos eran… duros. Cuando fracasó la tortura,
ordenó a sus soldados que hicieran conmigo lo que quisieran. Por
suerte, conservaba la fuerza suficiente para penetrar en sus mentes
e incapacitarlos. Al fin Galbatorix ordenó que me llevaran a
Urü'baen. Cuando me enteré, me invadió el terror, pues tanto mi
mente como mi cuerpo estaban muy débiles y no tenía fuerzas para
resistirme. Si no llega a ser por ti, al cabo de una semana hubiera
estado ante Galbatorix.
Eragon sintió un escalofrío en su interior. Era asombroso que
la elfa hubiera sobrevivido a todo eso. Aún conservaba en la
memoria el recuerdo de las heridas de Arya. Entonces preguntó con
suavidad: -¿Por qué me cuentas todo esto?
-Para que sepas de qué me salvaste. No creas que voy a
ignorar tu hazaña.
Eragon agachó la cabeza con humildad. -¿Qué vas a hacer
ahora? ¿Volver a Ellesméra?
-No, todavía no. Aquí hay mucho que hacer. No puedo abandonar
a los vardenos, pues Ajihad necesita mi ayuda. Hoy te he visto
pasar la prueba de magia y de armas. Brom te enseñó bien, así que
estás preparado para proseguir la formación. -¿Quieres decir que
debo ir a Ellesméra?
-Sí.
Eragon sintió un atisbo de irritación. ¿Acaso él y Saphira no
tenían nada que decir al respecto? -¿Cuándo?
-Aún se tiene que decidir, pero pasarán unas cuantas
semanas.
«Al menos nos conceden ese tiempo», pensó Eragon. Saphira le
comentó algo y él, a su vez, preguntó a Arya: -¿Qué querían los
gemelos que hiciera?
Los perfectos labios de Arya hicieron una mueca de
disgusto.
-Algo que ni siquiera ellos podrían lograr. Con el idioma
antiguo se puedepronunciar el nombre de un objeto e invocar su
verdadera forma. Cuesta años de trabajo y mucha disciplina, pero se
obtiene, como recompensa, el control absoluto del objeto. Por eso
mantenemos oculto nuestro verdadero nombre, porque si lo supiera
alguien que tuviera el corazón malvado, podría dominarnos por
completo.
-Qué raro -dijo Eragon al cabo de un rato-. Antes de que me
capturasen en Gil'ead, tuve visiones tuyas en sueños. Era como si
fuera capaz de invocar tu imagen, como pude hacer más adelante,
pero siempre mientras dormía.
Arya apretó los labios, pensativa.
-En algunos momentos yo sentía como si hubiera una presencia
que me miraba, pero a menudo estaba confusa y febril. Nunca he
sabido de nadie, ni siquiera en los cuentos tradicionales o en las
leyendas, que pudiera invocar la imagen de alguien en
sueños.
-Ni yo mismo lo entiendo -dijo Eragon mirándose las manos al
tiempo que hacía rodar el anillo de Brom en el dedo-. ¿Qué
significa el tatuaje que llevas en el hombro? No pretendía verlo,
pero cuando te curé las heridas… no pude evitarlo. Es igual que el
símbolo de este anillo. -¿Tienes un anillo con el yawé? -preguntó
Arya bruscamente.
-Sí. Era de Brom. ¿Lo ves?
Eragon le mostró el anillo. Arya examinó el zafiro y le
dijo:
-Éste es un obsequio que sólo se da a los más apreciados
amigos de los elfos. De hecho, tiene tanto valor que no se usa
desde hace siglos. O eso creía yo. No sabía que la reina Islanzadi
tuviera tan alta opinión de Brom.
-Entonces yo no debería llevarlo -dijo Eragon, temeroso de
haber sido demasiado presuntuoso.
-No, quédatelo. Te protegerá si te encuentras con mi gente
por azar, y tal vez te sirva para ganarte el favor de la reina,
pero no le digas a nadie lo de mi tatuaje. No debe
revelarse.
-Muy bien.
Le encantaba hablar con Arya y deseaba que la conversación se
prolongara.
Cuando se separaron, deambuló por Farthen Dür charlando con
Saphira. Pese a su insistencia, ella se negó a contarle lo que le
había dicho Arya. Finalmente, se puso a pensar en Murtagh y luego
en el consejo de Nasuada.
Voy a comer algo y después iré a verlo -decidió-. ¿Me
esperarás para que pueda volver contigo a la
dragonera?
Sí, te espero. Vete -dijo Saphira.
Con una sonrisa de agradecimiento, Eragon salió corriendo
hacia Tronjheim, comió algo en un oscuro rincón de una cocina y
luego siguió las instrucciones de Nasuada para llegar hasta una
pequeña puerta gris vigilada por un hombre y por un enano. Cuando
pidió permiso para entrar, el enano golpeó tres veces la puerta y
luego descorrió el cerrojo.
-Da un grito cuando quieras salir -dijo el hombre con una
sonrisa amistosa.
La celda estaba cálida y bien iluminada; había una jofaina en
un rincón, y un escritorio, equipado con plumas y tinta, en otro;
en el techo había esculpidas numerosas figuras lacadas, y una
lujosa alfombra cubría el suelo.
Murtagh estaba tumbado en una cama maciza, leyendo un
pergamino. Alzó la mirada, sorprendido, y exclamó con alegría:
-¡Eragon! ¡Esperaba tu visita! -¿Cómo te…? O sea,
creía…
-Creías que estaba encerrado en una ratonera comiendo
galletas -dijo Murtagh que se levantó con una sonrisa-. De hecho,
yo también lo esperaba, pero Ajihad medeja disfrutar de todo esto
con tal de que no le cause problemas. Y me traen grandes comilonas,
además de lo que quiera de la biblioteca. Como no tenga cuidado me
voy a convertir en un erudito regordete.
Eragon se rió y luego, con una sonrisa de curiosidad, se
sentó al lado de Murtagh.
-Pero ¿no estás enfadado? Al fin y al cabo sigues preso.
-¡Oh, al principio sí lo estaba! -contestó Murtagh encogiéndose de
hombros-.
Pero cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de que en
realidad es el mejor sitio posible para mí. Incluso si Ajihad me
concediera la libertad, me quedaría en mi habitación casi todo el
tiempo.
-Pero ¿por qué?
-Lo sabes de sobra. Nadie se sentiría cómodo a mi lado,
conociendo mi verdadera identidad, y siempre habría alguien incapaz
de evitar las miradas y las palabras nada amistosas. Bueno, basta.
Tengo ganas de saber qué hay de nuevo. Ven,
cuéntame.
Eragon le contó los sucesos de los dos últimos días, incluido
el encuentro con los gemelos en la biblioteca. Cuando hubo
terminado, Murtagh se echó hacia atrás, pensativo.
-Sospecho -dijo- que Arya es más importante de lo que ambos
creíamos.
Fíjate en lo que has descubierto: es hábil con la espada,
poderosa con la magia y, sobre todo, fue escogida para cuidar del
huevo de Saphira. No puede ser una persona del montón, y mucho
menos entre los elfos. -Eragon estuvo de acuerdo, y Murtagh,
mirando al techo, añadió-: ¿Sabes qué te digo? Este encierro me
parece extrañamente pacífico. Por una vez en la vida no he de temer
nada. Ya sé que debería estar… Pero este lugar tiene algo que me
calma. Eso de dormir bien también ayuda.
-Ya te entiendo -contestó Eragon, irónico, y buscó un punto
más blando en la cama- Nasuada me dijo que había ido a verte. ¿Dijo
algo interesante?
Murtagh miró a lo lejos e hizo un gesto
negativo.
-No, sólo quería conocerme. ¿Verdad que tiene aspecto de
princesa? ¡Y esa forma de moverse! La primera vez que entró por esa
puerta creí que era una de las grandes damas de la corte de
Galbatorix. Allí había visto a las esposas de algunos duques y
condes que, comparadas con ella, más bien parecían destinadas a
vivir como los cerdos que a pertenecer a la
nobleza.
Eragon escuchó los halagos de Murtagh con creciente
aprensión.
Tal vez no sea nada -se recordó-. Estás sacando conclusiones
precipitadas.
Sin embargo, el presentimiento que había tenido no lo
abandonaba. Para intentar ahuyentarlo, preguntó: -¿Cuánto tiempo
vas a permanecer encerrado, Murtagh? No te puedes esconder para
siempre.
Murtagh se encogió de hombros, despreocupado, pero tras sus
palabras se escondía un gran peso en su interior.
-Por ahora me contento con quedarme aquí y descansar. No hay
ninguna razón para que vaya a buscar refugio a otra parte ni para
someterme al examen de los gemelos. Seguro que al final me hartaré,
pero por ahora… me doy por satisfecho.