A la mañana de su tercer día en Tronjheim, Eragon saltó de la cama fresco y enérgico. Se ató a Zar'roc a la cintura y se colgó del hombro el arco y la aljaba, cargada a medias de flechas. Tras un placentero vuelo hasta el interior de Farthen Dür con Saphira, se reunió con Knurla Orik ante una de las cuatro puertas principales de Tronjheim y le preguntó por Nasuada.


-Una muchacha especial -contestó Orik que echó una mirada de desaprobación a Zar'roc -. Se dedica por completo a su padre y se pasa todo el tiempo ayudándolo.

Creo que hace más por él que lo que él mismo sabe… A veces ha llegado a neutralizar a los enemigos de Ajihad sin que él llegara a enterarse de la intervención de su hija. -¿Quién es su madre?

-Eso no lo sé. Ajihad estaba solo cuando trajo a Nasuada a Farthen Dür, de recién nacida. Nunca ha explicado de dónde venía.

«Así que ella también se crió sin madre.» Eragon se deshizo de ese pensamiento.

-Estoy impaciente. Me irá bien ejercitar los músculos. ¿Adónde tengo que ir para esas pruebas de Ajihad?

Orik señaló hacia Farthen Dür.

-El campo de entrenamiento queda a unos tres cuartos de kilómetro de Tronjheim, aunque no se ve desde aquí porque está detrás de la ciudad-montaña.

Yo también voy -afirmó Saphira.

Eragon se lo dijo a Orik, y éste se mesó la barba.

-Tal vez no sea buena idea. En el campo de entrenamiento habrá mucha gente, y podríais llamar la atención. ¡Yo voy! -gruñó con fuerza Saphira. Y se terminó la discusión.

El alborotado ruido de la lucha les llegó desde el campo: el sonoro entrechocar de los aceros, el contundente zumbido de las flechas al clavarse en dianas acolchadas, los crujidos y los chasquidos de las varas de madera y los gritos de los hombres en el simulacro de batalla. Era un ruido confuso, pero cada grupo tenía su propio ritmo.

La mayor parte del campo de entrenamiento estaba ocupada por un compacto grupo de soldados de a pie que luchaban con escudos y hachas, casi tan grandes como ellos mismos, y hacían la instrucción en formación de grupo. Junto a ellos, había cientos de guerreros que practicaban individualmente, armados con espadas, mazos, lanzas, palos, varas, mayales, escudos de todas las formas y tamaños e, incluso, Eragon distinguió a alguien con un tridente. Casi todos los guerreros llevaban armaduras, por lo general cota de malla y yelmo, pues la armadura completa no era tan habitual.

Había tantos enanos como humanos, aunque más bien se mantenían separados entre ellos. Tras los guerreros, una amplia fila de arqueros disparaba sin parar a unos muñecos hechos con sacos grises.

Antes de que Eragon tuviera tiempo de pensar qué esperaban que hiciera, un hombre barbado, con la cabeza y los macizos hombros cubiertos por una toca de malla, se acercó a ellos. Llevaba el resto del cuerpo protegido por una burda piel de buey que aún conservaba el pelaje, mientras que una espada gigantesca, casi tan grande comoEragon, pendía de la amplia espalda del hombre. Repasó con una rápida mirada a Saphira y a Eragon, como si evaluara el peligro que podían representar, y les habló con tono malhumorado:

-Knurla Orik. Llevabas mucho tiempo sin venir. Ya no tengo con quién entrenarme.

Orik sonrió.

-Oeí, eso te pasa porque los dejas a todos heridos de la cabeza a los pies con tu monstruosa espada.

-A todos, menos a ti -corrigió el otro.

-Porque soy más rápido que un gigante como tú.

-Soy Fredric -dijo el hombre volviendo a mirar a Eragon-. Me han pedido que averigüe qué sabes hacer. ¿Eres muy fuerte?

-Lo suficiente -contestó Eragon-. Para pelear con las armas de la magia, hay que serlo.

Fredric movió la cabeza, y la toca tintineó como un saco de monedas.

-La magia no tiene nada que ver con lo que hacemos aquí. Salvo que hayas luchado en el ejército, dudo que ninguna pelea en la que hayas participado durase más de cinco minutos. Lo que nos preocupa es saber cómo aguantarás en una batalla que dure horas seguidas, o incluso semanas si se trata de un asedio. ¿Sabes usar alguna arma, aparte de la espada y del arco?

Eragon reflexionó antes de contestar.

-Sólo los puños. -¡Buena respuesta! -se rió Fredric-. Bueno, empezaremos con el arco, a ver cómo lo haces. Luego, cuando se despeje un poco el campo, probaremos…

El hombre se interrumpió de repente y miró más allá de Eragon, frunciendo el entrecejo con gesto de enfado.

Los gemelos llegaron a grandes zancadas; la palidez de las calvas les destacaba entre el color violeta de las túnicas. Orik murmuró algo en su propio idioma al tiempo que sacaba el hacha de guerra del cinturón.

-Os dije que os mantuvierais alejados de la zona de entrenamiento -dijo Fredric dando un paso adelante, amenazador.

Ante el tamaño gigantesco de Fredric, los gemelos parecían frágiles, pero a pesar de todo lo miraron con arrogancia.

-Ajihad nos ha ordenado que comprobemos la eficacia de Eragon con la magia antes de que lo agotes haciéndole dar golpes a un pedazo de metal. -¿No lo puede comprobar nadie más? -repuso Fredric echando chispas por los ojos.

-No hay nadie que tenga suficiente poder -contestaron con desdén los gemelos.

Saphira soltó un profundo retumbo y los fulminó con la mirada. Después echó una línea de humo por las fosas nasales, pero no le hicieron caso.

-Ven con nosotros -ordenaron los gemelos, y echaron a andar hacia un rincón vacío del campo.

Eragon se encogió de hombros y los siguió con Saphira. A sus espaldas, oyó que Fredric le decía a Orik:

-Tendremos que detenerlos antes de que lleguen demasiado lejos.

-Ya lo sé -contestó Orik en voz baja-, pero no puedo volver a interferir.

Hrothgar me dejó claro que no podrá protegerme si vuelve a suceder.

Eragon reprimió su creciente aprensión. Podía ser que los gemelos conocieranmás técnicas y palabras… Sin embargo, recordó que Brom le había dicho que los Jinetes tenían más fuerza para la magia que los humanos ordinarios. ¿Bastaría eso para resistir a la fuerza combinada de los gemelos?

No te preocupes tanto; yo te ayudaré -le dijo Saphira-. Nosotros también somos dos.

Eragon le tocó una pata suavemente, aliviado por las palabras de la dragona.

Entonces los gemelos miraron a Eragon y preguntaron: -¿Cuál es tu respuesta, Eragon?

Él desdeñó la expresión de sorpresa del rostro de ambos y contestó llanamente:

-No.

Marcadas arrugas aparecieron en las comisuras de los gemelos. Se dieron la vuelta, de modo que miraban de reojo a Eragon y, doblando la cintura, dibujaron un largo pentagrama en el suelo. Después se plantaron en medio del dibujo y hablaron con severidad:

-Empezamos ya. Intentarás completar las tareas que te asignemos… Eso es todo.

Uno de los gemelos rebuscó entre su túnica, sacó una piedra pulida del tamaño del puño de Eragon y la dejó en el suelo.

-Levántala hasta la altura de los ojos.

Eso es bastante fácil -comentó Eragon a Saphira-. ¡Stenr reisa!

La piedra tembló y luego se alzó suavemente. Cuando hubo subido apenas un palmo, una inesperada resistencia la retuvo en el aire, mientras una sonrisa asomaba a la boca de los gemelos. Iracundo, Eragon los miró: ¡intentaban hacerle fallar! Si se agotaba tan pronto le resultaría imposible completar las tareas más duras. Era obvio que los dos hermanos confiaban en que la suma de sus fuerzas bastaría para cansarlo fácilmente.

Pero no estoy solo -gruñó Eragon para sí mismo-. ¡Ahora, Saphira!

La mente de la dragona se fundió con la suya, y la piedra dio una sacudida en el aire para detenerse temblando a la altura de la vista. Los gemelos entrecerraron los ojos con crueldad.

-Muy… bien -concedieron entre dientes. El despliegue de magia parecía poner nervioso a Fredric-. Ahora, mueve la piedra en círculo.

De nuevo Eragon luchó contra los esfuerzos de los gemelos para detenerlo y de nuevo -ante el obvio enfado de ambos- venció. La complejidad y la dificultad de los ejercicios fue aumentando rápidamente hasta que Eragon tuvo que empezar a escoger con mucho cuidado las palabras que usaba. Los gemelos ofrecieron severa resistencia en cada prueba, aunque nunca se les notó el esfuerzo en el rostro.

Eragon sólo conseguía sobreponerse gracias a la ayuda de Saphira. En una pausa entre dos tareas, el muchacho le preguntó: ¿Por qué siguen con la prueba? Nuestras habilidades están claras desde que inspeccionaron mi mente. -Ella ladeó la cabeza, pensativa-. ¿Sabes una cosa? -dijo él con tristeza, cuando al fin lo entendió-. Están aprovechando la ocasión para averiguar qué palabras conozco del idioma antiguo y quizá quieran aprender alguna.

Entonces habla en voz baja para que no te oigan y usa las palabras más simples que puedas.

A partir de ese momento, Eragon usó sólo un puñado de palabras básicas para completar lo que le encomendaban. Pero para encontrar la manera de obtener el mismo rendimiento que le hubieran proporcionado las frases largas hubo de apurar el ingenio hasta el límite. Obtuvo como recompensa la frustración que retorcía la cara de los gemelos cada vez que los derrotaba. Por mucho que lo intentaran, no conseguían obligarlo a usar más palabras del idioma antiguo.

Pasó más de una hora, pero los gemelos no mostraban intención alguna de parar.

Eragon tenía calor y sed, pero se resistía a pedir un receso; estaba dispuesto a seguir si ellos aguantaban. Hubo muchas pruebas: manipular agua, provocar fuego, ejercicios de criptovisión, mover rocas por el aire, endurecer cuero, congelar objetos, controlar el vuelo de una flecha y curar rasguños. Tenía curiosidad por saber cuánto tardarían los gemelos en quedarse sin ideas.

Al fin los dos hermanos alzaron las manos y dijeron:

-Sólo queda una cosa por hacer. Es bastante sencilla. Cualquiera que sea competente utilizando la magia la encontraría fácil. -Uno de ellos se quitó de un dedo un anillo de plata y se lo pasó a Eragon con aires de petulancia-. Invoca la esencia de la plata.

Eragon se quedó mirando confuso el anillo. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿La esencia de la plata? ¿Qué era eso? ¿Y cómo se invocaba? Saphira no tenía ni idea, y los gemelos no estaban dispuestos a ayudarlo. No había aprendido el nombre de la plata en el idioma antiguo, aunque sabía que debía de formar parte de la palabra argetlam.

Desesperado, combinó la única palabra que podía dar resultado: ethgrí -invocar-con argel.

Se puso muy tieso, reunió toda la fuerza que le quedaba y abrió los labios para pronunciar la invocación. De pronto, una voz clara y vibrante hendió el aire. -¡Detente!

La palabra se derramó sobre Eragon como agua fría: era una voz extrañamente familiar, como una melodía que sólo se recuerda a medias. Con el vello de la nuca erizado, Eragon se volvió lentamente hacia donde provenía la voz.

Detrás de ellos había una figura solitaria: Arya. Una cinta de cuero, atada sobre la frente, sujetaba la voluminosa melena negra de la elfa, que le caía sobre los hombros en una lustrosa cascada; de la cadera le colgaba una estilizada espada, y llevaba un arco a la espalda; un vestido de cuero, negro y liso, cubría su bien proporcionada figura, pero constituía una triste vestimenta para una mujer tan hermosa; era más alta que la mayoría de los hombres, aunque tenía un porte perfectamente equilibrado y relajado, y en su cara no había ningún rastro de los terribles abusos que había sufrido.

Los furiosos ojos de color esmeralda de Arya se concentraron en los gemelos, que habían empalidecido de miedo. Ella se acercó con pasos silenciosos y habló en tono suave pero amenazante: -¡Vergüenza! Debería daros vergüenza pedirle lo que sólo un maestro puede hacer. Vergüenza usar esos métodos. Vergüenza haberle dicho a Ajihad que no conocíais las habilidades de Eragon. Él es competente. ¡Marchaos de inmediato!

Arya frunció el entrecejo de tal modo que daba miedo, puesto que se le habían juntado las cejas en forma de «V» como si fueran relámpagos, y señaló el anillo que Eragon sostenía en la mano. - ¡Arget! -exclamó como un trueno.

La plata resplandeció, y una copia fantasmagórica del anillo se materializó al lado de éste. Ambos eran idénticos, pero el que acababa de materializarse parecía más puro y brillaba como si estuviera al rojo vivo. Al verlo, los gemelos se dieron la vuelta y salieron corriendo, con las túnicas ondeando frenéticamente. El anillo sin esencia se desvaneció en la mano de Eragon y dejó tras de sí el aro de plata. Knurla Orik y Fredric seguían en sus puestos observando a Arya con cautela. Saphira se agachó, preparada para entrar en acción.

La elfa los escrutó a todos con la mirada hasta que sus rasgados ojos se detuvieron en Eragon. Luego se giró y caminó hacia el centro del campo. Los guerreros dejaron de entrenarse y la contemplaron asombrados. Al cabo de unos momentostodos los presentes en el campo guardaban silencio, abrumados por la presencia de la mujer.

Eragon se sentía empujado inexorablemente por su propia fascinación, y cuando Saphira le habló, él no hizo caso de los comentarios de la dragona. Enseguida se formó un gran círculo en torno a Arya, quien, mirando sólo a Eragon, proclamó:

-Reclamo el derecho a la prueba de armas. ¡Desenfunda tu espada! ¡Me está retando a duelo!

Sí, pero no para hacerte daño -contestó lentamente Saphira, y le dio un empujón con el morro-. Ve y hazlo lo mejor que puedas. Yo estaré observando.

Eragon avanzó con reticencia. No quería enfrentarse a esa prueba después de agotarse al practicar la magia y con tanta gente mirando. Además, Arya no podía estar en buena forma para el entrenamiento, pues sólo habían pasado dos días desde que le habían dado el néctar de túnivor.

«Golpearé con suavidad para no hacerle daño», decidió.

Se encararon desde los extremos opuestos del círculo formado por los guerreros.

Arya desenvainó la espada con la mano izquierda. El arma era más fina que la de Eragon, pero igual de larga y afilada. Él sacó a Zar'roc de la bruñida funda y mantuvo la hoja rojiza a un costado, apuntada hacia el suelo. La elfa y el humano permanecieron inmóviles un momento vigilándose mutuamente. A Eragon le pasó por la mente el recuerdo de que así habían empezado muchas peleas con Brom.

El muchacho avanzó un poco con precaución. Desdibujándose por el movimiento, Arya saltó hacia él y le lanzó un tajo a las costillas. Eragon esquivó el ataque por puro reflejo, y las espadas se cruzaron entre una lluvia de chispas. Zar'roc quedó desplazada a un lado, como si fuera una simple mosca. Sin embargo, la elfa no aprovechó la brecha, sino que giró hacia la derecha, cortando el aire con la melena, y golpeó por el otro lado. Eragon contuvo el golpe a duras penas y se tambaleó hacia atrás desesperadamente, aturdido por la fiereza y la velocidad de Arya.

Eragon recordó tardíamente que Brom le había advertido que hasta el más débil elfo podía batir con facilidad a un humano. De modo que tenía tantas posibilidades de derrotar a Arya como a Durza. Ella volvió a atacar apuntándole a la cabeza, y Eragon se agachó por debajo de la hoja, afilada como una navaja. Pero entonces… ¿por qué jugaba con él? Durante unos segundos estuvo demasiado ocupado rechazando los ataques de Arya, pero luego cayó en la cuenta:

«Quiere averiguar si soy competente.»

Después de entender la intención de la elfa, Eragon inició la serie de ataques más complicados que conocía. Pasaba de una pose a la siguiente, combinándolas y modificándolas temerariamente de todas las maneras posibles. Ella le imitaba las acciones con elegancia y sin esfuerzo.

Implicados en una danza feroz, sólo las espadas al buscarse encadenaban y separaban los cuerpos de ambos. En algunos momentos casi llegaban a tocarse, y apenas un cabello separaba las tensas epidermis de los dos jóvenes, pero luego la inercia del giro los separaba, y se apartaban un segundo para volver a juntarse de nuevo. Las sinuosas formas de Arya y Eragon se entrelazaban como volutas giratorias de humo llevadas por el viento.

Eragon nunca pudo recordar cuánto tiempo estuvieron luchando, puesto que el duelo iba más allá del tiempo, constituido tan sólo por acción y reacción. Cada vez le pesaba más Zar'roc y sentía un ardor tremendo en el brazo a cada golpe. Al fin, cuando el muchacho hizo un movimiento hacia delante, Arya se echó a un lado con agilidad y le rozó la mandíbula con la punta de la espada a una velocidad sobrenatural.

Eragon, a quien le temblaban los músculos de agotamiento, se quedó paralizadoal notar que el gélido metal le tocaba la piel. Entonces oyó un difuso berrido de Saphira y un escandaloso vitoreo de los soldados que los rodeaban. Arya bajó la espada y la enfundó.

-Has aprobado -dijo en voz baja, en medio del estruendo.

Aturdido, Eragon se puso en pie lentamente. Fredric estaba a su lado y le palmeaba la espalda con entusiasmo. -¡Qué increíble manejo de la espada! Hasta yo he aprendido algún movimiento nuevo al veros pelear a los dos. Y la elfa… ¡Asombroso!

«Pero he perdido yo», protestó en silencio.

Orik alabó su exhibición con una amplia sonrisa, pero Eragon sólo pudo fijarse en Arya, que permanecía sola y callada. Ella hizo un gesto muy leve con un dedo, apenas un temblor, hacia un montículo que había a más de un kilómetro del campo de entrenamiento, luego se dio la vuelta y se alejó. La multitud se deshacía ante ella. A su paso, el silencio se apoderaba de hombres y enanos.

Eragon se volvió hacia Orik.

-Debo irme. Pronto volveré a la dragonera.

Con un gesto ágil, enfundó a Zar'roc y montó en Saphira. Ella alzó el vuelo sobre el campo de entrenamiento, que se convirtió en un mar de rostros levantados para mirarla.

Mientras volaban hacia el montículo, Eragon vio que Arya corría por debajo con precisas y ágiles zancadas.

Te gusta su figura, ¿verdad? -comentó Saphira.

Sí -admitió él, sonrojándose.

Es cierto que la cara de la elfa tiene más personalidad que la de la mayoría de los humanos -dijo la dragona con cierto desdén-, pero es alargada, como la de un caballo, y en conjunto esa joven no tiene buen tipo. ¡Eh! ¡Estás celosa! -dijo Eragon mirando a Saphira con asombro.

Imposible. Nunca tengo celos -contestó ella, ofendida.

Ahora, sí. ¡Admítelo! ¡No lo estoy! -repuso Saphira cerrando las fauces con un sonoro chasquido.

Eragon sonrió y movió la cabeza, pero dejó pasar la negativa. Saphira aterrizó pesadamente en el montículo y le dio un empujón a su jinete con brusquedad. Él desmontó de un salto, sin el menor comentario.

Arya estaba un poco más atrás. Eragon nunca había visto a nadie correr tan deprisa con aquellas zancadas tan ligeras. Al llegar a lo alto del montículo, la elfa mantenía la respiración regular y tranquila. Eragon sintió de pronto que se le atragantaba la lengua y desvió la mirada. Ella pasó por delante de él y se dirigió a Saphira.

-Skulblaka, eka celobra ono un mulabra ono un onr Shur'tugal né haina. Atra nosu waisé fricai.

Eragon no reconoció la mayoría de las palabras, pero parecía obvio que Saphira entendía el mensaje. Movió las alas y miró a Arya con curiosidad. Luego la dragona asintió y soltó un ronroneo profundo, y Arya sonrió.

-Me alegro de que te hayas recuperado -dijo Eragon-. No sabíamos si sobrevivirías.

-Por eso he venido hoy -repuso Arya, ya de cara a él.

Su intensa voz sonaba exótica, con marcado acento. Hablaba con claridad, con un leve trino, como si fuera a cantar.

-Tengo una deuda que debe saldarse. Me salvaste la vida, y eso no se puede olvidar.

-No… No fue nada -dijo Eragon mascando las palabras porque incluso al pronunciarlas sabía que no eran ciertas. Vergonzoso, cambió de tema-. ¿Cómo fuiste a parar a Gil'ead?

El dolor asomó al rostro de Arya, que dejó la mirada perdida en la distancia.

-Caminemos -propuso la elfa.

Descendieron del montículo y echaron a andar hacia Farthen Dür. Eragon respetó el silencio de Arya mientras caminaban. Saphira iba en silencio detrás de ellos. Al fin Arya alzó la cabeza y, con la gracia de los de su raza, dijo:

-Ajihad me ha dicho que estabas presente cuando apareció el huevo de Saphira.

-Sí.

Por primera vez, Eragon pensó en la energía que debía de haberle exigido a la elfa transportar el huevo a través de las docenas de leguas que separaban Du Weldenvarden y las Vertebradas. El mero intento implicaba cortejar el desastre, si no la muerte.

Las siguientes palabras de Arya fueron graves:

-Entonces has de saber lo que te voy a decir: en el momento en que sostuviste el huevo en tus manos, Durza me capturó. -La amargura y el dolor tiñeron la voz de Arya-. Él era quien dirigía a los úrgalos que emboscaron y asesinaron a mis compañeros, Faolin y Glenwing. Por alguna razón sabía dónde esperarnos y no tuvimos ningún aviso. Me drogaron y me llevaron a Gil'ead. Allí Galbatorix encargó a Durza que averiguase dónde había enviado yo el huevo, más todo lo que sabía de Ellesméra. -Volvió a clavar en la distancia una gélida mirada, con la boca prieta-. Lo intentó sin éxito durante meses. Sus métodos eran… duros. Cuando fracasó la tortura, ordenó a sus soldados que hicieran conmigo lo que quisieran. Por suerte, conservaba la fuerza suficiente para penetrar en sus mentes e incapacitarlos. Al fin Galbatorix ordenó que me llevaran a Urü'baen. Cuando me enteré, me invadió el terror, pues tanto mi mente como mi cuerpo estaban muy débiles y no tenía fuerzas para resistirme. Si no llega a ser por ti, al cabo de una semana hubiera estado ante Galbatorix.

Eragon sintió un escalofrío en su interior. Era asombroso que la elfa hubiera sobrevivido a todo eso. Aún conservaba en la memoria el recuerdo de las heridas de Arya. Entonces preguntó con suavidad: -¿Por qué me cuentas todo esto?

-Para que sepas de qué me salvaste. No creas que voy a ignorar tu hazaña.

Eragon agachó la cabeza con humildad. -¿Qué vas a hacer ahora? ¿Volver a Ellesméra?

-No, todavía no. Aquí hay mucho que hacer. No puedo abandonar a los vardenos, pues Ajihad necesita mi ayuda. Hoy te he visto pasar la prueba de magia y de armas. Brom te enseñó bien, así que estás preparado para proseguir la formación. -¿Quieres decir que debo ir a Ellesméra?

-Sí.

Eragon sintió un atisbo de irritación. ¿Acaso él y Saphira no tenían nada que decir al respecto? -¿Cuándo?

-Aún se tiene que decidir, pero pasarán unas cuantas semanas.

«Al menos nos conceden ese tiempo», pensó Eragon. Saphira le comentó algo y él, a su vez, preguntó a Arya: -¿Qué querían los gemelos que hiciera?

Los perfectos labios de Arya hicieron una mueca de disgusto.

-Algo que ni siquiera ellos podrían lograr. Con el idioma antiguo se puedepronunciar el nombre de un objeto e invocar su verdadera forma. Cuesta años de trabajo y mucha disciplina, pero se obtiene, como recompensa, el control absoluto del objeto. Por eso mantenemos oculto nuestro verdadero nombre, porque si lo supiera alguien que tuviera el corazón malvado, podría dominarnos por completo.

-Qué raro -dijo Eragon al cabo de un rato-. Antes de que me capturasen en Gil'ead, tuve visiones tuyas en sueños. Era como si fuera capaz de invocar tu imagen, como pude hacer más adelante, pero siempre mientras dormía.

Arya apretó los labios, pensativa.

-En algunos momentos yo sentía como si hubiera una presencia que me miraba, pero a menudo estaba confusa y febril. Nunca he sabido de nadie, ni siquiera en los cuentos tradicionales o en las leyendas, que pudiera invocar la imagen de alguien en sueños.

-Ni yo mismo lo entiendo -dijo Eragon mirándose las manos al tiempo que hacía rodar el anillo de Brom en el dedo-. ¿Qué significa el tatuaje que llevas en el hombro? No pretendía verlo, pero cuando te curé las heridas… no pude evitarlo. Es igual que el símbolo de este anillo. -¿Tienes un anillo con el yawé? -preguntó Arya bruscamente.

-Sí. Era de Brom. ¿Lo ves?

Eragon le mostró el anillo. Arya examinó el zafiro y le dijo:

-Éste es un obsequio que sólo se da a los más apreciados amigos de los elfos. De hecho, tiene tanto valor que no se usa desde hace siglos. O eso creía yo. No sabía que la reina Islanzadi tuviera tan alta opinión de Brom.

-Entonces yo no debería llevarlo -dijo Eragon, temeroso de haber sido demasiado presuntuoso.

-No, quédatelo. Te protegerá si te encuentras con mi gente por azar, y tal vez te sirva para ganarte el favor de la reina, pero no le digas a nadie lo de mi tatuaje. No debe revelarse.

-Muy bien.

Le encantaba hablar con Arya y deseaba que la conversación se prolongara.

Cuando se separaron, deambuló por Farthen Dür charlando con Saphira. Pese a su insistencia, ella se negó a contarle lo que le había dicho Arya. Finalmente, se puso a pensar en Murtagh y luego en el consejo de Nasuada.

Voy a comer algo y después iré a verlo -decidió-. ¿Me esperarás para que pueda volver contigo a la dragonera?

Sí, te espero. Vete -dijo Saphira.

Con una sonrisa de agradecimiento, Eragon salió corriendo hacia Tronjheim, comió algo en un oscuro rincón de una cocina y luego siguió las instrucciones de Nasuada para llegar hasta una pequeña puerta gris vigilada por un hombre y por un enano. Cuando pidió permiso para entrar, el enano golpeó tres veces la puerta y luego descorrió el cerrojo.

-Da un grito cuando quieras salir -dijo el hombre con una sonrisa amistosa.

La celda estaba cálida y bien iluminada; había una jofaina en un rincón, y un escritorio, equipado con plumas y tinta, en otro; en el techo había esculpidas numerosas figuras lacadas, y una lujosa alfombra cubría el suelo.

Murtagh estaba tumbado en una cama maciza, leyendo un pergamino. Alzó la mirada, sorprendido, y exclamó con alegría: -¡Eragon! ¡Esperaba tu visita! -¿Cómo te…? O sea, creía…

-Creías que estaba encerrado en una ratonera comiendo galletas -dijo Murtagh que se levantó con una sonrisa-. De hecho, yo también lo esperaba, pero Ajihad medeja disfrutar de todo esto con tal de que no le cause problemas. Y me traen grandes comilonas, además de lo que quiera de la biblioteca. Como no tenga cuidado me voy a convertir en un erudito regordete.

Eragon se rió y luego, con una sonrisa de curiosidad, se sentó al lado de Murtagh.

-Pero ¿no estás enfadado? Al fin y al cabo sigues preso. -¡Oh, al principio sí lo estaba! -contestó Murtagh encogiéndose de hombros-.

Pero cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de que en realidad es el mejor sitio posible para mí. Incluso si Ajihad me concediera la libertad, me quedaría en mi habitación casi todo el tiempo.

-Pero ¿por qué?

-Lo sabes de sobra. Nadie se sentiría cómodo a mi lado, conociendo mi verdadera identidad, y siempre habría alguien incapaz de evitar las miradas y las palabras nada amistosas. Bueno, basta. Tengo ganas de saber qué hay de nuevo. Ven, cuéntame.

Eragon le contó los sucesos de los dos últimos días, incluido el encuentro con los gemelos en la biblioteca. Cuando hubo terminado, Murtagh se echó hacia atrás, pensativo.

-Sospecho -dijo- que Arya es más importante de lo que ambos creíamos.

Fíjate en lo que has descubierto: es hábil con la espada, poderosa con la magia y, sobre todo, fue escogida para cuidar del huevo de Saphira. No puede ser una persona del montón, y mucho menos entre los elfos. -Eragon estuvo de acuerdo, y Murtagh, mirando al techo, añadió-: ¿Sabes qué te digo? Este encierro me parece extrañamente pacífico. Por una vez en la vida no he de temer nada. Ya sé que debería estar… Pero este lugar tiene algo que me calma. Eso de dormir bien también ayuda.

-Ya te entiendo -contestó Eragon, irónico, y buscó un punto más blando en la cama- Nasuada me dijo que había ido a verte. ¿Dijo algo interesante?

Murtagh miró a lo lejos e hizo un gesto negativo.

-No, sólo quería conocerme. ¿Verdad que tiene aspecto de princesa? ¡Y esa forma de moverse! La primera vez que entró por esa puerta creí que era una de las grandes damas de la corte de Galbatorix. Allí había visto a las esposas de algunos duques y condes que, comparadas con ella, más bien parecían destinadas a vivir como los cerdos que a pertenecer a la nobleza.

Eragon escuchó los halagos de Murtagh con creciente aprensión.

Tal vez no sea nada -se recordó-. Estás sacando conclusiones precipitadas.

Sin embargo, el presentimiento que había tenido no lo abandonaba. Para intentar ahuyentarlo, preguntó: -¿Cuánto tiempo vas a permanecer encerrado, Murtagh? No te puedes esconder para siempre.

Murtagh se encogió de hombros, despreocupado, pero tras sus palabras se escondía un gran peso en su interior.

-Por ahora me contento con quedarme aquí y descansar. No hay ninguna razón para que vaya a buscar refugio a otra parte ni para someterme al examen de los gemelos. Seguro que al final me hartaré, pero por ahora… me doy por satisfecho.