«Así que la bruja Angela tenía razón: había una muerte en mi
futuro», pensó mirando con tristeza el paisaje. El sol de color
ámbar proporcionaba un calor seco a la temprana
mañana.
Una lágrima se le deslizó por el lánguido rostro y se evaporó
dejándole una huella de sal en la mejilla. Cerró los ojos y se dejó
calentar por el sol mientras intentaba vaciar la mente. Empezó a
rascar la arenisca con la uña sin pensar. Al mirar, se dio cuenta
de que había escrito: «¿Por qué yo?».
Seguía allí cuando Murtagh subió a la cueva con un par de
conejos. Sin pronunciar palabra se sentó junto a Eragon. -¿Cómo
estás? -se interesó Murtagh.
-Mal. -¿Te recuperarás? -le preguntó con mucha delicadeza.
Eragon se encogió de hombros-. Me disgusta hacerte esta pregunta
ahora -dijo Murtagh tras unos instantes de reflexión-, pero debo
saberlo… ¿Era tu Brom, «el Brom», el que ayudó a robarle el huevo
de dragón al rey, el que persiguió a Morzan por todo el Imperio y
le dio muerte en un duelo? Te oí pronunciar su nombre y leí la
inscripción de su tumba, pero debo estar seguro. ¿Era
él?
-Sí -respondió Eragon en voz baja, al tiempo que una
expresión de preocupación aparecía en el rostro de Murtagh-. ¿Cómo
sabes todo eso? Hablas de cosas muy secretas para la mayoría de la
gente e ibas tras los ra'zac cuando necesitamos tu ayuda. ¿Eres un
vardeno?
Los ojos de Murtagh eran inescrutables.
-Estoy huyendo, como tú. -Había un pesar contenido en sus
palabras-. No pertenezco ni a los vardenos ni al Imperio, y no debo
lealtad a ningún hombre más que a mí mismo. En cuanto a que te
rescaté… debo admitir que escuché historias a media voz sobre un
nuevo Jinete y pensé que si seguía a los ra'zac podría descubrir si
eran ciertas.
-Pensaba que querías matarlos -dijo Eragon.
-Sí, quería, pero si lo hubiera hecho, no te habría conocido
-repuso Murtagh sonriendo con tristeza.
«Pero Brom seguiría con vida… ¡Ojalá estuviera aquí! Porque
él sabría si se puede confiar en Murtagh.»
Eragon recordó cómo Brom había percibido las intenciones de
Trevor en Daret y se preguntó si él podría hacer lo mismo con
Murtagh. De modo que trató de llegar a la conciencia de éste, pero
su tentativa se topó bruscamente con una pared de hierro, que
Eragon trató de sortear. La mente de Murtagh estaba fortificada por
completo.
«¿Cómo ha aprendido a hacer eso? Brom me dijo que muy pocas
personas, o casi ninguna, conseguían que los demás no les
penetraran en la mente sin entrenamiento previo. ¿Quién es,
entonces, Murtagh, que posee esta habilidad?»
Eragon, pensativo y solo, le preguntó: -¿Dónde está
Saphira?
-No lo sé. Me siguió durante un rato mientras estaba cazando
y después se fue volando sola. No la he visto desde la mañana.
-Eragon se puso de pie y entró en la cueva. Murtagh lo siguió-.
¿Qué vas a hacer ahora?
-No estoy seguro. «Y tampoco quiero pensar en
ello.»
Eragon enrolló sus mantas y las ató a las alforjas de Cadoc.
Le dolían las costillas.
Mientras tanto Murtagh se puso a preparar los conejos. Al
arreglar las cosas de sus bolsas, Eragon sacó a Zar'roc, cuya funda
roja relucía vivamente. El muchacho la desenfundó y la sostuvo
entre las manos.
Nunca la había llevado en un combate ni la había usado,
excepto cuando Brom y él se entrenaban, porque no quería que la
gente la viera. Pero ya no le importaba.
Aparentemente, los ra'zac se habían sorprendido y se habían
asustado al ver la espada; y eso ya le bastaba para llevarla. Con
un estremecimiento, sacó también el arco y lo ató a
Zar'roc.
«A partir de ahora seré fiel a esta espada. Que el mundo vea
quién soy. No tengo miedo. Ya soy un Jinete completo y
cabal.»
Rebuscó en las bolsas de Brom, pero sólo encontró ropa, unos
pocos objetos extraños y un pequeño saco de monedas. Eragon cogió
el mapa de Alagaësía, apartó las bolsas y se agachó junto al fuego.
Murtagh entrecerró los ojos y levantó la vista del conejo que
estaba despellejando. -¿Puedo ver esa espada? -preguntó mientras se
limpiaba las manos.
Eragon dudó porque no le gustaba la idea de desprenderse del
arma ni por un instante, pero asintió. El joven estudió con
atención el símbolo grabado sobre la hoja, y la cara se le
ensombreció. -¿De dónde la has sacado?
-Me la dio Brom. ¿Por qué?
Murtagh le devolvió la espada y se cruzó de brazos, enfadado.
Respiraba agitadamente.
-En otro tiempo -dijo, emocionado- esta espada fue tan
conocida como su dueño. El último Jinete que la usó fue Morzan… un
hombre feroz y brutal. Creía que eras enemigo del Imperio… ¡pero
veo que llevas una de las sangrientas espadas de los
Apóstatas!
Eragon miró a Zar'roc, impresionado, y comprendió que Brom
debió de habérsela quitado a Morzan después del combate en
Gil'ead.
-Brom nunca me dijo de dónde procedía -contestó con
franqueza-. No tenía idea de que fuera de Morzan. -¿Nunca te lo
dijo? -preguntó Murtagh con cierta incredulidad en su
voz.
Eragon negó con la cabeza-. Es extraño. No veo por qué razón
te lo ocultó.
-Yo tampoco. Pero en fin, tenía muchos secretos -explicó
Eragon.
Le producía desasosiego llevar la espada de un hombre que
había traicionado a los Jinetes por Galbatorix.
«En su época, esta hoja seguramente mató a muchos Jinetes
-pensó con repugnancia-. Y peor aún… ¡incluso
dragones!»
-No obstante, voy a llevarla. Hasta que llegue el momento de
tener una mía, usaré a Zar'roc.
Murtagh retrocedió al oír el nombre.
-Como quieras -respondió, y siguió despellejando los conejos
con la vista baja.
Cuando la comida estuvo lista, Eragon comió despacio a pesar
de que teníabastante hambre. El plato caliente lo
reconfortó.
-Tengo que vender mi caballo -dijo mientras acababa de
rebañar su cuenco. -¿Por qué no el de Brom? -preguntó
Murtagh.
Parecía que el joven había superado el mal humor. -¿ Nieve de
Fuego? Porque Brom prometió cuidarlo y puesto que él… ya no está,
debo hacerlo yo.
-Si eso es lo que quieres -comentó Murtagh apoyando el plato
en su regazo-, estoy seguro de que encontraremos comprador en algún
pueblo o en alguna ciudad. -¿Encontraremos? -preguntó
Eragon.
Murtagh lo miró de soslayo de manera
calculadora.
-No te aconsejo que te quedes aquí mucho más tiempo, porque
si los ra'zac andan cerca, la tumba de Brom será como un faro para
ellos. -Eragon no había pensado en eso-. Y tardarás en curarte las
costillas. Ya sé que puedes defenderte solo con la magia, pero
necesitas un compañero que pueda levantar cosas de peso y usar la
espada. Te pido que me dejes viajar contigo, al menos por ahora.
Pero debo advertirte que el Imperio me busca, y a la larga correrá
la sangre.
Eragon rió muy flojo, pero aun así le produjo tanto dolor que
se le saltaron las lágrimas.
-No me importa que te busque todo el ejército -dijo una vez
recuperado-.
Tienes razón: necesito ayuda. Me gustaría que me acompañaras,
pero debo hablar de ello con Saphira. También he de advertirte que
tal vez Galbatorix mande a su ejército tras de mí, así que no
estarás más a salvo con Saphira y conmigo que si siguieras
solo.
-Lo sé -dijo Murtagh con una sonrisa fugaz-, pero de todas
formas eso no me detendrá.
-Muy bien.
Eragon sonrió, agradecido.
Mientras hablaban, Saphira entró en la cueva y saludó a
Eragon. Estaba contenta de verlo, pero había una gran tristeza en
las palabras y en los pensamientos de la dragona.
Apoyó la gran cabeza azul en el suelo y preguntó: ¿Ya estás
bien?
No del todo.
Echo de menos al anciano.
Yo también… ¡Jamás sospeché que Brom fuera un Jinete! Era muy
viejo… Viejo como los Apóstatas. Toda la magia que me enseñó debió
de aprenderla de los Jinetes.
Yo lo supe en cuanto me tocó en tu granja. ¿Y por qué no me
lo dijiste? ¿Por qué?
Porque me pidió que no lo hiciera -contestó ella con
sencillez.
Eragon decidió no insistir en el tema. Saphira no había
pretendido hacerle daño.
Brom tenía muchos secretos -le dijo-. Ahora comprendo porqué
no me explicó de dónde procedía Zar'roc cuando me la dio. De
haberlo hecho, probablemente habría huido de él a la primera
oportunidad.
Harías bien en desprenderte de esa espada -le dijo la dragona
con disgusto-. Sé que es única, pero estarías mejor con una espada
normal antes que con ese instrumento asesino de
Morzan.
Quizá. Saphira, ¿cuál será nuestro camino a partir de ahora?
Murtagh se ha ofrecido a acompañarnos. No sé de dónde viene, pero
parece bastante honrado. ¿Debemos ir en busca de los vardenos?
Aunque no sé dónde encontrarlos. Brom nunca nos lo
dijo.
Me lo dijo a mí -confesó Saphira.
Eragon estaba cada vez más enfadado.
¿Por qué confiaba en ti y no en mí con todo lo que
sabía?
Las escamas de la dragona crujieron ligeramente sobre la roca
seca mientras lo miraba a los ojos con intensidad.
Después de que nos marchamos de Teirm y de que nos atacaran
los úrgalos, me contó muchas cosas, algunas de las cuales no
mencionaré a menos que sea necesario. Le preocupaba su muerte y lo
que pasaría contigo después. Una de las cosas que me dijo fue el
nombre de un hombre, Dormnad, que vive en Gil'ead y que puede
ayudarnos a encontrar a los vardenos.
Brom también quería que supieras que, de toda la población de
Alagaësía, creía que tú eras el más indicado para heredar el legado
de los Jinetes.
Los ojos del muchacho se llenaron de lágrimas. Era el halago
más grande que podía recibir de Brom.
Una responsabilidad que asumiré con honor.
Muy bien.
Entonces vayamos a Gil'ead -afirmó Eragon; la fuerza y la
determinación habían vuelto a él-. ¿Y qué hacemos con Murtagh?
¿Crees que debe venir con nosotros?
Le debemos la vida -dijo Saphira-. Pero aunque no fuera así,
ya nos ha visto, a ti y a mí. Nos guste o no, debemos tenerlo cerca
para que no informe al Imperio de nuestro paradero, y dé nuestra
descripción.
Eragon estaba de acuerdo. Después le contó su sueño a
Saphira.
Esa imagen me ha perturbado. Creo que a la mujer se le acaba
el tiempo, y pronto le sucederá algo espantoso. La cautiva corre
peligro de muerte, estoy seguro, ¡pero no sé cómo encontrarla!
Podría estar en cualquier parte. ¿Qué te dice el corazón? -le
preguntó Saphira.
Mi corazón hace tiempo que ya no me dice nada -dijo Eragon no
sin cierto sarcasmo-. Sin embargo, creo que debemos ir al norte, a
Gil'ead. Con suerte, la mujer estará prisionera en uno de los
pueblos o en alguna ciudad que haya por el camino. Me temo que la
próxima vez que sueñe con ella, veré una tumba. No lo soportaría.
¿Por qué?
No estoy seguro -respondió encogiéndose de hombros-. Pero
cuando la veo, siento como si fuera alguien muy valioso a quien no
debería perder… Es muy raro.
Saphira abrió la gran boca y se rió en silencio enseñando
unos relucientes colmillos. ¿De qué te ríes? -soltó Eragon, pero
ella no dijo nada, movió la cabeza y se alejó en
silencio.
Eragon refunfuñó entre dientes y después le contó a Murtagh
lo que habían decidido.
-Si encuentras al tal Dormnad y sigues viaje hacia los
vardenos, entonces me iré.
Toparme con ellos sería tan peligroso para mí como entrar
desarmado en Urü'baen con una fanfarria de trompetas anunciando mi
llegada.
-No nos separaremos muy pronto -dijo Eragon-. Hay un largo
camino hasta Gil'ead. -Su voz se quebró ligeramente, y
entrecerrando los ojos, miró al sol para distraerse-. Debemos
partir antes de que caiga la tarde. -¿Estás en condiciones de
viajar? -preguntó Murtagh, ceñudo.
-Tengo que hacer algo, porque si no me volveré loco
-respondió Eragon bruscamente-. Hacer prácticas de lucha o de
magia, o sentarme a mirarme el ombligo no son buenas alternativas
en estos momentos, así que prefiero cabalgar.
Apagaron el fuego, guardaron sus cosas y sacaron a los
caballos de la cueva.
Eragon le tendió las riendas de Cadoc y de Nieve de Fuego a
Murtagh, y le dijo:
-Adelántate. Enseguida bajaré.
Murtagh empezó poco a poco el descenso desde la
cueva.
Eragon trepó con dificultad hasta la cima tomándose algún
descanso cuando el dolor del costado le impedía
respirar.
Al llegar arriba, Saphira ya estaba allí. Ambos se quedaron
de pie ante la tumba de Brom y le rindieron sus últimos
respetos.
No puedo creer que se haya ido… para
siempre.
Mientras Eragon se volvía para marcharse, Saphira estiró el
largo cuello y tocó la sepultura con la punta de la nariz. Los
flancos de la dragona se estremecieron mientras un quedo sollozo se
expandía por el aire.
La arenisca que había alrededor de la nariz de Saphira brilló
como rocío dorado y dio paso a unos bailarines reflejos plateados.
Eragon observó, maravillado, cómo unos zarcillos de diamante blanco
se retorcían sobre la superficie de la tumba formando una increíble
filigrana. A continuación unas sombras centelleantes cayeron sobre
la tierra y reflejaron manchas de brillantes colores que se movían
de forma deslumbradora mientras la arenisca no cesaba de
transformarse. Con un bufido de satisfacción, Saphira dio un paso
atrás y examinó su obra.
El mausoleo de arenisca esculpida se había transformado en
una bóveda de piedras preciosas fulgurantes, debajo de la cual se
veía el rostro intacto de Brom.
Eragon observó con Anoranza al anciano, que parecía dormir.
¿Qué has hecho? -le preguntó, sobrecogido, a
Saphira.
Le he hecho el único regalo que podía. Ahora el tiempo no lo
devastará y descansará en paz por toda la
eternidad.
Gracias.
Eragon le acarició un costado, y se marcharon
juntos.