Eragon mordisqueaba una fresa madura y dulce mientras miraba las inabarcables profundidades del cielo. Cuando terminó de comérsela, dejó el pedúnculo en la bandeja que tenía delante, empujándolo con la punta del dedo para dejarlo exactamente donde quería, y abrió la boca para hablar. Pero antes de que lo hiciera, Oromis dijo:


-¿Ahora qué, Eragon?

-¿Ahora qué?

-Hemos hablado largamente de los temas sobre los cuales tenías curiosidad. ¿Qué deseáis hacer ahora Saphira y tú? No podéis quedaros mucho tiempo en Ellesméra, así que me pregunto qué otra cosa queréis de esta visita, ¿o es que tenéis intención de partir mañana por la mañana?

-Esperábamos -repuso Eragon- que, al volver, pudiéramos continuar nuestro aprendizaje como antes. Es evidente que ahora no tenemos tiempo para eso, pero hay una cosa que sí querría hacer.

-¿Yeso es…?

-Maestro, no te he contado todo lo que sucedió mientras Brom y yo estábamos en Teirm.

Entonces Eragon contó cómo la curiosidad le condujo hasta la tienda de Angela y que ella le había predicho el futuro, así como el consejo que Solembum le había dado después.

Oromis se pasó un dedo por el labio superior con expresión pensativa.

-Durante este último año he oído hablar cada vez más de esta pitonisa, tanto por tu parte como por los informes de los vardenos de Arya. Esa Angela parece ser muy aficionada a aparecer siempre que están a punto de darse sucesos significativos.

Así es -confirmó Saphira.

Oromis continuó:

-Su comportamiento me recuerda mucho al de una hechicera que una vez visitó Ellesméra, aunque no se hacía llamar Angela. ¿Es Angela una mujer de estatura baja, pelo grueso y rizado, ojos brillantes y una inteligencia tan aguda como extraña?

-La has descrito perfectamente -dijo Eragon-. ¿Es la misma persona?

Oromis hizo un rápido gesto con la mano izquierda.

-Si lo es, es una persona extraordinaria… En cuanto a sus profecías, yo no les prestaría mucha atención. Es posible que se conviertan en realidad y es posible que no, y al no saber más, ninguno de nosotros podemos influir en los acontecimientos que están por venir.

»Pero lo que dijo el hombre gato sí es digno de consideración. Por desgracia, no puedo comprender ninguna de sus afirmaciones. Nunca he oído hablar de un lugar como la Cripta de las Almas, y aunque la roca de Kuthian me suena, no puedo recordar dónde he oído ese nombre. Buscaré en mis rollos de pergamino, pero la intuición me dice que no encontraré ninguna mención de ese lugar en los escritos de los elfos.

-¿Y qué me dices del arma escondida debajo del árbol Menoa? -No sé nada de esa arma, Eragon, y conozco bien este bosque. En todo Du Weldenvarden hay, quizá, dos elfos cuyos conocimientos acerca del bosque son superiores a los míos. Les preguntaré, pero sospecho que será una tarea inútil. -Eragon expresó su decepción y Oromis continuó-: Comprendo que necesites una adecuada sustituta de Zar'roc, Eragon, y en esto puedo ayudarte. Además de mi propia espada, Naegling, los elfos hemos preservado otras dos espadas de los Jinetes de Dragón. Son Arvindr y Támerlein. La primera está guardada en la ciudad de Nádindel, que no tienes tiempo de visitar. Pero Támerlein se encuentra aquí, en Ellesméra. Es el tesoro de la casa de Valtharos, y aunque el señor de la casa, Lord Fiolr, no se separará de ella de buen grado, creo que te la daría si se la pidieras con respeto. Acordaré un encuentro con él para mañana por la mañana.

-¿Y si la espada no es adecuada para mí? -preguntó Eragon.

-Esperemos que sí lo sea. De todas formas, mandaré recado a la herrera Rhunón para que te reciba más tarde.

-Pero ella juró que nunca volvería a forjar ninguna espada.

Oromis suspiró.

-Lo hizo, pero de todas formas será bueno buscar su consejo. Si alguien puede recomendar el arma adecuada para ti, es ella. Además, aunque te guste Támerlein, estoy seguro de que Rhunón querrá examinar la espada antes de que te vayas con ella. Han pasado más de cien años desde que Támerlein se utilizó por última vez en una batalla, y quizá necesite ser restaurada.

-¿Podría algún otro elfo forjarme una espada? -preguntó Eragon.

-No -dijo Oromis-. No, si tiene que igualar la calidad de Zar'roc o la de cualquier espada robada que Galbatorix haya elegido utilizar. Rhunón es una de las más viejas de nuestra raza, y ella es la única que ha hecho las espadas de nuestra orden.

-¿Es tan vieja como los Jinetes? -preguntó Eragon, impresionado.

-Más vieja, incluso.

Eragon hizo una pausa.

-¿Qué haremos hasta mañana, Maestro?

Oromis miró a Eragon y a Saphira y dijo:

-Id a visitar el árbol Menoa; sé que no descansarás hasta que lo hayas hecho. Mira a ver si puedes encontrar el arma que el hombre gato te dijo. Cuando hayas satisfecho tu curiosidad, retírate a las habitaciones de tu casa en el árbol, que los sirvientes de Islanzadí han preparado para ti y para Saphira. Mañana haremos lo que podamos.

-Pero, Maestro, tenemos tan poco tiempo…

-Y vosotros dos estáis demasiado cansados para soportar más emociones hoy. Confía en mí, Eragon; todo irá mejor si descansas. Creo que estas horas te ayudarán a asimilar todo lo que hemos hablado. Incluso para reyes, reinas y dragones, esta conversación no ha sido ligera.

A pesar de que Oromis intentaba tranquilizarlo, Eragon se sentía inquieto al pensar que tenía que pasar el resto del día sin hacer nada. El sentimiento de urgencia era tan grande que deseaba continuar trabajando, aunque era perfectamente consciente de que debía recuperar fuerzas.

Eragon se removió en la silla y su gesto debió de delatar parte de su ambivalencia, porque Oromis sonrió y dijo:

-Si eso te ayuda a relajarte, Eragon, te prometo lo siguiente: antes de que tú y Saphira os marchéis para reuniros con los vardenos, podrás elegir algún uso de la magia, y yo te enseñaré todo lo que pueda al respecto en el poco tiempo que tengamos.

Eragon hizo girar el anillo que llevaba en el dedo índice y pensó en la oferta de Oromis, intentando decidir cuál, de todos los usos de la magia, le gustaría aprender. Al final, dijo:

-Me gustaría saber cómo convocar a los espíritus.

El rostro de Oromis se ensombreció.

-Mantendré mi palabra, Eragon, pero la brujería es un arte oscuro e impropio. No deberías buscar el control sobre otros seres para tu propio beneficio. Aunque no te importe lo inmoral de la brujería, es una disciplina excepcionalmente peligrosa y diabólicamente complicada. Un mago necesita dedicar, por lo menos, tres años de estudio intensivo antes de poder convocar a los espíritus sin que éstos lo posean.

»La brujería no es como la otra magia, Eragon; con ella, uno intenta forzar a seres increíblemente poderosos y hostiles para que obedezcan sus órdenes, seres que dedicarán cada minuto de cautividad a encontrar una falla en sus ataduras para poder volverse contra uno y subyugarlo como venganza. En toda la historia, nunca ha existido un Sombra que también fuera un Jinete y, a pesar de todos los horrores que han arrasado esta justa tierra, una abominación como ésa podría ser mucho peor, peor incluso que Galbatorix. Por favor, elige otro tema, Eragon, un tema menos peligroso para ti y para nuestra causa. -Entonces -dijo Eragon-, ¿podrías enseñarme cuál es mi verdadero nombre?

-Tus peticiones -repuso Oromis- son cada vez más difíciles, Eragon-finiarel. Si lo deseara, quizá sería capaz de adivinar tu verdadero nombre. -El elfo de pelo plateado lo observó con gran intensidad, penetrándolo con los ojos-. Sí, creo que podría. Pero no lo haré. El verdadero nombre puede tener una gran importancia para la magia, pero no es un hechizo en sí mismo, así que no está dentro de lo que te he prometido. Si tu deseo consiste en comprenderte mejor a ti mismo, Eragon, intenta descubrir tu nombre por tu cuenta. Si te lo dijera, podrías sacar provecho de él, pero lo harías sin tener la sabiduría que, de otra forma, adquirirías durante el proceso de su búsqueda. Una persona debe ganarse la iluminación, Eragon. No se la dan los demás, por muy venerados que éstos sean.

Eragon volvió a juguetear con el anillo; luego carraspeó y meneó la cabeza.

-No lo sé… Me he quedado sin preguntas. -Eso lo dudo -repuso Oromis.

Pero lo cierto es que le costaba concentrarse; sus pensamientos no dejaban de desviarse hacia el eldunarí y hacia Brom. Volvía a sentirse asombrado por la extraña cadena de circunstancias que habían conducido a Brom a instalarse en Carvahall y, al final, a que él se convirtiera en un Jinete de Dragón. «Si Arya no hubiera…» El pensamiento se le interrumpió, sustituido por otro. Eragon sonrió:

-¿Me enseñarás a mover un objeto de un lado a otro instantáneamente, igual que hizo Arya con el huevo de Saphira?

Oromis asintió con la cabeza.

-Una elección excelente. El hechizo es difícil, pero tiene muchos usos. Estoy seguro de que te será muy útil contra Galbatorix y contra el Imperio. Arya, por ejemplo, puede confirmar su efectividad.

Oromis levantó su copa de la mesa hacia el cielo y el vino se vio transparente a la luz del sol. Observó el líquido durante un buen rato. Luego bajó la copa y dijo:

-Antes de que te aventures en la ciudad, deberías saber que quien te envió a vivir con nosotros ha llegado hace un tiempo.

Eragon tardó un momento en darse cuenta de a quién se refería Oromis.

-¿Sloan está en Ellesméra? -preguntó, asombrado.

-Vive en una pequeña casa al lado de un arroyo, en el extremo oriental de Ellesméra. Tenía la muerte encima cuando salió del bosque, pero le curamos las heridas del cuerpo y ahora está sano. Los elfos de la ciudad le llevan comida y ropa, y se ocupan de que esté bien atendido. Lo acompañan allí donde quiere ir y a veces le leen en voz alta, pero por lo general prefiere estar solo y no dice nada a quienes se le acercan. Ha intentado marcharse dos veces, pero tus hechizos se lo impiden.

Estoy sorprendido de que haya llegado aquí tan deprisa -le dijo Eragon a Saphira.

La compulsión que le impusiste ha debido de ser más fuerte de lo que pensabas.

Sí.

En voz baja, Eragon preguntó:

-¿Os ha parecido adecuado devolverle la vista?

-No.

Ese hombre está roto por dentro -dijo Glaedr-. No puede ver con claridad suficiente para que sus ojos le sirvan para algo.

-¿ Podría ir a visitarle? -preguntó Eragon, inseguro respecto a lo que Oromis y Glaedr esperaban de él.

-Eso lo tienes que decidir tú -repuso Oromis-. Volver a encontrarte quizá solamente lo inquiete. De todas formas, tú eres responsable de su castigo, Eragon. No estaría bien que te olvidaras de él.

-No, Maestro, no lo haré.

Oromis dejó la copa encima de la mesa y acercó su silla a la de Eragon.

-El día avanza y no quisiera retenerte aquí más tiempo e interferir en tu descanso, pero hay otra cosa que me gustaría hacer antes de que te marches: tus manos. ¿Las puedo ver? Me gustaría ver que dicen de ti ahora.

Oromis extendió sus manos hacia Eragon, que alargó los brazos y colocó las manos con las palmas hacia abajo encima de las de Oromis. Sintió un escalofrío al notar los finos dedos del elfo en las muñecas. Los callos que Eragon tenía en los nudillos proyectaron unas largas sombras cuando Oromis le hizo girar las manos de un lado a otro. Entonces, con una presión ligera pero firme, Oromis le hizo dar la vuelta a las manos y le estudió las palmas y la parte interna de los dedos.

-¿Qué ves? -preguntó Eragon.

Oromis le hizo volver a dar la vuelta a las manos e hizo un gesto hacia los callos.

-Ahora tienes unas manos de guerrero, Eragon. Procura que no se conviertan en las manos de un hombre que se deleita con la carnicería de la guerra.