Roran abrió los ojos y se quedó mirando al techo de lona que colgaba por encima de su cabeza. Una tenue luz gris invadía la tienda, sustrayendo a todos los objetos su color y convirtiéndolos en una pálida sombra de su imagen diurna. Se estremeció. Las mantas se habían ido bajando hasta el nivel de la cintura, dejándole el torso expuesto al frío aire de la noche. Al tirar de ellas de nuevo, observó que Katrina ya no estaba a su lado.


La vio sentada a la entrada de la tienda, mirando el cielo. Llevaba una capa sobre el camisón. El cabello le caía hasta el cogote en una maraña de color oscuro.

A Roran se le hizo un nudo en la garganta al observarla.

Arrastrando las mantas consigo, se sentó a su lado. Le pasó un brazo sobre los hombros y ella se apoyó en él, colocando la cabeza y el cálido cuello sobre su pecho. Él la besó en la frente. Durante un buen rato, Roran contempló el brillo de las estrellas con ella y escuchó el ritmo constante de su respiración, el único sonido, junto al suyo, que se oía en aquel mundo de sueño. Entonces ella susurró:

-Las constelaciones aquí tienen una forma diferente. ¿Te has dado cuenta?

-Sí. -Movió el brazo, ajustándolo a la curva de la cintura de ella y sintiendo la ligera prominencia de su vientre-. ¿Qué es lo que te ha despertado?

-Estaba pensando -dijo Katrina, y se estremeció.

-Oh.

La luz de las estrellas se le reflejó en los ojos al levantar la mirada hacia Roran, girando entre sus brazos.

-Estaba pensando en ti y en nosotros… y en nuestro futuro juntos.

-Eso es mucho pensar, para estas horas de la noche.

-Ahora que estamos casados, ¿qué piensas hacer para cuidarme a mí y a nuestro hijo?

-¿ Es eso lo que te preocupa? -Sonrió-. No te morirás de hambre: tenemos oro suficiente para asegurarnos de eso. Además, los vardenos no permitirán que a los primos de Eragon les falte la comida o el techo. Aunque me ocurriera algo a mí, seguirían ocupándose de ti y del niño.

-Sí, pero ¿tú qué piensas hacer?

Desconcertado, escrutó el rostro de Katrina en busca de la causa de su agitación.

-Voy a ayudar a Eragon a poner fin a esta guerra para que podamos volver al valle de Palancar e instalarnos sin miedo a que puedan venir los soldados a llevarnos a Urü'baen. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

-Entonces, ¿ lucharás con los vardenos? -Sabes que sí.

-¿Como habrías luchado hoy si Nasuada te lo hubiera permitido? -Sí.

-¿Y qué hay de nuestro bebé? Un ejército en campaña no es un lugar indicado para criar a un hijo.

-No podemos huir y escondernos del Imperio, Katrina. A menos que ganen los vardenos, Galbatorix nos encontrará y nos matará, o encontrará y matará a nuestros hijos, o a los hijos de nuestros hijos. Y no creo que los vardenos consigan la victoria a menos que todo el mundo ponga el máximo de su parte para ayudar.

Ella le colocó un dedo sobre los labios.

-Tú eres mi único amor. Ningún otro hombre conquistará nunca mi amor. Haré todo lo que pueda para aligerar tu carga. Te prepararé la comida, te remendaré la ropa y te limpiaré la armadura… Pero cuando dé a luz, dejaré este ejército.

-¡Dejarlo! -Roran se quedó rígido-. ¡Eso es una tontería! ¿Dónde ibas a ir?

-Quizás a Dauth. Recuerda que Lady Alarice nos ofreció su santuario, y que parte de nuestra gente aún está allí. No estaría sola.

-Si crees que voy a permitir que te vayas con nuestro recién nacido a cruzar Alagaësia, estás…

-No hace falta que grites.

-No estoy…

-Sí, lo estás haciendo. -Agarrándole las manos entre las suyas y presionándoselas contra el corazón, Katrina le dijo-: Aquí no estamos seguros. Si se tratara sólo de nosotros, podría aceptar el peligro, pero no cuando tengamos que poner a nuestro niño por delante de todo lo que deseamos para nosotros. Si no es así, no mereceremos llamarnos padres. -Los ojos se le llenaron de lágrimas, y Roran también sintió que se le humedecían los suyos-. Fuiste tú, al fin y al cabo, quien me convenció para salir de Carvahall y ocultarme en las Vertebradas cuando atacaron los soldados. Esto no es muy diferente.

Al empañársele la visión, le pareció que las estrellas nadaran ante él.

-Preferiría perder un brazo que separarme otra vez de ti.

Entonces Katrina empezó a llorar también; sus silenciosos sollozos le sacudían todo el cuerpo.

-Yo tampoco quiero dejarte.

Él apretó más el brazo y se balanceó adelante y atrás con ella bien agarrada. Tras las lágrimas, le susurró al oído:

-Antes preferiría perder un brazo que separarme de ti, pero también preferiría morir que dejar que alguien te hiciera daño a ti… o a nuestro hijo. Si vas a irte, deberías hacerlo ahora, cuando aún te resultará fácil viajar.

Ella sacudió la cabeza.

-No. Quiero que Gertrude sea mi comadrona. Es la única en la que confío. Además, si tengo alguna dificultad, preferiría estar aquí, donde hay magos experimentados en curaciones.

-No habrá problemas -dijo él-. En cuanto nazca nuestro hijo, irás a Aberon, no a Dauth; es menos probable que reciba un ataque. Y si Aberon se vuelve demasiado peligroso, entonces irás a las montañas Beor y vivirás con los enanos. Y si Galbatorix ataca a los enanos, entonces irás con los elfos, a Du Weldenvarden.

-Y si Galbatorix ataca Du Weldenvarden, volaré a la Luna y criaré a nuestro hijo entre los espíritus que habitan en el cielo.

-Y se inclinarán ante ti y te proclamarán su reina, como te mereces.

Ella se apretó aún más contra él. Juntos, se quedaron mirando cómo desaparecían una a una las estrellas, fundiéndose en la luz que se iba extendiendo desde el este. Cuando sólo quedó a la vista el lucero del alba, Roran dijo:

-Sabes lo que significa eso, ¿no?

-¿Qué?

-Que tendré que asegurarme de que matamos hasta el último soldado de Galbatorix, de que tomamos todas las ciudades del Imperio, de que derrotamos a Murtagh y a Espina y de que Galbatorix y el traidor de su dragón son decapitados antes de que te llegue el momento. Así no tendrás necesidad de irte.

Ella se quedó en silencio un momento y luego dijo:

-Si lo consiguieras, sería muy feliz.

Estaban a punto de volver a su catre cuando, entre la tenue luz del cielo, vieron acercarse flotando un barco en miniatura tejido con hebras secas de hierba. El barco se quedó flotando frente a su tienda, balanceándose sobre unas olas invisibles, y casi parecía que los mirara con su proa, que tenía forma de cabeza de dragón.

Roran se quedó petrificado, al igual que Katrina.

Como una criatura viva, el barco prosiguió su ruta por el camino que había frente a su tienda y luego se puso a trazar eses tras la estela de una polilla errante. Cuando la polilla escapó, el barco volvió a deslizarse hacia la tienda, deteniéndose apenas a unos centímetros del rostro de Katrina.

Antes de que Roran pudiera decidir si debía cazar el barco flotante, éste viró y salió volando en dirección al lucero del alba, y desapareció una vez más en el infinito mar del cielo y los dejó atrás, atónitos y observando cómo se alejaba.