El chasquido de una rama delató que Saphira se acercaba por
detrás. La dragona se tumbó a su lado y sus escamas pintaron
cientos de puntos parpadeantes de una luz azulada sobre Eragon.
Miró en la misma dirección que él.
¿Estás enfadado
conmigo?-preguntó.
No, por supuesto que no. Comprendo que no
podías romper el juramento hecho en el
idioma antiguo… Es sólo que hubiera deseado que Brom me hubiera
contado todo esto él mismo; que no le hubiera parecido necesario
ocultarme la verdad.
Saphira giró la cabeza hacia él.
¿Y cómo te sientes,
Eragon?
Lo sabes tan bien como
yo.
Hace unos minutos lo sabía, pero ahora no. Te has quedado quieto, y mirar tu
mente es como mirar un lago tan profundo que no se ve el fondo.
¿Qué tienes dentro, pequeño? ¿Es rabia? ¿Es felicidad? ¿O es que no
tienes ninguna emoción que dar?
Lo que hay en mí
es aceptación -dijo él, y giró la cabeza hacia ella-. No puedo cambiar quiénes fueron mis padres; lo supe
después de los Llanos Ardientes. Lo que es, es, y por mucho que
haga rechinar los dientes eso no cambiará. Estoy… contento, creo,
de considerar a Brom mi padre. Pero no estoy seguro… Son demasiadas
cosas a la vez.
Quizá lo que
tengo que darte te ayude. ¿Te gustaría ver el recuerdo que Brom te
dejó o prefieres esperar?
No, no quiero esperar-dijo él-.
Si lo retrasamos, quizá nunca tengamos
oportunidad de hacerlo.
Entonces cierra los ojos y deja que te
muestre lo que una vez fue. Eragon cerró los ojos, y desde
Saphira fluyó una corriente de sensaciones: visiones, sonidos,
olores, y mucho más, todo lo que ella experimentó en el momento en
que sucedió lo que ahora recordaba. Ante él, Eragon contempló un
claro en el bosque, en algún punto entre las faldas de las colinas
que se agolpaban contra el costado oeste de las Vertebradas. La
hierba era abundante y gruesa, y de los árboles, altos, mustios y
cubiertos de musgo, colgaban unas cortinas de liqúenes
amarillentos. Debido a las lluvias que barrían la zona desde el
océano, los bosques eran mucho más verdes y húmedos que los del
valle de Palancar. Vistos a través de los ojos de Saphira, los
verdes y los rojos eran más tenues que como los veía Eragon, pero
todos los tonos de azul brillaban con una intensidad excepcional.
El olor a tierra húmeda y a madera podrida llenaba el
aire.
En el centro del claro había un árbol caído, y encima de él
se encontraba sentado Brom.
La capucha del anciano estaba echada hacia atrás y dejaba al
descubierto la calva de la cabeza. Tenía la espada en el regazo. Su
bastón torcido y tallado con runas estaba apoyado contra el tronco.
Aren, el anillo, brillaba en su mano
derecha.
Durante un buen rato, Brom no se movió. Luego miró al cielo
con los ojos entrecerrados y su curvada nariz proyectó una larga
sombra sobre su rostro. Eragon oyó su voz ronca y se sintió perdido
en el tiempo.
-El sol siempre recorre su camino de horizonte a horizonte, y
la luna siempre lo sigue, y los días siempre pasan sin tener en
cuenta las vidas que dejan atrás, una a una. -Brom bajó los ojos,
miró directamente a Saphira y, a través de ella, a Eragon-. Por
mucho que lo intente, ningún ser vivo escapa a la muerte para
siempre, ni siquiera los elfos ni los espíritus. Para todos existe
un final. Si me estás mirando, Eragon, entonces es que mi final ha
llegado y estoy muerto; si me estás mirando, es que sabes que soy
tu padre.
Brom se sacó la pipa del bolsillo de piel que llevaba en un
costado y la rellenó con semillas de cardo. Luego la encendió:
«Brisingr». Dio unas cuantas chupadas y continuó
hablando:
-Si estás viendo esto, Eragon, espero que estés a salvo y
feliz, y que Galbatorix esté muerto. De todas formas, me doy cuenta
de que eso es poco probable, aunque sólo sea porque eres un Jinete
de Dragón, y un Jinete de Dragón nunca descansa mientras existen
injusticias.
A Brom se le escapó una carcajada y meneó la cabeza. La barba
le onduló como si fuera de agua.
-Ah, no tengo tiempo de decir ni siquiera la mitad de las
cosas que me gustaría decir: tendría el doble de la edad que tengo
ahora y no habría terminado de hacerlo. Para ser breve, doy por
sentado que Saphira ya te ha contado cómo nos conocimos tu madre y
yo, cómo murió Selena y por qué fui a Carvahall. Me gustaría que tú
y yo pudiéramos tener esta charla cara a cara, Eragon, y quizá
todavía podamos hacerlo y Saphira no tenga que compartir este
recuerdo contigo, pero lo dudo. Las tristezas de todos mis años me
pesan, Eragon, y siento un frío que me atenaza las extremidades de
una forma que nunca había sentido. Creo que es porque sé que ha
llegado tu momento. Todavía hay muchas cosas que espero conseguir,
pero ninguna de ellas es para mí: son sólo para ti, y tú
ensombrecerás todo lo que yo he hecho. De eso, estoy seguro. Antes
de que mi tumba se cierre sobre mí, quería poder, aunque sólo fuera
esta vez, llamarte hijo… Hijo mío… Durante toda tu vida, Eragon, he
deseado revelarte quién era. Para mí ha sido una felicidad
incomparable como ninguna otra verte crecer, pero también una
tortura sin igual a causa del secreto que mi corazón
encerraba.
Entonces Brom rio con una carcajada sonora y ronca. -Bueno,
no tuve exactamente éxito en mantenerte a salvo del Imperio,
¿verdad? Si todavía te preguntas quién fue el responsable de la
muerte de Garrow, no tienes que buscar más, porque aquí está,
sentado. Fue mi estupidez. Nunca hubiera debido volver a Carvahall.
Y ahora mira: Garrow está muerto y tú eres un Jinete de Dragón. Te
lo advierto, Eragon, vigila de quién te enamoras, porque parece que
el destino tiene un interés mórbido en nuestra
familia.
Brom se colocó la pipa entre los labios, le dio varias
caladas y sacó el humo, blanco como la tiza, hacia un lado. El olor
acre era fuerte para el olfato de Saphira. Brom
dijo:
-Me arrepiento de ciertas cosas, pero no de haberte tenido a
ti. Es posible que a veces te comportes como un atolondrado, como
cuando dejaste escapar a esos malditos úrgalos, pero no eres más
estúpido de lo que yo lo era a tu edad. -Asintió con la cabeza-.
Eres menos estúpido, de hecho. Estoy orgulloso de que seas mi hijo,
Eragon, más orgulloso de lo que nunca sabrás. Nunca pensé que te
convertirías en Jinete de Dragón como yo, ni deseaba ese futuro
para ti, pero verte con Saphira…, ah, me hace sentir como un gallo
cantandoal sol.
Brom fumó de la pipa otra vez.
-Sé que debes de estar enojado conmigo por haberte ocultado
todo esto. No puedo decir que a mí me hubiera gustado conocer el
nombre de mi padre de esta manera. Pero tanto si te gusta como si
no, somos familia, tú y yo. Dado que no pude dedicarte los cuidados
que te debía como padre, te daré la única cosa que puedo darte en
lugar de eso, y se trata de un consejo. Ódiame si lo deseas,
Eragon, pero ten en cuenta lo que te voy a decir, porque sé de lo
que hablo.
Con la mano que le quedaba libre, Brom agarró la empuñadura
de la espada y se le marcaron todas las venas. Se ajustó la pipa en
la boca.
-Bien. Mi consejo tiene dos vertientes. Hagas lo que hagas,
protege a aquellos a quienes quieres. Sin ellos la vida es más
triste de lo que imaginas. Sé que es una afirmación evidente, pero
no por ello es menos cierta. Bueno, ésa es la primera parte de mi
consejo. En cuanto al resto… Si has tenido la suerte de matar a
Galbatorix, o si alguien ha tenido éxito en cortarle el cuello a
ese traidor, entonces, felicidades. Si no, debes darte cuenta de
que Galbatorix es tu mayor y más peligroso enemigo. Hasta que esté
muerto, ni tú ni Saphira encontraréis la paz. Podéis huir a los
confines más lejanos de la Tierra, pero a no ser que te unas al
Imperio, un día tendrás que enfrentarte a Galbatorix. Lo siento,
Eragon, pero la verdad es ésa. He luchado contra muchos magos, y
contra varios de los Apóstatas, y hasta el momento siempre he
vencido a mis contrincantes. -La frente de Brom se surcó de
arrugas-. Bueno, a todos excepto a uno, y eso fue porque yo todavía
no había madurado del todo. De cualquier manera, siempre he salido
victorioso por un motivo: utilizo el cerebro, a diferencia de la
mayoría. No soy un hechicero poderoso, ni tú tampoco, comparado con
Galbatorix, pero cuando se trata de luchar en duelo contra un mago,
la «inteligencia» es más importante que la fuerza. La manera de
derrotar a otro mago no es golpear ciegamente contra su mente. ¡No!
Para asegurar la victoria, tienes que adivinar cómo tu enemigo
interpreta la información y cómo reacciona ante el mundo. Entonces
conocerás sus debilidades, y ahí es donde golpearás. El truco no es
inventarse un hechizo que nadie haya inventado antes; el truco
consiste en encontrar un hechizo que a tu enemigo se le haya pasado
por alto y utilizarlo contra él. El truco no es abrirse paso
rompiendo las barreras de la mente de alguien, sino que consiste en
colarse por debajo o por entre ellas. Nadie es omnisciente, Eragon.
Recuérdalo. Galbatorix puede tener un poder inmenso, pero no es
capaz de anticiparse a todas las posibilidades. Hagas lo que hagas,
debes ser ágil con tu pensamiento. No te apegues tanto a una
creencia que no puedas ver otra posibilidad más allá de ella.
Galbatorix está loco y por eso es impredecible, pero también tiene
grietas en su razonamiento que no tendría una persona normal. Si
puedes encontrarlas, Eragon, entonces quizá tú y Saphira podáis
derrotarle.
Brom se apartó la pipa de los labios con expresión de
gravedad.
-Espero que lo hagas. Mi mayor deseo, Eragon, es que tú y
Saphira tengáis una vida larga y provechosa, libre del miedo a
Galbatorix y al Imperio. Desearía poder protegerte de todos los
peligros que te amenazan, pero, ay, eso no está a mi alcance. Lo
único que puedo hacer es darte mi consejo y enseñarte lo que pueda,
ahora que todavía estoy aquí… Hijo mío, pase lo que pase, recuerda
que te quiero, y que tu madre también te quería. Que las estrellas
te cuiden, Eragon Bromsson.
Mientras esas últimas palabras resonaban en la mente de
Eragon, el recuerdo se desvaneció y dejó una oscuridad vacía en su
lugar. El chico abrió los ojos y se sintió avergonzado al notar que
tenía las mejillas cubiertas por las lágrimas. Emitió una risa
ahogada y se secó los ojos con el borde de la
túnica.
Brom temía
realmente que lo odiara -dijo.
¿Estás bien?-preguntó
Saphira.
Si-respondió Eragon levantando la
cabeza-. Creo que si. No me gustan algunas de
las cosas que Brom hizo, pero estoy orgulloso de llamarlo padre y
de llevar su nombre. Era un gran hombre… Pero me disgusta no haber
tenido nunca la oportunidad de hablar con ninguno de mis padres
sabiendo que lo eran.
Por lo menos, pudiste pasar tiempo con
Brom. Yo no soy tan afortunada: tanto mi señor como mi madre murieron mucho antes de que yo saliera
del huevo. Lo más cerca que estoy de conocerlos es a través de unos
cuantos recuerdos vagos de Glaedr.
Eragon le puso una mano en el cuello. Allí, de pie en los
riscos de Tel'naeír, mirando hacia el bosque de los elfos, se
consolaron mutuamente lo mejor que pudieron.
Poco rato después, Oromis salió de su casa con dos cuencos de
sopa. Eragon y Saphira se alejaron del precipicio y volvieron
despacio a la pequeña mesa que estaba ante la enorme masa de
Glaedr.