Eragon permaneció sentado ante la mesa redonda durante varios minutos; luego se levantó y caminó hasta el borde de los riscos de Tel'naeír, desde donde observó el bosque que se extendía a unos noventa metros por debajo de él. Empujó una piedrecita con la punta de la bota y la observó caer y rebotar por el precipicio de piedra hasta que se perdió en las profundidades de la espesura.


El chasquido de una rama delató que Saphira se acercaba por detrás. La dragona se tumbó a su lado y sus escamas pintaron cientos de puntos parpadeantes de una luz azulada sobre Eragon. Miró en la misma dirección que él.

¿Estás enfadado conmigo?-preguntó.

No, por supuesto que no. Comprendo que no podías romper el juramento hecho en el idioma antiguo… Es sólo que hubiera deseado que Brom me hubiera contado todo esto él mismo; que no le hubiera parecido necesario ocultarme la verdad.

Saphira giró la cabeza hacia él.

¿Y cómo te sientes, Eragon?

Lo sabes tan bien como yo.

Hace unos minutos lo sabía, pero ahora no. Te has quedado quieto, y mirar tu mente es como mirar un lago tan profundo que no se ve el fondo. ¿Qué tienes dentro, pequeño? ¿Es rabia? ¿Es felicidad? ¿O es que no tienes ninguna emoción que dar?

Lo que hay en mí es aceptación -dijo él, y giró la cabeza hacia ella-. No puedo cambiar quiénes fueron mis padres; lo supe después de los Llanos Ardientes. Lo que es, es, y por mucho que haga rechinar los dientes eso no cambiará. Estoy… contento, creo, de considerar a Brom mi padre. Pero no estoy seguro… Son demasiadas cosas a la vez.

Quizá lo que tengo que darte te ayude. ¿Te gustaría ver el recuerdo que Brom te dejó o prefieres esperar?

No, no quiero esperar-dijo él-. Si lo retrasamos, quizá nunca tengamos oportunidad de hacerlo.

Entonces cierra los ojos y deja que te muestre lo que una vez fue. Eragon cerró los ojos, y desde Saphira fluyó una corriente de sensaciones: visiones, sonidos, olores, y mucho más, todo lo que ella experimentó en el momento en que sucedió lo que ahora recordaba. Ante él, Eragon contempló un claro en el bosque, en algún punto entre las faldas de las colinas que se agolpaban contra el costado oeste de las Vertebradas. La hierba era abundante y gruesa, y de los árboles, altos, mustios y cubiertos de musgo, colgaban unas cortinas de liqúenes amarillentos. Debido a las lluvias que barrían la zona desde el océano, los bosques eran mucho más verdes y húmedos que los del valle de Palancar. Vistos a través de los ojos de Saphira, los verdes y los rojos eran más tenues que como los veía Eragon, pero todos los tonos de azul brillaban con una intensidad excepcional. El olor a tierra húmeda y a madera podrida llenaba el aire.

En el centro del claro había un árbol caído, y encima de él se encontraba sentado Brom.

La capucha del anciano estaba echada hacia atrás y dejaba al descubierto la calva de la cabeza. Tenía la espada en el regazo. Su bastón torcido y tallado con runas estaba apoyado contra el tronco. Aren, el anillo, brillaba en su mano derecha.

Durante un buen rato, Brom no se movió. Luego miró al cielo con los ojos entrecerrados y su curvada nariz proyectó una larga sombra sobre su rostro. Eragon oyó su voz ronca y se sintió perdido en el tiempo.

-El sol siempre recorre su camino de horizonte a horizonte, y la luna siempre lo sigue, y los días siempre pasan sin tener en cuenta las vidas que dejan atrás, una a una. -Brom bajó los ojos, miró directamente a Saphira y, a través de ella, a Eragon-. Por mucho que lo intente, ningún ser vivo escapa a la muerte para siempre, ni siquiera los elfos ni los espíritus. Para todos existe un final. Si me estás mirando, Eragon, entonces es que mi final ha llegado y estoy muerto; si me estás mirando, es que sabes que soy tu padre.

Brom se sacó la pipa del bolsillo de piel que llevaba en un costado y la rellenó con semillas de cardo. Luego la encendió: «Brisingr». Dio unas cuantas chupadas y continuó hablando:

-Si estás viendo esto, Eragon, espero que estés a salvo y feliz, y que Galbatorix esté muerto. De todas formas, me doy cuenta de que eso es poco probable, aunque sólo sea porque eres un Jinete de Dragón, y un Jinete de Dragón nunca descansa mientras existen injusticias.

A Brom se le escapó una carcajada y meneó la cabeza. La barba le onduló como si fuera de agua.

-Ah, no tengo tiempo de decir ni siquiera la mitad de las cosas que me gustaría decir: tendría el doble de la edad que tengo ahora y no habría terminado de hacerlo. Para ser breve, doy por sentado que Saphira ya te ha contado cómo nos conocimos tu madre y yo, cómo murió Selena y por qué fui a Carvahall. Me gustaría que tú y yo pudiéramos tener esta charla cara a cara, Eragon, y quizá todavía podamos hacerlo y Saphira no tenga que compartir este recuerdo contigo, pero lo dudo. Las tristezas de todos mis años me pesan, Eragon, y siento un frío que me atenaza las extremidades de una forma que nunca había sentido. Creo que es porque sé que ha llegado tu momento. Todavía hay muchas cosas que espero conseguir, pero ninguna de ellas es para mí: son sólo para ti, y tú ensombrecerás todo lo que yo he hecho. De eso, estoy seguro. Antes de que mi tumba se cierre sobre mí, quería poder, aunque sólo fuera esta vez, llamarte hijo… Hijo mío… Durante toda tu vida, Eragon, he deseado revelarte quién era. Para mí ha sido una felicidad incomparable como ninguna otra verte crecer, pero también una tortura sin igual a causa del secreto que mi corazón encerraba.

Entonces Brom rio con una carcajada sonora y ronca. -Bueno, no tuve exactamente éxito en mantenerte a salvo del Imperio, ¿verdad? Si todavía te preguntas quién fue el responsable de la muerte de Garrow, no tienes que buscar más, porque aquí está, sentado. Fue mi estupidez. Nunca hubiera debido volver a Carvahall. Y ahora mira: Garrow está muerto y tú eres un Jinete de Dragón. Te lo advierto, Eragon, vigila de quién te enamoras, porque parece que el destino tiene un interés mórbido en nuestra familia.

Brom se colocó la pipa entre los labios, le dio varias caladas y sacó el humo, blanco como la tiza, hacia un lado. El olor acre era fuerte para el olfato de Saphira. Brom dijo:

-Me arrepiento de ciertas cosas, pero no de haberte tenido a ti. Es posible que a veces te comportes como un atolondrado, como cuando dejaste escapar a esos malditos úrgalos, pero no eres más estúpido de lo que yo lo era a tu edad. -Asintió con la cabeza-. Eres menos estúpido, de hecho. Estoy orgulloso de que seas mi hijo, Eragon, más orgulloso de lo que nunca sabrás. Nunca pensé que te convertirías en Jinete de Dragón como yo, ni deseaba ese futuro para ti, pero verte con Saphira…, ah, me hace sentir como un gallo cantandoal sol.

Brom fumó de la pipa otra vez.

-Sé que debes de estar enojado conmigo por haberte ocultado todo esto. No puedo decir que a mí me hubiera gustado conocer el nombre de mi padre de esta manera. Pero tanto si te gusta como si no, somos familia, tú y yo. Dado que no pude dedicarte los cuidados que te debía como padre, te daré la única cosa que puedo darte en lugar de eso, y se trata de un consejo. Ódiame si lo deseas, Eragon, pero ten en cuenta lo que te voy a decir, porque sé de lo que hablo.

Con la mano que le quedaba libre, Brom agarró la empuñadura de la espada y se le marcaron todas las venas. Se ajustó la pipa en la boca.

-Bien. Mi consejo tiene dos vertientes. Hagas lo que hagas, protege a aquellos a quienes quieres. Sin ellos la vida es más triste de lo que imaginas. Sé que es una afirmación evidente, pero no por ello es menos cierta. Bueno, ésa es la primera parte de mi consejo. En cuanto al resto… Si has tenido la suerte de matar a Galbatorix, o si alguien ha tenido éxito en cortarle el cuello a ese traidor, entonces, felicidades. Si no, debes darte cuenta de que Galbatorix es tu mayor y más peligroso enemigo. Hasta que esté muerto, ni tú ni Saphira encontraréis la paz. Podéis huir a los confines más lejanos de la Tierra, pero a no ser que te unas al Imperio, un día tendrás que enfrentarte a Galbatorix. Lo siento, Eragon, pero la verdad es ésa. He luchado contra muchos magos, y contra varios de los Apóstatas, y hasta el momento siempre he vencido a mis contrincantes. -La frente de Brom se surcó de arrugas-. Bueno, a todos excepto a uno, y eso fue porque yo todavía no había madurado del todo. De cualquier manera, siempre he salido victorioso por un motivo: utilizo el cerebro, a diferencia de la mayoría. No soy un hechicero poderoso, ni tú tampoco, comparado con Galbatorix, pero cuando se trata de luchar en duelo contra un mago, la «inteligencia» es más importante que la fuerza. La manera de derrotar a otro mago no es golpear ciegamente contra su mente. ¡No! Para asegurar la victoria, tienes que adivinar cómo tu enemigo interpreta la información y cómo reacciona ante el mundo. Entonces conocerás sus debilidades, y ahí es donde golpearás. El truco no es inventarse un hechizo que nadie haya inventado antes; el truco consiste en encontrar un hechizo que a tu enemigo se le haya pasado por alto y utilizarlo contra él. El truco no es abrirse paso rompiendo las barreras de la mente de alguien, sino que consiste en colarse por debajo o por entre ellas. Nadie es omnisciente, Eragon. Recuérdalo. Galbatorix puede tener un poder inmenso, pero no es capaz de anticiparse a todas las posibilidades. Hagas lo que hagas, debes ser ágil con tu pensamiento. No te apegues tanto a una creencia que no puedas ver otra posibilidad más allá de ella. Galbatorix está loco y por eso es impredecible, pero también tiene grietas en su razonamiento que no tendría una persona normal. Si puedes encontrarlas, Eragon, entonces quizá tú y Saphira podáis derrotarle.

Brom se apartó la pipa de los labios con expresión de gravedad.

-Espero que lo hagas. Mi mayor deseo, Eragon, es que tú y Saphira tengáis una vida larga y provechosa, libre del miedo a Galbatorix y al Imperio. Desearía poder protegerte de todos los peligros que te amenazan, pero, ay, eso no está a mi alcance. Lo único que puedo hacer es darte mi consejo y enseñarte lo que pueda, ahora que todavía estoy aquí… Hijo mío, pase lo que pase, recuerda que te quiero, y que tu madre también te quería. Que las estrellas te cuiden, Eragon Bromsson.

Mientras esas últimas palabras resonaban en la mente de Eragon, el recuerdo se desvaneció y dejó una oscuridad vacía en su lugar. El chico abrió los ojos y se sintió avergonzado al notar que tenía las mejillas cubiertas por las lágrimas. Emitió una risa ahogada y se secó los ojos con el borde de la túnica.

Brom temía realmente que lo odiara -dijo.

¿Estás bien?-preguntó Saphira.

Si-respondió Eragon levantando la cabeza-. Creo que si. No me gustan algunas de las cosas que Brom hizo, pero estoy orgulloso de llamarlo padre y de llevar su nombre. Era un gran hombre… Pero me disgusta no haber tenido nunca la oportunidad de hablar con ninguno de mis padres sabiendo que lo eran.

Por lo menos, pudiste pasar tiempo con Brom. Yo no soy tan afortunada: tanto mi señor como mi madre murieron mucho antes de que yo saliera del huevo. Lo más cerca que estoy de conocerlos es a través de unos cuantos recuerdos vagos de Glaedr.

Eragon le puso una mano en el cuello. Allí, de pie en los riscos de Tel'naeír, mirando hacia el bosque de los elfos, se consolaron mutuamente lo mejor que pudieron.

Poco rato después, Oromis salió de su casa con dos cuencos de sopa. Eragon y Saphira se alejaron del precipicio y volvieron despacio a la pequeña mesa que estaba ante la enorme masa de Glaedr.