Capítulo 14

Kamose envió a Ipi a los archivos del templo en busca de cualquier mapa de Kush y Wawat que hubiera sobrevivido a las turbulencias de los años pasados, desde que sus antepasados edificaron fuertes en el sur y establecieron rutas regulares de comercio. Al principio, los setiu más humildes obtuvieron permiso para apacentar su ganado en el Delta durante las estaciones secas de Rethennu, después de lo cual regresaban a sus tierras. Poco a poco se fueron asentando en la maravillosa vegetación del Delta y establecieron allí poblados permanentes. Los siguieron compatriotas más acaudalados, hombres ambiciosos e inteligentes que tomaron un interés activo y depredador en la débil administración de Egipto. Se los conocía a lo largo del mundo como buenos comerciantes, distribuían mercancías entre las islas del Gran Verde y se aventuraban a lugares lejanos en busca de fortuna, cosa que les había ganado el desprecio de los egipcios. Eran intermediarios, proveedores de mercancías, amigos de regatear y comerciantes, cuyos barcos y caravanas proporcionaban cualquier cosa a cualquiera con tal de que se les pagara el precio indicado.

Pragmáticos hasta lo más profundo del alma, adaptaban sus dioses, su modo de vivir y sus ideologías para que agradaran a cualquier nación que recibiera lo que ofrecían. Igual que camaleones, sus colores cambiaban según las circunstancias en que se encontraran, pero bajo su amable disfraz eran una raza extranjera para todo el mundo, con excepción de ellos mismos. Cuando pusieron sus ojos en el Delta, rico, seguro y estratégico para sus negocios, halagaron a los perezosos y complacientes egipcios y les proporcionaron una sensación de seguridad, y luego, de forma gradual y casi imperceptible, quitaron de las manos del rey las riendas del gobierno y el control de las rutas de comercio.

Los fuertes de Wawat y de Kush no significaban nada para ellos, por lo que los dejaron vacíos y permitieron que se fueran desmoronando con lentitud en el feroz clima del sur. Pero la riqueza de esos países, el oro, las pieles de leopardo, los colmillos de elefante, las especias, huevos y plumas de avestruz, los atrajeron como la miel a las moscas. También lo hizo el comercio de esclavos. Egipto desconocía la posibilidad de que un ser humano fuera dueño absoluto de otro, hasta que los setiu se lo enseñaron. Indefensos, los egipcios vieron pasar con rapidez y eficacia la abundancia del sur a manos de sus amos.

Pero ahora la recuperarían. Ipi volvió del templo con tres mapas, el más reciente de los cuales tenía muchos hentis de antigüedad y había sido dibujado por el gran rey Osiris Senwasret, el tercero de ese nombre, que había mandado excavar un canal, denominado el Camino de Khekura, a través de la primera catarata, para que sus soldados y embarcaciones de tesoros pudieran trasladarse con mayor facilidad. El y sus predecesores edificaron una cadena de fuertes en la frontera entre Wawat y Kush para proteger las minas de oro de los salteadores locales, pero no pudieron anticipar mis necesidades, pensó Kamose mientras se inclinaba sobre el antiguo papiro.

—Esta información es insuficiente —comentó mientras dejaba que el mapa volviera a enrollarse—. Hor-Aha, ¿en qué condiciones se encuentra el fuerte más grande de Buhen?

El general vaciló.

—Buhen es el fuerte que está más al norte de la cadena —contestó—, pero marca el límite sur del territorio de Wawat. Hace tiempo que no lo he visto. Ha sido tomado por nativos del pueblo, que no deben de tener medios significativos de defensa. Será fácil sacarlos si Su Majestad desea repararlo y volver a dirigirlo.

—Es posible que lo haga —contestó Kamose—. Sin embargo, antes debo poner orden en Wawat. ¿Sigue siendo navegable el canal de mi antepasado?

—Eso no te lo puedo decir. —Hor-Aha negó con la cabeza—. Los medjay y yo vamos por tierra en nuestros viajes a Wawat. Tal vez sea un dato que te puedan proporcionar los marineros de Nekheb.

—El oro ha seguido llegando de Kush por el río —señaló Ahmose—. Los setiu lo han estado extrayendo. ¿Pasaron la primera catarata en caravana o utilizaron el Nilo durante todo el trayecto?

—Lo que me preocupa es el tiempo —dijo Kamose—. El río comenzará a crecer dentro de poco más de un mes, pero yo tengo mucho que hacer aquí antes de que partamos. Si no encontramos obstáculos imprevistos más abajo de Swenet, podemos estar en Wawat antes de la inundación. En caso contrario, y si llevamos embarcaciones, podemos quedar atrapados.

—Lleva las embarcaciones de todos modos —urgió Ahmose—. Podemos volver a casa por el río cuando la inundación comience a descender. No me gusta esta empresa más que a ti, Kamose. Si hay problemas, estaremos lejos de casa.

En silencio, Kamose estuvo de acuerdo. Le devolvió los mapas a Ipi e indicó que la reunión había concluido.

En los dos meses que quedaban antes del comienzo de Mesore, Kamose hizo lo posible por prestar atención a los asuntos locales. Inspeccionó la cárcel que había hecho edificar el año anterior, por motivos que apenas recordaba, y que en aquel momento lo llenaba de una mezcla de presentimientos y de ansiedad. Escuchó las estimaciones de la cosecha que acababa de empezar. Sería un año excepcional y le recordó a Ipi, quien escribía rápidamente sentado a sus pies mientras los distintos mayordomos rendían sus informes, que anotara detenidamente la cantidad que iría a parar a Amón.

Cruzó el río hacia la orilla occidental para comprobar cómo andaban los trabajos de la construcción de su tumba. Como todos los demás nobles, la había iniciado en cuanto llegó a la mayoría de edad. Los albañiles y artistas involucrados en la construcción y decoración le dieron una efusiva bienvenida, pero la visita lo deprimió. Todavía era joven, no tenía más que veinticuatro años. Las tareas que se estaban realizando no eran urgentes, no había ninguna necesidad de acelerar el alisado de las paredes entre las que descendió a la fresca oscuridad de la habitación donde con el tiempo yacería.

¿Cómo llenarán los artistas estos vacíos?, se preguntó. No tengo esposa ni hijos. No habrá bonitas escenas de felicidad familiar, ni pacíficos logros cumplidos a lo largo de una vida dedicada a servir a mi territorio. En lugar de ello he dado muerte, he incendiado y he luchado. Las pinturas resplandecerán con el rojo de la sangre, el azul de las lágrimas y ésa será la historia de mi vida. ¿Me atrevo a ordenar un registro así considerando que no he liberado Egipto y que mis hechos posiblemente no serán redimidos por el entierro de un rey? Hizo un esfuerzo por prestar atención a los artistas, miró sus bocetos y contestó a sus preguntas, y les aseguró que no había necesidad de que se apresuraran en su trabajo, cuando lo único que quería era decirles que depositaran sus herramientas y se fueran de allí.

Al salir, casi cegado por la penumbra del lugar, se quedó mirando la planicie arenosa que separaba el risco de Gum, que tenía a sus espaldas, y la delgada cinta verde detrás de la cual estaba el Nilo. A su derecha, la pirámide de Osiris Mentuhotep-Neb-Hapet-Ra abrazaba las rocas caídas y, ante él, esparcidas aquí y allá en la caliente aridez, se alzaban otras pequeñas pirámides, cada una de ellas con su patio y el muro que la rodeaba. Allí yacían sus antepasados, momificados y justificados, los reyes de su amado país a cuya sombra él se escondía como un enano. Éstos no eran los poderosos dioses del principio, cuyos monumentos se alzaban en toda su majestuosa inmensidad cerca de la entrada del Delta. Estaban más cerca de él en tiempo y familiaridad, hombres de fuerza y sabiduría cuya sangre divina, aunque diluida, teñía la suya. No debo avergonzarme en vuestra presencia, les dijo mentalmente a las estructuras que se reflejaban trémulas en el calor del mediodía. Hice lo que pude y haré más si Amón lo desea. Envidio el tiempo que os tocó vivir, por turbulento que fuera, y la paz de la que ahora disfrutáis.

Los sacerdotes astrólogos, después de consultar sus cartas astrales, llegaron a la conclusión de que la recién nacida de Aahmes-Nefertari debía llamarse Hent-ta-Hent. Era un nombre seguro, no comprometido y sin connotaciones negativas. Fueron igualmente conservadores en sus predicciones referentes al futuro de la criatura. Sólo dijeron que gozaría de buena salud durante los años que los dioses le dieran.

—No es mucho —se quejó Aahmes-Nefertari a Kamose en una de las frecuentes visitas que él hacía a la criatura—. Primero le ponen un nombre anodino y luego evitan todo pronóstico definido. —Se inclinó sobre la dormida recién nacida y le tocó con suavidad la cabeza con la punta del dedo para quitarle una gota de sudor que tenía en la sien—. Si va a morir, deberían decírmelo. Ya he perdido un hijo. No quiero entregarle mi corazón a ésta si me va a ser arrebatada. —No había lágrimas en su voz. Hablaba con calma y cuando miró a su hermano fue con tranquilidad—. Además, Ahmose quería un varón. La familia necesita otro varón.

Kamose le rodeó los hombros calientes con un brazo sin apartar la mirada de aquel pequeño fardo que dormía.

—Los astrólogos pueden equivocarse —aseguró—. No debes cerrar tu corazón por las palabras de unos cuantos ancianos, Aahmes-Nefertari. Hent-ta-Hent es inocente. Necesita tu amor.

—Y yo necesito a Ahmose. —Se liberó de la mano de su hermano y lo miró con frialdad—. Nuestro matrimonio no ha sido más que una serie de despedidas seguidas por periodos de miedo intenso y de unos breves momentos de júbilo. Si tú lo llevaras contigo al Delta para atacar Het-Uart, no me sentiría como me siento. ¿Pero por qué debes arrastrarlo contigo a Wawat? ¿Es esto todo lo que me espera? ¿El aburrimiento, tener hijos y esta especie de viudez? ¡Permite que esta vez se quede en casa conmigo!

—Lo necesito —contestó Kamose—. Llevaré conmigo a Wawat a los medjay y a mil hombres de nuestro territorio. Los príncipes y los jefes militares se han marchado. No puedo controlar solo los acontecimientos del sur.

—Tienes a Hor-Aha. —Kamose no contestó enseguida y ella se precipitó a decir—: Ya no confías por completo en tu general, ¿verdad, Kamose? ¿Por qué no? ¿Sucedió algo durante la última estación de campaña?

Él hizo un movimiento negativo con la cabeza, impresionado por la percepción de su hermana.

—No —contestó—. No sucedió nada. Pondría mi vida en manos de Hor-Aha sin pensarlo y sé que él me defendería hasta su último suspiro. Es que… —No logró poner en palabras sus sentimientos—. No son más que leves inquietudes. Tal vez el reflejo de la antipatía que les inspira a los príncipes.

—Tal vez. ¿Ahmose lo comparte? —La recién nacida se inquietaba por el sonido de sus voces y ambos se acercaron a la puerta.

—No estoy seguro —contestó Kamose una vez que llegaron al vestíbulo—. Muchas veces es difícil saber lo que piensa.

Ella lo miró de frente.

—No, no lo es —contestó—. Por lo menos para mí.

Había un brillo de ira en sus ojos. Se volvió y Kamose la miró caminar hacia el cuadro de luz blanca del final del pasillo. Hasta su manera de caminar es distinta, pensó. Las semillas del carácter de Tetisheri comienzan a brotar en ella. Algo de su vulnerabilidad ha desaparecido y con ella gran parte de su modestia. Algún día será una mujer formidable y sin embargo siento algo de tristeza por la tierna muchacha que era, tan dada a las lágrimas nerviosas.

Una tarea que llevó a cabo con placer fue dictar los dos textos que serían tallados dentro del sagrado recinto del templo de Amón. Mientras se paseaba por el despacho de su padre, con Ipi sentado a sus pies junto al escritorio, no cuidó sus palabras, en las que encontró el manto de orgullo con el que cada vez le resultaba más difícil rodearse. En el primer texto describió el primer consejo que celebró con los príncipes, en los días oscuros y llenos de incertidumbre anteriores a la llegada de los medjay, y su desesperado viaje hacia el norte. Habló como un rey, repitiendo los títulos que deseaba oír en su honor cuando ocupase el Trono de Horus. «Horus manifiesto en su Trono, bien amado de las Dos Diosas de los repetidos monumentos, el Horus de Oro, el que hace la Felicidad en los Dos Reinos, rey del Alto y del Bajo Egipto, Uaskheperra, Hijo de Ra Kamose que recibió la vida por siempre, Bien amado de Amón-Ra, Señor de Karnak». En el lenguaje formal de los documentos y pronunciamientos oficiales, pasó a describir las palabras, las decisiones y los eventos que recordaba tan bien. «Los hombres me vitorearán como el poderoso gobernador de Weset», y terminó en una explosión de deseos que sabía que no era más que un engaño a sí mismo. «Kamose, el Protector de Egipto».

El segundo texto comenzaba con su asalto a Khemennu y seguía con una crónica de cómo fue interceptada la carta de Teti dirigida a Apepa, la marcha hacia el norte, la destrucción del oasis y la consiguiente victoria sobre Kethuna y sus hombres extenuados.

—Llévale los textos a Amonmose y dile que nombre un tallador para que los grabe en la piedra —le dijo al escriba.

Deberán ser esculpidos en los límites del atrio exterior, para que todos sepan cómo he querido devolver Egipto a los egipcios. —Se dejó caer en el sillón de su padre y observó a Ipi mientras éste limpiaba sus pinceles, cerraba los frascos de tinta y se ponía de pie flexionando sus dedos cansados—. En realidad son para las generaciones futuras. Quiero que se me recuerde con bondad, Ipi. Quiero que la gente comprenda.

—Lo sé, Majestad —contestó Ipi—. También sé que crees que pronto estarás de pie en el Salón de los Juicios. Tus palabras no pueden esconder las cosas que veo debajo de ellas. Sin embargo, si Amón lo desea, tal vez no sea así. ¡Tengo grandes deseos de sentarme a tus pies junto al Trono de Horus!

Kamose no pudo menos que sonreír.

—Gracias, amigo —dijo—. Ve a hacer lo que te he indicado.

Cuando Ipi salió, con la escribanía bajo el brazo, Kamose siguió sentado, mirando el reflejo de sus manos enlazadas en la bruñida tapa de la mesa. No quiero estar de pie en el Salón de los Juicios, pensó con cansancio. Quiero navegar en la Barca Celestial con las otras encarnaciones del dios después de haber dejado la Doble Corona y los Emblemas Reales de un país unido a mi sucesor. ¡No me hagas esto, Amón, mi Padre! Permite que los oráculos se equivoquen y en los años venideros recordaré mis agonías actuales y reiré.

Con un deliberado acto de fuerza de voluntad, trató de permitir que lo inundara la paz del verano. El calor hacía más lento el paso y el hablar de los habitantes de la casa, el templo y la ciudad, pesaba en las hojas débiles de los árboles, sobre las vides polvorientas de las que los jardineros arrancaban los grandes racimos morados, pero por más que lo intentaba, la paz lo evitaba como si tuviera conciencia y supiera que él ya no era una criatura del silencio. Nadaba, rezaba en el templo, comía los manjares cada vez más deliciosos que se le servían a medida que progresaba la cosecha, y hasta jugaba con un encantado Ahmose-Onkh, pero era un impostor, un actor deseando vivir su papel y sin embargo obligado a esperar impaciente el tiempo que faltaba para que su actuación llegara a su fin.

Recibió las noticias del inspector de Embarcaciones con un culpable alivio. Las barcas que irían a Wawat habían sido inspeccionadas y reparadas, y estaban listas para zarpar. Enseguida ordenó al escriba de reclutas que fuera al campamento de los medjay, y a los escribas menos importantes que fueran a la ciudad y a los campos cercanos para reunir a los dos mil reclutas que le hacían falta para sumar a los de la tribu. Llamó al escriba de asamblea y redactó la relación de provisiones de comida y cerveza que debían ser cargadas, y de las armas que era necesario limpiar, afilar y distribuir. No había excitación, ni siquiera miedo, en esos preparativos, simplemente una sensación de familiaridad. Wawat no representaba ningún desafío. Era sólo una expedición punitiva. Kamose mandó avisar a su hermano de que zarparían al amanecer de la mañana siguiente, pero no le dio la noticia personalmente. No quería ver la cara de su hermana.

Pidió una reunión con su madre y su abuela después de la siesta en las habitaciones de Tetisheri. Uni lo hizo pasar a una habitación llena de corrientes de aire caliente provenientes de los abanicos que balanceaban dos muchachas junto a la ventana. Era evidente que Tetisheri acababa de levantarse. Las sábanas estaban arrugadas y tiradas en el suelo. Estaba sentada, cubierta por una túnica, con el pelo gris despeinado y la pintura del rostro corrida. Bebía agua de una gran taza. Aahotep estaba apoyada en el marco de la ventana y los abanicos de plumas de avestruz casi le cepillaban la espalda mientras miraba el cansado jardín. Al oír entrar a Kamose, se volvió y sonrió.

—He oído la actividad que hay en el río —dijo a modo de saludo—. Supongo que presagia tu partida, Kamose. Esta tarde no he podido dormir. Él se le acercó con rapidez y le besó la mejilla. Olía a aceite de loto y a esencia de capullos de acacia.

—Lamento que el ruido te haya impedido descansar-contestó él.

Aahotep rió.

—No, no lo lamentas, porque es inevitable. Además, estaba demasiado nerviosa para poder cerrar los ojos.

—Pues yo no —gruñó Tetisheri—. He dormido como un tronco. ¡Miradme! Podrías haber esperado un rato para darme tiempo para bañarme y vestirme, Kamose.

—Lo lamento —repitió Kamose—. Pero permitiste que Uni me hiciera pasar. Por favor, pide a tus portadoras de abanicos que se retiren, abuela.

—¡Ah! ¿Se trata de eso? —Se alegró y les hizo una seña con la mano a las muchachas, que enseguida dejaron los abanicos y salieron haciendo reverencias—. Un consejo de guerra.

En cuanto se marcharon las sirvientas, el aire se hizo irrespirable. Kamose sintió que le sudaba la espalda mientras acercaba un banco para su madre y se sentaba al borde del lecho de su abuela.

—Supongo que sí, que lo es en algún sentido —convino—. Mañana temprano saldré para Wawat y espero avanzarme a la inundación. Pero una vez que esté en el sur, quedaré atrapado por ella hasta que el agua comience a bajar. Tengo la intención de volver a casa navegando por el agua restante de la inundación, pero tal vez no sea hasta fines de Tybi.

—Dentro de seis meses —dijo Tetisheri pensativa—. Tiempo más que suficiente para vencer a los salvajes que están asolando los pueblos de Wawat, para inspeccionar Buhen, averiguar lo que está haciendo Teti-en y traer a casa un cargamento de oro.

—¿Por qué voy a inspeccionar Buhen? —preguntó Kamose para ponerla a prueba.

—Porque reparada y vuelta a fortificar, Buhen asegurará tus fronteras del sur contra ese egipcio renegado —dijo con lentitud y claridad, como si le estuviera hablando a un niño—. Entonces podrás volver a casa y concentrar tus energías en Het-Uart, sin tener que preocuparte por la posibilidad de que se abra un segundo frente en tu contra.

Kamose asintió.

—Os enviaré informes detallados de todo lo que suceda —dijo—. Durante mi ausencia os dejo el control pleno de mis territorios, como hice anteriormente. Cuando termine la cosecha quiero que ordenéis a Harkhuf, el hijo de Ankhmahor, que continúe la instrucción militar en el desierto con lo que queda de las tropas de Weset Todavía quedan dos mil hombres aquí. No deben estar ociosos durante la inundación. Deben mantenerse en buen estado físico. Consultad con él con regularidad. —Hizo una pausa esperando la respuesta, y al ver que no la había, continuó—: He estado pensando en vuestra sugerencia de reclutar espías para Het-Uart. Es una idea excelente. Y considerando que ya conocéis bien esta estratagema de guerra, también la dejaré en vuestras manos. Ramose podrá ayudaros.

—¿No lo llevarás contigo? —preguntó Aahotep—. Ojalá lo hicieras, Kamose. Por una parte se sentirá desilusionado porque lo dejas, y por otra, no me gusta que pase tanto tiempo con su madre.

Kamose levantó las cejas.

—¿Qué quieres decir?

—Quiere decir que Ramose ha estado con su madre cada día desde tu regreso —intervino Tetisheri—. Han comido juntos pese a que ella se niega a comer con nosotros, la ha llevado en litera a Weset, han salido en barca y de noche le lee para que duerma. Ella le ha exigido que le preste atención en todo momento. Nefer-Sakharu nos odia a todos. Está constantemente vertiendo veneno en los oídos de su hijo.

Kamose se maldijo por no haberlo notado él mismo. A pesar del creciente respeto que le inspiraban las mujeres de su familia, no le gustaba quedar en una posición de desventaja.

—¿Cómo lo sabéis? —preguntó.

Aahotep apoyó una mano conciliadora en su rodilla.

—No te culpes —dijo—. Has estado preocupado por asuntos más importantes. Ramose se acuesta con Senehat. Ella nos lo cuenta todo.

Kamose miró alternativamente a su madre y a su abuela. Dos pares de ojos astutos le devolvieron la mirada.

—¿Debo entender —dijo cuidando sus palabras—, que Nefer-Sakharu despertó vuestras sospechas y que, deliberadamente, enviasteis a Senehat a seducir a Ramose y a espiarlo?

—No, no lo hicieron —dijo una voz desde la puerta. Sobresaltado, Kamose se volvió y vio a Aahmes-Nefertari que cruzaba la habitación con los labios apretados—. Fui yo. Me opongo a ser excluida de esta deliberación, Kamose. Me opongo a que me mimes y protejas como si fuese una niña. Tal vez veas a Tani cuando me miras, pero te aseguro que no me parezco en nada a mi hermana. Estoy cansada de que me trates así. Échame de aquí si quieres, pero la abuela me contará después todo lo que hayáis hablado. Yo me responsabilizo de lo de Senehat. Por supuesto, antes lo consulté con Aahotep. Senehat es inteligente y Nefer-Sakharu es muy tonta. No sospecha nada. Tampoco lo sospecha Ramose. Senehat es bonita y vivaz. Tal vez Ramose la encuentre parecida a Tani.

Kamose levantó una mano y se sintió un poco descompuesto.

—¿Estás tratando de decirme que Ramose está a punto de traicionarme de alguna manera? —logró preguntar.

Aahmes-Nefertari negó con vehemencia con la cabeza.

—¡No, no! ¿Pero cuánto tiempo seguirá escuchando los vituperios de su madre sin hacer algo? Su lealtad estará una vez más dividida. Ya está sufriendo. No le sirve de nada que le pida a su madre que se calle. No le hace caso. Pero, Kamose, tampoco se acerca a ti para advertirte que su madre nos desea mal. Debió haberlo hecho.

—No puedo imaginar a Ramose comportándose como Meketra o como su padre —dijo Kamose tembloroso—. ¡Dioses! Fue a Het-Uart por mí. Ha luchado a mi lado.

—Nosotras le queremos —remachó Aahotep—. Nos resulta odioso verlo constantemente aguijoneado por esa avispa que es su madre. No conviertas esto en una montaña. Pero no dejes aquí a Ramose.

—Entonces, ¿qué me aconsejáis? —preguntó—. Las tres estáis mejor informadas que yo de lo que sucede en esta casa. —Lo dijo en tono cáustico, para ocultar el pánico momentáneo y la sensación de repentino abandono que sentía.

—Llévalo contigo —insistió Tetisheri—. Es cierto que nos resultaría muy útil para poner espías en Het-Uart, pero sería una crueldad enviarlo a esa ciudad. Es un buen hombre. Dormiré mejor si sé que está contigo.

¿Para protegerme o para alejarlo de las tentaciones?, se preguntó Kamose. Pero en lugar de preguntarlo inclinó la cabeza.

—Muy bien. Y ahora, continuemos. Quiero que enviéis a buscar a los príncipes a fines de Khoiak. Deben estar aquí, esperándome, cuando regrese de Wawat. Het-Uart debe caer el próximo invierno. Te enviarán a ti sus informes, abuela. Léelos detenidamente y contéstalos en mi nombre. Hazme llegar tus pensamientos sobre sus palabras cuando dictes cartas para mí. También quiero que pidas noticias de mi armada en Het-Nefer-Apu. En el viaje hacia el sur visitaré a Paheri y a los Abanas en Nekheb, y cuando sepa lo que piensan de la parte del río más allá de Swenet, los enviaré al norte a reunirse con sus marineros e informarte a ti. —Miró las expresiones intensas de las tres mujeres—. Estoy poniendo un gran peso sobre vuestros hombros, pero no lo lamento. Habéis demostrado que sois capaces de llevarlo. —Su mirada incluyó a su hermana y le sonrió pidiéndole disculpas—. Tened cuidado con los príncipes. En particular con Intef y con Lasen. Intef no está lejos. Qebt está a sólo ciento cincuenta estadios río abajo de Weset. Cualquier insinuación de subversión de su parte puede ser aplastada con una visita formal de cualquiera de vosotras o de todas a la vez. Pero Lasen, en Badari, se encuentra fuera de vuestro control directo. Lo mismo sucede con Meketra, Mesehti y los demás.

—¿Subversión? —preguntó Aahmes-Nefertari—. Es una palabra muy fuerte, Kamose.

—Lo sé. Tal vez sea demasiado fuerte para describir las quejas intermitentes y el resentimiento que casi todos han mostrado desde la primera vez que los llamé. Querían seguir disfrutando de la paz y prosperidad de sus pequeños dominios. Los setiu nos han dejado en paz, dijeron. ¿Qué sentido tiene que les creemos problemas? ¿Por qué lo haces? Y lo dijeron a pesar de conocer el destino al que Apepa nos había condenado. No olvido las palabras que pronunciaron. Vosotras tampoco debéis olvidarlas. Ahora que han vuelto a sus casas, es posible que traten de desafiarme y de quedarse allí.

—¡Pero sin duda no Ankhmahor! —exclamó Aahotep.

—No, él no —admitió Kamose—. El ve la verdadera naturaleza de Egipto.

—Parte del problema se debe al poder que le has concedido a Hor-Aha —dijo Tetisheri—. Ya te he advertido acerca de eso antes, Kamose. Átalo corto. Tal vez, incluso podrías dejarlo en Wawat. Que ése sea su principado.

—¿Ahmose está enterado de las tareas que nos has encomendado? —preguntó Aahmes-Nefertari.

—Se lo diré más tarde —dijo Kamose—. En caso contrario, habrá discusiones y más instrucciones. Quería una reunión sencilla. —Se levantó del lecho—. Mañana comienza Mesore. No estaré aquí para la Hermosa Fiesta del Valle. Cuando vayáis a la tumba de mi padre para comer y hacer las ofrendas, hacedlas también en mi nombre y en el de Ahmose. Gracias a todas. Por todo. Enviaré a las portadoras de abanicos. —Se inclinó brevemente ante ellas y salió.

Aquella noche, los miembros de la familia comieron juntos y luego se fueron a sus habitaciones. Kamose, tal como acostumbraba a hacer, cogió una manta y subió al tejado del viejo palacio. Los medjay dormían a bordo de las embarcaciones, junto a mil soldados más, reclutados en Weset y sus alrededores. Estaban apretados, pero resignados, y sus sonidos apagados flotaban en el aire de la noche y a Kamose le resultaron reconfortantes.

Es agradable pensar en mañana, en volver a ponernos en movimiento, se dijo mientras permanecía tendido y escuchaba a sus arqueros y soldados de infantería discutiendo en cubierta antes de envolverse en sus mantas. Preferiría zarpar hacia el norte, pero Wawat es preferible a soportar la inundación aquí, en Weset. Aquí no soy necesario. Tal vez no sea necesario en ninguna parte. El pensamiento no le causó ninguna emoción y muy pronto cayó en la inconsciencia del sueño.

Incluso las despedidas se habían convertido en algo familiar. Las mujeres estaban de pie en lo alto de las escaleras del embarcadero, como lo habían hecho otras veces, y Kamose las besó, incluyendo a la niña que su hermana tenía en brazos. Amonmose estaba allí, con acólitos e incienso. El hijo de Ankhmahor esperaba junto a la pasarela de la embarcación, junto a los Seguidores. Akhtoy parecía abatido en cubierta. El ritual de la partida se desarrolló sin grandes muestras de pesar y casi sin lágrimas. Wawat no sería peligroso. Sólo el tiempo se interponía entre el momento de embarque y el regreso a casa.

—Dentro de cinco meses esta pequeña se sentará sola —le comentó Ahmose a su mujer—. No permitas que Raa le dé miel, Aahmes-Nefertari, pues le estropeará el gusto por la comida. Mira a Ahmose-Onkh pidiendo a gritos los pasteles. No te preocupes si mis mensajes tardan semanas en llegar —advirtió.

Ella le palmeó la mejilla.

—No tengo temor por ti ni por mí —dijo con tranquilidad—. Por supuesto que rezaré, pero estaré muy ocupada, Ahmose. Tráeme un poco de polvo de oro para los párpados. Dicen que en Wawat se puede sacar del río con la mano.

Amonmose había dejado de cantar. Los capitanes esperaban y los timoneles estaban preparados. Los marineros se aprestaban a izar las velas que se llenarían con el viento de verano que soplaba del norte con una constancia razonable. Sólo Nefer-Sakharu, un poco apartada de los demás, lloraba y se abrazaba a su hijo con vergonzosa decisión, hasta que Ramose tuvo que arrancarse de sus brazos. Los tres hombres pasaron a través de las filas protectoras de los Seguidores, subieron la pasarela y se dio la orden de zarpar. Con una sensación de alivio culpable, Kamose vio que la extensión de agua que lo separaba de su familia comenzaba a agrandarse. Saludó una vez con la mano y volvió el rostro hacia el sur.

Mesore, día 3.

A la Gran Reina Tetisheri, mi abuela, salud.

El portador de esta carta debería ser Kay-Abana quien, con su padre Baba, se encamina al norte, a Het-Nefer-Apu. Después de haber cargado una cantidad de natrón y subido a pilotos que nos guiarán sin problemas hasta Swenet, esperamos partir de Nekheb mañana por la mañana. He hecho sacrificios en el templo de Nekhbet para pedir que, como protectora de reyes, extienda sus alas sobre mí. Cuando pasamos frente a Pi-Hator dudé si detenerme para recordarle a Het-Uy su juramento, pero me pareció una innecesaria pérdida de tiempo. No dudo que ahora está enterado de que controlo las tres cuartas partes de Egipto. También pasé Esna. Estos dos puertos, donde los setiu gozan de simpatías, se encuentran aislados entre Wawat y nosotros y, por lo tanto son inofensivos. Trata a los Abana con gran cortesía y no olvides mantenerte en contacto con ellos por correspondencia en cuanto lleguen a la armada. Te pido que compartas mis noticias con mi madre y mi hermana.

Dictada al jefe de escribas Ipi y firmada por mi mano.

Kamose.

Mesore, día 10.

A la Gran Reina Tetisheri, mi abuela, salud.

La ciudad de Swenet es polvorienta y estéril, sólo rodeada por el árido calor del desierto; sin embargo, su cementerio contiene las tumbas de muchos de los poderosos reyes de Egipto y hay grandes canteras de granito que se extienden hacia el este desde el centro de este miserable grupo de casas.

Justo antes de llegar a la isla vimos que el Nilo se ensanchaba y a ésta alzándose majestuosa en un río lleno de remolinos y de corrientes. Tengo plena conciencia de que este lugar marca el límite formal entre Egipto y el sur, porque justo después de Swenet se encuentra la primera catarata y allí el Nilo se pone difícil, con olas que rompen en rocas lisas con tanta fuerza que la corriente no puede menos que abrillantarlas. Sin embargo, son hermosas. Están hechas de un material cristalino que las hace lanzar destellos rojos y rosas cuando Ra las ilumina. Ahmose comentó que su color le recuerda el de las uvas de Ta-She, tan lejos de aquí, tanto en distancia como en recuerdos.

Los pilotos que contratamos en Nekheb han vuelto a sus hogares y tengo hombres del lugar que llevarán las embarcaciones a través de este torbellino. Dicen que hace muchos hentis, el rey Osiris Senwasret hizo cavar un gran canal a través de la catarata. Habíamos oído hablar de eso y lo he visto en los mapas, pero unos trazos en un papiro no trasmiten el poder y el peligro que significan las rocas para nuestras embarcaciones. Tengo serias dudas sobre si podemos confiar en las habilidades del Divino tanto como en los conocimientos de los nuevos pilotos, pero no me queda alternativa.

Aquí, el nombre de Teti de Khemennu es bien conocido. Había olvidado que Teti era el inspector de Diques y Canales de Apepa, a pesar de que vivía en Khemennu. Por cierto, pocos setiu se han aventurado más al sur de las raíces del Delta. Su preocupación era de orden práctico. Mantenían abierto el canal para que el oro pudiera fluir. De manera que quizá logremos pasar ilesos las turbulencias.

Los medjay se excitan conforme se acercan a su tierra. Todas las tardes, cuando se les permite desembarcar, cantan y bailan. Los de la infantería miran con recelo todo este extraño territorio, pero hoy fueron con sus oficiales al mercado de Swenet. Para una ciudad tan pobre como ésta, la oferta de especias y otras cosas es impresionante. Ahora que me enfrento a las cataratas, no deseo despedirme de Egipto y entrar en las tierras salvajes de Wawat.

Confío en que habrás recibido el primer informe de los príncipes acerca de sus cosechas y del estado de sus territorios. No te demores mucho en recordarles su deber a los que sigan silenciosos. Renueva tu vigilancia sobre el río. Tal vez, Het-Uy intente enviar un mensaje a Apepa al ver pasar mi flota. No creo que la serpiente tenga la previsión ni el coraje de reunir una fuerza para reconquistar Egipto mientras estoy ausente, pero los dioses favorecen a aquellos que son lo suficientemente humildes para tomar en consideración todas las consecuencias.

Dictada al jefe de escribas Ipi y firmada por mi mano.

Kamose.

Mesore, día 19.

A la Gran Reina Tetisheri, salud.

Ya debe de haberse celebrado la Hermosa Fiesta del Valle. Recé por el ka de mi padre e imaginé la multitud de gente que debe de haber invadido la orilla occidental cargada de flores y de comida para sus muertos, los sacerdotes con sus blancas vestiduras, los cantos y el leve olor a incienso que debía de flotar en el aire. También recé por Si-Amón. Confío en que vosotras también lo habréis hecho.

Sin embargo, ha habido poco tiempo para oraciones. Nuestro avance ha sido lento por la necesidad de buscar bancos de arena ocultos en los lugares donde el río se ensancha y es menos profundo. De acuerdo a lo que aseguran los pilotos, estos bancos de arena se mueven de vez en cuando y, por ese motivo, no pueden incluirse en los mapas. Esto es particularmente cierto en verano, cuando el nivel del río es bajo. En dos oportunidades hemos perdido un día desembarcando para que las embarcaciones fueran arrastradas a tierra y luego deslizadas sobre troncos para evitar los rápidos y los bancos de arena.

Wawat es un lugar de dura belleza. Grandes rocas que parecen toscas pirámides se alzan de la tierra marrón claro, y muchas veces pasamos por riscos que se abren para revelar el desierto que corre hacia un horizonte desnudo. Cuando los riscos retroceden nos encontramos con inmensas planicies atormentadas por vientos que han formado grandes dunas doradas o que lanzan quejidos alrededor de curiosas formaciones rocosas que surgen de la arena.

Al borde del río, entre las áridas planicies y el agua, hemos visto los primeros pueblos pequeños: algunos se aferran a angostas franjas fértiles, pero otros están rodeados de bosques de palmeras y sicomoros. Hor-Aha dice que la bebida que se hace de los frutos de las palmeras que crecen aquí es muy dulce, pero en su totalidad Wawat es un país solitario y desolado. He notado que aquí la sombra de mi cuerpo cae exactamente entre mis piernas.

En este momento nos encontramos amarrados en Mi’am. Hay un gran cementerio y un fuerte que no ha sido reparado, pero no he explorado ninguno de los dos. El calor es indescriptible, un homo que arranca sudor del cuerpo y quita el deseo de moverse. Los medjay están menos afectados por él y he enviado exploradores para que verifiquen el estado de los pueblos que han sido atacados. Mi’am está en el centro de Wawat, un buen lugar como base de operaciones. Nuestras tropas egipcias están desanimadas. Es el resultado del calor y de la inmensidad de este desierto. Yo también siento que mi ka vaga dentro de mi cuerpo, pero no puedo permitir que me invada tal estado de ánimo. Espero los informes de mis exploradores y noticias vuestras.

Dictada al jefe de escribas Ipi y firmada por mi mano.

Kamose.

Mesore, día 21.

A la Gran Reina Tetisheri, salud.

Ayer recibí tu carta, junto a una de mi hermana para Ahmose y una para Ramose de su madre. Te felicito por la vigilancia cuyo fruto fue interceptar el mensaje enviado por Nefer-Sakharu al príncipe Meketra, en Khemennu, rogándole que le enviara una escolta para que pudiera volver a su ciudad. También le pedía una casa allí y su protección. Contra nosotros, presumo. Dices que el tono de la carta era extrañamente formal, como si ya hubiera concluido alguna clase de contrato o de acuerdo con él y que una carta similar debía serle entregada al príncipe Lasen en Badari. Me sorprende que no haya incluido a Intef en su correspondencia, pero tal vez la propiedad de éste en Qebt esté demasiado cerca de Weset para que se sienta tranquila. Me pregunto qué tramará. Confío en que habrás hecho sellar las cartas otra vez y permitido que los heraldos las llevaran al norte. Si los dos príncipes mencionan su contacto con ella en sus comunicaciones contigo, sabremos que podemos confiar en ellos. De no ser así, debemos suponer que el tiempo que ella pasó en su compañía ha dado frutos peligrosos. Tal vez no sea más que un ferviente y hasta desesperado deseo de escapar y encontrarse con antiguos amigos, pero sospecho algo más oscuro. Si Apepa consigue volver a controlar Egipto, Nefer-Sakharu tiene posibilidades de ganar más que lo que ha perdido. ¿Estaré lleno de vanas imaginaciones, Tetisheri? Continúa vigilándola, pero no hagas nada. Es una mujer desagradable, pero si me equivoco me arriesgo a merecer la desaprobación de los dioses.

Hemos pasado los últimos once días en escaramuzas con los depredadores del desierto que han estado hostigando los pueblos de los medjay. Parece que llegaron de Kush hace algún tiempo y poco a poco han avanzado hacia el norte, rumbo al territorio medjay, al este del río, desde Buhen casi hasta la primera catarata, en la amplia extensión de tierra llamada Khent-hen-Nefer. Han aterrorizado a las mujeres y los niños medjay, pero no hay pruebas de que lo hayan hecho por orden de Teti-en. Cazarlos ha sido caluroso, sucio y brutal. Son buenos arqueros, pero no tanto como los medjay, que han tomado esta pequeña incursión con la feroz alegría de los gatos sueltos en un granero lleno de ratas.

Los kushitas están mal armados. La mayoría de ellos sólo cuentan con porras, otros tienen cuchillos y unos cuantos empuñan espadas de forja sospechosamente egipcia. No usan más que taparrabos hechos de cuero de gacela y caminan descalzos por una arena caliente que quemaría las plantas de los pies de todos los que no fueran nuestros más sufridos campesinos. Gritan mucho y sacuden sus porras. Los medjay contestan a los gritos y entonces se produce la habitual confusión de carreras, disparos, heridas de armas, sangre y sudor. Por la noche las hienas se encargan de devorar los cuerpos. Nuestras pérdidas han sido tan pocas que casi no tienen importancia. Mañana enviaré a mil medjay bajo las órdenes de Hor-Aha a la parte nordeste de Khent-hen-Nefer para que maten a los kushitas rezagados. No podemos permitir que se acerquen a nuestras fronteras. Wawat es una excelente zona intermedia y debemos mantenerla en paz.

Envía a alguien al taller de los talladores y asegúrate de que los trabajos que les encargué avancen bien. Quiero tenerlos instalados en el templo cuando llegue a casa.

Dictada al jefe de escribas Ipi y firmada por mi mano.

Kamose.

Tot, día 3.

A la Gran Reina Tetisheri, a mi amada madre y a mi querida hermana, salud en este tercer día del Año Nuevo.

Hubiera querido estar con vosotras el primer día de este mes, cuando todo Egipto celebra el ascenso de la estrella Sopdet y nosotros, en Weset, hacemos solemnes sacrificios a Amón. Estoy deseando saber qué augurios descubrió Amonmose respecto a nuestra suerte durante el año venidero, cómo está la pequeña Hent-ta-Hent y el volumen de la cosecha. Aquí todavía no hay señales de que Isis esté llorando, pero confío en que honrará nuestros esfuerzos por Ma’at y nos proporcionará una gran inundación.

Estoy dictando este mensaje en la cubierta de mi embarcación, a la hora de la puesta del sol. El desierto, el viejo fuerte, las chozas de adobe de Mi’am, las palmeras inmóviles, todo está en llamas por el reflejo rojo de Ra que es tragado por Nut, cuya boca, aquí en Wawat, parece tan ancha como el mundo entero. Esta es la hora en que nuestros espíritus comienzan a animarse. El frío del desierto comienza a invadir la brisa. Se encienden las fogatas, y enseguida percibiremos el aroma de la comida que se cocina. Akhtoy nos trae cerveza fresca que ha estado sumergida todo el día en el río. Los habitantes del pueblo se acercan para recibir lo que los cocineros se dignen a darles y, una vez que han comido, sacan sus pequeños tambores y cantan para que los medjay puedan bailar. Muchas cosas nos resultan familiares después de dos temporadas de campaña en el Nilo, pero el ambiente de este país es extranjero, salvaje y poco hospitalario. Está fuera de los límites de la civilización que llevamos con nosotros y cuya huella dejamos allí donde nos instalamos.

Hor-Aha ha vuelto esta mañana con su tropa y con seis prisioneros, los jefes de los pueblos que saquearon e incendiaron. Creo que los llevaré a Weset y les mostraré el poder y las riquezas de Egipto para disuadirlos de futuras incursiones. Hor-Aha sabe hablarles en su idioma, parecido a la lengua de los medjay, algo más gutural. Una vez capturados se vuelven muy mansos y sumisos, pero aun así Hor-Aha los ha puesto bajo vigilancia continua.

Mañana pienso dejar aquí unos quinientos hombres y llevar el resto más al sur, hasta Buhen. Ya no hay mucho más que hacer en esta zona. Tendremos que ir a pie, puesto que el Nilo muestra una ligera crecida y hay que poner las embarcaciones en lo alto de las orillas para evitar la inundación. Suponemos que nuestro avance será lento y largo, porque hay muchos pueblos en el camino y están todos infestados de kushitas. Estoy ansioso por ver el gran fuerte de Buhen para saber si valdrá la pena repararlo y dotarlo de una guarnición, y espero poder investigar la posibilidad de recuperar enseguida las minas y las rutas del oro. Supongo que habréis recibido las cartas que Ahmose ha dictado. Estoy seguro de que te ha dicho, Aahmes-Nefertari, que allí donde vamos el oro puede ser recogido de las orillas del no, y que se ve cómo brilla bajo el agua. Os quiero a todas.

Dictada al jefe de escribas Ipi y firmada por mi mano.

Kamose.

Paophi, día 7.

A la Gran Reina Tetisheri, salud.

Ojalá pudieras ver la absoluta grandeza de este lugar. El fuerte de Buhen está situado en el centro de una especie de bahía formada por sierras bajas de arena. La bahía misma es una planicie muy fértil que se extiende a ambos lados del Nilo y tiene muchos campos y palmerales. Aquí el río corre en línea recta. No hay lugares angostos, rocas ni corrientes peligrosas, de manera que los antiguos se vieron obligados a construir muelles de piedra para las embarcaciones grandes. Los muelles no están en buenas condiciones y en este momento están bajo el agua de la inundación.

Sin embargo, es el fuerte el que atrae la mirada. No lo describiré con detalle, aparte de decir que tal vez un tercio de la población de Weset podría caber dentro de sus muros de ladrillo. Es como una pequeña ciudad fortificada. Dentro de su perímetro hay una ciudadela amurallada que contiene casas, talleres y graneros, protegidos por muros más gruesos que dos hombres tumbados con la cabeza de uno contra los pies del otro. Ramose me dijo que le recordaba a la ciudadela de Het-Uart. Los antepasados de Apepa decidieron edificar su palacio detrás de un escudo que nuestro antepasado les proporcionó sin saberlo, el mismo antepasado que hizo erigir este lugar invencible.

Dos grandes torres flanquean las puertas que dan acceso a los muelles de piedra, pero la puerta más grande se abre al desierto, en el lado oeste. No diré más respecto a sus dimensiones. Ahmose ha ordenado que sea copiado en un papiro para poder estudiarlo mejor cuando volvamos a casa. Trata de convencerme de que lo vuelva a utilizar, que deje tropas aquí, pero por el momento no lo considero necesario. La capital de Teti-en, Defufa, está a más de mil quinientos estadios al sur. Ya no creo que sea una amenaza. Los bárbaros habitantes de Kush pertenecen a varias tribus y ninguna de las que atormentan a los medjay pertenece a Teti-en. Además, mis soldados deben concentrarse en terminar con los setiu que todavía quedan antes de que decida dirigir mi atención hacia Kush. Los soldados acampados aquí podrían proveerse de carne y verduras, pero el grano y otro tipo de vituallas habría que enviárselo con regularidad desde Egipto, y Egipto todavía no está en condiciones de preocuparse de Buhen.

Nos ha costado más de un mes llegar hasta aquí. El río, desde el sur de Mi’am, está lleno de pueblos medjay, todos ellos más o menos controlados por kushitas a los que era necesario eliminar porque allí vivían las familias de nuestros arqueros, de manera que no sólo hemos luchado sino que nos hemos visto obligados a permanecer un día o dos en cada pueblo mientras se realizaban reuniones medjay. Estamos almacenando mucha buena voluntad para el futuro, pero me irrita esta necesidad.

El mismo Buhen estaba gobernado por kushitas que se defendieron con fiereza y consiguieron mantener el fuerte durante tres días, aunque este éxito se debió más al excelente diseño de la fortaleza que a la capacidad de aquéllos para la guerra. Cuando conseguimos entrar hubo una gran matanza y nuestros hombres todavía están ocupados en sacar a rastras los cadáveres para quemarlos y en limpiar el desorden de chozas de juncos, inseguros establos para animales y otros despojos del lugar donde vivían los salvajes. He enviado a sus mujeres y niños al lugar de donde vinieron.

Ahmose y yo hemos hablado mucho acerca del oro. Era recogido por Teti en Defufa y embarcado hacia el norte para Apepa en barcazas de muy poco calado. No hemos visto rastros de dichas barcazas por ninguna parte, de manera que suponemos que todas están en Defufa, y que posiblemente llevan pudriéndose los dos años que dura nuestra campaña. Podemos pasar el mes próximo construyendo más y organizar a los medjay locales para que las llenen. Es absolutamente cierto que el oro puede recogerse prácticamente del suelo y ser enviado por el Nilo. Pero ¿dónde están los egipcios que organizarán la empresa? Nosotros podemos iniciarla, pero habrá que enviar oficiales desde Weset para mantener trabajando a la gente. Buhen marca el límite de Wawat con Kush. A menos que conquistemos Kush, no podremos conseguir el oro que hay hasta Defufa, y no puedo gastar el tiempo ni los hombres necesarios, por lo menos hasta que Apepa y los de su clase se hayan ido. No quiero intranquilizar a Teti-en. Es un misterio. Ignoramos qué fuerzas manda. Hasta ahora se ha mostrado indiferente a los sucesos de Egipto. Dejémoslo en paz. Tal vez aceptaría firmar un tratado con él, pero si es un hombre honorable mantendrá su convenio con Apepa.

Me alegro de que la cosecha haya sido tan buena y los graneros estén repletos. También de que hayas recibido cartas de todos los príncipes, incluidos los jefes de la armada. Por lo visto, en cuanto regrese podré iniciar una marcha contra Het-Uart. Este año, si Amón lo desea, tal vez veamos el fin de la presencia setiu en Egipto.

Dictada al jefe de escribas Ipi y firmada por mi mano.

Kamose.

Athyr, día 1.

A la Gran Reina Tetisheri, salud.

Me resulta difícil creer que sólo hace tres meses que estamos lejos de Weset. Parecen tres años. Desde mi última carta me he aventurado un poco hacia el sur para ver la segunda catarata que no comienza lejos, sobre el fuerte más pequeño de Kor. A pesar de que las aguas de la inundación siguen creciendo, es posible comprender por qué los antiguos consideraron necesario construir gradas. La catarata, llamada El Vientre de Piedra, se extiende durante cientos de codos río arriba, a través de rocas de granito caídas que parecen dientes esperando para destrozar cualquier embarcación lo suficientemente temeraria para tratar de pasar. Su extremo norte es transitable cuando el agua está crecida, arrastrando las barcas con cuerdas, pero es imposible usar este sistema durante todo el trayecto.

En Iken, las gradas se extienden unos siete estadios y medio, hasta donde hay un grupo de rocas tal vez lo suficientemente grandes para ser llamadas islas que bloquean toda posibilidad de paso. Ahmose y yo las recorrimos en su totalidad. Están en buen estado a pesar de que hace dos años que no se usan. A mí me parecería más sensato desembarcar el oro en el extremo sur de la catarata, llevarlo hasta el extremo norte y luego embarcarlo en otras naves que lo estarían esperando. Pero tal vez sería un sistema muy poco práctico por el volumen del cargamento.

Ya he cumplido con mi trabajo aquí. Akhtoy me ha preparado habitaciones en Buhen, en la casa del jefe militar, que es muy cómoda. Las comparto con Ahmose, a quien veo sólo por las tardes. Dedica mucho tiempo a explorar la zona, a hablar con los habitantes del pueblo y a organizar maniobras para evitar el aburrimiento, el suyo y el de las tropas.

Ramose y yo caminamos por los terraplenes de este lugar y observamos fluir el río hacia el norte, hacia vosotras, o nos sentamos a hablar a la sombra de los altos muros. Ramose habla de muchas cosas, pero no de su madre, por lo tanto te aconsejo, Tetisheri, que no abandones tu vigilancia. No quiero decir que Ramose tenga sentimiento de culpa en la conciencia, pero Nefer-Sakharu puede haberle murmurado palabras llenas de maldad que podrían enfurecerme y no se atreve a decírmelo por temor a poner en peligro el bienestar de su madre. No me informas de más cartas entre Nefer-Sakharu y los príncipes. ¿Será porque ella no ha vuelto a escribir o porque el contenido de esas misivas no tenía mucha importancia para mencionarlo? Sin embargo, estoy inquieto. Asegúrate de que los príncipes estén reunidos en Weset a fines de Khoiak, tal como te pedí. No quiero que pasen más tiempo del realmente necesario en sus propiedades.

Hor-Aha ha ido a visitar a su madre, Nithotep. Está deseando que llegue el día en que pueda llevarla a vivir a la casa que le daré, en las tierras que gobernará. ¿Sabías que lleva en el cinturón un recuerdo de su servicio con mi padre? Está muy satisfecho con la limpieza de Wawat. Hemos asegurado la lealtad de los medjay a un precio muy bajo.

Se acerca el festival de Hapi. Haremos aquí nuestros sacrificios, pero por favor, ruega con fervor al dios del Nilo para que nos lleve a salvo en su pecho y que apresure nuestro regreso a casa cuando la inundación ceda.

Dictada al jefe de escribas Ipi y firmada por mi mano.

Kamose.

Khoiak, día 11.

A la Gran Reina Tetisheri, salud.

El día de hoy nos encuentra de nuevo en Mi’am después de caminar por el desierto, al borde de la inundación. El río está demasiado crecido para botar las embarcaciones, pero ya ha comenzado a bajar. Dentro de otra semana arriesgaremos el regreso a Swenet y nos enfrentaremos a las dificultades de la primera catarata. Ruego que podamos pasar.

Desde que recibí tu última carta he estado nervioso. ¿Por qué hace tanto tiempo que Intef no te escribe? Qebt está a sólo ciento cincuenta estadios de Weset Me alegro de que mi madre haya decidido ir a visitarlo personalmente y su pretexto para hacerlo, una preocupación por su bienestar, me pareció plausible. Las excusas por su silencio me parecen falsas. ¿Qué príncipe no debe ocupar sus horas en resolver las peleas mezquinas de sus súbditos y en discutir con sus mayordomos la distribución del grano después de la cosecha? Al menos, aseguró que llegaría a Weset a finales de este mes. Los demás príncipes también deben de estar preparándose para viajar. No soy feliz, Tetisheri. Presiento que algo no va bien. Tengo vagas premoniciones y desearía poder consultar al oráculo de Amonmose. Hazlo por mí, aunque nada puede ser tan descorazonador como su último pronunciamiento. Trato de no pensar mucho en ello, pero en esta inmensa y recalentada aridez, la muerte no parece estar muy lejos, a pesar de la rutina y de los deberes de una vida en marcha que deberían reconfortarme. Un desastre, un error, una epidemia de fiebre, y nos encontraríamos a merced de una tierra implacable y hostil. Estoy perdiendo el dominio de mis pensamientos y no tengo ningún control sobre lo que pueda estar sucediendo en Egipto. Estoy desesperado por dejar Wawat atrás.

Ahmose está aburrido, pero no se obsesiona. Cuando pasamos por Toska, un pueblo medjay en la orilla oriental, cruzó el río en un esquife de juncos, remando él mismo, para escribir nuestros nombres en las rocas que hay allí. Me encolericé con él por haberse arriesgado tanto, pero se rió. «Me estoy asegurando de que los dioses puedan encontrarnos si las cosas andan mal y nuestras tumbas son destruidas» dijo, pero creo que lo hizo por puro aburrimiento. Los soldados lo vitorearon durante todo el camino.

Estoy sorprendido y contento de que Aahmes-Nefertari haya adquirido la costumbre de observar a las tropas cuando se ejercitan en el desierto y de que haya ofrecido pequeñas recompensas a los que se destaquen en las maniobras. Se ha tomado muy en serio mis instrucciones. Transmítele mi aprobación.

No volveré a escribir, abuela. Si todo va bien, te abrazaré en algún momento de Tybi.

Dictada al jefe de escribas Ipi y firmada por mi mano.

Kamose.