NARCISO
Narciso se extinguía.
Su belleza exhalaba sin medida
cercanía de su ser,
tan densa como aroma de heliotropo.
Obligado a mirarse como estaba,
se embriagaba de aquello que él estaba emanando,
sin que la abierta brisa pudiera contenerlo.
Cautivado cerraba el radio de las formas
y se abolió a sí mismo: no pudo existir más.
París, abril de 1913