ANTISTROFAS
Oh que estéis, mujeres, aquí sobre la tierra,
que os mováis con nosotros que sufrimos,
sin mayor precaución y seáis capaces,
cual bienaventuradas, de darnos bendición.
¿De qué región, cuando
aparece el amado,
tomáis en vuestras manos el futuro
—oh mucho más futuro que el que nunca ha de haber—?
Aquel que ya conoce las distancias
hasta la más lejana y fija estrella,
incluso ése se asombra al descubrir
el magnífico espacio de vuestro corazón.
¿Mas cómo conseguís librarlo del tumulto?
Oh vosotras, oh llenas de noche y manantiales.
¿Sois de verdad aquellas que de niñas,
estando en el pasillo del colegio,
empujó rudamente el hermano mayor?
Vosotras, oh indolentes.
Mientras que ya nosotros, siendo niños,
mudamos feamente para siempre, vosotras erais como
el pan antes de la consagración.
El fin de vuestra infancia
tampoco fue severo.
De repente ahí estabais ya completas:
tornadas maravilla, como en Dios.
Y nosotros…, nosotros ya de niños
arrancados del monte,
angulosos los filos, aunque a veces quizás
bellamente esculpidos.
Mores de los solares más profundos: vosotras,
vosotras, las amadas por raíces
y de Eurídice hermanas,
del sagrado retorno siempre llenas,
tras el hombre que asciende.
Oh por nosotros mismos ofendidos: nosotros,
ofendidos primero a voluntad
y más tarde ofendidos a la fuerza.
Nosotros, como armas que velasen
el sueño de la ira.
Y vosotras que sois casi refugio, donde
nadie ofrece refugio.
Como árbol que entrega su sombra para el sueño
es pensar en vosotras
dentro de los delirios del hombre solitario.
Venecia, verano de 1912 - Muzot, febrero de
1922
Ámbito de las Elegías de Duino