Capítulo 7 Jenny

—Venga, Chloe, ¡no aprietes tanto! —exclamé, riéndome como una tonta mientras estiraba los brazos hacia atrás para agarrar la mano de Chloe. Chloe y yo estábamos en una de las cabinas del baño del trabajo y me estaba anudando el corsé de mi noche de bodas.

Cuando a mediodía llegó el paquete, Chloe reparó en él desde el otro lado de la oficina, se levantó de la silla de un brinco y vino hasta mí como una bala, con los tirabuzones dando botes, para llevarme a rastras del ordenador al baño de señoras. Me había gustado el estilo de la ropa interior de la página web de Blackout Nights: todo era original de los años cuarenta, y el corsé tenía pinta de hacer una cintura de avispa y un pecho protuberante. Ahora ya tenía la cintura de avispa —de hecho, minúscula—, pero apenas podía respirar, y al bajar la vista no estaba segura de que el escote quedara demasiado realzado pese a todo el esfuerzo.

Vaaaale. —Chloe cedió finalmente—. Lo anudaré aquí. Date la vuelta y déjame ver.

—¿Que me dé la vuelta? ¿Estás de coña? —Me eché a reír—. Ni siquiera podemos movernos sin sobarnos.

—Vale, deja que pase y me lo enseñas como es debido al lado de los lavabos. —Al cabo de unos instantes exclamó—: Venga, sal. No te preocupes, el baño está cerrado a cal y canto.

Me asomé a hurtadillas y comprobé que Chloe efectivamente tenía la espalda apoyada firmemente contra la puerta principal para mantenerla bien cerrada. Avancé unos pasos y eché un vistazo en el espejo de cuerpo entero. Tenía un aspecto totalmente distinto, y eso que todavía llevaba puesto el pantalón de trabajo.

—Qué explosiva —dijo Chloe sonriendo.

La verdad es que no estaba nada mal. Aunque mis curvas no fueran precisamente de escándalo, estaban, sin lugar a dudas, ahí, embutidas por la ingeniería del corsé en mi figura, un tanto masculina. Esa semana había ido a la peluquería para darme unos reflejos en tono rubio claro en mi media melena y ahora el flequillo hacía resaltar extraordinariamente mis grandes ojos color avellana. La impresión de conjunto era impresionante: seguía siendo yo, pero en una versión más glamurosa. Di un respingo cuando oír tocar a la puerta.

—¡Está ocupado! —gritó Chloe, empujando con fuerza.

—No está mal, ¿verdad, Chlo? —dije mientras toqueteaba nerviosamente las ballenas—. Lo que pasa es que no sé cómo diablos voy a apañármelas para probar la tarta nupcial con esto encima.

De vuelta a mi mesa, no levanté la cabeza durante las últimas horas de la jornada. Mientras el director de arte, que se sentaba cerca de mí, decidía con su equipo qué imágenes se necesitaban para la siguiente edición, revisé el papeleo, contesté correos y ayudé a Zoe con una gigantesca pila de documentos pendientes de archivar antes de la inspección prevista para la mañana siguiente en la redacción. El plato fuerte de la tarde fue un correo de Maggie con la foto de unos adornos de boda artesanales que había descubierto: mapas antiguos cortados en tiras y montados en forma de corazones que se podían ensartar. Cuando el reloj de mi ordenador marcó las cinco y media, ya había terminado toda mi lista de tareas y vaciado mi bandeja de entrada.

Zoe me miró fijamente desde su mesa con leves ojeras bajo sus oscuros ojos.

—Bueno, venga —dijo inexpresivamente, ladeando la cabeza en dirección a las mesas vacías. Solo quedaba Gary, el jefe de Zoe, tecleando con la mirada clavada en su ordenador—. No hay premio por quedarse hasta última hora, ya lo sabes, Jenny. Seguimos aquí porque no nos queda más remedio. —Volvió la vista hacia el documento que estaba revisando, sin esperar una respuesta. Era su peculiar manera de ser agradable.

Cogí mi bolsa del gimnasio, dije adiós y crucé la gran puerta de cristal de la oficina.

Chloe me estaba esperando en recepción, apoyada contra el mostrador para cambiarse sus tacones de vértigo por zapatos planos. Cuando llegué estaba intentando meter a presión en el bolso los zapatos de trabajo.

—Jen —dijo mientras flexionaba los pies en las bailarinas como para volver a acostumbrarse a la sensación—. Ya sé que quedamos en ir a Zumba esta noche —leyó en mis ojos mi recelo y urdió la excusa—, pero hoy me he tenido que poner estos puñeteros tacones para una reunión y los pies me están matando. Además, hace una noche preciosa. ¿Y si mejor vamos a tomar algo?

Yo tenía muchas ganas de acudir a nuestra cita habitual en Zumba, no había nada como menear un poco el trasero a ritmo latino para librarse de la depre de los lunes; sin embargo, la mirada de Chloe, con los ojos muy abiertos, me suplicaba que cediera por esta vez.

—Prometo que iremos la próxima vez —afirmó.

—Vale —claudiqué—. Pero te tomo la palabra; el jueves vamos sin falta —dije, sonriendo—. Para la boda quiero estar más tonificada que ahora, por mucho que tenga el corsé para ceñirme todo.

—¿Fox and Pheasant? —propuso Chloe, y dejamos las oficinas climatizadas de Sussex Living para salir juntas al aire cálido de la tarde. Para ser lunes, la acera del pub de enfrente, el de costumbre, ya estaba abarrotada de gente. Los empleados de las tiendas y oficinas de Charlesworth disfrutaban de una tarde agradable e imprevista, vino blanco con soda y Magners en mano. Chloe y yo cruzamos la calle y yo entré para pedir dos copas de vino blanco mientras Chloe pillaba un hueco en un banco.

—¿Y bien? —inquirí al volver de la barra, al tiempo que me acomodaba en el asiento y dejaba la bolsa del gimnasio intacta debajo de la mesa—. ¿Qué tal la fiesta de treinta cumpleaños del sábado?

—Ejem, sí... —balbució, arrugando un poco la nariz.

Conocía ese gesto.

—Chloe... —comencé a decir en el tono de institutriz que al parecer adoptaba siempre que sacábamos a colación este tema.

—Ya sé, ya sé. —Levantó las palmas de las manos—. Es que todos los hombres de la fiesta eran unos capullos, Jen. Casi todos eran amigos banqueros de Nikki que habían venido de Londres. Fue como si esperaran que las chicas del campo fuésemos a lanzarnos con ellos de cabeza a las pacas de paja ante la mera mención del champán —dijo Chloe mientras se soltaba el pelo y se pasaba las manos entre sus rizos castaños—. Así que cuando recibí un mensaje de Jon a medianoche diciéndome que fuera a su casa, me marché. —Enarqué una ceja—. Fue encantador conmigo cuando llegué.

—Claro. Cómo no —dije, sin poder controlarme.

—Lo sé, Jen. No hace falta que me lo recuerdes. —Chloe parecía un tanto cabizbaja.

Chloe y Jon mantenían un tira y afloja desde que yo la conocía. Ella se había enamorado perdidamente de Jon al conocerlo a través de un servicio de citas online hacía tres años y, según Chloe, su primer año juntos había sido un sueño. Por lo que yo había presenciado, sin embargo, se había pasado los dos años siguientes incumpliendo todas sus promesas y rompiendo con ella. Luego, era matemático: cuando ella volvía a superarlo, él decidía que quería volver con ella.

—Me pidió mil perdones por haberse perdido la boda de Jo —explicó Chloe—. Y el caso es que, a fin de cuentas, las bodas no son su fuerte, así que quizá fuera mejor que no asistiera después de todo, como dijo él. —Chloe dio un sorbo al vino y se alisó la falda plisada color melocotón—. Jen —dijo tras una pausa—, ¿cómo es que Dan y tú hacéis que parezca tan fácil?

—¿Eso te parece? —pregunté, realmente sorprendida de que pensara eso—. No tengo ni idea, Chlo... Porque no lo es; no siempre. Pregúntale cómo lleva salir con alguien que ordena los DVD por orden alfabético y que hace «desaparecer» ropa suya que no le entusiasma demasiado. Tenemos nuestros momentos, créeme.

—Vale, pero no tienes dudas, ¿verdad? —inquirió Chloe—. Me refiero a dudas importantes.

—No —contesté mientras meditaba sobre ello—. Importantes, no. Esta vez lo tengo bastante claro. —Pensé en lo diferentes que habían sido las cosas con mi ex; por aquel entonces tenía un catálogo de dudas. Pero cuando conocí a Dan, las cosas simplemente parecieron encajar y, aunque no todo era perfecto, quererle era la mayor parte del tiempo como la sensación de un domingo perezoso, no una guerra.

—Me alegro —dijo Chloe, animándose—. Porque da la casualidad de que tengo unas ideas buenísimas para tu despedida de soltera, de modo que ahora no puedes echarte atrás.

Sonreí.

—Ni hablar.