Capítulo 24 Jenny

—En serio, no os podéis figurar lo tiernos que eran el uno con el otro. Agarrados de la mano todo el rato... Fijaos, a los ochenta años. —Alison estaba sentada en el mullido sillón de mi sala de estar con una taza de té en la mano—. En fin, a veces para mí un buen día significa no haber estrangulado a Pete cuando termina.

Maggie y yo nos echamos a reír. Era evidente que, por mucho que dijese, la relación de Alison y Pete era bastante inquebrantable.

—Parece una relación idílica —dijo Maggie, y yo asentí para corroborarlo—. Supongo que cuando has pasado por lo que ellos seguramente es mucho más fácil seguir valorando al otro. —Maggie estaba repantigada en mi sofá de cuadros y yo sentada en la silla de caña que había junto a él.

—En cuanto Derek regresó a casa decidieron formar una familia —explicó Alison—. Y desde entonces han sido una piña en las duras y en las maduras. Algunas de las cosas que me contaron son un buen ejemplo de cómo esperar unidos a que pasen los malos momentos.

—Es curioso lo fácil que resulta olvidar eso, ¿verdad? —dije. Esa mañana había puesto a Maggie y Alison al corriente de la reaparición de mi madre, contándoles la versión resumida de cuando nos abandonó y el consuelo que supuso dar rienda suelta a todos esos sentimientos hablando con Dan—. Me parece estupendo que conozcamos un poco la feliz historia de nuestro juego de té. Hace que me encariñe aún más si cabe de él.

Dan asomó la cabeza por la puerta.

—Bueno, chicas, os dejo. Me voy al pub con Russ. Nos vemos luego, Jen. —Se acercó a darme un cálido beso de despedida en la boca y las chicas soltaron suspiros con aspavientos.

—Ay, el amor de juventud —dijo Alison. Dan le hizo un fugaz guiño.

—Es un verdadero bombón —dijo Maggie en cuanto salió por la puerta—. Que no se te escape, Jen.

—Vaya, gracias —contesté entre risas—. Para serte sincera, me gusta bastante. Hablando de enredar a alguien... —continué—. Dejando a un lado a mi descarriada madre, hay dos mujeres a las que quiero ver sin falta en mi gran día. Y espero que no les importe que haya escatimado en los gastos de envío. —Me puse de pie y saqué dos invitaciones del cajón de nuestro buró de madera—. ¡TACHÁN! —exclamé, y les di una a cada una.

Al final habían quedado muy bonitas; el papel era de gran calidad —Chloe había utilizado sus artimañas femeninas con los impresores de la revista para conseguir descuento— y yo había añadido un dibujo lineal de una ceremonia de té de los años cuarenta con una mesa atestada de pastelillos y empanadillas de cerdo y Dan y yo asomados a hurtadillas al fondo de la escena. Chris había elegido una elegante tipografía de la época de la guerra que armonizaba a la perfección con el diseño, haciendo que el conjunto pareciera una ilustración de uno de mis viejos cuentos infantiles favoritos.

—Espero que podáis asistir al debut del juego de té —comenté con entusiasmo. Entregar las invitaciones hacía que la boda se materializase definitivamente.

—Son perfectas —dijo Alison mientras miraba la invitación que tenía en la mano—. Originales y totalmente de tu estilo.

—Son una preciosidad —añadió Maggie—. No podían ser más apropiadas. ¿Quién te hizo la ilustración?

—En realidad fui yo —contesté, en un tono de mayor seguridad en mí misma de la que sentía. Era la primera vez que enseñaba mis dibujos a alguien desde el instituto—. Siempre me han gustado los dibujos lineales, así que decidí probar suerte.

—Es increíble —asintió Alison en señal de aprobación—. Y Dan y tú también aparecéis, con leves trazos pero sí, no cabe duda de que sois vosotros.

—Bah —dije para quitarle importancia al cumplido, notando cómo me ruborizaba—. Gracias. Pero lo más importante: ¿podréis venir?

—El dos de agosto..., sí, por descontado —respondió Alison—. Pete y yo no vamos a tener más remedio que apañarnos sin vacaciones este año... Una larga historia... Pero la ventaja es que estaremos libres con toda seguridad.

—Estupendo —dije al tiempo que me acercaba para ver su invitación—. También debería figurar el nombre de Pete, ¿no? Le dije a Dan que se ocupara de ello, y aunque estoy segura al cien por cien de sus aptitudes...

—Sí, aquí está. Se pondrá contento. Hace tiempo que no asistimos a una boda. Todos nuestros amigos se casaron hace siglos, o decidieron no hacerlo, y, que Dios nos coja confesados, hasta nos han empezado a invitar a fiestas de divorcio. —Alison se echó a reír, pero al mirar a Maggie se dio cuenta de su metedura de pata—. Perdona, Maggie, he dicho una estupidez, no pretendía...

—No, no, no pasa nada, no te preocupes —contestó Maggie, tomándoselo a broma—. Igual es un arreglo poco convencional... embarcarse en un idilio con un divorcio de por medio, eso no hay quien lo niegue, pero de hecho la relación con Dylan va bastante bien.

—Entonces ya puedes devolverme la invitación —dije, y se la quité de las manos.

—¿Quéee? —protestó ella.

Saqué mi boli y escribí el nombre de Dylan junto al suyo, precedido por un pequeño y poco definido «&».

—Toma. —Se la pasé y sonrió al verla.

—Es bonito tener un nombre junto al tuyo.

Se inclinó hacia delante para coger una de las magdalenas de pistacho que yo había dispuesto en un plato conmemorativo del cincuenta aniversario del reinado de Isabel II y comenzó a quitarle distraídamente el envoltorio de papel.

—¿Cómo lleváis lo de sacar tiempo para veros? —pregunté—. Porque tú con Bluebelle y él con su fotografía..., debéis de estar bastante liados.

—Pues sí, efectivamente, pero tal y como se están desarrollando los acontecimientos no creo que eso implique mayor problema.

—Ah, ¿sí? —dije, curiosa—. ¿Y eso?

—Acaba de mudarse a mi casa.

Alison levantó la vista de su agenda, donde estaba anotando la fecha de la boda en un mes aparentemente bastante escaso de compromisos.

—¿De veras? —preguntó, boquiabierta.

—Sí —respondió Maggie, sin dejar entrever nada más.

—¡Pero si solo lleva aquí un par de semanas! —exclamó Alison.

Maggie se encogió de hombros.

—Ya nos conocemos, y ambos pensamos que no tiene sentido andarse por las ramas. Algo parecido a tus amigos Ruby y Derek, supongo.

—Seguro que es estupendo en la cama —comentó Alison, sonriendo a Maggie.

—Y pareces muy feliz —añadí yo, observando el brillo de sus ojos, la manera en la que le titilaban al hablar de Dylan—. ¿Se lo has contado ya a tu madre y a tu hermana?

—A mi madre sí, y está contentísima. La verdad es que es curioso, me vio sufrir el desengaño del divorcio, los días de llanto, las noches de insomnio, los dramas interminables... y, sin embargo, nunca descartó realmente a Dylan. Por algún motivo fue incapaz de enfadarse con él, a pesar de que yo lo estaba. Le gustó desde el principio y su mayor deseo era que hiciéramos las paces. Supongo que mi madre tenía razón desde el principio.

Al cabo de media hora, Maggie ya había vuelto a la tienda y yo buscaba en el iPod un nuevo álbum.

—No te importa que me quede por aquí, ¿verdad, Jen? —preguntó Alison, repanchigada en el sofá.

—Claro que no —respondí—. Estoy encantada de que me hagas compañía. —Daba la casualidad de que también era una buena excusa para dejar para más tarde la colada de la pila de ropa sucia que amenazaba con apoderarse de nuestro dormitorio.

Alison volvió a coger su invitación de boda y deslizó el dedo despreocupadamente por el texto en relieve.

—Estoy deseando mover el esqueleto contigo en la boda, Jen —dijo—. Aunque Dios quiera que Pete no haga una excepción y salte a la pista de baile también.

—¿En serio? Dan es un patoso bailando, pero había dado por sentado que Pete era un buen bailarín, supongo que porque sabía que tenía dotes musicales.

—Oh, sí —respondió Alison—. Un desastre absoluto en la pista de baile. No en vano me hice íntima de un amigo gay; era prácticamente mi única oportunidad de sobrevivir bailando el swing. —Alison mantuvo el dedo posado sobre la imagen—. Me gusta muchísimo tu dibujo. ¿Me enseñas algo más que hayas hecho?

La miré desde donde estaba, de pie.

—Bueno —comencé, no sin cierta timidez—, ¿a qué te refieres exactamente?

—Es por el nuevo café que va a abrir Jamie; también dispondrá de espacio para colgar unos cuadros en las paredes, una zona muy pequeña para exposiciones, y quiere que participen artistas locales. Bueno, por eso y también por pura curiosidad.

Me vino a la memoria un dibujo de mi libro infantil. Todavía no le había enseñado mi pequeño proyecto a nadie.

—Sí que tengo algo que enseñarte —dije tras una pausa, ilusionándome con la idea—. En fin, no es que sea apropiado para el café, pero si tanto interés tienes...

Alison se enderezó en el asiento, sonriente.

—Por supuesto que sí, venga, ve a por él. —Y dio dos palmadas para meterme prisa.

Fui a mi habitación e instantes después volví con la caja de cartón donde guardaba Charlie, Carlitos y yo. Tras la charla que había mantenido días antes con Dan, tenía la cabeza más despejada y había retomado el trabajo con el libro, había dado los últimos toques a algunas ilustraciones y había decidido un final que me gustaba. Cuando traje la caja de casa de mi padre, Dan sintió curiosidad, pero le dije que era una sorpresa relacionada con la boda y que no podía empezar a fisgonear, y creo que bastó para que cejase en su empeño. La dejé sobre la mesa de centro, me senté en la alfombra, la abrí y saqué las páginas para mostrárselas a Alison.

—Ya llevo tiempo trabajando en esto. Es un libro infantil. —A Alison se le iluminó la mirada y sostuvo la primera página entre las manos como si fuera algo valiosísimo—. Empecé hace unos cuantos años —expliqué—, y lo dejé aparcado durante un tiempo. Hace unas semanas, cuando lo encontré en casa de mi padre, decidí esmerarme en las ilustraciones. Casi está terminado.

Alison fue pasando las páginas una a una, leyendo la historia, y de vez en cuando soltaba una carcajada.

—A Holly le habría encantado de pequeña —comentó, y levantó la vista con una sonrisa. Resultaba extraño compartir algo que había reservado para mí sola durante tanto tiempo, y sentí un nudo en el estómago. Al llegar al final dejó en su sitio las páginas con un suspiro de satisfacción—. Sabía que al final Carlitos se las ingeniaría para reunir a toda la familia Peludo —dijo, como si ella misma todavía tuviera un pie en Los Andes—. Jen, es fantástico —afirmó sin la menor vacilación—. Me encanta la trama..., y las ilustraciones son preciosas. Primero la invitación, ahora esto... ¿Por qué has ocultado tu talento durante tanto tiempo? —Solté un suspiro de alivio. Tuve la sensación de que el esfuerzo había merecido la pena—. Espero no ser la única a la que tienes previsto enseñar esto —dijo Alison.

Realmente no tenía previsto más que acabarlo.

—Supongo —repliqué, pensativa—. Podría enseñárselo a Dan cuando llegue. Y tal vez a mi padre, al que siempre le han gustado mis dibujos.

Alison negó con la cabeza.

—No me refiero a eso, Jenny. Es decir, si quieres enseñárselo a ellos, perfecto, pero también deberías dejar que le echara un vistazo algún editor de obras infantiles.

—¿Lo dices en serio? —pregunté.

—Sí, Jen. Segurísimo. —A Alison se le iluminó la mirada al acordarse de algo—. De hecho, una vieja amiga mía, JoJo, trabaja para una pequeña editorial de Londres. Hace años que no la veo, pero la última vez que hablamos dijo que estaban buscando nuevos escritores e ilustradores. De todas formas tenía intención de llamarla para ponernos al día, así que ¿y si quedo con ella para comer y se lo llevo?

—Ali, es todo un detalle por tu parte —dije, al tiempo que le ponía la tapa a la caja—. Pero no estoy segura de si estoy preparada para compartir esto con alguien más de momento. —El golpe que había sufrido cuando mi madre volvió a surgir de la nada, poniendo todo patas arriba, en cierto modo había hecho mella en mi confianza. De todas formas, yo solo lo había hecho por mera diversión.

—No es ningún detalle —repuso Alison, con una risa cariñosa—. Y resulta que dudo que vaya a aceptar un no por respuesta.