Capítulo 21 Jenny
Nada me evadía de mis propios problemas como ocuparme de una emergencia de Chloe. Esa tarde estábamos solas en la redacción, con tazas calientes de té y unas galletas Bourbon que había sisado del armario de provisiones de la oficina.
—Mi padre cumple sesenta años... Obviamente, no es una ocasión cualquiera, Jen —dijo Chloe, reprimiendo las lágrimas.
—Y que lo digas. —La rodeé con el brazo. Odiaba verla tan disgustada.
—Es que me ha hecho ser consciente de que Jon jamás entenderá lo que espero de él. Me refiero a que sabía lo de la fiesta de mi padre desde hace meses, y va y me dice que ha decidido ir a la despedida de soltero de Ravi. Se acabó. Se acabó y punto. —A Chloe le sentaba mejor el look del rímel corrido que a la mayoría. No era elegante, pero si entrecerrabas los ojos tenía un aire chic de los sesenta más que de rompecorazones de oficina. Le pasé una galleta—. ¿Por qué me miras con los ojos entrecerrados? —preguntó Chloe, perpleja—. De todas formas, sé que todavía soy joven. —Puso cara larga—. Digo yo que a los veinticinco todavía se es joven, ¿o no?
Asentí.
—Pues claro que sí, idiota.
—Y quiero centrarme en mi carrera, al menos durante un tiempo. Pero no quiero estar sola para siempre, Jen. El caso es que he estado tanto tiempo con Jon que pienso que no sabré estar con ningún otro, ni siquiera si encontraré a alguien.
Chloe estaba tonificada por el yoga, era cariñosa y de una belleza natural. Yo le daba, si acaso, cinco minutos en el mercado de las solteras. Siempre que esta vez fuera capaz de mantenerse alejada de Jon por su propio bien, claro.
A través del cristal esmerilado vi a un grupo de periodistas aproximándose a la puerta.
—Ay, Chloe —dije, dándome una palmada en la frente—. Me he olvidado de encender las luces de las salas para la reunión de la editorial. Estarán aquí en un par de minutos, tenemos que largarnos. —Alargué el brazo, le limpié con la manga las gotas de rímel más visibles de debajo de los ojos y acto seguido me puse de pie y la ayudé a levantarse.
Cuando salimos, los periodistas charlaban entre ellos y ni siquiera parecieron reparar en nuestra presencia. Pero el gallito de Ben, un joven reportero que acababa de empezar y que había estado revoloteando junto a la mesa de Chloe desde el primer día, nos vio —bueno, a Chloe— enseguida. Oliéndose su oportunidad, exclamó:
—Ánimo, Chloe, puede que... —Pero cerró el pico en cuanto lo fulminé con la mirada.
A pesar de que estábamos a tope de trabajo y que Zoe seguía siendo una pesadilla, resultaba ser una grata distracción. De vuelta a mi mesa, seguí actualizando un documento con artículos, imágenes y anuncios necesario para el inminente cierre de la edición; era nuestro periodo de mayor actividad y este mes lo agradecía. Las cosas entre Dan y yo estaban bastante tirantes desde nuestra pelea, y ante la tensión habíamos reaccionado como siempre: pasando fuera de casa más tiempo del habitual. En cuanto a mi libro infantil... Siempre que cogía el lápiz o un pincel me quedaba en blanco. No se me ocurría nada. Se me habían agotado las ideas para el relato, y cuando trabajaba en los bosquejos existentes los resultados eran torpes; acababa hojeando viejos ejemplares de Smash Hits, o con la mirada perdida en la ventana. Revivía una y otra vez en mi cabeza la conversación con mi padre y Chris. Me había empezado a plantear por qué dedicaba tanto tiempo a los preparativos de nuestra boda si la presencia de mi madre se cernía sobre nosotros.
Envié el documento una vez terminado y después consulté mi correo. Pedidos de material de oficina, peticiones de reserva de salas. Todo bien. Y uno personal. De Susan Haybridge. Asunto: Hola. Haybridge. El apellido de soltera de mi madre. Sentí un escalofrío. Salí de la bandeja de entrada y volví la vista hacia Chloe, que estaba sentada a su mesa con el semblante apesadumbrado.
—¿Té? —dije vocalizando para que me leyera los labios. Ella negó con la cabeza y luego hizo una seña en dirección a Gary para indicarme que estaba desbordada de trabajo.
Había vaciado la bandeja de entrada, tramitado todas las facturas, cogido agua fría del dispensador dos veces, ordenado mi mesa, organizado los archivos de Chloe, hecho el pedido de esos clips con forma de gato que le gustaban a Chloe... y todavía eran las once y cuarto. Al final abrí el correo de mi madre. Me sentí mareada. Podía simplemente eliminarlo. Podía simplemente ignorar su correo como ella me había ignorado en los últimos no sé cuántos años. ¿Qué le debía? Nada. Rien. Niente. Pero la mirada se me volvía a fijar en la pantalla. Querida Jenny, leí.
Hola, guapa. Cuando tu prima Angie me dijo que te ibas a casar lo único que pensé fue: mi niña es toda una mujer. Es increíble, de veras.
Me encantaría estar allí para verte, Jenny. Sabes lo orgullosa que me sentiría.
Nigel y yo estamos en Eastbourne. A lo mejor ya lo sabes. En fin, no se tardaría mucho en llegar allí, para ese día.
Espero que estés bien, mi vida, Angie dijo que habías encontrado un buen hombre.
Por favor, escríbeme.
Con cariño, mamá.
Cerré el correo antes de tener la tentación de releerlo. «Con cariño, mamá». «Sabes lo orgullosa que me sentiría». Sus palabras eran huecas y vacuas. ¿Cómo podía fingir que me quería? ¿Cómo se le ocurría pensar que tenía derecho a sentirse orgullosa de mí? Estaba furiosa. ¿Alguna vez en su vida había sabido lo que significaba querer a alguien? Había rechazado a Chris porque no era perfecto; a Chris, al que todos adorábamos, por el que todo el mundo se preocupaba, que cuidaba de los demás mucho más de lo que jamás nadie había tenido que cuidarle a él. ¿Y ahora esta extraña, mamá, Susan, con su placentera vida a orillas del mar, con Nigel (quienquiera que fuese), había decidido que había llegado el momento de volver a quererme? No era el momento adecuado. Jamás sería el momento adecuado.
Abrí un nuevo mensaje en blanco; acto seguido, lo cerré.
¿Cómo se le ocurría hacer esto? ¿Con qué derecho se creía?
Inspiré profundamente, volví a abrir la ventana de un nuevo mensaje y empecé a teclear:
Hola, Chloe:
Los clips de gato van de camino, en azul, rosa y amarillo. Estoy segura de que te ayudarán a convertirte en una superperiodista en un pispás. O al menos a desconectar de Jon esta semana.
Bs. Jen
Pulsé enviar. Mi madre no podía tocarme, a menos que se lo permitiera. Lo único que tenía que hacer era volver a meterla en una caja y cerrar la tapa. Tan sencillo como eso.
—Está riquísimo —dijo Dan, con la boca llena de chile con carne mientras cenábamos en la cocina esa noche. Por un segundo rompió el silencio imperante; nunca había notado lo fuerte que sonaba el tictac del reloj de la pared hasta esa noche.
—Hay un montón, así que atácale —contesté. La verdad es que había mucha comida, sobre todo porque apenas me había servido en el plato. Todavía sentía los efectos del shock del correo de mi madre y se me había quitado el apetito.
—Vale, Jen —dijo Dan—. Por mucho que me pirre el chile, y sabes que es así —me miró con gesto vacilante—, preferiría saber qué te pasa. —Bajé la vista hacia la mesa—. ¿Me lo vas a decir o no? —insistió mientras tomaba un trago de cerveza—. Hace por lo menos una semana que apenas hablas y tengo muchísimas ganas de recuperar a mi novia. —Puso su mano sobre la mía y por un momento me sentí tranquila y a salvo.
No tenía ganas de hablar, de analizar. Lo único que quería era que todo volviese a la normalidad. Había cerrado la caja, ¿no? Así que nada me salpicaría.
—Estoy bien, Dan. Es solo por la historia de la boda. Ya sabes lo que pasa: todavía quedan muchas cosas pendientes.
Él negó con la cabeza.
—No te creo, Jen. A ti te encanta organizar cosas, y de todas formas la semana pasada estabas bien, eufórica, de hecho. Pero la noche que estuvo aquí Russ te comportaste como una persona distinta.
—No es nada —respondí, disimulando—. Es solo, ya sabes, la presión. —Me eché un poco de cerveza de su lata.
—Jen, no me mientas, por favor. Mira, sé lo que está pasando. No me dejes al margen. —Ahora su tono era más insistente y tenía un atisbo de crispación.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, indignándome.
—Me lo ha contado Chris —replicó Dan despacio—. Que tu madre ha retomado el contacto. —El armazón que había construido con tanto esmero para proteger la valiosa burbuja en la que vivíamos Dan y yo se desintegró en ese preciso instante—. ¿Por qué no me has dicho nada, Jen? Chris ha estado preocupadísimo por ti, dijo que el viernes pasado te marchaste por las buenas de casa de tu padre sin siquiera despedirte. Quería asegurarse de que estabas bien, así que me contó lo ocurrido.
—¿Conque has estado hablando de mí a mis espaldas? —espeté, con las mejillas enardecidas—. ¿Y a qué vienen todas estas preguntas si lo sabías desde el principio?
Dan permaneció en silencio, y al rato contestó:
—Quería que hablases conmigo, Jen. Quería escucharlo de tus propios labios.
—Esto no tiene absolutamente nada que ver contigo —dije, y al empujar hacia atrás la silla para ponerme de pie, pegó un chirrido. Dan apretó la mandíbula por mi brusquedad—. Nada en absoluto —repetí, pero esta vez en un tono más bajo, con los ojos llenos de lágrimas.
Mis reproches se quedaron flotando en el aire, sin respuesta. Dan alargó la mano hacia mi brazo. Al leer en sus cálidos ojos marrones, advertí que ninguna respuesta que pudiera darme cambiaría cómo me sentía. No podía permitir que mi madre nos hiciera esto, no se lo permitiría. Cerré la caja de nuevo y esta vez la precinté. Las lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas.
Dan se levantó, me cogió de la mano y me condujo despacio al sofá. Entonces me abrazó, sin decir nada; se limitó a acariciarme el pelo, con ternura. Yo posé la mano sobre su pecho, ladeé la cabeza para besarle, sentí sus labios contra los míos, una sensación familiar, reconfortante. Entonces supe que encontraría la manera de contarle lo de mi madre —mis sentimientos hacia ella, lo que me había escrito— y que de algún modo él me ayudaría a tomar una decisión. Pero en ese momento, esa noche, lo único que deseaba era volver a sentirme yo misma, dejarme llevar por la calidez de Dan, sentir su barba de tres días contra mi cara, estar cerca del hombre con el que quería compartir toda mi vida. Me besó de nuevo.