Capítulo 30 Jenny
Alison estaba bosquejando un muslo al carboncillo, Maggie estaba concentrada un poco más arriba y yo sorbiendo champán de mi copa mientras reprimía las ganas de soltar una risita nerviosa. Sospechaba que la idea de añadir un elemento creativo a mi despedida de soltera había sido de Ali..., y aquí estábamos todas, en el estudio de un artista de Charlesworth, con un guapísimo modelo masculino desnudo en medio de la habitación.
—¿Sabes qué? —me susurró Chloe al tiempo que cogía un trozo de tiza para darle toques de luz al cuerpo del modelo; se había puesto manos a la obra con el dibujo entusiasmada—. Juré que pasaría de los hombres, pero está a punto de hacer que me retracte.
Maggie, que lo escuchó, llamó su atención y le hizo un guiño. Daba la impresión de que en esta ocasión Chloe le había dado puerta a Jon definitivamente y que se sentía más segura cada día. También era bueno ver a Maggie levantar cabeza tras la traición de Dylan.
—Entiendo a lo que te refieres con la tentación. —Le eché un vistazo al modelo y sonreí—. Fíjate, y yo pensando que estaba lista para embarcarme en toda una vida de monogamia.
Cuando finalmente superé la incómoda sensación de no saber dónde mirar, bosquejé la silueta del cuerpo del hombre, los músculos, y luego me puse a rellenar las zonas oscuras y claras y los detalles. Las burbujas del champán me estaban achispando; a medida que dibujaba oía voces a mi alrededor, a las chicas riendo y divirtiéndose, sirviéndose más champán, y de cuando en cuando oía fragmentos de conversación e intervenía. Cuando finalmente miramos el reloj eran casi las seis, hora de apartarnos de los caballetes y marcharnos al siguiente destino.
—Eh, Jen, apártate, veamos el tuyo —dijo Chloe, retirándose un tirabuzón rebelde del ojo, y se acercó arrastrando los pies desde el otro lado para ver lo que había dibujado—. Es bueno, ¿verdad? Eh, Alison, a ti se te da bien el arte, ¿no? —gritó—. ¿Qué opinas de lo que Jen ha dibujado? Yo creo que es bueno.
Alison se acercó, le echó un vistazo a mi dibujo y se tomó su tiempo para responder.
—No está nada mal, Jenny —dijo.
Me ruboricé, incómoda por ser el centro de atención. Pero entonces pensé en el paquete que le había dado a Alison para que se lo entregase a su amiga: el libro que por fin había terminado. Sabía que las editoriales recibían montones de propuestas, pero quizá no fuese tan descabellado pensar que podía tener una oportunidad, ¿no?
—Bueno, chicas. —La mujer que organizaba la sesión se acercó a nosotras—. Ooh, qué bonito —exclamó, mirando mi dibujo—. Me temo que vamos a tener que dejar que Marcus se vista.
Las chicas reaccionaron con un coro de protestas.
Alison metió baza.
—Vale, fin del aperitivo, pasemos al plato fuerte. ¡Que empiece el festín!
—Entonces le preguntamos a Dan —dijo Chloe—: «¿Cuál es tu parte favorita del cuerpo de Jenny?». ¿Y a que no sabes qué dijo?
—Esto, ummm..., ¿el culo? —contesté.
—¡No! —replicó Chloe exultante mientras me pasaba otro chupito—. Los ojos. Qué encanto. ¡Bebe!
Me bebí de un trago la Sambuca. Hasta dos horas antes todo había sido bastante civilizado; al marcharnos del estudio habíamos ido a Jasmine’s, un restaurante chino de la calle principal, a cenar y tomar unas copas. Teníamos una mesa en un rincón y se había unido a nosotras media docena más de amigas: chicas de la universidad y del colegio a las que llevaba siglos sin ver, y me emocionó que se hubieran tomado la molestia de venir; en cuanto nos saludamos dándonos un abrazo, los años de separación parecieron desvanecerse... Todas estaban igual que entonces. Annie, con la que jugaba en nuestra calle, me enseñó fotos de su bebé en el iPhone. «Es preciosa», le dije; era evidente que rebosaba orgullo por la recién nacida. «La quiero con locura —dijo—, pero ¿sabes qué? No he salido desde hace meses, y me muero por ponerme a tono un poco contigo esta noche». Me dio un apretón en el brazo.
Emma, la hermana de Dan, también se encontraba allí, riendo y tapándose los oídos ante preguntas más explícitas sobre «ellos y ellas». Hubo unas cuantas, y casi me sentí aliviada de que pasara mi turno, pero, vergüenzas aparte, estaba disfrutando de estar con mis amigas más íntimas. Mujeres de distintas épocas y lugares de mi vida, pero que formaban parte de mis mejores recuerdos y que se estaban entregando sin reservas para asegurarse de convertir esa noche en otro de mis recuerdos felices.
Maggie y Chloe cuchicheaban entre sí apartadas del resto del grupo cuando las interrumpí.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunté. Se acababan de conocer esa misma mañana, pero habían congeniado estupendamente.
—Nada —contestó Maggie. Chloe pareció avergonzada.
—¿Nada? —inquirí, poco convencida.
—Vale, te lo cuento —dijo Maggie, y Chloe le dio un codazo en el costado—. Chloe le ha echado el ojo a alguien y estábamos maquinando un pequeño plan de acción.
—¿En serio? —dije con entusiasmo, pero también sintiéndome un poco al margen—. ¿Y quién es ese hombre?
Chloe se puso roja como un tomate, algo muy poco habitual en ella.
—Oh, no... —dije—. No será... —Maggie trataba de contener la risa—. ¿Marcus? —adiviné, al acordarme del modelo que habíamos estado dibujando en pelotas un rato antes. Chloe pareció aliviada; intercambió miradas con Maggie y asintió.
—Sí, él —respondió, riéndose tontamente. Pero algo en sus ojos daba a entender que no se trataba de él en absoluto.
No recordaba la última vez que me había reído tanto como esa noche. A veces cuando salía tenía a Dan presente, o pensaba en el trabajo; entonces lo único que sentía era el calor de la amistad. Miré a Alison y Maggie, sentadas frente a mí, peleándose por el pan de gambas, y tuve la certeza de que permaneceríamos en nuestras respectivas vidas para siempre.
—¿A que no sabes lo que viene ahora, Jen? —dijo Alison.
—¿Qué? ¿Hay más? Sinceramente, pensé que después del desnudo ya me había librado.
—¿De verdad crees que Chloe va a permitir que te libres tan fácilmente? —replicó ella.
—Tenéis que decírmelo —supliqué, y me incliné hacia delante, aprovechando que Chloe estaba enfrascada en una conversación con una de nuestras amigas del trabajo en el otro extremo de la mesa—. Lo digo en serio. Odio las sorpresas.
—Ooh, no puedo —repuso Alison en tono burlón. Entonces Annie se inclinó hacia nosotras, acusando ligeramente los efectos de la noche, y me dijo articulando para que leyera en sus labios: «KA-RA-O-KE».
—¡Bien! —les susurré a ambas—, genial. —Chloe nunca me fallaba. Siempre me había gustado el karaoke, y había una sala privada encima del Fox and Pheasant a la que a veces íbamos a la salida del trabajo. El plato fuerte solía ser Chloe imitando a Tina Turner en Nutbush City Limits. Yo tengo una voz espantosa, pero era lo de menos, porque siempre nos tronchábamos de risa.
Estaba hincándole el diente a un wonton de gambas cuando oí abrirse la puerta del restaurante a mis espaldas y sentí una brisa en la nuca.
—Espera y verás... —empezó a decir Alison. Pero se interrumpió en mitad de la frase y adoptó una expresión más seria.
—¿Qué pasa? —pregunté, siguiendo su mirada por encima de mi hombro.
Allí, junto a todas las mujeres con las que sabía que podía contar, apareció la mujer que me había abandonado.
Nada puede prepararte para enfrentarte a tu viva imagen. Jamás me había fijado en lo que nos parecíamos mi madre y yo hasta que la vi allí, en el restaurante chino, vacilante junto a la mesa a la espera de que la saludase. A juzgar por la reacción de Alison, era obvio que también había reparado en ello. Es curioso. Había visto fotos de mi madre, desde luego, pero sin apreciar el parecido entre ambas. Eran viejas copias desvaídas de los setenta que mi padre guardaba y en realidad ninguna tenía la nitidez suficiente para distinguir los rasgos que compartíamos. Pero ahora sí que lo hice.
Llevaba unas copas de más, lo cual me impedía apreciar todos los detalles. Me fijé solo en uno: su boca, idéntica a la mía, los mismos labios gruesos, pero con carmín. La habitación comenzó a dar vueltas.
—Jenny —dijo, con los brazos abiertos; lo único que traicionó su actitud serena fue un resquicio de temblor en su voz—. Estás aquí.
Le di la espalda para mirar a Alison, cuya expresión de preocupación me impulsó a decir:
—Sí, es ella. —Mi voz sonó ronca—. Creo que será mejor que me ocupe de esto a solas.
Al darme la vuelta para enfrentarme a mi madre, oí a Alison pasar el mensaje y llevarse a mis amigas discretamente. Recuerdo vagamente cómo se marcharon las mujeres con las que me había reunido, las vi cuchichear y recoger sus cosas con el rabillo del ojo. Le di un beso de despedida a una cara familiar, luego a otra, sentí toques tiernos y tranquilizadores en el brazo antes de que salieran en tropel. Oí a Maggie decirme que podía llamarla más tarde, a cualquier hora, pero creo que ni siquiera llegué a responder. Mi madre seguía allí, escrutándome.
—Te has convertido en una mujer guapísima —dijo, sonriendo. Su gesto era aparentemente relajado, pero su postura revelaba cierta incomodidad que me recordó que probablemente debíamos sentarnos.
Cuando volví a la mesa, estaba casi vacía. Mi madre se deslizó hasta el asiento acolchado situado frente a mí, se acomodó y me cogió las manos entre las suyas. Tenía los ojos llorosos.
—Vaya. Estás hecha toda una mujer.
—Mamá —dije en un tono algo estridente, con una voz que no sonaba como la mía. Supe instintivamente que era mi madre, pero era una auténtica desconocida para mí. Tenía el pelo claro, con reflejos rubios decolorados, los labios pintados de rojo vivo, y llevaba un pantalón de piel, botas de tacón y una blusa de chorreras azul eléctrico. Me sentí invisible con mi vestido suelto gris metalizado, a pesar de mi llamativo collar verde y los zapatos Jimmy Choo.
—Felicidades, Jenny. —Alargó la mano por debajo de la mesa para apretarme la rodilla. Olía a base de maquillaje y perfume rancios. La fragancia no me trajo ningún recuerdo de la infancia como siempre había imaginado ingenuamente—. ¿Te lo has pasado bien esta noche? —preguntó.
—Mamá. —Por fin hice acopio de algo de valor—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Se le ensombreció un poco el semblante.
—Ay, cielo. —Miró a su alrededor, rehuyendo mi mirada inquisitiva—. Ya sé que no respondiste a mi correo, pero los correos no siempre son el mejor medio, ¿no? Tan impersonales, no son nada apropiados para ponerse al día. —Mientras hablaba se atusó unos mechones de pelo del flequillo—. De modo que me enteré de tu fiestecita esta noche, bueno, tu prima Ange no quiso decírmelo, pero al mencionar un chino supuse que debía de ser este; pensé que si nos veíamos cara a cara podríamos resolver las cosas como es debido. —Le hizo señas al camarero para que se acercase a la mesa—. ¡Una botella de rosado, caballero, para la futura novia y para mí! —Sinceramente, yo estaba apurada. El camarero volvió con el vino y dos copas y se dispuso a servirlo—. ¿Sabes, querida? —continuó—, cuando llegas a mi edad te das cuenta de que la vida es demasiado corta para guardar rencor. Hay que perdonar y olvidar, pasar página. —Alzó su copa y yo, como una autómata, alcé la mía para brindar con ella—. Tu padre no está resentido, por lo de Nigel y yo, ya sabes —dijo, esta vez mirándome fijamente a los ojos. Yo me quedé boquiabierta sin dar crédito a lo que escuchaba—. Me lo dijo por teléfono. Ya es agua pasada. —Se encogió levemente de hombros—. Tú y yo siempre estuvimos muy unidas —prosiguió, perdiendo la confianza para dejar paso a un resquicio de algo que me sorprendió: su desvalimiento. Yo había tomado un sorbo del vino dulce, pero al escucharla estuve a punto de atragantarme.
—Eso fue hace veinte años, mamá —repliqué—. Y puede que entonces estuviésemos unidas, pero ahora soy otra persona. —Los pensamientos se me agolpaban en la cabeza—. Y, en cualquier caso, ¿qué me dices de Chris? ¿O te has olvidado por completo de él?
—Oh, querida —dijo, al tiempo que tiraba de las chorreras de la pechera de su blusa—. Sabes que con los niños no es lo mismo. Las niñas tienen una relación especial con sus madres, no sé qué. Es lo que hace que una hija sea especial.
—Oh, ¿de veras? Me da la impresión de que papá piensa que los dos somos especiales. Y él sí que lo sabe, dado que nos ha criado a los dos. —Haciendo acopio de valor, mantuve la mirada fija en ella a pesar de que era evidente que ella estaba deseando apartarla.
—¿Es necesario desenterrar el pasado, Jennifer? —dijo, removiéndose en el asiento.
—Chris está aquí, en el presente, no en el pasado, mamá. Y los dos vamos en el mismo lote. Fue consecuencia de tu abandono, nos unió más que ninguna otra cosa. Si quieres recuperar tu papel de madre, o cualesquiera que sean tus verdaderas intenciones, no tendrás más remedio que ocuparte de los dos. O de ninguno.
—Pero, mi vida, pensaba que podíamos mirar al futuro, como tú con... David, ¿no?
—Dan —corregí.
—Eso, mirar al futuro y a todo lo que tienes por delante. Se lo dije a Nige, le dije: «Ahora o nunca, Nige; mi niñita se ha hecho una mujer».
Me puse de pie.
—¿Sabes qué? Tienes razón, mamá. No quiero desenterrar el pasado... Ni pensarlo. Precisamente por eso no te respondí a los correos. Y por eso no quiero que bajo ningún concepto vengas a mi boda. —Me quedé allí de pie, bajando la vista hacia la mujer cuya ausencia había empañado gran parte de mi vida—. Quizá también debería haber dicho que no quería que arruinases mi despedida de soltera, pero pensé que igual te lo figurabas.
La mujer que a pesar de ser mi madre me parecía una extraña finalmente se quedó sin palabras. Cogí mi abrigo y me fui.
Llamaría a Dan desde un taxi; solo tardaría diez minutos en llegar a casa caminando, pero llovía a cántaros y me dolían los pies. Dan estaba en casa recuperándose porque el viernes por la noche había celebrado su despedida. Al bajar del taxi me estaba esperando con la puerta abierta y el gesto preocupado.
—Jen, ¿estás bien?
Dios, a veces odio cuando la gente te pregunta eso. Al abrazarme rompí en sollozos de un modo intermitente, entrecortado, no continuo y sereno. Me condujo a la planta de arriba, me sentó en el sofá y me trajo una de sus sudaderas con capucha para que entrase en calor. Me mantuvo entre sus brazos mientras lloraba y poco después me cogió de la barbilla para mirarme a los ojos. No tardó en comprobar que el chocolate no lo remediaría.
—No me preguntó nada sobre mí, ni sobre Chris —dije, cuando los sollozos finalmente remitieron—. Se limitó a hablar como si debiésemos retomarlo donde lo dejamos. Pero eso fue hace dos décadas, Dan. Veinte años. ¿En qué estaría pensando?
Dan me acarició el pelo y me estrechó entre sus brazos.
—Dios. Es que no puedo creer que se haya presentado en tu despedida de soltera.
—Fíjate —dije, esbozando una sonrisa—. Además, me lo estaba pasando de puta madre. Las chicas del colegio se habían tomado la molestia de venir desde Londres y Bournemouth, y lo mejor de todo es que no ha habido nada de pajitas con forma de pene. Estábamos a punto de ir a un karaoke... y de repente aparece y lo estropea todo. Creo que ni siquiera me gusta, Dan. No es más que una extraña. No tenía absolutamente nada que decirle.
—¿Y por qué esta noche? —inquirió Dan, negando con la cabeza—. O sea, perdona, cariño, no quisiera empeorar las cosas, pero me cabrea aunque ni siquiera la conozco. Odio verte tan triste. —Me enjugó una lágrima de la mejilla—. ¿Cómo se le ocurrió pensar que era una buena idea presentarse de buenas a primeras?
—Ella es así, Dan —contesté—. Papá nos ha lanzado alguna que otra indirecta de que cuando vivía con nosotros, la vida era un poco imprevisible. Dijo que solía hacer las cosas cuando le venía en gana en vez de cuando era necesario. Me consta que trata de no malmeter contra ella, pero casi con toda seguridad aquella época fue un torbellino. A lo mejor por aquel entonces, cuando el ex de mi madre retomó el contacto con ella, quedó atrapada por esa relación. No sé... Y tal vez haya venido a la despedida de soltera porque le atraía la idea de un reencuentro conmigo a lo grande, en público.
—Pues no parece tener nada que ver contigo ni con Chris —concluyó Dan—. Ni con tu padre, en realidad. Resulta difícil de imaginar.
—Sí, menos mal. Aunque sí que pienso que papá y ella se querían. Él dice que ella solía quitarle la coraza, que eran como la noche y el día, pero que no le habría gustado casarse con alguien como él.
—Entiendo su punto de vista. No se me ocurre nada peor que casarse con una mujer que fuera igual que yo —dijo Dan, haciendo una pausa para imaginarlo—. No, definitivamente soy más feliz con mi futura mujer.
Dan me besó y después me llevó de la mano al dormitorio y sacó mi pijama favorito, el de Grúfalo. Mientras me lo ponía me contó cómo había pasado la noche, el DVD que había visto. Se metió bajo el edredón, lo levantó para que me acostara y me estrechó entre sus brazos mientras conciliaba el sueño. Yo sabía que mi madre todavía estaría en Charlesworth, pero en los brazos de Dan me encontraba fuera de su alcance.