¡Racing, mi buen amigo,

esta campaña volveremos a estar contigo,

te alentaremos de corazón,

esta es tu hinchada que te quiere ver campeón!

¡No me importa lo que digan,

lo que digan los demás,

yo te sigo a todas partes

cada vez te quiero más!

Con esta canción reciben a Racing cuando salta a su cancha del Cilindro de Avellaneda; el mismo ritual que se sigue en prácticamente todos los estadios de Argentina. Son unas pocas estrofas en las que queda definido el sentimiento del hincha hacia su club y su apoyo incondicional.

La canción se empieza a cantar poco antes de que los jugadores salten al campo. Cuando termina se repite en bucle, aumentando cada vez su intensidad. La tensión va creciendo y resulta imposible abstraerse. Con toda la hinchada cantando, el estadio se convierte en una caldera en ebullición que alcanza su punto máximo al saltar los jugadores al césped. En ese momento la cancha estalla en una nube de papeles, banderas y fuegos artificiales. Así empiezan los partidos en Argentina. Así empezó la temporada 2015 en el Cilindro de Avellaneda.

Es esta una temporada extraña para el fútbol argentino. Julio Grondona, el hombre que gobernó durante 35 años de manera dominante la institución más influyente del país, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), murió en julio de 2014 dejando una gran incertidumbre acerca del futuro del organismo que rige la pasión de muchos argentinos. Pero, antes de morir, Don Julio dejó cerrado el último de sus proyectos: el torneo de 30 equipos. A alguien de la AFA se le ocurrió que lo que el fútbol argentino necesitaba, lo que iba a multiplicar el negocio, era subir directamente diez equipos desde la Segunda División, crear una liga con treinta equipos, para luego ir reduciendo la cantidad, año tras año, hasta volver a los veinte del principio. La fórmula tuvo la oposición de clubes, jugadores y aficionados, pero el torneo dio comienzo el 13 de Febrero del 2015.

El que oficialmente se denomina “Torneo de Primera División 2015 Julio Grondona” es el nuevo formato de una competición que ha cambiado de cara muchas veces a lo largo de la historia. Apertura y Clausura, torneo largo, corto, Metropolitano y Nacional… La propia AFA ha vivido varias escisiones en toda su trayectoria. El fútbol llegó pronto a la Argentina pero, más de cien años después, sigue buscando la fórmula perfecta.


TIERRA DE OPORTUNIDADES

Puede parecer extraño, pero Argentina fue uno de los primeros países al que los británicos llevaron el fútbol. De hecho es la tercera liga más antigua del mundo, anterior a países como Escocia, Italia, Alemania o España. Una antigüedad que sólo se entiende por la estrecha relación que existía entre el país inventor del fútbol y el cono sur de América. Inglaterra buscaba materias primas y nuevos mercados por el mundo y la joven nación era un caramelo del que estaba dispuesto a sacar todo su jugo.

Argentina había proclamado su independencia en 1816, tras una guerra frente a la corona española en la que los ingleses supieron moverse estratégicamente para instalarse en el Rio de La Plata. Una vez lograda la independencia y con la constante amenaza de los representantes de su graciosa majestad dispuestos a proteger sus intereses, la burguesía argentina fue desarrollando un estado liberal que abría sus puertas de par en par a la inversión extranjera y en el que los ingleses figuraban como su socio privilegiado. En los barcos provenientes de los principales puertos del Reino Unido llegaban los productos manufacturados en las islas británicas y también los elementos necesarios para el desarrollo de infraestructuras. Fábricas, bancos y comercios ingleses empezaban a extenderse por un país que crecía de manera imparable.

Para consolidar este desarrollo la burguesía argentina y los empresarios ingleses necesitaban abundante mano de obra y, aunque la Pampa estaba repleta de habitantes indígenas, por alguna extraña razón, el gobierno decidió apostar por abrir las puertas a la inmigración y los mapuches, rankulches y demás pueblos originarios quedaron excluidos del joven Estado Argentino. Al puerto de Buenos Aires empezaron a llegar españoles, rusos, polacos y, sobre todo, italianos, todos en busca de una nueva vida llena de fortuna. «Gobernar es poblar» era la máxima de un gobierno que abría sus puertas al resto del mundo. Los abuelos de los Di Stefano, Sívori o Maradona empezaban a llegar a la Argentina.


LOS INGLESES LOCOS

Junto con el desarrollo industrial, los barcos trajeron también a ciudadanos británicos que se asentaron en el nuevo país. Se trataba de una comunidad bastante cerrada que buscaba mantener sus mismas costumbres, sus mismas aficiones, su mismo estilo de vida. Contaban con cafés, hospitales, prensa en inglés y también con clubes sociales dignos de la calle St. James de Londres. Tomaban el té de las cinco y jugaban al criquet o al tenis. De su nuevo país lo único que les interesaba eran las oportunidades de negocio.

Es probable que el primer partido de fútbol en Argentina lo jugara algún grupo de marineros británicos llegados al puerto de Buenos Aires. No sería de extrañar que encontraran algún objeto mínimamente esférico e improvisaran un partido entre cajas, cabos y demás enseres de los muelles. Probablemente ocurrió así, pero el primer partido de fútbol del que ha quedado constancia se produjo en condiciones muy diferentes. Un grupo de jóvenes de la aristocracia inglesa quisieron probar un nuevo deporte al que llamaban football.Consiguieron que les cedieran los terrenos del Buenos Aires Criquet Club en los bosques de Palermo, cerca de donde actualmente se encuentra el Planetario y, el 20 de junio de 1867, aprovechando la fiesta del corpus Cristi, disputaron allí el primer partido de fútbol en suelo argentino del que quedan registros. Era un deporte todavía sin normas escritas, en el que se reunían los dos equipos antes de empezar el partido y acordaban cómo se iba a jugar. Aquel día se enfrentaron el W. Heald sixteen frente al T. Hogg sixteen, dos equipos que pretendían ser de 16 jugadores cada uno, pero que finalmente quedaron reducidos a ocho por las estrictas normas de conducta y el puritanismo de la época, ya que algunos jugadores no querían ser observados en pantalón corto por el público femenino y decidieron no participar.

La crónica del evento, aparecida al día siguiente en el Buenos Aires Standard, informaba de la victoria por 4 a 0 del equipo capitaneado por Thomas Hogg. Había nacido el fútbol en Argentina y el propio Hogg se mostraba dispuesto a seguir con su práctica: «A mi juicio este juego tardará mucho en extenderse entre los residentes británicos, pero pienso insistir porque lo considero el mejor pasatiempo, el más fácil y barato para la juventud de la clase media, como también para el pueblo, aunque esto parezca una perfecta ilusión para muchos»[1].

Tenía razón Mr. Hogg en que al fútbol le iba a costar extenderse por el país. La alta sociedad de Buenos Aires miraba con recelo a aquellos “locos ingleses” que pateaban un balón con unas vestimentas claramente indecorosas. Tampoco ayudó la epidemia de fiebre amarilla que asoló el país en 1871 y que acabó con el 8% de la población de Buenos Aires. Por una razón u otra, durante las dos siguientes décadas no hay registros más que de partidos esporádicos disputados siempre entre miembros de la comunidad británica de Buenos Aires.


LOS CAMINOS DE HIERRO

El fútbol había llegado de la mano de los ingleses y de la mano de los ingleses se expandió por el país. Argentina se había abierto al mercado mundial y ofrecía bastas extensiones de tierra para la agricultura y la ganadería. Era el comienzo del “modelo agroexportador”. Unos pocos terratenientes se habían hecho con la propiedad de cientos de miles de hectáreas que convirtieron en tierras de labranza o de pasto para el ganado y el país pasó pronto a ser el principal proveedor de alimento de las grandes potencias europeas.

El crecimiento de la producción y las enormes posibilidades de negocio hacían necesario contar con unas buenas comunicaciones que permitieran una exportación rápida y barata de los alimentos. Los inversores ingleses estaban decididos a dotar a la Argentina de unas infraestructuras que multiplicaran los beneficios de sus negocios y se lanzaron a unir el puerto de Buenos Aires y las fértiles tierras del interior con la última tecnología de la época: el ferrocarril.

A medida que se ampliaban los caminos de hierro se extendía también la comunidad británica, que se iba asentando allí donde se construía una estación. Llegaban los primeros ingleses y no tardaba en rodar una pelota de fútbol. El ferrocarril se convirtió de esta forma en el mejor medio para difundir el nuevo deporte por toda la Argentina.

Si hoy en día recorremos la línea de tren del sur de Buenos Aires encontramos, uno tras otro, a todos los clubes de fútbol de la zona. El ramal en dirección a La Plata tiene como estaciones principales Avellaneda (Racing e Independiente), Quilmes (C.A. Quilmes) y La Plata (Estudiantes y Gimnasia). El ramal que se extiende hacia el suroeste de la Pampa tiene estaciones en Lanús (C.A. Lanús), Remedios de Escalada (Talleres), Banfield (C.A. Banfield), Lomas de Zamora (Los Andes) y Temperley (C.A. Temperley).

Hacia el norte de Buenos Aires se extendía toda la Pampa Húmeda, kilómetros de tierra perfectos para la plantación de trigo y la cría de ganado. Con el objetivo de que todos esos productos pudieran llegar rápidamente a Buenos Aires se construyó el ferrocarril hasta Rosario, Santa Fe y Córdoba. Más adelante llegaría a la provincia vinícola de Mendoza y a las plantaciones de caña de azúcar de Tucumán, Salta y Jujuy.

Pero los empleados del ferrocarril, además de llevar el juego de la pelota, también crearon clubes deportivos. Aparecieron el Buenos Aires & Rosario Railway, el Southern Railway o los aun existentes Rosario Central, Talleres de Córdoba o Vélez Sarsfield, que tomó su nombre de la estación del barrio de Liniers. El Club Ferrocarril Oeste no sólo fue creado por empleados de la compañía, sino que los terrenos donde sigue estando su cancha fueron cedidos por la propia empresa ferroviaria y, para la construcción de su sede, se aprovecharon las grandes cajas de madera en las que llegaban a Buenos Aires las piezas de las locomotoras.

Los ingleses echaron raíces en Argentina e implantaron sus costumbres. Muchas de ellas no llegaron a consolidarse entre la población local y acabaron perdiéndose, pero el fútbol había llegado para quedarse y los argentinos no tardaron en impregnarlo con su sello propio.

La pelota no se mancha
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